jueves, 31 de enero de 2019

Decisiones.

Siempre le agradó su cabello, ya sea que esté largo o corto. Suave, fino, con ondas, cuando caminaba hacía sentir a quienes la miraban como si estuviesen dentro de una publicidad de shampoo. El movimiento de sus caderas ayudaba y mucho a esa percepción.
Cada vez que iba a la peluquería tenía mucha seguridad de qué es lo que quería. Jamás le consultó a su peluquera. Y Mercedes, la única persona que le tocó sus cabellos desde niña, jamás se atrevió a objetar las decisiones de Luz.
Siempre el resultado era el mismo. Todo le quedaba bien. Su rostro fino y su mirada intensa completaban un bello cuadro para cualquiera que se la cruce.
Sin embargo esa tarde Luz sintió de repente, saliendo del salón de Mercedes, que las únicas decisiones acertadas que tomó en su vida, fueron las relacionadas con sus cortes de cabello.

miércoles, 23 de enero de 2019

La tormenta perfecta.

"Y una vez que la tormenta termine, no recordarás cómo lo lograste, cómo sobreviviste. Ni siquiera estarás seguro si la tormenta ha terminado realmente. Pero una cosa sí es segura. Cuando salgas de esa tormenta, no serás la misma persona que entró en ella. De eso se trata esta tormenta."

La frase le pertenece al libro "Tokyo Blues" de Haruki Murakami. No viene al caso la temática del libro. Sólo me interesa apropiarme de ese párrafo.
La cuestión es que todos atravesamos alguna tormenta en algún momento o ahora mismo lo estamos haciendo. Por lo general, durante nuestras vidas atravesamos varias. Algunas de ellas determinantes. Pero una, solo una, es "la tormenta". Aquella que marca un verdadero punto de inflexión en la vida.
En mi caso, sin lugar a dudas, la gran tormenta fue mi enfermedad. Una vez que recuperé la conciencia y cargando con toda mi debilidad física empecé a preguntarme en quién me había convertido. Y por qué. Y para qué. Y quién quiero ser. Y cómo.
Todo ese proceso empezó durante mi recuperación y continuó durante unos meses. No obstante, hasta el día de hoy llegan sus tentáculos. Porque esa tormenta, la determinante, se mantiene presente aunque los nubarrones ya se hayan alejado.
Tuve desde luego otras tormentas, pero fueron de menor intensidad. Como esa, ninguna. Y si pude salir de mi tormenta perfecta, con más razón tenía que salir de las otras.
Desde entonces me quedé con algunos tips que generé yo mismo y quizás te sirvan, si es que te toca navegar en medio de tu tormenta perfecta:
1. No te encariñes con la tormenta.
2. Dejá tu ego a un lado. No, tan cerca no. Dejalo más lejos.
3. Aceptá que necesitás ayuda. Escuchá a las personas que te quieren.
4. Reconocé en qué fallaste. Aceptá que sos falible. No es la muerte. Te equivocaste como se equivocan todos.
5. Quizás sea inevitable que haya otras personas que salgan lastimadas en el proceso. Pero si no seguís adelante, te firmo que el daño va a ser más grande. Mientras más pronto lo asumas, mejor.
6. No existe una razón mística de por qué pasas por esa tormenta. No hay una misión. No pierdas el tiempo buscándola. Suficiente con buscarte a vos mismo.
7. Insistir en que el punto 3 se cumpla.

Cuando todo pase y seas esa otra persona, por favor fijate que cumplas con el siguiente paso:

8. Vas a ser otra persona. Asegurate que seas una mejor versión de lo que eras.
9. Si no termina así, volvé a empezar.

Disfrutá el paseo.

miércoles, 16 de enero de 2019

El sermón.

El nombre de mi vieja es Angélica. En el hospital donde era jefa de enfermeras le decían "Angelita". Les aseguro que ese apodo tan dulce sólo era apropiado cuando ella trataba a los pacientes. "Angelita" se transformaba en "la Gringa" cuando tenía que enfrentar a los médicos, a las enfermeras de su equipo, a los familiares de los pacientes y hasta era capaz de darle un portazo al mismo director del hospital y salir colorada de bronca lanzando amenazas muy directas.
Mi vieja laburaba mucho, asi que se aseguraba de sacarle el máximo provecho al poco tiempo que pasaba conmigo. Esa es la sensación exacta. Fue poco tiempo, pero jamás lo percibí como tal.
Leía para mi, revisaba mis tareas escolares y cada tanto, dejaba de ser la mamá para ser la Gringa dándome sermones memorables.
Tengo varios archivados en mi memoria, pero quiero detenerme en uno en especial, que vengo recordando desde hace unos días.
Yo habré tenido unos once o doce años. Jugaba en la calle cerca de casa y tuve una diferencia con los amigos con quienes compartía la tarde. Sinceramente, no recuerdo el motivo de la pelea. Cuando uno es chico el rencor es corto.
Lo que sí recuerdo con mucha claridad es que me di vuelta y mi vieja estaba en la puerta mirándome fijamente y me dijo: "Vení".
No necesitaba mucho más para saber que tenía que ir en ese preciso instante.
A continuación voy a transcribirles, palabra más, palabra menos, el contenido de ese sermón:

"Cuando yo era chica muchas veces resigné mi libertad. Siempre pude elegir. Siempre a pesar de la pobreza, de las privaciones. Y a pesar de eso muchas veces me dejé llevar por otras personas para terminar haciendo lo que otros querían. ¡No pude ser yo misma tantas veces! No quiero que jamás, jamás dejes de hacer uso de tu libertad. Por nadie. Ni siquiera por mi. Que nadie te quite tu libertad. Libertad y responsabilidad van de la mano. Adonde va una, va la otra. La libertad es tu derecho. Y también tu deber. Aprendelo ya porque después va a ser tarde."

Esas palabras retumban hasta el día de hoy. Pero a pesar de ese sabio consejo, debo admitir que no lo seguí siempre. Hubo ocasiones en las que lamentablemente sí permití que me arrebataran mi libertad. Y mi verdadero yo empezó una lenta agonía.
Yo elegí.
Todo eso me llevó a preguntarme, ¿cuándo me siento libre? ¿cuándo soy yo mismo? Durante el día ejerzo diferentes roles. ¿En alguno de esos roles puedo ser yo mismo? ¿Necesariamente tengo que estar solo para ser yo mismo, al natural? Todas estas preguntas surgieron en una charla reciente. La respuesta que encontré es que sí puedo ser yo mismo en diferentes roles. Cambia mi comportamiento, lo que no significa que esté simulando ser alguien que no soy.
Sé que soy yo mismo cuando escribo, cuando cocino. Cuando estoy con las personas que amo, también aprendí a ser yo mismo. Esas personas son las que deben estar. Y punto. En todos esos momentos me siento libre.
Cuando estoy solo está más claro por supuesto. Cuando me fugo para respirar ... ese silencio es super necesario para mi.
Sigo creyendo que uno puede además tener una relación y no perder la libertad. Pasa por respetar la individualidad del otro. Nadie puede poseer al otro. Nadie. Y el otro no debe permitirlo. Nada más lindo que dos individualidades que se eligen todos los días.

¿Y vos? ¿Cuándo sentís que sos vos mismo? ¿Aún sos dueño de tu libertad?

lunes, 14 de enero de 2019

La década ganada.

Cada vez que subimos a un taxi con mis hijos, la disposición es siempre la misma. Lucía pasa primero, voy yo al medio y Lautaro al otro lado.
Una noche que íbamos a casa Lucía apoyó su cabeza en la ventanilla y miraba hipnotizada a una luna llena.

Lucía: "Papi, ¿por qué la Luna me sigue?"
Fer: "Porque no puede creer lo hermosa que sos y quiere verte durante todo el camino."

Ella sonrió, encogió sus hombritos, apoyó su cabeza en mi y empezó a acariciar los vellos de mi brazo. A ese último gesto lo hace de manera automática.
Ella, mi génesis, mi punto de inflexión más grande. No conocía su voz, no sabía el color de sus ojos pero ella ya era Lucía.
Lucía, la dulce, la de los lagrimones enormes como uvitas, la de los abrazos con suspiros, la nena que no quiere crecer. Mi ranita. Mi amor. La que ata nudos en mi garganta. Y la que los desata.

A veces le compro esmaltes para sus uñitas. O algo de maquillaje. Yo no entiendo mucho del tema. Pero ella siempre agradece la intención. Hace un par de fines de semana, antes de irse, se pintó suavemente los labios y me pidió que la peine. Me miró:

Lucía: "¿Estoy linda?"
Fer: "Sos lo más bello que vi en mi vida."

Ella sonrió nuevamente encogiendo sus hombros.
Lucía es carcajada que estalla. Es acorde de violín. Es el repiqueteo de unas castañuelas. Es la brisa de ensueño de una armónica.

Fer: "Amor, ya falta poco para vernos. Un par de días pasan volando."
Lucía: "No papá, no entendés. El tiempo pasa muy lento cuando extrañás a alguien."

Ella, la nena que vive despeinada. La del "abrazame como bebé, me gusta recordar cuando era un bebé y me hacías dormir". La de la foto que beso al despertar. Y antes de dormir.

Fer: "Lu, podés decirme si algo no te gusta. Si hay algo de mi vida que no te agrade, me lo tenés que decir. Puedo no darme cuenta de todo."
Lucía: "A mi lo único que me importa es que vos seas feliz. Si vos sos feliz, yo soy feliz."

Lucía, la de las palabras justas. La nena que ama la sopa. La niña encaradora, la fiel guardiana de su hermano, la sonrisa que me desarma, mi amor incondicional. La pequeña a la que amo hasta mucho más allá de lo imperdonable.
Ella cumple diez años hoy. Para ella quiero todo. Que sepa escuchar. Que tenga un corazón enorme. Que sepa amar bien. Que sepa darse cuenta a tiempo cuando no la amen bien. Que no le haga daño nadie. Que esté sana. Que no tema romper las reglas. Que no responda al "qué dirán". Que encuentre su pasión. Y que le dedique su vida.
Para ella, un mundo de felicidad.

viernes, 4 de enero de 2019

Como se quiere a un libro.

Ya que estamos en tren de confesiones, te cuento que todas las mascotas que tuve fueron perros, excepto por dos tortugas. Pero gatos, ninguno. No los tuve y jamás aprendí a quererlos. hasta hace muy poco. Y me gusta mucho Cortázar. Me encantaría ser tan creativo como él. Pero no hay caso.
Me conformo con leerlo y sentir sus palabras como propias.
Asi que puedo llegar a comprender su "querer a las personas como se quiere a un gato, con su carácter e independencia, sin intentar domarlo, sin intentar cambiarlo, dejarlo que se acerque cuando quiera, siendo feliz con su felicidad". Magistral.
Magistral pero aunque comprenda el sentido que le da a esas palabras, me gusta creer que me quieres como se quiere a un libro.
Que esas sensaciones que brotaron con los primeros besos se asemejan a cuando compras ese libro que tanto querías. Acariciás despacio su tapa y contratapa, lo olfateás, lo respirás profundamente. Volvés a acariciarlo y te quedás mirándolo como si fuese un tesoro. Se te infla el pecho de repente y exhalas un suspiro sin fin.
Y si bien luego esa emoción, esa emoción original se esfuma, el recuerdo queda. Y cada vez que tu memoria evoca la primera vez que estuve entre tus manos, es inevitable que se te dibuje una sonrisa y te brillen los ojos.
Nadie entenderá por qué sonreíste así. No importa. Lo sabemos ambos y eso basta.
No sólo queda el recuerdo. Hay sensaciones nuevas. Empezaste a leerme. Cada capítulo es un ola de emociones. No te pido que me leas de corrido. Tomate tu tiempo y tomame cuando quieras. Yo te espero. Espero a que digieras cada capítulo. Voy a estar en un buen lugar. Al fin y al cabo, soy tu libro querido, seguramente me brindaste un lugar especial.
Cómo me interpretes es algo que queda en vos, al margen de la línea de la historia. Pero te advierto, aunque seguramente lo tengas claro, cumplo en avisarte que algún día mi finitud te obligará a dejar de leerme. Al menos en este plano.
Al igual que un libro, pude haber terminado en otras manos. Pero las causalidades de la vida me llevaron hacia vos. Nadie podría leerme mejor que vos.
Y si acaso las causalidades no existen, declaro entonces, sólo por las dudas, que un buen día tuve suerte y te encontré.
Y aprendí a quererte, tal como se quiere a un libro.

Manual para matar.

¿Cómo matar a un no muerto? Lo sé, parece una pregunta estúpida, y quizás lo sea. Jamás me agradaron los dueños de verdades y no pretendo tr...