domingo, 28 de julio de 2019

Estaciones.

Como usted detesta las frases hechas y las charlas que nacen muertas y coincidimos en ambas cosas, no voy a tocar el tema de este invierno que se hace sentir.
Puedo ver cómo sus manos buscan refugio en sus bolsillos, y asumo que el frío se hace sentir en su cuerpo.
Prefiero entonces invitarla a mi casa. Podrá dejar de padecer el frío en sus manos, no será necesario que conserve tanta ropa. Puedo ayudarla con eso, confíe en mis habilidades.
Tengo comida rica en calorías y un malbec esperando. Algo de chocolate para el postre y mis brazos para que se entregue.
Sus manos ya no estarán tan frías y le aseguro que sus nalgas tampoco.
La invito a desmentir al invierno, verá cómo florece su pecho, como fabrico primaveras en su espalda y creamos un verano tórrido entre sus piernas.
Si lo desea, puede quedarse a dormir conmigo. Esta noche y todas las que quiera.
Palabra que sentirá muchas cosas, pero frío de ninguna manera.

martes, 23 de julio de 2019

Belleza.

Soy de caminar rápido. Y con la mirada en el piso. Cada tanto alzo la mirada porque algún sonido me llama la atención o para mirar alguna casa o edificio o jardín que me gusta. Esa tarde fue la voz de un niño lo que me sacó de mi concentración momentánea.
El niño habrá tenido unos diez, quizás once años. Estaba vestido de un modo humilde e iba de la mano de su papá, también vestido de manera sencilla. Advertí que el señor llevaba también un bastón para no videntes. Mientras, su hijo le relataba lo que había alrededor: "Acá hay edificios muy lindos, no se parece en nada a donde vivimos, hay muchos autos bonitos, casas lindas, negocios ..."
Íbamos en sentido contrario, no sé cómo habrá continuado el relato guía y no me sale bien lo de ser disimulado para escuchar, pero me quedé con esa escena grabada, de ese niño tomando de la mano a su papá y explicándole la escena de un modo tan amoroso.
Empecé a preguntarme cuántas veces busqué la belleza en lugares y situaciones tan complejas cuando siempre la respuesta se encuentra en lo más simple del mundo. Está al alcance de la mano.
La belleza y el amor están en gestos, miradas, sonrisas, mensajes, abrazos, una comida, en vivir una experiencia, que puede durar un instante o mucho más.
La pregunta que se impone entonces es, ¿de cuánta belleza nos estamos perdiendo cada día?
¿Valió la pena ese día si no apreciaste aunque sea un momento la belleza que te rodea, más allá de la situación que te toque atravesar? ¿Será que esa belleza está para rescatarnos de lo negativo que nos toca experimentar? Yo creo que sí.
Que esos detalles están siempre, al margen de la intensidad de la rutina, al margen de los problemas, están ahí, listos para que nos detengamos y levantemos la mirada y nos demos cuenta de que no todo está mal, que no todo está podrido, y que vale la pena seguir intentando ser feliz.

miércoles, 10 de julio de 2019

El instante.

Miré al reloj que estaba sobre la mesa del living y las agujas parecían haberse eternizado en las 16 horas. El tiempo pasaba en cámara lenta y las ganas de que sean las 17 horas se hacían cada vez más intensas.
Agarré una revista de historietas, que ya había leído infinidad de veces al punto que me sabía de memoria muchas de las viñetas y la terminé en cuestión de minutos. Encima eso, hasta lectura rápida tenía. Miré una vez más al reloj y nada, aún faltaba para que sean las cinco de la tarde.
Busqué el atlas, la enciclopedia de medicina, el diccionario gigante de editorial Larousse que me habían comprado cuando apenas había aprendido a leer y todo me resultaba conocido. Ya sabía cuál era la capital de Madagascar, la moneda oficial de Laos, cuántos idiomas se hablaban en Suiza y cuál era el clima predominante en los países escandinavos. Me estaba costando encontrar palabras desconocidas y ya había buscado en el diccionario todas las palabras graciosas (pedo, culo, eructo, etc.) Ya sabía qué eran los glóbulos rojos y para qué servían.
El reloj parecía disfrutar de mi padecimiento. Hasta que finalmente, las agujas se alinearon indicando la llegada de las cinco.
Abrí la puerta que va hacia los dormitorios y en puntas de pie fui hasta el de mi vieja.
Fer: "Ma, ¿puedo pasar?"
Silencio. Insistí.
Fer: "Ma, ¿estás despierta ya?"
La Gringa: "Sí, pasá ... qué pasa, qué hora es."
Fer: "Las cinco ma, ¿puedo meterme en la pileta ya?"
La Gringa: "Sí, andá."
Era el típico verano tucumano y no veía las horas de sumergirme en la pileta de lona. Ni muy grande, ni muy pequeña. Mediana, como todo lo que tuvimos en casa, ni muy muy, ni tan tan.
Yo tenía 10 años y mis amigos esperaban la autorización de la Gringa para que ingresemos a la pileta.
Mi vieja venía de una guardia eterna en el hospital, habrá dormido apenas cuatro horas. En el fondo, probablemente le caí muy mal esa vez, pero no me dijo nada.
No fue siempre así, la relación padre-hijo no es color de rosa. Hay momentos en que nuestros hijos nos caen decididamente mal. Admítanlo. Nos pasa a todos. En algún momento, no los bancamos. Luego todo vuelve a "la normalidad". Pero ese instante existe.
El día de pileta se terminó cerca de las nueve de la noche, cuando mi vieja vino a decirme que ya teníamos que salir. Se presentó con su ropa de laburo. Ya tenía que salir de nuevo para el hospital. En ese momento quizás se lamentó no poder pasar más tiempo conmigo. Seguramente hubiese querido hacer más, pero hizo un montón. Durmió casi nada, nos hizo la merienda a todos, preparó un ejército de churros con chocolatada y permitió que el fondo quede empapado.
Probablemente se habrá preguntado si habré apreciado lo que hizo, si no hubiese sido mejor dormir hasta tarde.
Esas preguntas que se trasladan de generación en generación cuando nos toca estar del otro lado del mostrador.
Les aseguro que mi vieja tuvo un montón de esos "instantes" conmigo. Más de los que yo recuerde, sin duda. ¿Y ustedes, cuántos instantes de esos les dieron a su familia?

Manual para matar.

¿Cómo matar a un no muerto? Lo sé, parece una pregunta estúpida, y quizás lo sea. Jamás me agradaron los dueños de verdades y no pretendo tr...