miércoles, 11 de noviembre de 2020

Manual para matar.

¿Cómo matar a un no muerto? Lo sé, parece una pregunta estúpida, y quizás lo sea. Jamás me agradaron los dueños de verdades y no pretendo transformarme en uno. Al fin de cuentas, ¿qué es la verdad? ¿No es acaso solo una ilusión pasajera que cambia de traje con el tiempo? A riesgo de ser redundante, no quiero tener la verdad sobre la verdad propiamente dicha.

Perdón por irme por las ramas, es algo que me suele pasar y les pido que, con vuestra habilidad lectora, me adviertan si esto ocurre nuevamente.

¿Qué es entonces un no muerto? ¿Un ser vivo a secas? Sí. Y no. Lo es, pero no cualquier ser vivo. ¿Cómo matar a alguien que vive dentro nuestro pero ya no forma parte de nuestras vidas? ¿Cómo hacerlo sin sentir que nuestras vísceras se desgarran por dentro hasta quedar sin aire y sin tener que recurrir a quedarnos en un rincón del dormitorio en posición fetal, cuestionando nuestra maldita y absurda existencia?

El tratamiento dependerá de las razones por las cuales el otro ser vivo ya no forma parte de nuestro día a día. Pueden haber sido causas naturales, aunque, ¿qué carajo tiene de natural la muerte? ¿No es acaso un evento absolutamente cruel y antinatural? ¿A qué ser demoníaco se le ocurrió que la vida debe terminar? Justo cuando uno empieza a aprender las lecciones de la vida, la muerte aparece decidida a dejarnos a mitad de camino.

Otra vez estoy alejándome del propósito de estas palabras, pero no me hago cargo; les pedí encarecidamente que me hagan saber cuando empiece a desviarme.

Yo no puedo asegurar cuándo mi vida empezó a desviarse. Honestamente, no podría descifrarlo. Es como tratar de desenredar esas luces de Navidad que uno encuentra en la parte superior de un ropero después de casi un año. A uno le gana la desazón con solo mirar hacia atrás; la boca queda seca y el paladar se siente invadido por un sabor a cenizas.

Perdón, no hice más que notar que me fui del tema y volví a hacerlo. Prometo que haré mi mejor intento para ir al punto. No quiero retenerlos.

Todo conduce a la fatal revelación de que estamos inmersos en un enorme fraude. Una gran obra de teatro, donde a veces somos los no muertos que abandonan y otras, somos los no vivos que intentan seguir adelante.  El manual no existe. Al final del camino hay un gran sálvese quien pueda, del modo que sea. En medio de un estadio y otro, vivimos en la ilusión de un aprendizaje trunco. Sentimos tan cerca la revelación de la vida, que la perseguimos, podemos olfatearla, saborearla, incluso casi podemos asegurar que la tocamos. Pero del otro lado del ovillo hay un titiritero maligno, que se divierte sacudiendo nuestros cimientos una y otra vez.

Quizás lo mejor sea aceptar que no hay gurú que nos saque de esta telaraña, que Dostoievsky se confundió al creer que el amor con amor debe pagarse, y que tarde o temprano, hasta el no muerto más pintado acaba por sentirse un no vivo derrotado.

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