domingo, 25 de agosto de 2019

Cargo y ofrezco

Puede que no tenga mucho para ofrecerte.
Cargo con un par de derrotas,
un vacío en el alma que me resulta difícil de llenar,
una cabellera en retirada,
un humor que se resiste a ser dominado,
un cuerpo de segunda mano,
unos pulmones que quizás jueguen tiempo de descuento,
una cantidad enorme de tardes de domingos,
unas cuantas cicatrices, de esas que dejan una marca en la piel y de las otras,
unas cuantas historias bien o mal escritas,
y con unos cuantos talentos que me apena enumerar.
Sin embargo, me gusta pensar que por un momento, te pertenezco, haces de mi lo que se te antoja y viceversa.
De repente hasta mi cuerpo reverdece si cruzas tu pierna sobre las mías y apoyas tu cabeza en mi pecho.
Y resucito, logro ser un hombre nuevo, me bautizas y todas mis cargas quedan atrás.
Puede que no tenga mucho para ofrecerte; muchas cargas y unos pocos dones que me apena mencionar, pero creo que aún soy digno de sacarte una sonrisa.

viernes, 9 de agosto de 2019

Arte.

A menudo encuentro arte.
La encuentro en la fachada de una casona vieja. En la risa de los niños. En un mural al que nadie le presta atención.
Hay arte por todos lados.
Pero sin duda, cuando estoy con vos, hay arte de principio a fin.
Disfruto jugando a ser escultor tallando cada uno de tus rincones o simulando ser un chef con una estrella Michelin comiendo y bebiendo de vos.
Estoy seguro además de que para pintar no hay lienzo más bonito que tu cuerpo, y que a falta de pincel vas a tener que reconocer que soy muy hábil con mis manos, mi boca y mi miembro.
La literatura nos invade cuando te invito a conjugar el presente y el futuro del indicativo del verbo acabar, y hasta el teatro más precioso se sentiría avergonzado de escuchar la música de nuestros gemidos.
Hay arte hasta en esa búsqueda del tesoro que implica encontrar los aros que se pierden entre las sábanas.
Hay arte cuando respiro de vos. Y cuando respiras de mi.
Hay arte en tu sonrisa.
Museo y musa; donde encuentro y donde nace el arte.

viernes, 2 de agosto de 2019

La herencia.

Fui a buscar en el mayor de los silencios una cuchara en la cocina, aprovechando que mi abuela me daba la espalda. Caminé en puntas de pie en dirección a ella y a toda velocidad introduje el utensillo en la fuente con la pasta que recién terminaba de preparar para las empanadas.
Apenas alcancé a escuchar el "salí de acá chango de mierda" que ya estaba corriendo con la cuchara en la boca hacia el fondo de la casa. Había triunfado.
Era un clásico de mi infancia. El juego del gato y el ratón con mi abuela materna que se repetía con las papas fritas y las salsas.
Seguramente ella me heredó el amor por la cocina. Las bases están ahí, en las manos de esa gallega de bronca rápida (que también supo heredarme)
Todas mis creaciones culinarias tienen su génesis en sus guisos, estofados, pucheros, milanesas, bifes, pollos al horno, salpicones de ave, tortillas de papa, zapallitos rellenos y de otras preparaciones menos elaboradas pero que disfruté muchísimo como galletitas con picadillo o paté o un sánguche de caballa o sardinas con cebolla.
Nunca me dejó tocar ni una hornalla, así que yo me limitaba a mirarla y a leer libros de cocina. Sí, leía libros de cocina desde los 8 años, un poco porque ya no sabía qué más leer pero otro poco porque me fascinaba el proceso de transformar un grupo de productos en un plato servido.
Dicen que cuando dejamos este mundo seguimos vivos en los pensamientos y en los actos de quienes quedan. Bueno, seguramente hay bastante de la Maga en mi cuando cocino.
A tu memoria, que sigue viva cuando cocino (y cuando me enojo) van estas líneas. Espero sigas orgullosa de mi.

Manual para matar.

¿Cómo matar a un no muerto? Lo sé, parece una pregunta estúpida, y quizás lo sea. Jamás me agradaron los dueños de verdades y no pretendo tr...