viernes, 24 de febrero de 2017

Cocine maestro.

En el post "Pasiones" les conté cómo nació mi amor por la cocina. Un poco comprimido pero suficientemente explicado. La historia es bastante típica, una abuela que empezaba a cocinar desde que se despertaba practicamente.
Al volver del colegio estaba todo casi listo. Las primeras comidas que vienen a mi memoria son de cuando tenía cinco años. En ese entonces enfermé de hepatitis y mi abuela era la encargada de la dieta. Tengo muy presentes unas albóndigas bien sabrosas, con un aroma a ajo, lo suficiente para convertirlas en un manjar y para que yo no esté en condiciones de chapar a nadie.
Los guisos de arroz y de fideos, que no me simpatizaban mucho pero que ahora los preparo con muchas ganas, los pucheros, mazamorra, dulce de leche casero, arrope de tunas, unos bifes bien jugosos (mi abuela me llamaba para que pase el pancito por la plancha, donde había quedado el jugo de la cocción), batatas y zapallos al horno, quinotos en almíbar, tortilla de papas española, zapallitos rellenos, y algunas picadas bien típicas de ella como choclo asado, queso a las brasas y el siempre bien recibido pan con picadillo. Sí, la abuela me enseñó que la felicidad también tiene cara de pan con picadillo. Pero como la felicidad no puede ser completa, siempre había sopa. Hoy amo las sopas que preparo (sepan disculpar mi amor propio) pero en la infancia la sopa era motivo de depresión instantánea.
Nunca faltaban frutas ni verduras afortunadamente, lo que me permitió aprender a comer prácticamente de todo.
Si bien observando podía ver cómo se preparaba todo, recién a los doce pude preparar unas milanesas y fue por una emergencia. Estábamos solos en casa una tía y yo. El resto de las integrantes de la casa de Bernarda Alba había viajado y mi abuela le había pedido a su cuñada que venga a cocinarnos. Empezamos a desconfiar de sus aptitudes cuando la tipa puso a hervir la pava ... vacía. En ese momento tomamos la posta con la Consuelo. Yo hacía las milanesas y ella la ensalada rusa. Las milanesas salieron bastante bien. La Consu tuvo dificultades técnicas con la ensalada. Puso a hervir una docena de huevos. ERAMOS TRES PERSONAS.
Cuando me fui de casa recién pude abrazar la cocina a diario. Lo disfrutaba y hoy lo disfruto aún más. El tupper con mi almuerzo en el trabajo generalmente era motivo de tentación ajena, la cual yo ignoraba olímpicamente por supuesto.
Lucía aprendió a comer de todo mirando desde muy chiquita como yo cocinaba. Sin darme cuenta, estaba replicando el ritual de mi abuela con ella. La enana come también de todo. Y si algo no le gusta es con fundamento porque lo probó.
Ese universo que me regaló mi abuela lo maximicé. Leí, observé, escuché, me gusta aprender técnicas nuevas todo el tiempo. No le tengo temor a ingredientes o recetas nuevas.
Todo tiene que salir perfecto. Un puchero no es simplemente poner a hervir cosas, por amor de Dios, no le falten así el respeto. Cada ingrediente tiene su punto adecuado de cocción y todo tiene que salir al mismo tiempo. Todo alimento que preparo está hecho con mucho amor. Así que cuando comen algo que hice, me están comiendo a mi. No, esperen,estoy exagerando obviamente, pero les estoy dando algo muy importante.
Así que llegado el caso más les vale que digan que está rico. O mueran.

jueves, 23 de febrero de 2017

Welcome.

Me alegra que me hayas dejado entrar esta noche. Por ahora a tu departamento. Ya llegará el momento de quitarte la ropa.
Pero antes cenaremos. Cenaremos y beberemos este vino que seguramente te dará el último coraje para dejarte besar.
Porque pequeña, voy a besarte, pero esos besos serán solamente el comienzo de tu desvelo.
Esta noche seré bienvenido en tu casa y en tus piernas. Ya conozco tu sonrisa. La de tu boca. Ahora voy a conocer la otra, la que escondes.
Finalmente vas a volver a sentirte viva. Y para mañana cuando me vaya, después de que amanezcas sobre mi pecho, seguramente tus vecinos ya se habrán aprendido mi nombre,
Vas a temblar como hoja en otoño mi amor, y descubrirás que con mis manos puedo arrancar los mejores acordes de tu cuerpo.
Voy a convertir cada lágrima que derramaste en orgasmos y sentirás que todos los ruegos que lanzaste en vano a ese tipo fueron sólo un sinsabor que quedó al borde del olvido, solo con la primer noche conmigo.
Llegó tu momento de sentirte amada del modo que mereces. Llegó el momento de que despiertes a mi lado el resto de tu vida.

miércoles, 22 de febrero de 2017

Siestero.

La siesta. Ese momento sagrado que tenía que aceptar sí o sí en la casa de Bernarda Alba. De chico iba al colegio durante la mañana, llegaba a casa entre las  12:30 y las 13:30, almorzaba lo que había cocinado mi abuela y todos a dormir. Menos yo. Pero tenía prohibido despertar a alguien antes de las 17 horas. Esa era la hora oficial de finalización de la siesta. Me permitían quedarme despierto jugando en el más absoluto de los silencios dentro de casa. Estar en la calle a esa hora era sumamente riesgoso. Hubiese estado a merced de las gitanas o del hombre de la bolsa.
Si hubiese tenido hermanos quizás encontrar algo para jugar hubiese sido más sencillo, pero no, la naturaleza y el status de clase media baja me obligaron a ser creativo.
Como no me daba el cuero para comprarme figuritas hasta llenar un álbum yo me las fabricaba. usaba planchas de papel y las dividía en cuadrículas y dentro de cada una dibujaba una camiseta de un equipo de fútbol o una bandera. Después las recortaba y listo. No me vengan con que la calidad no era la misma que las originales porque me van a dar justo en la pobreza.
En esa época nació mi gran amor por Mazinger Z. El único juguete en versión muñeco muy piola que tuve fue de Mazinger. Y creo que sucedió porque puse a mi vieja al borde del suicidio de tanto insistirle que me compre uno.
De todos modos en la siesta aprovechaba para dibujar a Mazinger. Realmente me salía muy bien. Tanto que al otro día vendía los dibujos por diez centavos de austral y me compraba un apretado de mortadela en el recreo. Posta. Lo de "austral" lo omiten por favor, me van a dar justo en la vejez.
Después se pusieron de moda los Transformers. Empecé nuevamente con la táctica de romper los quinotos y un buen día llegó mi vieja con un robot que se transformaba en ... autoelevador. Señora mamá, qué puede tener de intimidante y terrorífico un autoelevador. En fin, era lo que había. Fue volver a la siesta para dibujar historias sobre los Transformers. Novelas enteras me armaba.
Y me la jugué dibujando los robots, recortándolos y armando mis propios juguetes de cartón.
Jugaba en privado obvio, nada de perder el glamour.
Las siestas también eran para leer todas las historietas canjeadas durante la semana, para ver el final de la novela que una de mis tías no podía llegar a ver porque tenía que ir a laburar y para hipnotizar el reloj rogando que lleguen las benditas 17 horas. Creo que aprendí a entender las horas a causa de eso.
Eventualmente recibía la visita de algún primo o prima. Como era de esperar existiendo un pendejo caprichoso por ser el único bendecido en la casa de Bernarda Alba, todo terminaba en la siesta yéndonos a las manos. Pero la siesta era, como les dije antes, sagrada. No se podía despertar a nadie. Así que nos hacíamos recagar en silencio. Nos agarrábamos de los pelos uno a otro, pero muditos.
Las mujeres se despertaban a las 17 y nos encontraban colorados, con los pelos hechos un desparramo, pero callados. Respeto ante todo, carajo.
Hoy la siesta para mi es sinónimo de dormir hasta despertarme sin saber en qué año estoy. De lunes a viernes las laburo y los fines de semana tengo encuentros cercanos del cuarto tipo.
Siesta, no me dejés nunca.

martes, 21 de febrero de 2017

Memorias mínimas de mi muerte.

Hay sucesos que están en mi memoria y no los escribí en los posts titulados "Lo que recuerdo del día que fallecí". Son detalles, quizás no centrales para el relato que dividí en tres historias, pero que no dejan de ser importantes para mi.
Lo primero que tienen que saber sucedió antes de que caiga en coma. En algún momento llegué a desear morir. Yo no estaba bien, nada bien. Y realmente fue algo que deseaba como un acto de liberación. No atenté contra mi vida, pero quizás por eso en el momento en que me desvanecí en la camilla me sentía realmente en paz. La soledad pega fuerte, más aún cuando en teoría deberías sentirte acompañado, más tantos anhelos frustrados...
Sobre mi estadía en coma ya saben casi todo. De mi sueño recurrente y de mi deterioro que avanzaba a grandes pasos.
El afuera estaba interesante. Una cantidad inimaginable de amigos de todas las generaciones se movilizó para que mi familia no esté sola. Se organizaron para que mi vieja pueda estar en los dos horarios de visita de cada día y para que a mis hijos no les falte nada. Amigos, conocidos, gente que no veía hace años, iban al hospital para preguntar sobre mi salud. Algunos lograron colarse y espiarme en modo moriundo on. Cadenas de oración, llamadas telefónicas, mensajes, todo servía.
Una vez despierto me contaron de cuánta preocupación generé. Les confieso que sentir tanto amor es algo que me superó. Nunca fui consciente de que cuánta gente me quería. Y aparentemente era mucha.
Les conté también que al despertar era absolutamente dependiente. Necesitaba que me den de comer y de beber. Mi primer menú una vez despierto fue puré de zapallo. Y la guarnición fue ... más puré de zapallo. A la noche nada. Y al otro día, el primer alimento sólido con el almuerzo: merluza. Con puré de zapallo obviamente.
Estar despierto en terapia intensiva es horrible. La gente se muere al lado tuyo. Sos testigo directo de cómo respiran por última vez sin que nadie esté ahí para tomarles la mano o decirles un último te amo. Morir solos.
Finalmente en la sala común, la cosa no cambió respecto a ver morir gente. Yo mismo estaba en veremos. Sin embargo ahí había esperanzas de vivir. Y ni loco iba a volver a terapia. Me hicieron estudios de todo tipo para chequear que no tenga consecuencias en mi cuerpo. Salvo porque mis pulmones quedaron oscuros, todo lo demás está perfecto. En cuanto al morfi, contrariamente a lo que me imaginé la comida era muy rica. O al menos yo, de buen comer y con mucha hambre, todo me parecía rico. Hasta le terminaba el menú a algún compañero, sobre todo si era pastel de polenta o de papa. Tenía que levantar 15 kilates.
Por las noches me hipnotizaba el ventanal de la sala. Daba al playón de las ambulancias y las luces me atraían. Me preguntaba a quién estarán trasladando. Además, el viento sacudía los árboles cercanos. Viento, hace cuánto que no lo sentía.
Ya saben también que pasé doce días dormido. Una vez que me desperté, estuve tres días sin dormir. Tenía miedo de no abrir los ojos de nuevo.
Mi tiempo se iba charlando con mi familia, leyendo, escuchando música, planeando qué iba a hacer una vez que salga del hospital y tratando de escribir algo. Ah, descifré la clave de wifi de la sala, eso ayudó bastante. La radio se clavaba en aspen o en la cien.
Era invierno. Hacía mucho frío. Si bien había calefacción era necesario sumar alguna frazada. Y en los pasillos los traslados en la silla de rueda hacían que ese frío se sienta más intenso aún.
El personal médico y las enfermeras, todos fueron muy atentos. Si estoy vivo, además de porque el de arriba no me bajó el pulgar, es porque nadie bajó los brazos. Salvo la médica que le dijo a mi vieja que yo no tenía vuelta. In your face.
En los hospitales públicos los estudiantes de medicina rinden materias a libro abierto. Me refiero a con el paciente al lado. Dos veces me tocó que alguien rinda conmigo. Como en el primer caso yo sabía más que el alumno, lo clavaron como tuna. A la segunda le fue bien.
El día que me dieron el boleto de salida mi médica de cabecera de la sala vino y me regaló un beso y una sonrisa. Estaba feliz. Uno que salía vivo.
Pasé un par de semanas recuperándome en la casa de mi vieja y luego volví a mi ex casa.
Allí continué con la recuperación por un lapso de un mes más y uno de esos días sonó el teléfono y era el guardia de seguridad de la facultad de ciencias económicas cuando yo cursaba la carrera de contador. Habían pasado como diez años. Pero él se enteró de mi enfermedad y de algún modo averiguó mi teléfono y quiso saber de primera fuente cómo estaba.
"Vos siempre me saludabas, me preguntabas por mi familia y te quedabas conversando conmigo un ratito."
Ese gesto, mínimo y automático quizás para mi, generó en él la necesidad de llamarme.
Sentirse querido es abrumador, se los dije. Y es inevitable que uno se sienta a veces poco merecedor de tanta demostración de afecto.
Unos meses después todo, todo cambió en mi vida. Ya le contaré más sobre eso. Desde que recibí esta segunda oportunidad aprendí a decir las cosas. Digan "te amo" a diario. Díganselo a sus padres, a sus hijos, a sus parejas. Abracen. Cuiden. Y llegado el caso, digan "no te amo más". Está todo escrito amigos, absolutamente todo. Sólo que todos los días nos despertamos con una página nueva del guión de nuestra novela.
Salud por la vida amigos.

Génesis.

Él iba camino a verla, tejiendo la prehistoria de un beso.
Ella lo esperaba de toda la vida, con muchas dudas y temores, pero algo le decía que él era diferente.
Cuando ella le abrió la puerta, él sintió nervios de adolescente, más precisamente de un adulto oxidado, que estaba frente a una inesperada chance de amor.
Ella: "Bueno, ¿qué vamos a hacer?"
Él: "Sé que tenés dudas, y te entiendo, es lógico que las tengas. Pero no estoy acá para hacerte perder el tiempo. Si vine hasta aquí, es para curar todas tus heridas ... quiero que sepas y estés segura de algo. Desde que te conozco, cada vez que escucho tu voz, que leo un mensaje tuyo, me cambia el humor ... y para bien ... me hace mucho bien saber que estás ahí. Quiero hacerte sentir lo mismo. Si quiero que entres en mi vida, es para ser todo en la tuya. Esa sonrisa que tenés, me agranda el corazón. Pienso en tu sonrisa, y sonrío, como un tarado en plena calle. Pienso en vos cuando sé que no la estás pasando bien, y la paso pésimo, me angustio. Con vos las charlas son eternas, no quiero que se terminen. Te diría que sos un sueño, pero es poco decirte eso. Sos la versión mejorada del mejor de mis sueños. Y tus ojos ... en tus ojos está toda la paz que necesito en mi vida"
Ella, que no podía disimular su sonrisa mágica desde la mitad de las palabras de él, se abrazó a una nueva esperanza.

Ella y él se besaron por primera vez a la vista de todos, en una vereda cualquiera ... que es el lugar donde deben darse los primeros besos que quedan guardados para siempre.

Cambiame la música.

Si bien mis dotes de cantante y bailarín aún no fueron descubiertas, la música estuvo presente en la casa de Bernarda Alba desde que tengo memoria para inspirarme en cada etapa de mi vida.
En casa teníamos un tocadiscos. Para los más jóvenes, era un reproductor de vinilos. Si los buscan en mercado libre hay uno muy piola que me gusta y si se copan todos, hacen una vaquita y me lo regalan.
El recuerdo más viejito que tengo está asociado a ese tocadiscos justamente. Palito Ortega, tangos variados, Horacio Guarany, Cafrune y tarán tarán: Cantaniño y la música del Chavo del Ocho. Tremendo.
Una de mis tías cantaba (y aún canta) todo el día. Así que también formaba parte de los hábitos familiares escucharla cantar un tango lleno de nostalgia o una zamba bien sentida mientras recorría los pasillos de la casa. La Chicha canta bien, y también sabe tocar la guitarra. Yo sirvo para hacerle barra.
Teníamos un grabador y reproductor de cassettes. De nuevo, para los más jóvenes, los cassettes eran unas cajitas con unas cintas enrolladas donde había música. Una de mis tías era la dueña de ese grabador y por ella en casa también escuchábamos Pimpinela todo el santo día. Tanto fue su amor por Pimpinela que usaba cassettes para grabarse a ella misma cantando los versos de Lucía Galán y me usaba a mi, a mis cuatro años para que a su señal diga: “tranquilaaaa”. Era todo lo que me dejaba decir. No tenía permitido hacer de Lucía. Fuimos los precursores del karaoke.
También había una radio que se clavaba en LV7. Recuerdo que lo primero que me movilizó en materia de música “denserio” por la radio fue Miguel Mateos. No entendía nada de lo que decía, pero me hizo ver que había algo más superando la frontera de Cantaniño y Pimpinela.
Se me iba la infancia y entraron a mis registros auditivos Charly García, Guns and Roses, Scorpions, Los enanitos verdes, Soda Stereo y alguna mezcolanza más, como el charly del hip hop argento: Jazzy Mel.
Tomé la posta del grabador, uno nuevo y me dediqué a cazar canciones. Llamaba a las radios para pedir por amor de Dios y la Virgen que pongan tal canción y que no vaya a ser cosa que la pisen hablando así pueda grabarla completa. No, no tenía plata para comprar más cassettes. Me gasté todo con los dos de Jazzy Mel y el de Mc Ninja. En la actualidad sería como romper el chanchito para desperdiciar todo tu dinero en la colección completa de Maluma. Debo confesar que jamás pude conseguir grabar una canción sin que la arruine el maldito locutor de turno, así que los odio a todos.
De repente llegó el cable a casa y bendito sea MTV. El viejo MTV, no la cosa amorfa que es ahora. Antes, cuenta la leyenda que MTV pasaba música. Llegó Nirvana a mi vida. Ayer Cobain hubiese cumplido años y pucha que me dio nostalgia. Enseguida nomás descubrí a Pearl Jam y a Depeche Mode.
A esta altura del partido ya escuché y aprecio prácticamente todo lo que sea música, si es con buena compañía, mucho mejor. Lo que sea música dije. Abstenerse de Arjona, Maluma y Romeo Santos. Yo culpo a la internet y a los taxistas por difundirlos. Aunque Arjona tiene bastante responsabilidad por sí mismo.
Por favor, que la amistad que estamos forjando no se corte por diferencias musicales. Los aprecio mucho a pesar de que anden compartiendo los videos de estos seres por las redes sociales.

sábado, 18 de febrero de 2017

Desesperada declaración de deseos.

La realidad es que no te tengo.
Pero en el hipotético caso que me sucedas, si acaso yo te tuviese, en tus ojos encontraría todo el cielo que necesito.
Si simplemente te despertaras en mis brazos, no habría lugar en mi vida para ese perfume a nostalgia de sucesos no ocurridos que me invade a diario.
Si vos tan solo me vieses del modo en que yo te veo, dejaría de regalarte desvelos en vano.
Si ese día llegase, yo dejaría de conformarme con esa tarde donde el viento sopló a favor de mis deseos y reveló la sensualidad de tu pollera.
Si un buen día pudieses sentir lo que yo siento por vos, como descubro a diario ese conjuro que ata tus sonrisas a las mías, y cómo percibo que hasta de la brisa se desprenden acordes de guitarras cuando te escucho cantar, si lograses experimentar todo eso y darme una mínima señal de que te sucede lo mismo, llegado ese momento, serías mía.
Pero la realidad, (esa realidad monótona, rutinaria y pintada en escalas de grises), es que no te tengo, y que lo único que me pertenece es esta espantosa soledad.

jueves, 16 de febrero de 2017

Street fighter

Mi niñez transcurrió en un barrio de ciudad en los años 80. Podemos llegar a afirmar que mis primeros juegos no eran rudos precisamente. Sucede que mis primeras amistades fueron dos hermanas (más grandes que yo) que vivían al lado de casa (y dale con seguir sumando mujeres a tu vida)
Lo más violento que hacíamos era jugar en ronda cantando frases muy profundas "buenos días su señoría mantantirulirulá". Era inevitable emocionarse cuando llegábamos a "mantantirulirulá"
A mis seis años la cuadra empezó a poblarse de niños, iba a formarse el grupo con el cual pasaría el resto de mi infancia.
¿Las dos hermanas? Siguieron allí. De hecho, siguen viviendo allí. La amistad sigue pero a los cinco años nos peleamos por unas diferencias sobre la canción "Mambrú se fue a la guerra". Me demandaron con mi vieja porque la situación se desmadró. Tuve que recurrir a morder a una de ellas porque estaba siendo sometido contra la vereda de casa. Razones de fuerza mayor claramente. Pero digamos la verdad, yo era quilombero de chico, debo admitirlo. Hijo único, rodeado de mujeres que me complacían en casi todo. Estaba acostumbrado a que el sol gire alrededor mio. Pero el mundo no funciona así.
Empecé a notar que dando órdenes la cosa no funcionaba con los pibes. Tenía que recurrir al plan B. Cagarlos a piñas.
Digamos que el resultado fue variado. A veces perdía. Otras veces perdía. Y algunas veces ganaba. Pero el tipo insistía en pelear.
¿Las razones? Todas.
¿Que no puedo ser el lobo? Piña.
¿Que mi papá no me quiere? Piña.
¿Que el gol no vale? Piña.
¿Que San Martín es menos que Atlético? Piña.
¿Que dijiste de mi vieja? Piña.
No era precisamente el mejor candidato a ministro de relaciones exteriores. En el colegio esa conducta se replicaba. Tenía muy buenas notas, las mejores de hecho, pero todas las semanas el cuaderno de comunicaciones venía cargadito de novedades sobre la pelea de turno.
De esas épocas tengo dos marcas provocadas por piedras en la cabeza, una sobre mi ceja izquierda y otra en la patilla derecha.
Ahora, si bien me encantaba pelear nos proyectemos al pasado. Ahora, de adulto, mido 1.69 m. O sea, no soy Jason Momoa. Es más, si me siento en sus piernas daría la sensación de que me está pariendo. Les decía, imagínense mis dimensiones de niño. Era el cuarto o quinto en la fila del colegio. No era precisamente alguien que intimidaba. Pero ya todos sabían que yo estaba loco.
Mi vieja y el resto de las integrantes de la casa de Bernarda Alba no sabían qué hacer conmigo. Cada mes mi vieja me amenazaba con mandarme a un internado en la cima del monte Everest.
Hasta que un buen día me largué a pelear con Pepe. "Pepe vos sos un hijo de puta" le dije. Les aclaro que yo tenía razón en mi reclamo. El tema es que evidentemente no manejé bien la situación. Yo tenía once años y Pepe era un mastodonte de trece que medía el doble que yo, a lo largo y a lo ancho. Una sola piña le bastó para dejarme un ojo morado y desparramar mi dignidad en la esquina de casa.
En ese momento mi vieja dijo basta. "Usted va a ir a tomar clases de taewondo. Si va a pelear entonces que gane las peleas." Sí, Rocky seguro le copió esa frase a la gringa. La gringa es mi vieja.
Y llegó el tipo a la primer clase. Empecé con cierto recelo, pero le agarré el gustito. Tanto que llegué a cinturón negro. Así que ojito conmigo eh?
Competí, aprendí a defenderme, pero sobre todo, a no pelear. Lo que no consiguieron maestras, madre, tías o abuelas, lo consiguió el profe de artes marciales.
La última vez que me fui a las manos tenía 15 años. Y fue para defenderme de un morochón de 17, cruza de rinoceronte con tanque de guerra. Le gané.
Fui creciendo y las piñas dejaron de venir en carne y hueso. La vida pega más fuerte. La vida pega en forma de enfermedades, de pérdidas de seres queridos, de soledad (aún estando acompañado), de desempleo. La vida pega duro y es injusta y, tal como diría Rocky (o la gringa), no espera a que te levantés. Te va a seguir pegando. Y si uno decide plantarse, entonces mejor que sea para ganar la pelea.

miércoles, 15 de febrero de 2017

Monólogo.



Él prácticamente no durmió la noche anterior a verla. Pensó y midió con precisión matemática cada una de sus palabras. Finalmente, con una cara mitad desvelo, mitad ansiedad, se subió al colectivo que unía su casa con el lugar donde ella habitaba.
Iba con nervios de primera vez, era casi un chico nuevamente.
Se bajó del colectivo y caminó los cien metros que lo separaban de ella.
Cuando llegó, tuvo que respirar hondo más de una vez antes de empezar a hablar. Le temblaba hasta la fibra más íntima de su cuerpo.
Obvió las formalidades y se sentó cruzando las piernas, directamente sobre el piso.
Él: "¿Te acordás que cuando éramos chicos nos sentábamos así a jugar y nos peleábamos todo el tiempo? Eran peleas tontas, por un juguete, por zonzeras ... qué tarados eramos no? Qué se yo, quizás porque eramos pendejos ... (él se mordió los labios y continuó) ... sabés que este fin de semana estuve pensando en nosotros. Y mucho. Recordé cada uno de los momentos que vivimos. Tengo en mi memoria cada palabra que te dije. Hasta puedo traer al presente con exactitud cada sonrisa que me regalaste ... vos te debes acordar la noche que te dije lo que sentía por vos ... yo pensaba qué hacía un papelón irremediable y vos estabas ahí, magnífica, esperando a que yo termine de hablar y como no terminaba nunca me comiste la boca de un beso. Te amé así, impulsiva ... desde el minuto cero, y no me arrepiento de un solo segundo de los que te brindé. Sí me arrepiento de los momentos que te mezquiné. Qué imbécil! Sabés cómo pienso y pienso en qué hubiese pasado si yo hubiera hecho tal cosa y si así era quizás el destino era diferente? Y es al vicio, porque la macana ya está hecha, yo te dejé sola ... fue mi culpa, yo te encontré y también te perdí de puro destino ... yo .... perdoname que llore como un tarado pero es que te extraño demasiado y me cuesta ver tan grande la casa desde que te fuiste."
...
Él miró en otra dirección, con sus ojos enrojecidos y una voz cada vez más ronca.
"Mirá, también quiero decirte que sé que él vino a verte. Sé que lloró, que rogó, que maldijo. Lo sé. Lo vieron y me contaron todo. No tengo celos. Me da pena."
Volvió a mirar directamente hacia ella, fijamente.
"¿Sabés cuál es la diferencia entre él y yo? Yo no necesité perderte para saber quién eras vos. Yo me quebré por vos mil y una veces y lo volvería a hacer. Por eso él me da pena. No, no son celos en absoluto, para nada, asi que no equivoques conmigo … no de nuevo.
...
Me duele no tener a mi compañera, ... ¿no te jode que me quede aquí un ratito? No voy a decirte más nada, sólo voy a mirarte, puede ser? por favor, te juro que es sólo por un ratito"
...
Él se quedó contemplando el horizonte, con la mirada extraviada y recién cuando se sintió listo, se despidió de ella. Lanzó un te amo al aire y una mirada de no te olvido. Acarició un mármol frío y besó un bronce inerte.
Tan diferentes a la calidez que supo existir en ella.

lunes, 13 de febrero de 2017

Mes uno.

Como si fuese la compuerta de un dique que se abrió me largué a escribir hace un mes. En realidad, escribir, escribo casi a diario. A veces son frases sueltas que llegan de repente a mi mente en medio de una charla que no tiene nada que ver y otras veces llegan a mis silencios.
En otras oportunidades escucho algo que actúa como un disparador. Por eso ando siempre con papelitos y una lapicera y si la inspiración me agarró desprevenido el celular también es de utilidad.
Les decía que venía escribiendo siempre, la diferencia fue que hace un mes decidí publicar mis escritos.
Mis expectativas eran modestas, llegar a unos 50 seguidores en facebook y unas 10 lecturas diaras en la web. Con eso era más que feliz. Iba a compartir literatura. No eran gifs, no era humor liso y llano, no eran minas en bolas, no era nada masivo, así que esas cifras eran bastante realistas.
La realidad fue otra. Las cifras pueden seguir siendo modestas comparadas con sitios muy populares pero en verdad estoy orgulloso de lo logrado hasta aquí.
180 seguidores en la página del facebook y casi 3.000 visitas en un mes para el blog. Nada mal para un primer mes.
Gente que llegó al blog de lugares inesperados. Los dos de Tailandia estoy seguro que llegaron perdidos en la web.
Empecé escribiendo para mi. Y sigo haciéndolo ahora para ustedes también.
Me llena el alma saber que alguien destina algo tan valioso como su tiempo para leer mis publicaciones. Y me hicieron muy feliz cada uno de los comentarios y mensajes privados que me enviaron. Les agradezco a todos los que confiaron algunas de sus experiencias de vida.
Les escribo historias simples, comunes, de un tipo simple y común, al cual quizás le sucedieron muchas cosas ... Pero estoy hecho de esas cosas y de las personas que pasaron por mi vida. Lo que leen, es lo que hay, y así como les escribo, hablo.
Los quiero mucho, gracias por estar ahí, ahora los dejo, me voy a escribir un rato.

PD: escribir es una de mis pasiones (la otra es cocinar, ya lo saben) Mis pasiones no me sirven para llegar a fin de mes, simplemente me equilibran la vida. PEEEEERO si ustedes empiezan a compartir el blog o a sugerirles a sus amigos las publicaciones, quién te dice y me salvo. No, mentira, no están obligados a hacerlo. Pero si no lo hacen es probable que tengan diez mil años de mala suerte.

sábado, 11 de febrero de 2017

Sentidos.

Si hay un talento del cual carezco, es el de ser disimulado.
Sé que me descubriste mirándote mientras conversas con tu amiga.
Sé también que notas que me doy vuelta para ver cómo te vas cuando te cruzo en algún pasillo.
Y seguramente notaste que hasta mi respiración cambia cuando escucho tu voz.
Pero hay cosas que aún no descubriste.
Si pudieras ver mi alma, descubrirías todas las palabras que te escribo en silencio.
Y si alguna vez descubrís mi cama, te aseguro que sentirías de todo, absolutamente todo, excepto frío.

viernes, 10 de febrero de 2017

Kindergarten.



El tiempo pasa muy rápido a los cuatro años. Todo es poco. Y uno a esa edad siempre quiere más de todo. Yo quería leer sin fin. Aprendí a leer a la fuerza, de tanto escuchar y de tanto ver leer. Tenía esa edad cuando agarré el diario y empecé a recitarle a mi abuela las historietas. Olaf el vikingo, Quintín, Popeye el marino y un par más.
Hasta que empecé el jardín de infantes ya había leído todas las historietas que una vez a la semana una de mis tías canjeaba en El Loro Viudo (un negocio de canje de libros y revistas), la sección de Deportes del diario, un atlas del cual me aprendí los nombres de todos los países, sus capitales y sus banderas. Si hubiese estado el programa de Susana en ese momento seguro me hacía famoso.
Pero no, no hubo ni habrá fama, al menos por ese tema.
La cuestión es que arranqué el jardín sabiendo leer de corrido, escribir algunas expresiones, contar hasta mil, hacer sumas y restas básicas y todo por culpa de la casa de Bernarda Alba.
De repente estaba en medio de treinta incivilizados de los cuales me espantaba que no le hagan caso a la maestra. La maestra me generaba compasión por tener que lidiar con seres sacados de una mala remake del planeta de los simios.
Dejó de darme compasión cuando me dijo que hasta que no me integre con mis compañeros no iba a izar la bandera. La izaron todos. TODOS. Menos yo. Maestra si estás leyendo esto, quiero que sepas que voy a entrar una noche de éstas a la escuela Yrigoyen y voy a robarme esa banderita.
Empecé el operativo resistencia y me hice amigo de la conserje. Doña Yola era la conserje. Ustedes podrán imaginarse el tenor de esas charlas, “qué está haciendo señora”, “por qué”, “por qué del por qué” y hacer catarsis sobre lo aburridas que eran las clases.
Qué podía haber de útil en compartir mesa con estos imberbes. Salvo cuando Matías llevaba sus galletas “merengadas”. Él me convidaba y me aseguraba que si las comía iba a tener grandes músculos. El paquete de las galletas tenía un gatito que mostraba sus bíceps, así que su teoría me pareció sensata. Matías, cada vez que como merengadas me acuerdo de que fuiste el único medianamente razonable en el jardín de infantes.
El operativo resistencia tuvo su contraataque. Era castigado por parte de la maestra. El castigo consistía en sentarme al lado de una nena. EL HORROR. No le bastaba privarme de izar la bandera, evidentemente me quería ver muerto.
Sobreviví al jardín de infantes sin pena ni gloria, llevándome medio paquete de merengadas por semana, la mitad del año sentado con una nena, y mirando de lejos  la bandera.

miércoles, 8 de febrero de 2017

La enfermera.

Ella hizo el curso de enfermería de ATSA. No estudió por vocación aunque amó su trabajo hasta el último de sus días. Era la salida laboral que tenía una jovencita que fue expulsada de su casa en el interior de Tucumán y que tenía que empezar a construir su futuro.
En esa época mi vieja asistía todos los días con un guardapolvos blanco impecable, usaba unos zapatos cómodos para bancarse las largas caminatas hasta las clases y un par de anteojos grandes, como solían usarse en los años 70.
Fumaba Imparciales, de los negros. Consumía sin piedad una caja por día. O dos.
Logró recibirse y empezó a trabajar en el Obarrio. Un par de años despúes salió de ese lugar para empezar en el hospital que fue su casa hasta jubilarse, el Centro de Salud.
Paralelamente al Centro de Salud siempre laburó en al menos un lugar más. ADOS, el policlínico ferroviario, el Padilla, todos ayudaban a llevar el pan a casa.
Un buen día mi vieja se enamoró. Ya les conté esa historia y quien les escribe es el fruto de probablemente una siesta tramposa.
La cuestión es que mi vieja además de cortar la relación con mi viejo abandonó a los Imparciales negros.
Estar en la casa de Bernarda Alba servía para que siempre exista una mujer a mano para cuidar que yo no me mate. En realidad era un nene muy tranquilo. Tan sólo necesitaba que me alimenten y me lean.
Una vez que superé el aburridisímo jardín de infantes empecé la primaria en el Colegio San Carlos. Un delantal celeste, pantalón gris, camisa blanca y corbata roja era el disfraz de turno. Horrible. Y de postre, una mochila en la que parecía que llevaba un cadáver todos los días. Era inmenso y no había relación entre mi cuerpo y el aparatoso bolso.
Ya saben también que era mi abuela la que me buscaba a la salida del colegio. Y que un buen día a mi vieja se le ocurrió buscarme en el Chevy y que gracias a Dios esa experiencia no se repitió.
Ok, la novedad es que mi vieja era quien me llevaba al colegio con una pequeña diferencia horaria. Ella entraba a las 7 y yo a las 8:30. Entonces el operativo era el siguiente, salir a las 6:15 de casa, ir al hospital con mi vieja y quedarme sentado en la oficina de las enfermeras hasta las 8:15, momento en el cual mi vieja se escapaba para depositarme en el lugar donde yo vendía dibujos hechos a mano para comprarme un sánguche de mortadela. Ya les hablaré de eso.
En ese lapso mi tarea era ayudar a hacer el inventario de medicamentos o escuchar atentamente como mi vieja (que era la jefa de la sala 3) las tenía zumbando a sus compañeras.
Mi vieja estaba en todas, era de esas enfermeras de alma, que siempre estaban con una sonrirsa y enormes dosis de compasión hacia el paciente. Capaz de discutir a grito pelado con el director del hospital para reclamar alguna injusticia y al mismo tiempo de llorar amargamente cuando perdía a un internado.
Esa etapa duró hasta tercer grado. Para entonces la mochila fue reemplazada por un portafolios. Pero a pesar de no tener que amanecerme en el hospital casi a diario a la salida del colegio iba a saludar a mi vieja. Me conocía esos pasillos de memoria.
Casualidades de la vida o cosas de Dios (siempre elijo lo segundo) cuando salí del coma hace unos años y me pasaron a sala común, fui a parar a mi querida sala 3.
Y ahí estábamos, mi vieja y yo. Ella cuidándome a toda hora y yo dejándome cuidar.
Una vez más me recorrí esos pasillos que antes supe apreciar haciendo carreras o evitando pisar las líneas de las baldosas. Esta vez lo hacía en camilla o en una silla de ruedas.
Fue inevitable empaparme de esos recuerdos de la infancia esos días que estuve en la sala. Cada visita que recibía de las enfermeras traía a mi mente los gestos de mi vieja y sus compañeras.
Qué grandes son las enfermeras. Qué poco las reconocen y cuánto ayudan a que uno se recupere. Ellas son las que luchan contra la falta de insumos y de interés, las que sonríen a pesar de todo, las que caminan por horas, las que te dan ánimo para recuperarte.
Salud por ellas, y salud por mi vieja, que ya se jubiló pero que sigue despuntando el vicio colocándole inyecciones a los vecinos.

PD: debe conocer los culos de la mitad del barrio, mínimo.

martes, 7 de febrero de 2017

La presa.

Evidentemente las cosas entre vos y yo se están poniendo calientes y lo digo en el sentido más literal de la expresión. Así que espero por tu bien que no te quedes a solas conmigo esta noche. Será mejor que ruegues a que el destino no te deje a mi merced.
Personalmente me estoy cansando de estar agazapado para cazarte y te escapes en el último instante sabiendo que estás buscando lo mismo que yo.
Te lo repito, sería mejor para vos que esta noche inventes algo para evitar que te lleve a mi cama.
Y si llegado el caso tu creatividad no está de tu lado y te quedas sin escapatoria, te advierto querida que te haré gemir como si hablases lenguas muertas, se te pondrán los ojos en blanco como si estuvieses poseída y los dedos de tus pies se retorcerán durante horas hasta quedar entumecidos.
Te haré gritar mi nombre mil veces, y bendecirás el día en que fui concebido, dirás todas las groserías que tienes guardadas y te quedarás deshidratada porque voy a beber hasta tu última gota.
Tus pechos se pondrán duros como si fuesen a estallar y tus uñas se clavarán en mi espalda aferrándote a ella como si tu vida dependiese de ello.
Temblarás, temblarás como si te hubiesen rescatado de un río impetuoso y quedarás exhausta, deseando que llegue pronto un fin de semana largo para recuperarte. Te agitarás con movimientos que desconocías que podías lograr.

Haré que pidas más y más. Te quedarás obsesionada con esta noche y cuando quieras más de mi te prometo, te aseguro, que voy a atravesar tu corazón con una daga, porque para repetir la experiencia de esta noche vas a tener que empezar a enamorarme.

Azucaaa!!!

El que se casa, casa quiere y el que se divorcia casa no tiene. Y tampoco tiene cables a tierra. Al menos a mí la distancia entre cada día de visita a mis hijos se hacía eterna. En esos días que transcurrían solamente veía pasar la vida.
Ya les conté también en el primer post que tengo tres mejores amigas. Una de ellas me hizo una propuesta indecente: me pidió que la acompañe a tomar clases de salsa y bachata en una academa porque si llevaba acompañante le hacían descuento en la cuota. Forra, pero la quiero mucho.
Me compré un par de zapatillas verdes y fuimos a una academia en la cual no encajamos. La clase estaba compuesta por 30 mujeres y yo. La profesora tenía unos agudos muy importantes al impartir las indicaciones lo que tornaba todo más irritante. Dos clases duramos y tiramos la toalla.
Hasta que mi amiga vio otra posibilidad en otro lugar. Nos citamos y la maldita no fue. Llegó el mocho y fue amor a primera vista. No, mentira. Pero casi. Mocho te quiero. Volvé.
Después fue llegando el resto de la tropa. Las personas más lindas que había conocido en mucho tiempo. Las personas que justo necesitaba encontrar. Creo que ellos no saben que me rescataron de un pozo. Ellos y la pareja de profesores. Sobre todo la profe. Una de esas personas que te llegan al alma, un ángel.
De compañeros de baile a la amistad no había distancia y tomar unas birras a la salida se hizo necesidad. Nos contábamos la vida. Sí, la birra une.
De repente tenía un cable a tierra: el baile. Yo, con toda mi dificultad para coordinar movimientos (entiendan que mi cuerpo está diseñado genéticamente para bailar rap y hacer la caminata lunar solamente)
A pesar de ese pequeño contratiempo teníamos que hacer una presentación ante el público. Muy corajudo el tipo. La canción elegida era "La lotería". No, muy probablemente no la conozcan. La salsa y la bachata es un submundo muy especial. La bachata vendría a ser un modo legal de arrimar el bochín. Y la salsa es más divertida. Tengo mucho cariño por esos meses.
Sepan todos ustedes amigos de salsa y bachata que los quiero muchísimo. Y que me hace muy feliz que algunos de ustedes me lean. Este ser tiene mucho de lo que ustedes le dieron.
GRACIAS.

lunes, 6 de febrero de 2017

Todos nacemos sapos.



A la primera persona que le dije esa frase fue a mi papá. Fue en la última charla que tuvimos. La conversación de las confesiones y de los perdones que ya supe compartir con ustedes.
No creo ser el dueño de la verdad y cambio de opinión con cierta facilidad. Pero hasta el día de hoy sostengo eso: todos nacemos sapos. Varones y mujeres. Nadie nace príncipe azul ni princesa soñada.
Personalmente tuve mis momentos en que llegué a ser el príncipe azul para alguien, pero también otros donde retrocedí hasta renacuajo. Y a veces fui el príncipe azul para la persona equivocada y también el renacuajo con quien no lo merecía.
Fue afectuoso, atento, caballero, romántico, pervertido pero también desatento, frío, hiriente e infiel. De repente dejé de ser un niño pero a veces me seguí comportando como tal y no en el buen sentido.
Pero también vi las dos caras de la moneda en mis parejas.
No me privé en mis relaciones, me casé con mi novia número trece. Sí, justo. Tuvimos una primera mitad muy buena pero todo se fue al carajo en algún momento. Nadie vive del amor pero si el amor se va, no queda nada. Me quedaron dos hijos hermosos que me quitan el aliento tan solo por pensar en ellos. Separarse de la pareja no es duro. Duro es dejar a tus hijos cuando vivías para ellos. Para mí ya no existen las charlas difíciles después de haberle contado a Lucía que su papá se iba y haber tenido que soportar, solo, sus ruegos y ver correr los lagrimones más grandes que vi en mi vida. Todo lo que sigue es un juego de niños.
Me fui de la casa que construí pero que dejó de ser mía una medianoche cargando mi ropa y calzado en unas cuantas bolsas de consorcio.
Fer: “Ma, me separé, llego en veinte minutos.” Y hasta luego.
Uno pierde el norte. Hace menos de un año salía de una enfermedad que casi me arranca de este mundo y ahora estaba separado de mis hijos, de lo único que me motivaba a salir de esa cama en el hospital. Y no era fácil, había un llanto agazapado al caer la noche que terminaba por arrebatarme las madrugadas.
Tomé clases de baile, sí, de salsa y bachata para ser más preciso, pero eso merece post aparte. ¿Quién ser, qué ser? Mi mente era la tormenta perfecta.
En medio de esa tormenta me enamoré. Cómo empecé esa relación también merece post aparte. Esa relación, por la que nadie hubiese dado dos pesos aguanta, vive y resiste todas las tormentas que llegaron. Tormentas ajenas y propias. Que esa mujer sacó lo mejor de mi no tengo dudas. Que si estaremos juntos toda la vida no lo sé. Pero me sigue poniendo intranquilo cuando no me manda un mensaje para saber si llegó bien y eso, creo, significa mucho.
Ayer escribía que ojalá nunca me falte alguien a quien dedicarle algunas líneas. Dios quiera me broten mejores palabras que estas que le escribí una noche de luna llena en Cafayate:

Historia.

Esta es una historia que se escribe a dos manos,
una tuya y una mía.
En esta historia yo descubro,
y vos sos gema escondida.
Descubro que el sol y tu piel
hablan el mismo idioma;
que tus caricias reparan cicatrices,
y que tus labios esculpen brasas de un fuego eterno.
En esta historia yo te descubro cada amanecer,
y vos conseguís resucitarme cada día.

Manual para matar.

¿Cómo matar a un no muerto? Lo sé, parece una pregunta estúpida, y quizás lo sea. Jamás me agradaron los dueños de verdades y no pretendo tr...