viernes, 31 de agosto de 2018

Street fighter

Mi padrino de bautismo fue quien intentó hacer de figura paterna. Él llegaba los fines de semana a casa en el chevy amarillo que le compró a mi vieja y me llevaba de paseo.
Los destinos eran muy particulares y didácticos. Uno de ellos era el hipódromo, donde me enseñó a apostar por los caballos, más no a acertarle al ganador jamás. Tengo muy presentes esos domingos donde almorzábamos en el comedor del hipódromo para luego ubicarnos en las tribunas con sus amigos viendo como su dinero se iba en un caballo mientras ellos gritaban y corrían escalones abajo hasta quedar abrazados a las vallas puteando en diez idiomas.
Y cuando no ibamos al hipódromo acompañábamos a su hermano, que tenía caballos que competían en carreras cuadreras. Para quienes no sepan qué son las carreras cuadreras, son competencias entre dos caballos en una distancia de una cuadra, fuera de circuitos oficiales.
También era pasar todo el día afuera pero en este caso si volvíamos con dinero. Y con la panza llena de asado.
Tenía otras salidas piolas, como llevarme a Sacoa para que sacie mi adicción a los video juegos.
Y también solía llevarme para su casa, que quedaba en otra ciudad que se llama Las Talitas. Allí llegábamos en el poderoso Chevy amarillo. Mi padrino era super carismático. Le caia bien a todo el mundo.Yo no. Al menos a los muchachos de la zona no les caí nunca bien. A las chicas sí, pero no por ser lindo, sino por ser la novedad, nada más. Aparte siempre hice gala de un gran talento para ser un salame muy importante. Así y todo, no me pregunten por qué, yo aún no me lo explico, me iba bien con el género femenino. Los pibes de Las Talitas tomaron nota de eso, (ellos no eran tan salames como yo) y me hacían notar su desprecio cada vez que podían.

Padrino: "Chango, andá con los chicos a jugar a la pelota, dejá de andar hecho un zonzo dando vueltas."
Fer: "No padrino, mejor no."
Padrino: "Oooohhh chango maricón, vení, vamos a la canchita".
Me tomó del brazo y me depositó en el predio. Así de pedagógico. Pedagógicas fueron también las patadas que me dieron.

Padrino: "Chango, vení, te dejo en los video juegos con los changos de acá, me voy, tengo una salida."
Fer: "Padrino ... mejor me voy a la casa, tengo que estudiar."
Padrino: "Aaahhh qué estudiar ni qué mierda, andá, quedate un par de horas con los muchachos, ya vuelvo a buscarte y te llevo a la casa."
Me tomó del brazo y me depositó en el salón de video juegos. Uno de los pibes estaba jugando al Street Fighter, alrededor estaban todos los demás (una docena de chicos)
Silencio absoluto. Se escuchaba hasta la respiración de los personajes del video juego. Y me sentí en la necesidad de romper el hielo:

Fer: "Juega bien el flaco, ¿no?"

Silencio.

Fer: "Bien flaco, bien, buenísima."

Más silencio.

Fer: "Uh, ¿qué te hacen esas bolas que te lanza el otro si te dan?"
Flaco que me detestaba con todo su corazón: "Te cogen, putito."

Ya no hubo silencio. Se rieron todos. Hasta los que pasaban por la vereda. Hasta la doña que atendía. Claramente lo de putito estuvo de más. Fueron de las dos horas más largas de mi vida. Temí por mi integridad física cada segundo que transcurrió hasta que mi padrino vino al rescate.
No volví a Las Talitas en mucho tiempo. Y tampoco volví a jugar al Street Fighter.

jueves, 23 de agosto de 2018

Brújula.

Me gusta la sensación de tener todo bajo control.
Desde la hora en que me levanto, calculo cuánto tiempo tengo para ir a lavarme, cuánto para desayunar, cuánto para cambiarme y cuánto para leer las primeras noticias del día.
Sé en qué momento va a pasar el ómnibus que me va a llevar al trabajo. Y sé también en qué horario pasa el anterior y el siguiente.
Sé que cuando llegue a la parada estará el portero de la empresa de transporte vecina en el portón de acceso.
Sé a qué hora empiezan a activarse los grupos de whatsapp, de los cuales no soy muy fan que digamos.

Sé a qué hora voy a llegar a la parada de destino. Sé qué empleado va a estar en la panadería de la cuadra donde me bajo.
Sé con quiénes me voy a cruzar en el bondi.
Sé qué empleados van a estar reunidos con el gerente del banco con el que trabajamos cuando pase por ahí, antes de abrir la empresa.
Sé qué negocios están abiertos y cuáles no a esa hora.
Sé que el dueño de la florería de esa esquina va a estar acomodando su mercadería cuando pase al lado de él.
Sé que el portero del edificio donde trabajo a esa hora estará sentado detrás del mostrador.
Sé que seré el primero en llegar y por lo general el último en irme.
Sé a qué hora mi jefe estará denso. Y a qué hora se va a relajar.
Sé a cuánto está el dolar y más o menos a cuánto va a estar mañana.
Sé a cuánto cotizan cada una de las inversiones de la empresa donde trabajo.
Sé cuánto puedo gastar en el mes en cada ítem que se les ocurra.
Sé cuando alguien me está chamuyando.
Sé qué voy a cenar y qué voy a almorzar al día siguiente.
Sé qué haré en casa al regresar y a qué hora voy a dormirme.
Sé qué serie veré en Netflix mientras tanto.
Lo que nunca sé muy bien es cómo ser papá. Mis hijos suelen (y esto calculo que ya es a propósito) desorientarme con sus preguntas.
Como no tuve una figura paterna hecha y derecha (ustedes ya saben, mi familia no es la familia tipo) no tengo un referente al cual recurrir para saber si estoy en lo cierto o no.
Mis bendiciones vendrían a ser mis sparrings de la vida. Pobres ellos.
Suelo cuestionarme una y otra vez si estoy haciendo bien las cosas, sobre todo cuando disparan algún cuestionamiento hacia mi o cuando lanzan esas preguntas, tan propias de ellos, a veces adultos en cuerpos de niños.

Fer: "Lu, yo no sé si hago todo bien todo el tiempo con ustedes, pero te juro que lo intento. Lo intento de verdad, para mi ustedes están primero, segundo y tercero. De hecho, sé que me equivoqué y me arrepiento de todo, pero te juro que espero no faltarles nunca. No sé si vos pensás que soy un buen papá o no, pero creeme hija que los amo y que todo lo que hago por ustedes lo hago pensando que es lo mejor."
Lucía estaba sentada a mi lado, en su cama. Hizo una pausa, cruzó sus piernas y apoyó su cabeza en mi brazo.
Lu: "Papi, vos sos lo mejor que tengo en mi vida. Y siempre lo vas a ser. Para mi, vos sos el mejor papá del mundo. Te quiero mucho."

Por un ratito recuperé el control de la brújula. Hasta la próxima pregunta brava.

miércoles, 22 de agosto de 2018

Lo que tiene.

Para algunos, él no tiene grandes cosas.
En los hechos, él no presume de sus posesiones materiales. 
Él elige siempre las cosas simples, porque cree firmemente que las cosas más importantes en la vida no son precisamente cosas.
Él tiene mucho o poco para ofrecerle a ella, dependiendo de los ojos que lo juzguen.
Tiene helado en el freezer, de ese tipo de chocolate que le gusta a ella.
Tiene ganas de cocinarle algo rico y más ganas después de devorarla de postre.
Tiene una cama grande donde caben ambos, cualquiera sea la posición que elijan.
Tiene un abrazo enorme esperando verla, de esos que vienen adheridos a una respiración profunda.
Tiene un par de labios que combinan muy bien con los de ella.
Tiene la certeza de que va a derretirse con su próxima sonrisa.
Tiene un papelito doblado con palabras bonitas escondido debajo de su almohada.
Tiene un par de pulmones marchitos que reverdecen cuando respira de ella.
Tiene un par de ojos que no pueden dejar de mirarla.
Tiene siempre bien dispuesta a la mejor versión de si mismo para entregársela a ella.
Ella, es no obstante, justamente la responsable de que él esté descubriendo las mejores vetas de su personalidad.
Así las cosas, él puede tener poco para algunos.
Pero a él no le importa lo que opinen los demás. Él se siente rico. Y si es con ella, no hay magnate que le haga sombra.

viernes, 17 de agosto de 2018

La pelota de goma.

En medio del karting en forma de coche antiguo, de mi muñeco de Mazinger Z, de mis figuritas dibujadas a mano, de mis transformers construidos por mi con cartón, de mis autitos, soldaditos y bolillas, estaba ella, la pelota de goma.
Era casi un arma letal cuando se mojaba. Seca era una bala de cañón. Mojada era una bomba atómica norcoreana.
Cada vez que surgía el encuentro con mis amigos de la cuadra estaba ella presente para que se arme el partido en plena calle. Armábamos los arcos con un par de piedras y listo.
El partido terminaba entrada la noche o cuando la pelota caía en la casa del viejo Caro, lo primero que acontecía.
El viejo Caro supo quedarse con un par de pelotas. Y yo me desquitaba trepándome al techo de mi casa, me deslizaba cuerpo a tierra y desde el borde le lanzaba tuercas con una honda cuando lo veia sentado en su jardín. Jamás supo quién era el que lo obligaba a levantarse de su reposera a buscar refugio.
Si él estuviese leyendo esto ahora, se estaría enterando.
Pero no, el viejo Caro ya se murió. Volvamos al tema de mi pelota de goma.
Ella, en diferentes versiones, me acompañó hasta el fin de mi infancia. La física, la espiritual aún no termina.
Ya siendo papá luchón y recorriendo un super con mis bendiciones, mi hijo me pidió una vez que le compre una pelota de goma.
Me vino toda la nostalgia junta, los goles en la calle, las rodillas peladas, las peleas, los abrazos, las tuercas en la humanidad del viejo Caro, todo. Fue imposible no comprar una para el enano.
La llevamos a casa y empezó a disfrutarla con sus amigos en la misma calle donde yo jugaba.
En determinado momento mi hijo me pidió que me sume al partido, porque según él "yo soy mejor que Messi". Tomá pulga, tomá.
Como tengo el sí fácil, me sumergí en medio de las gambetas con los pibes de la cuadra, con esa pelota de goma que adoraba.
Me sentí de nuevo niño. Físicamente, lo aclaro de nuevo. Metí tres goles y los grité con el alma. Porque además de tener una cuota de niñez muy importante, también soy super competitivo.
Ahora la pelota de goma cobra vida fin de semana de por medio, cuando empieza a rodar una vez más, para darle forma a nuevas sociedades entre mi hijo y sus amigos.
Porque la vida es así, da vueltas. Como la pelota de goma.

martes, 14 de agosto de 2018

Entre ella y yo.

Esta historia se escribe a dos manos, una de ella y una mia. 
Esta historia es ATP de a ratos y en otras se torna felizmente condicionada. Paradójicamente, mientras más condicionada es la historia, más libres nos sentimos. 
Por momentos ella es docente y yo alumno esmerado. En otros se invierten los roles y ella se convierte en una alumna que deja huellas. 
Acá estamos, enseñándonos mutuamente que no hay espina que no pueda arrancarse de los corazones, que a las heridas abiertas no hay que tocarlas ya que cicatrizan solas. 
Acá estoy, haciéndola reir para quitarle todas sus dudas. 
Acá está ella, despejando todos los nubarrones que me atormentan. 
Acá estoy, lanzando deseos irracionales como pedirla de desayuno. 
Acá está ella, haciéndome descubrir que mi sabor favorito está al sur de su ombligo. 
Acá estoy, sintiéndome guapo para ella, inventando métodos para que su perfume dure más tiempo en mi. 
Acá está ella, con sus carcajadas de colegiala, multiplicándose entre sábanas de manera exponencial hasta convertirse en infinita. 
Acá estoy, voluntariamente esclavo de su espalda. 
Acá está ella, pintando arco iris en mi vida con su lengua atrevida. 
Acá estoy, convirtiéndome de a poco en cartógrafo del mapa de su cuerpo.
Acá está ella, con su sonrisa sin nombre, mejorando mi vida cuando ya no esperaba reformas. 
Acá estoy, mirándola hipnotizado mientras ella me habla, hipnosis que es interrumpida con un “por qué me mirás así” … y yo muero de amor contenido, de manera que me resulta imposible resumir en una respuesta de un renglón, así que ahí voy, lanzando una catarata de palabras que explican el por qué de ese instante. 
Acá estamos, abrazados. Ella me abraza … me abraza con el alma, que es lo más lindo que tiene. 
Y yo, yo simplemente le agradezco que me haya mirado para tejer esta historia, esta historia que se escribe a dos manos, una de ella y una mia.

miércoles, 8 de agosto de 2018

La parca.

En alguna oportunidad les conté que mi familia era utilizada por los parientes como hotel gratis. Sí, la gente llegaba sin avisar, y quien les escribe tenía que ceder porción de comida y cama. A dormir en el colchón extra en el piso del living señores.
Los motivos de las visitas eran diversos, pero hoy quiero contarles sobre uno muy específico: cuando venían a morir.
No, no estoy exagerando. Sucede que nuestros parientes entendían que como la Gringa era enfermera y había otras mujeres además viviendo en casa, cuidar del familiar enfermo hasta su muerte era una tarea apropiada para nosotros. Con nosotros me refiero a que la parentela asumía que cuidar enfermos era trabajo de mujeres.
El desfile de difuntos empezó con un tío abuelo, mi tío Fernando. Yo tenía poco menos de tres años pero tengo grabado en mi mente que el estaba ya fallecido en una cama en el dormitorio de mi abuela.
Después le tocó a otro tío abuelo, mi tío José. Él también falleció en el mismo dormitorio. Después siguieron al menos media docena más de personas.
Sí, somos en realidad una mezcla de la casa de Bernarda Alba y la casa de los espíritus.
Pero quiero detenerme en uno de los fiambres en particular: el tío Paco. Él estaba casado con una hermana de mi abuela y lo instalaron en una cama al lado de mi cama.
Asi como leen. Yo tenía 9 años y me encajaron un futuro pasajero al más allá.
"Entre hombres se van a entender" habrán pensado las tipas de la casa. Pero, la realidad era que yo no le caía bien al tío Paco. Y él tampoco a mi.
A él no le agradaba que yo jugase a la pelota en el fondo de casa. A mi no me caían simpáticos sus sonidos nocturnos.
A él no le resultaba simpático que yo haga problemas para tomar la sopa. A mi no me atraía el ruido que hacía él al tomarla.
A él no le caía bien que yo haga rápido la tarea y salga a jugar. A mi no me gustaba que me demande.
Era un duelo a muerte. Ok, no fue una frase afortunada.
Así nos mantuvimos por unos meses. No nos hablábamos. Nos saludábamos arqueando las cejas. Era un duelo silencioso.
Hasta que finalmente la parca se acordó del tío Paco. Un día volví del colegio y me dieron la noticia. Me apenó a pesar de las batallas que mantuvimos a diario.
Lo velaron y lo enterraron al día siguiente.
Y a la noche tuve que volver a mi habitación, dormir en ella, con la luz apagada, al lado de la cama del reciente finadito, con 9 años, temiendo que venga su espíritu desde el más allá para hacer ruido mientras tomaba un plato de sopa.
No pegué un ojo, lo admito. Quizás no haya sido cobardía, sino falta de coraje (?)
Por las dudas tío Paco te cuento, la sopa ya me gusta.

miércoles, 1 de agosto de 2018

Karma.

Cuando era niño y tenía la fortuna de que alguna de las integrantes de la casa de Bernarda Alba me saque a pasear, intentaba por todos los medios que lleven también a algún amigo de la cuadra.
Soy hijo único, no me culpen, era necesario.
A regañadientes, la propuesta era aceptada en casa después de mucho insistir. Soyun gran insistidor. Es un don, gané mucho por esa vía.
Los padres del amigo de turno, felices de la vida, porque se liberaban de la bendición y porque sabían que las mujeres de casa lo iban a cuidar como si fuera propio.
Ese cuadro se repitió prácticamente en todas las salidas que tuve. De nuevo, era hijo único, sepan entender.
Pero, la vida.
La vida te pone del otro lado del mostrador. Karma, le dicen.

Fer: "Chicos, carguemos la mochila y vamos al parque."
Lu: "Papi, ¿le puedo decir a mis amigas que vayan con nosotros?"
Fer: "Eeehhh ..."
Lu: "Dale papi, porfa"
Fer: "Bueno, pero deciles que lleven algo para comer y para tomar, yo llevo para ustedes nomás."
Lu: "Bueno papi, gracias."
...
Fer: "¿Y Lu? ¿Qué dicen tus amigas?"
Lu: "Dicen que sí, ya salen, las están cambiando."
Madre de las bendiciones ajenas: "Ya están listas, le puse plata a la mayor en la mochilita, por favor fijate que coman algo."
Fer: "Mirá que yo las llevo y las traigo caminando eh" (mantenía la esperanza de que se arrepienta y no las mande)
Madre de las bendis: "No importa, a ellas les encanta caminar."

Pude notar que la menor de las niñas en cuestión la miró con cara de "mamá no podés ser tan mentirosa." La nena me miró. Yo la miré con cara de "no puedo hacer nada por vos, tengo tantas ganas de llevarte como vos de caminar". Y ahí murió mi intento de ir solo con mis bendiciones.
Hasta el parque tenemos aproximadamente diez cuadras. Así que les señalé postas en el camino, que celebrábamos cada vez que llegábamos. Sí, soy una especie de Piñón Fijo con el piberío de la cuadra. Mantener la tropa unida no fue sencillo, creo que dije "Lautaro no te alejes" una vez cada tres minutos. Pero después de media hora de stress llegamos. Sí, hicimos un promedio de tres minutos cada cien metros. Bastante bien para cargar cuatro bendiciones.
Una vez en el parque llegó la voz de mando:

Fer: "Ok, armamos el picnic allá, debajo de ese árbol, desde ahí necesito verlos y saber dónde están en cada momento, ¿estamos?"

No me dieron mucha bola, pero merendaron, y desde ahí se fueron a jugar mientras me puse a pensar en las vueltas de la vida. Antes yo estaba del otro lado, jugando con otros pibes y ahora estaba a cargo. En qué momento pasó todo. Qué hice con mi vida entre un instante y el otro. Me vi a mi mismo de niño jugando a la pelota en el parque. De repente estaban mis hijos corriendo de un lado al otro con amigos, riendo, peleando, reconciliándose.
Sonreí.
Me sentí en paz.
Tan en paz que me dormí por aproximadamente treinta minutos.
Ok, no los cuidé con mi vida precisamente a los niños, pero mi ángel de la guarda (que ya debe estar harto de mi) me reemplazó en ese momento que estuve en piloto automático.
Así que ya saben, dejen tranquilos a sus bendiciones conmigo.
Siempre atento el Fer.

Manual para matar.

¿Cómo matar a un no muerto? Lo sé, parece una pregunta estúpida, y quizás lo sea. Jamás me agradaron los dueños de verdades y no pretendo tr...