miércoles, 28 de febrero de 2018

Charlas filosóficas.

No todo es juego, cocinar, leer cuentos y ver dibujitos cuando estoy con mis hijos. Ni amenazarlos con que voy a regalarlos. No señores. También conversamos. Gracias a Dios hay mucho diálogo. Y les aseguro que esas charlas no son para nada aburridas y tengo que estar muy atento a qué contestarles porque sus preguntas son, muchas veces, inesperadas.

Lucía: "Papá, ¿te acordás de cuando yo era chiquitita y vos me bañabas?"
Fer: "Claro amor."
Lucía: "Extraño mucho eso ... mis amigas quieren ser grandes pero yo no quiero, yo no quiero crecer."
Fer: "¿Por qué vida?"
Lucía: "Porque cuando sea grande ya no voy a querer jugar con vos ni voy a poder hacer ninguna otra cosa que ahora hago con vos."
Fer: "Bueno amor, son etapas de la vida, todos tenemos que crecer."
Lucía: "Pero yo no quiero."
Fer: "Pero habrá otras cosas para compartir seguro, saldremos a tomar algo, a pasear, no sé, ya se nos van a ocurrir."
Lautaro: "Yo ya soy grande. Antes era bebote, después fui pequeño y ahora ya soy grande. Después que empiecen las clases, cuando venga mi cumpleaños, quiero que lo llamen a Spiderman."
Fer: "Bueno enano, voy a ver si puedo ubicarlo."
Lautaro: "¿Sabés que estoy de novio? Yo no sabía."
Fer: "La verdad chango que yo tampoco, ¿cómo es eso?"
Lucía: "La Guadalupe está enamorada de él y de Pedrito."
Lautaro: "No entiendo por qué está enamorada de mi."
Fer: "Y debe ser porque le gusta jugar con vos."
Lautaro: "A todos lados me sigue. Si me voy para un lado, está detrás mio, si me voy a otro, está oooootra vez conmigo."
Fer: "¿Y a vos no te molesta que también esté enamorada de Pedrito?"
Lautaro: "No. Ella está re loca papi. La Lucía también tiene un novio ... Juan Martín."
Lucía: "No es cierto papá, no le creas nada."
Fer: "Bueno amor, pero esas son cosas que van a pasar en algún momento, algún día se van a poner de novios, se van a casar, van a tener hijos."
Lucía: "Yo no me voy a casar. Tampoco voy a tener hijos. Voy a ser la tía de los hijos de Lautaro."
Lautaro: "De los que tenga con la Guadalupe."
Lucía: "Y voy a estudiar arte para enseñarles a pintar a otros niños."
Fer: "Me encanta enana, bueno, yo voy a ser el abuelo de los hijos de Lauti entonces."
Lautaro: "Vos ya sos viejo papá."
Fer: "Pendejo atrevido."
Lautaro: "Sí ... mirate las canas."
Fer: "No son canas, son cabellos vintage."
Lucía: "Son canas papi, ya estás viejito ... y panzón."
Fer: "Pendeja de mierda."
Lucía: "Papá, ¿por qué mis amigas se despiertan tan tarde? "
Fer: "Porque se acuestan muy tarde amor, como los padres se duermen tarde, ellas también."
Lucía: "Pero son unas tontas papá, la vida es más linda por la mañana."
Fer: "Pienso igual que vos."
Lucía: "Papí ... ¿por qué cuando uno es feliz el tiempo pasa tan rápido?"
Lautaro: "Es verdad, cuando yo juego con Pedrito al ratito me estás llamando para entrar a la casa."
Lucía: "No es justo ... y los momentos tristes pasan muy lento."
Fer: "Es normal amor, cuando está contento, cuando uno la pasa bien, el tiempo pasa volando y cuando la pasamos mal sentimos que no, es solo una sensación, el tiempo siempre va al mismo ritmo."
Lucía: "Pero no debería ser así. Yo quisiera vivir en un frasquito que esté hecho de tus abrazos."
Fer: "¿De dónde sacás esas ideas?"
Lucía: "No sé, me vienen a la cabeza ... es que estoy un poquito loquita."
Lautaro: "Mi hermana está reloca papá también"
Fer: "¿Quieren ir a la plaza un rato?"
Lucía: "No, nos quedemos en tu cama, poné mi canal en Netflix."
Lautaro: "Pero vos acostate en el medio papá, nosotros te abrazamos. Y después poné mi canal."
Fer: "Bueno, pero yo manejo el control remoto."

No sé qué nos deparará la vida. Pero el tiempo que nos quede, que sea siempre así, conversando con esa naturalidad.

lunes, 26 de febrero de 2018

Réquiem para un amor.

Me acuerdo de todo de la noche que nos besamos por primera vez. De todo. De la canción que sonaba de fondo en ese bar. De la ropa que él traia puesta. De qué le pedí a mi peluquera que me haga. De su perfume. De cada prenda que me puse, cada una de ellas calculada con precisión matemática. De mis nervios. De los suyos.
Recuerdo el momento en que me avisó que estaba afuera del edificio. De cómo se quedó mirándome cuando me vio salir. Que me tomó la mano con total confianza y yo me aferré a la suya como si lo conociese de toda la vida.
Tengo grabado a fuego en mi memoria que ese primer beso tenía muchas ganas contenidas de parte de los dos.
Fue el mejor primer beso de toda mi vida. Y la mejor noche de amor. La primera de muchas.
Nada me hacía sentir más segura y protegida que dormir en sus brazos.
Y despertar a su lado era el mejor regalo que me podía ofrecer la vida. Sonreir era inevitable. Ver su sonrisa me resultaba imprescindible. Su "buen día mi amor" era el mejor desayuno que podía consumir.
Quisiera saber el momento exacto en que todo empezó a derrumbarse. En un fenómeno de la naturaleza, en un acto violento perpretado por el hombre, uno puede detectar el instante cero. Es triste, pero no puedo decirles con exactitud cuándo comenzó la agonía.
Es que no hubo un solo hecho, está claro.
Fue una sucesión de errores. Un tsunami de actos de mala fe de parte de ambos. Cometimos los peores crímenes con absoluta impunidad. Nos creimos más importantes que el amor que nos unia.
Recuerdo todo de esa primer noche. No voy a olvidarla jamás.
De la última, de esa noche que nos despedimos en otro bar, sólo tengo en mi mente el abrazo final. Ese abrazo del que no quise salir, pero tenía que hacerlo. No recuerdo qué canción sonaba, ni qué tenía puesto él ni yo. No venía al caso.
Al fin de cuentas, ésta vez él no iba a subirse al taxi conmigo. Me fui a envolverme en mi soledad.
Y él, a ahogarse en sus propios fantasmas, esos fantasmas que lo atormentan por las noches y lo desvelan.
Esos fantasmas que solo yo puedo espantar.

lunes, 19 de febrero de 2018

Imagino.

La imagino. La pienso. La creo y la recreo.
Ella parece haber salido de un sueño.
Probablemente sea de las que te roban una camisa o una remera y te resulta imposible de creer que esa prenda le quede mejor a alguien más.
Quizás sea de las que muerden al besar, de las que generan una revolución hormonal con una mirada, de las que abrazan después de hacer el amor y logran que te preguntes si antes de verdad habías hecho el amor.
De las que te devuelven un audio de tres minutos o un testamento que te hace pensar que el "escribiendo" no termina más, pero que a la vez podés notar que los latidos de tu corazón se aceleran cuando finalmente llega ese mensaje.
De esas que buscan refugio en tus brazos como si fuese una niña indefensa pero al mismo tiempo es capaz de lanzarse en paracaídas, confiando totalmente en instrucciones a las que seguramente no les presta atención.
De esas mujeres que se emocionan con películas o con canciones tristes pero que cantan mientras limpian o cocinan o mientras se bañan.
Probablemente sea una fugitiva de las sábanas frías y te contagie sus escalofríos cuando pega sus pies a los tuyos.
Estoy seguro de que no tiene ningún apuro para salir de la cama, que consigue transmitir toda la paz que uno necesita con una caricia y con un "quedate conmigo un ratito más".
De las que tienen defectos que jamás serán un problema para uno, de las que caminan bajo la lluvia, de las que siempre tienen antojos de chocolate, aunque sea pleno verano.
De esas que te abrazan por detrás y te besan hasta que te olvidas de todos los problemas que hasta ese momento te hacían sentir en un callejón sin salida.
De esa clase de mujeres cuya carcajada no pasa desapercibida, que es capaz de ganar un concurso de eructos y a la vez ser una princesa de Disney.
De esas que tienen uno que otro tatuaje y te hacen pensar que no existe lienzo más bonito en todo el planeta.
De esas que te manda un emoticón y tu rostro no alcanza a cobijar tanta sonrisa.
De ese tipo de damas que se enamora varias veces durante el mismo día, a veces de un vestido en una vidriera, de unos aros, o de un par de zapatos en oferta mentirosa.
Quizás sea todo eso y quizás algo más. Al resto de las escenas que imagino, me las guardo para mi.
Pero si de algo estoy seguro es que nada, nada la volvería tan loca como un beso, un buen beso, de esos que llegan por la espalda cuando ella no se lo espera.

viernes, 16 de febrero de 2018

Latidos.

Este verano me fui de vacaciones por primera vez solo con mis hijos (o sea, con mis bendiciones)
Cuando me puse a pensar que después de casi cuatro años de no convivir con ellos nunca habíamos viajado juntos sentí un vacío enorme en el alma. No entiendo los por qué, porque no existieron, hubo excusas y punto. En éste espacio puede sonar un tanto idealizada la relación con mis hijos pero no es así. Hay enojos, omisiones, y muchas batallas en medio.
Necesitaba llenar ese hueco.
Siempre salimos a dar paseos pero no es lo mismo que vacacionar.
Durante las vacaciones la convivencia es especial. Para bien o para mal.
Este viaje fue organizado a las apuradas. No tuve mucho tiempo de planificar las cosas y yo, planificador hasta el último detalle de cada aspecto de mi vida (y a veces de vidas ajenas), estaba un tanto intranquilo con ese tema.
De todos modos, estoy habituado a manejarme solo con ellos. Tengo muchas horas hombre cambiando pañales, haciendo dormir, despertando, alimentando, bañando, cambiando, planchando, medicando, jugando y sobre todo, cuidando que no rompan nada ni se maten entre ellos.
Armé un cuadrito con los posibles paseos y los horarios, separé el dinero para cada actividad, saqué los pasajes y un amigo, dueño del hostal adonde nos alojamos, nos reservó una habitación.
Si bien existía un plan, tenía un gran objetivo en mente: que ellos se llenen de recuerdos lindos para siempre.
Salimos muy temprano, casi de madrugada rumbo a Cafayate. Cafayate es un pueblito en Salta, rodeado de viñedos y por ende de buenos vinos. Para mi gusto, el mejor torrontés de la Argentina sale de Cafayate. Mendoza puede quedarse con el trono del malbec. Es un pueblo de altura, en medio de los valles calchaquíes, con montañas agrestes alrededor. Un paisaje totalmente diferente a la selva montañosa de Tucumán. Cafayate es seco, llueve muy poco y el sol es engañoso, parece que no pero pega con intensidad. Sino, pregúntenle a mi nariz pelada.
Subimos a un colectivo que hizo todo el camino bordeando el precipicio en todo momento. Es una ruta no apta para gente impresionable. Sugerencia, no miren la ventana si sufren de vértigo. Y traten de dormir si es posible. Caso contrario, disfruten de un paisaje único. Las montañas tucumanas son fascinantes.
Cuando llegamos, después de cinco horas y media de viaje, lo primero que hice fue acondicionar a las bendiciones en los baños de la terminal y después nos fuimos a sacar los pasajes para el regreso. Los pibes ya estaban inquietos. Estaban en ayunas prácticamente y aburridos. Y la fila era larga. Lautaro especialmente estaba movedizo.

Fer: "Lautarito, quedate quieto papi, vas a golpear a alguien"
Lau: "Papá, ¿puedo ir a ver los ómnibus?"
Fer: "No enano, quedate acá con el papá."
Lau: "Papá, ¿cuándo nos vamos?"
Fer: "Enseguida papilo, tenemos que esperar nuestro turno."
Y ahí fue cuando se hizo notar:
Lau: "EL PAPAAAA SE TIRAAAA PEEEEEDOOOOOOOOOS".

Con volumen de boliche.

Fer: "Enano, callate por favor, te voy a regalar chango" (dicho entre labios)

Por suerte la fila corría rápido, compramos los pasajes de vuelta y empezamos a caminar hasta el hostal, a unas cinco cuadras. Lautaro cargó el bolso matero, Lucía su carterita y una valija pequeña y yo el resto de las cosas más mi dignidad herida de muerte.
A una cuadra del hostal, en una esquina, Lucía leyó un cartel de un bar:

Lucía: "Cervecería artesanal ... MIRA PAPA, AHI TE VA A GUSTAR VENIR A VOS."
Con volumen de festival de rock en medio de toda la gente.

Listo, pedorro y borracho. Era demasiado para los primeros treinta minutos en Cafayate.
Llegamos al hostal, entramos a nuestra habitación. Sencilla pero cómoda. Lo suficiente para pasarla bien y sentirnos como en casa. Una cama cucheta y una cama doble era todo lo que necesitábamos para descansar.
Entre las bendiciones se distribuyeron los turnos para utilizar la cama de arriba de la cucheta. Al vicio, porque finalmente cada noche se metían en mi cama y yo terminaba siendo la parte del medio de un sandwich.
Hicimos todos los paseos que había planeado. Todos. Salimos a comer siempre, caminamos mucho, los llevé a una finca donde crían cabras, a una bodega, a una feria, a alquilar bicicletas, a una plaza con juegos para niños, jugamos al carnaval ... ellos fueron muy felices y yo también. Son la parte favorita de mi vida y la felicidad de esos niños es la mia.
Tuvimos nuestros desencuentros y también nuestras reconciliaciones. Entre ellos y entre todos.
Les dije que hicimos todos los paseos planificados, pero también hicimos uno más. Mi amigo, el dueño del hostal se ofreció a llevarnos en un camioneta a una quebrada, un espacio rodeado de formaciones rocosas en medio de la nada. O en medio de todo.
Lucía y Lautaro se lanzaron a correr como locos.

Lau: "Papá, ¿podemos escalar?"
Fer: "Más vale chango, metele."

Corrimos los tres. Yo era un niño más. Como cada vez que juego con ellos. Trepamos, nos ensuciamos, pero siempre juntos.

Fer: "Lau, la montaña te marca el camino, no bajés por cualquier lado."

Lau demostró tener una habilidad natural para escalar. Lucía para preocuparse por Lautaro. Como siempre, ella es una mamá en miniatura.
Nos cansamos de jugar a los montañistas. Mi amigo nos sacaba fotos desde abajo.
Cuando llegamos a la cima de una de las formaciones nos detuvimos, nos abrazamos y puse mis manos sobre sus pechos. Pude sentir cómo latían sus corazones a toda velocidad. Pude sentirlos tan vivos y tan plenos. Me di cuenta de inmediato que ese gran objetivo, que se llenen de recuerdos inolvidables, estaba por demás cumplido. Tuve que contener las lágrimas en ese instante. Justo en ese momento mi amigo tomó una de las fotos. No salgo precisamente sonriendo. Estaba conteniendo un nudo en la garganta.
Cuando bajamos y volvimos al hostal ellos se durmieron en la camioneta. Les agarró ese sueño que te baja cuando te sentís tranquilo, realizado.
Llegamos, nos bañamos y salimos a cenar. Sólo para que ambos se duerman en la mesa del restaurante.
Pasamos la última noche abrazados, hechos un nudo en la cama grande.
Al amanecer, armé los bolsos y valijas mientras ellos dormían.
Los desperté para desayunar y compartimos una de las últimas charlas en Cafayate:

Fer: "¿Qué fue lo que más les gustó?"
Lau: "Todo papá, pero escalar me gustó mucho."
Lu: "A mi también papá, escalar fue mi actividad favorita."
Fer: "Cierto, escalar es lo mejor."
Lu: "Pa, no quiero volver."
Fer: "Yo tampoco enana, pero tenés que ir a tu casa, yo voy a verlos pronto, son dos días que pasan volando."
Lu: "No pa, el tiempo pasa muy lento cuando no te vemos."

Lucía tiene el don de quebrarme. Le sale natural. Tiene facilidad de palabra. Sabe llegar hasta la última fibra de mi ser. Además, le brotan esas dichosas lágrimas, gordas como uvitas que me dan vuelta como media.
Superamos un nudo más en la garganta y nos fuimos a dar una última vuelta por el pueblo, almorzar unas empanadas y ya estábamos listos para regresar.
Listos es un decir. Pero había que regresar.
Fueron por lejos, las mejores vacaciones de mi vida. Por haberlos visto tan felices, por compartir todo con ellos, por las personas que conocí en el viaje. Hubo tiempo para que Lautaro despegue sin querer la goma del marco de la puerta del micro. Nos miramos los tres a los ojos e hicimos un pacto de silencio gracias a que el chofer no nos vio. Señor chofer, si está leyendo ésto, el autor del delito de vandalismo es menor de edad. Y fue sin querer.
Ellos se quedaron con recuerdos para siempre. Misión cumplida. Y yo me voy a acordar hasta el último de mis días de esa sensación gloriosa cuando afirmé mis manos en sus corazones después de llegar a la cima.
Les prometí un viaje a Purmamarca (mi lugar en el mundo) para algún fin de semana largo, les mostré las fotos del lugar y obviamente ya sabemos cuál será nuestra actividad favorita en el pueblo: escalar juntos.
Ya estoy ansioso por verlos reir, pelear, reconciliarse, hacerme pasar vergüenza, y sobre todo, por sentir sus latidos acelerados otra vez.
Como dijo alguna vez Lucía, la del don de la palabra, "mi corazón es del tamaño de mi puño y late al ritmo del amor que siento por vos, papá."

miércoles, 14 de febrero de 2018

Alta fidelidad.

Hola, soy el Fer y vengo a hablarles de la fidelidad.
No, no se pongan nerviosos, no le estoy apuntando a la fidelidad del modo en que están pensando.
Me refiero a esa fidelidad más mundana, absurda, esa a la que nos aferramos y nos da vergüenza quebrar.
¿Vamos al punto? Bien.
Amo el barrio donde vivo. Está ubicado en un rincón de la ciudad de San Miguel de Tucumán. Literalmente camino 50 metros hacia el oeste y llego a otra ciudad. Si a ese recorrido lo extiendo a 800 metros hacia el norte llego a otra ciudad.
La vista al cerro es impagable y la brisa que llega al amanecer resucita al más desvelado.
Amo el barrio porque me crié en él. Rincón adonde vaya tengo algún recuerdo que se dispara sin pedirlo. Todos nos conocemos desde pequeños. Uno de esos ex pequeños, actualmente un cuarentón arruinado (nada que ver con mi impecable estado) es Darío, el carnicero del barrio.
La carnicería de Darío es la típica barrial. Con el mosquerío, el borrachín sentado afuera, y el piso que evidenciaba falta de limpieza desde tiempos inconcebibles. Probablemente desde nunca. Cuando uno entra el saludo es una arqueada de cejas, no hay palabras salvo para indicar el corte buscado. A ninguno nos importa nada de eso. Es Darío, ¿qué podría salir mal?
Siempre fui a hacer mis compras con él, pero de repente llegó Juancito y puso su propia carnicería.
Un buen día (o un mal día) Darío no abrió su carnicería porque se había ido a pescar y tuve que resignarme a comprarle a Juancito.
El día y la noche. Juancito tenía aire acondicionado (daban ganas de dormir abrazado a una media res ... aunque creo que eso ya lo viví, perdón por el deja vu) No había moscas, el piso olía a desinfectante perfume a lavanda, la máquina de moler carne brillaba y ... ¡Juancito saludaba!
La carne ... un viaje al paraíso. Todo muy lindo pero de repente ... la culpa. Estaba siéndole infiel a Darío, el carnicero de mi vida. Se me pasó la culpa cuando me hice un lomito. Le puse jamón, queso, un huevo a la plancha y cebolla caramelizada. Mostaza y un toque de mayonesa. Y un toque de una salsa picante. La bajé con una birra bien helada.
Pero ya me estoy yendo por las ramas una vez más. Ahora tenía que pensar cómo iba a seguir mi vida. ¿Seguir con Juancito o volver con Darío?
Una disyuntiva enfermiza ... ya había probado la carne de Juancito ... ok, eso sonó mal, lo admito, pero Uds. me entienden perfectamente a qué me refiero, manga de pervertidos.
La cuestión es que volví a pecar con Juancito. Una y otra vez. Y el problema es que para llegar a Juan, hay que pasar por el frente de Darío sí o sí. Asi que cuando regresaba a casa camuflaba la carne con otras compras.
Y al saludar a Darío a mi regreso sentía que él se iba a dar cuenta de mi traición.
Nunca pasó eso pero el dichoso karma esperó su momento más dulce.
Una tarde calurosa de Tucumán salí de casa porque necesitaba diferentes cortes para equipar el freezer para el mes. Sueldo recién cobrado. Me sentía Donald Trump.
Pasé por el frente de Darío y él sentado afuera. Lo saludé arqueando las cejas y él me respondió con el mismo gesto. Unos metros más adelante, Juancito con todo su espledor.
Pensé que sería muy malo saludar a Juancito llamándolo por el nombre de Darío.
Muy, muy malo. Me exigí concentración a mi mismo en los pasos finales, abrí la puerta del negocio, la cerré para que no se escape el aire y:

Fer:"¡HOLA DARIO!"

Con volumen de recital de heavy metal.
Juancito sonrió, yo agaché la cabeza, le pedí medio de molida especial y me olvidé del resto de los cortes.
Al salir dije solamente chau. Sin nombres. No sea caso que a mi cerebro se le ocurra dejarme como un boludo dos veces seguidas. Ojo, mi cerebro es capaz eh.
Llevo catorce días sin ir a ver a Juancito, voy a dejarme la barba nivel terrorista de ISIS para que no me reconozca.
De ahora en más nada de nombres. Juancito va a ser crack, campeón, ídolo, capo. Y Darío también, por las dudas.

miércoles, 7 de febrero de 2018

Amar a los 40.

Alguna vez alguien me hizo leer un texto en una página en Facebook, de esas páginas literarias que abundan por suerte, en donde el escritor proponía que era imposible enamorarse a los 40. Daba una seria de razones, todas muy objetivas por cierto.
Yo suelo manejarme con toda la objetividad posible en la vida, pero en el terreno del amor me resulta imposible.
Está gastada la frase de que uno no es de piedra. Les juro que en el terreno amoroso estoy lejos de ser una roca.
Todo me llega. Lo que se dice y lo que se calla. Porque las palabras no son inocentes. Pero los silencios no se quedan atrás.
Así las cosas, estimado colega, quiero decirte que estoy en total desacuerdo con vos.
Para empezar, estoy al borde de llegar a esa edad fatídica. Y lo digo sin temor a la dichosa crisis, porque a esa crisis de los 40 ya la tuve a los 20.
Si a mis 5 años mi cabeza funcionaba adelantada (quienes leyeron Kindergarten ya lo saben), eso no cambió con el paso del tiempo, se los aseguro.
Entonces colega, la base la tengo.
Quiero decirte que quizás las mariposas no sean las mismas, pero revolotean. Uno se emociona cuando llega un mensaje esperado y se come los codos cuando no.
Puedo jurarte que el lema "Boys don't cry" es una basura comercial que no sirve para nada. Uno tiene derecho a sentirse superado por las emociones cuando se enamora.
A los 40, casi 40 en realidad, no tengo el menor pudor en confesarte que hay momentos en que no sé hacia dónde sopla el viento, momentos en que solo necesito un puto abrazo.
No estoy de acuerdo con vos, pero te entiendo. Pasa que a esta edad llegaste golpeado. Entonces la pensas una docena de veces antes de empezar una relación. Madurez le llaman algunos. Miedo le podríamos llamar también. ¿O no? No te juzgo, estoy proponiendo un debate nada más.
Te llenás de mensajes que proclaman autoayuda, haciéndote el fuerte, desconfiando de todo el mundo ... cosa que no esté mal quizás, porque "el mercado" está difícil. Muy difícil.
No es imprescindible estar en pareja dirán algunos y es verdad. Que primero uno tiene que quererse a uno mismo dirán otros y también es cierto.
Es linda la soledad. Hasta que duele. Y el amor también es lindo. Hasta que duele.
Lo que creo es que no se puede vivir en ese limbo, teniendo miedo a estar solo o teniendo miedo a enamorarse. El miedo, los pero, no nos dejan vivir.
Está difícil el mercado, ya lo dije. Es fácil conseguir sexo. Demasiado fácil. El desafío está en conseguir alguien con quien podés sentirte vos mismo, sin necesidad de disfrazar tu identidad, sin culpas, sin miedos.
¿Imposible? No lo creo.
Escribo y siento la necesidad de tener que cubrirme de todo. ¡No tengo nada contra el sexo sin compromiso! Es fabuloso siempre y cuando las dos partes sepan que es "sin compromiso".
Corre la bola de que el 14 de febrero no existe, que en realidad son los padres. No le lleven el apunte.
No saben lo que dicen. Yo lo vi. Yo lo viví. Y a pesar de que no terminó como quisiera (no debería haber terminado en realidad) no me arrepiento absolutamente de nada de lo vivido.
El amor enriquece. Uno siente la necesidad de ser mejor. Por el otro y por uno mismo.
Y eso sucede aunque se termine.
Aquí estamos querido colega, vos con tu postura, yo con la mia. Dejame que te regale un consejo. Sí, ya sé, me van a decir que no hay que dar consejos adonde no se piden, pero yo soy así, metiche.
Enamorate, no seas cagón.
Ojalá encuentres a alguien que te de vuelta la vida, que te saque de tu zona de confort y te obligue a autocensurarte.
Enamorate a los 40, a los 50, a los 60 ... enamorate cuando suceda.
Y espero de corazón que algún día escribas sobre esa página literaria que decía que no debías tener miedo, que tenías que enamorarte, y que valió la pena.

lunes, 5 de febrero de 2018

El peor de todos.

Yo, el peor de todos.
Mal amigo, mal novio, mal esposo y mal amante.
Mal padre, mal hijo, el peor de los parientes.
Yo, el subsuelo de los subproductos.
Mal empleado, mal jefe, mal compañero.
Cobarde, poco hombre y fugitivo.
Soberbio, iracundo, depresivo.
Contradictorio, mentiroso, perverso, manipulador.
Escritor de cabotaje y cocinero pretensioso.
Tóxico, falto de ambición, ronco por las noches e incluso, a veces me gusta comer pizza con ananá.
No me creí nada de eso.
Excepto que sí, admito, a veces ronco y no tengo pudor en pedir que la mitad de la pizza venga con el fruto tropical.
No me afectó ningún golpe. Estoy entero, en una pieza, me siento amado.
Acá estoy, vomitando letra por letra.
No me siento solo ni cuando quiero estarlo.
Simple, básico y elemental.
No me desvelan los rascacielos. Para mi la felicidad tiene forma de montaña, y si es un paseo por Purmamarca cuánto mejor.
Yo soy, yo soy con ellos, con esas personitas que tienen el atrevimiento de decirme "papá te amo".
Yo soy las historias que escribo, soy el "abrazo grande" y el "beso enorme" que te deseo. Porque si se abraza o se besa de otro modo, no sirve.
Yo soy el que se aisla y el que te busca.
Soy el creyente y el falto de fe.
Soy el que está pendiente de qué necesitás vos.
Soy el obsesivo con los tiempos y la precisión matemática.
Soy el que prefiere buscar recetas de comida a los goles de Messi.
Soy el que se detiene a hacerle morisquetas a un niño cualquiera por las calles.
Soy el que lee como condenado.
Soy el que se equivoca. Bastante.
He lastimado a personas que amo y que amé. Y también me quedaron unas cuantas cicatrices físicas. Y otras tantas de las otras.
Soy el que no perdió la esperanza de ser feliz.
Soy el que busca redimirse. El que sigue buscando, esperando, viviendo.
Soy el milagro de hace cuatro años y medio atrás.
Soy el que quiere vivir.
Soy el sommelier de mi vida. La degusto a diario, a veces amarga y a veces dulce.
Soy intenso, soy dramático, soy presente y soy ausencia.
Ya brotó lo peor de mi. Ya mostré mis peores credenciales.
He vuelto a mis fuentes.
Estoy entero, en una pieza, estoy vivo.
Estoy de pie.
Estoy listo.

viernes, 2 de febrero de 2018

El hombrecito.

Finalmente llegó el día en que tenía que ir al odontólogo. El Dr. Ramirez es un tipo joven, grandote y pelado. Posee una frente hipnótica, brillosa y amplia. Lo suficientemente amplia como para que aterrice una avioneta.
Me pidió que me ubique en la silla y una vez que me recosté me di cuenta, me acordé de por qué tenía miedo de ir al dentista. Esa sensación de desvalidez, de estar entregado a la pinza, al torno y lo peor de todo, la suma de todos los miedos: a la aguja.
Todo el coraje y la valentía que tenía al momento de hacerme el odontograma se hizo humo.
Empecé a sentir ganas de escaparme, ir a casa e intentar quitarme la muela de juicio por mi cuenta. Si Tom Hanks lo logró, por qué yo no. Sólo tenía que naufragar, hacerme amigo de una pelota de volley y operarme con un patín viejo y una piedra.
Me sentí solo. Solo contra el mundo.
Mientras pensaba todo eso el Dr. Ramírez se acercó hacia mi con algo que yo pensaba que era un espejito pero no. Era la aguja. Me introdujo la anestesia sin previo aviso y cuando sentí el pinchazo me pidió que respire hondo. Empecé a respirar como para aspirar medio kilo de cocaína y aún no terminaba el padecimiento. No voy a mentirles, se me escapó un lagrimón.
Finalmente después de un minuto eterno se acabó el momento de inhalar y me pidió que exhale suavemente.
Aún con mi dignidad herida el Dr. Ramirez empezó a tirar de la muela con su pinza hasta que le dije "capo, me duele." En realidad sonó más a "a-o e ue-e". Claro, tenía la boca abierta. Pero los odontólogos entienden. Con más razón cuando uno dice "ay" y esa exclamación suena a lamento lánguido y sufrido.
Eso le bastó para inyectarme una vez más. Y así estuvimos, entre "ay" y pinchazo cuatro veces en total. Me fue sacando la muela de a pedazos. Mis ojos enrojecidos eran la prueba de mi tremendo sufrimiento.
Salí del consultorio con un apretón de manos, la imagen de una avioneta narco aterrizando en la frente del Dr. Ramírez, con menos mocos y lágrimas y una pieza dental menos.
Llegué a la recepción para concertar el turno para la limpieza dental. Previamente me aseguré tener la bragueta cerrada, no era la idea repetir la vergonzosa experiencia pasada.
Empecé a sentir que la parálisis facial por la anestesia estaba llegando hasta mis tobillos, era como una rigidez total y absoluta. Me descubrí hablando de manera extraña, como si estuviese inventando un dialecto drogadicto.

Secretaria: "Tenés turno para la limpieza el 14 de febrero a las 18 horas." (ya podía tutearme, conocía mis calzones)
Fer: "Uenizimo ... paa el ia e los enamoao"
Secretaria: "Exacto, vas a quedar óptimo para una cita."
Fer: "a imieza ... uee" (por las dudas se lo traduzco: la limpieza ... ¿duele?)
Secretaria: "Hay dos tipos de limpieza, una mecánica y otra por ultrasonido. Las dos duelen."
Fer: "os enes oas as ondiziones paa ayuar a un uicida" (vos tenés todas las condiciones para ayudar a un suicida."
Secretaria: "Te va a atender la Dra. Suárez. Le voy a decir que sea buena con vos."

Eso me sonó a que le va a decir que soy un maricón. Y quizás eso quede asentado en mi historia clínica. Burlado hasta por escrito, una metáfora de mi vida. En fin, este hombrecito va a juntar coraje hasta el 14 de febrero. Dra. Suárez, no te tengo miedo.
Mentira, sí te temo. Mucho.

Manual para matar.

¿Cómo matar a un no muerto? Lo sé, parece una pregunta estúpida, y quizás lo sea. Jamás me agradaron los dueños de verdades y no pretendo tr...