martes, 31 de enero de 2017

La Maga.

No tuve abuelos varones. Sólo tuve a mi abuela materna. Magdalena se llamaba y Doña Maga le decían.
Ella fue la penúltima de siete hijos de un matrimonio de inmigrantes españoles. A su vez mi bisabuelo era hijo de un italiano que tuvo que emigrar a España por razones de fuerza mayor. Aparentemente se le cayó un hacha sobre la cabeza de un vecino. Cosas que pasan.
La cuestión es que el matrimonio se instaló en un pueblito de Burruyacú, en el noreste de Tucumán.
Mi abuela se casó antes de cumplir los 20 años con alguien que todos ustedes conocen. El muy popular señor Juan Pérez.
Tuvieron tres hijas, la del medio era mi vieja.
Cuando las hijas eran adolescentes ese matrimonio estaba acabado, y como frutilla del postre a mi abuelo no se le ocurrió mejor cosa que dejar de pagar la hipoteca de la finca donde vivían y un buen día llegó gente del banco a desalojar la casa. Así fue como mi familia fue a parar a El Colmenar cargando sus cosas en un carrito.
Se instalaron en una casita prestada por amigos que se iban a vivir a Buenos Aires. Allí empezó a forjarse la casa de Bernarda Alba. Un dream team de mujeres que terminaron la secundaria caminando 50 cuadras diarias y a la vez laburaron como empleadas domésticas.
Con el tiempo las hermanas Pérez empezaron a laburar formalmente mientras mi abuela era la jefa de la familia. Las chicas Pérez ya eran mujeres y consiguieron una casita en el Barrio San Martín. En medio de esas gestiones fue que mi vieja lo conoció a mi viejo. Pero a esa historia ya la leyeron.
Mi mamá fue enfermera toda su vida. Trabajó siempre en al menos dos lugares. La mayor de sus hermanas era la jefa de cocina de un hospital y la menor trabajó en el comercio hasta que sus últimos diez años de actividad los dedicó a un almacén que pusimos en casa.
Mientras tanto mi abuela seguía a cargo de la casa. Era la que se ocupaba de:
Cocinar todo.
Obligarme a tomar la sopa.
Perseguirme para que vuelva a casa a bañarme.
Ir a buscarme a la salida del colegio los primeros tres años de la primaria.
Amenazarme con contarle todo a mi vieja.
Consentirme con un sanguchito de caballa con cebolla o una rodaja de pan con picadillo.
Así que yo dedicaba tiempo a:
Separar lo que no me gustaba de la comida y dárselo al perro a escondidas.
Decir que me dolía la panza para no tomar la sopa.
Correr más rápido que ella para no tener que bañarme.
Buscarla a la salida del colegio y pedirle que me compre figuritas.
Amenazarla con que si le contaba algo a mi vieja yo les avisaba a todos en casa que la vi tomando un vaso de vino.
Comer el sanguchito o el pan con picadillo para hacer las pases.
Bonus track: a veces al despertar yo dejaba de respirar y me hacía el muerto sólo para ver cómo mi abuela se asustaba. Sí, muy cruel, pero divertidísimo a mis ocho años.
Bonus track dos: ella se ocupaba de amenazar de muerte a los padres de los chicos que se peleaban conmigo.
Con el tiempo ella fue reduciendo sus tareas. Sus hijas empezaron a jubilarse y tomaron la posta del laburo hogareño.
Yo me casé y me fui de casa. Casa a la que volvería 14 años más tarde, ya descasado.
La Maga conoció a Lucía en versión bebé. Esos últimos años el alemán hacía que confunda a la mayor de sus hijas con su madre, a sus otras hijas con hermanas y yo era uno de sus hermanos. Todos los días tenía que presentarme de nuevo con ella y detallarle todo el árbol genealógico. Pero era más divertido y menos traumático seguirle la corriente.
Ella se fue antes de que yo me enferme, así que estoy seguro que hizo bastante fuerza desde arriba para que este ejemplar vuelva a la vida.
Tenía una sonrisa linda, amplia con labios finos. Era blanca, no tenía una sola arruga. Ella estaba segura de que era rubia natural aunque en todas sus fotos de la juventud sale morocha. Ella fue mi mamá de todos los días en mi niñez.
Y ella está ahí. Está en el pan con picadillo que comparto con mis hijos.
Hola Maga, esperame que nos vemos cuando Dios quiera.

domingo, 29 de enero de 2017

El sueño del pibe.

¿Qué querés ser cuando seas grande?
Bueno, la respuesta a esa pregunta fue cambiando con el correr de los años. Cuando yo tenía 5 añitos, quería ser médico para trabajar con mi mamá, que era enfermera. Acá viene el "aaawww".
Duró poco la ternura. A los 8 años quería ser futbolista. Pero no cualquiera. Quería ser "el capo Noriega". No se gasten en preguntarse quién es. Solamente los hinchas de San Martín lo sabrán. Ya de chiquito era raro. Todos querían ser Maradona. Mi vieja me compró una camiseta de San Martín en el bajo, esas viejas de tela que parecía una bolsa arpillera, y le pegó el número cinco con cinta negra en la espalda. Así me iba a jugar a la pelota.
Pero de repente a los 12 años vi la luz. Estábamos viendo Elegidos en casa un sábado al mediodía y pusieron un video cllip de Jazzy Mel. El Charly García del rap argentino. De pronto flash. Y no era la chica del bikini azul. De repente ya sabía qué quería ser. Bailarín de rap.
El problema era que yo era malísimo bailando. De todos modos como mi entusiasmo era enorme me compré una gorrita, empecé a usar el jean que me compraron grande para que me dure mucho, una remera y encima una camisa desprendida. Fachero mal.
Empecé a tirar pasos en la esquina de la cuadra con los changos y eramos dos los que nos sabíamos todos los temas del momento. El negro Luis y yo. ¿Y qué pasa con los negros? ¿Qué virtud tienen? No, esa no, la otra. Desubicados. La otra ... los negros bailan muy bien.
El negro Luis me pasaba el trapo pero yo le ponía mucho entusiasmo y como tenía cierta ascendencia en el grupo nadie se atrevía a decirme que yo ... daba asco.
Junté todos mis ahorros y me compré los dos cassettes que sacó Jazzy Mel y el único que sacó McNinja (la competencia) Probablemente quizás ese fue el único que vendieron.
Las siestas en mi dormitorio consistían en poner una y otra vez los cassettes para practicar coreografías que podrían haberme hecho pasar tranquilamente por alguien que sufría un ataque de epilepsia.
Jazzy Mel dejó de estar de moda en menos de un año. Y yo quedé desolado. No entendía como había dejado de gustar tremendo artista. Ya no había esquina para tirar pasos ni gorra para presumir. Ni siquiera el auge de Vanilla Ice pudo estirar la magia de Jazzy Mel.
Pero ... si alguna vez nos cruzamos en alguna fiesta ... después de unos cuantos fernets me verán tirar mis famosos pasos de rap. No me detengan, dejenme ser feliz.

sábado, 28 de enero de 2017

El baul de Blás

Finalmente lo dejé entrar a mi casa. No porque estaba enamorada. Al menos no como lo estaba de Blas. Sin lugar a dudas, no como lo amaba a Blas. Pero estaba cansada de llegar y encontrarme sola. Ni una mascota salía a recibirme. Bueno, la verdad es que no me agradan las mascotas. Tenía apenas un cactus horrible que me regaló la vecina de al lado. Y qué saben los cactus del amor. Y qué sabrá mi vecina sobre regalos adecuados.
Pablo entró, giró su cuerpo ciento ochenta grados de compromiso para decirme “qué linda es tu casa”.
Apenas había visto el living y ya sacó una conclusión sobre mi casa. En fin. Blas sabía decirme todo en el momento indicado.


- “Pasá, ponete cómodo, ubícate en el sofá grande, voy al baño y vuelvo.”
- “Bueno amor, te espero.”
¡Ay!, me da urticaria cuando me dice “amor” ¿Por qué tiene esa maldita costumbre de recordarme que no lo amo?
Salí del baño decidida a no sentirme sola. Así que del sofá lo llevé directamente a mi cama. De la cama, a la ducha. Y otra vez a la cama.
- “En qué pensas” (es inevitable. Es genético. Todas las mujeres nos llenamos de intriga ante el silencio del hombre. Como si en algún momento estuviese por salir de ellos la respuesta a todos los males del mundo)
- “Estaba mirando ese baúl que tenés al lado del mueble de tus zapatos … es enorme, qué guardás ahí? Disculpame que sea tan curioso amor”.
Otra vez esa manía de hacerme sentir culpable. Disimulé la culpa con una sonrisa. Nada como una sonrisa para encubrirme mintiendo.
- “Ahí está Blas”.
Pablo se quedó mirando perplejo, quizás tratando de ver rastros de sangre, tomando medidas imaginarias, calculando espacios … los hombres son tan literales … todos menos Blas … Blas siempre me entendía. Después de un minuto eterno, sonrió socarronamente.
- “Cómo va a estar tu ex ahí …”
Me encogí de hombros y le sonreí.
- “Nunca me contaste por qué terminaste tu relación con él … y jamás volví a verlo.”
- “Pablo, salimos desde hace un mes. Tu “nunca” suena un tanto exagerado.”
- “Bueno, me gustaría saber … no quiero cometer los mismos errores que él …”
Lo paré en seco.
- “Él no se equivocó nunca Pablo.”
- “Bueno, perdón, pero por algo se fue … por algo te dejó así de un momento para el otro y nadie volvió a saber de él.”
- “Él era perfecto Pablo. Me amó demasiado. Tanto que era intolerable sentirse amada de ese modo. Simplemente no pude soportarlo y tuve que deshacerme de él.”
- “Quizás te sentís así porque todo es demasiado reciente aún … pero algo debió hacerte para que tenga tanta vergüenza y desaparezca del mundo … no te culpes.”
Alejé mi brazo izquierdo de su pecho y desvié mis ojos hacia la pared.
-: “Yo jamás pude entender la profundidad del amor que Blas sentía por mi. En el fondo, necesitaba sentir que él era uno más, igual a todos … un hombre normal … como todos los que me habían fallado antes“.
Le devolví la mirada con una sonrisa espontánea y seguramente un brillo en mis ojos que me delataba.
- “Él me dejaba frases que escribía en cualquier papel que encontraba ¿sabés? Es una taradez, algo extremadamente simple, pero me llenaba el alma cuando las encontraba en mi cartera, debajo de mi almohada, donde sea. Pero soy una desconfiada eterna … no pude convencerme jamás de la sinceridad de esas palabras escritas. Y un día … “

-: “Amor, no me dijiste nada sobre la nota que te dejé en la mesada”.
-: “Son solo palabras Blas … el amor se demuestra con hechos”.


- “Lo paradójico es que Blas me lo demostraba todos los días. A veces se equivocaba, claro, pero se esforzaba tanto en corregirse. Había momentos en que realmente sentía pena por él. Tan abnegado a enamorarme … desde ese día no me escribió nada nunca más. ¡Y yo extrañaba horrores esos papelitos de mierda! Porque me sacaban una sonrisa cuando más la necesitaba … fui cruel con él porque necesitaba sentir que yo tenía razón, exigía desmoronar sus sentimientos, poner a prueba el amor que él supuestamente me profesaba.”
- “Y esas palabras que vos le dijiste … lo llevaron a hacer algo? ¿Vos lo viste con otra? Porque en el trabajo él era muy reservado …”
- “Nunca. Siempre fue para mi. Pero no pude conmigo misma. Empecé a romperle el corazón lentamente …”

- “Blas, podés tratar de no ser vos esta noche?”
- “Bueno amor, te lo prometo.”
- “Blas, a veces me da vergüenza cuando estoy con vos … el modo en el que actuás … ¿qué querés demostrar?”

- “Blas siempre fue muy sensible … siempre pensé que debió haber nacido mujer, jejeje”
- “No te rías estúpido … no me estoy burlando de Blas.”
En ese momento me puse roja, porque había pasado una hora completa burlándome de Blas. Y Pablo seguía con la mirada fija en el baúl.

- “Blas, ¿podés intentar no ser tan demostrativo cuando estamos con amigos? No estoy acostumbrada.”
- “Pero amor, desde hace un año que estamos juntos … y siempre fui así, ¿ahora te incomoda? Amor, ¿a vos te pasa algo? ¿querés contarme?”.
- “No me pasa nada Blas … dejame en paz.”

- “Poco a poco fui haciendo añicos sus sentimientos hacia mi. Pero insistía en permanecer a mi lado. Cada vez que lo necesitaba, él estaba. Blas era … perfecto … y tenía razón, a mi me pasaba algo … yo no estaba bien … me cuesta creer que un hombre me quiera de verdad …. Pablo ¿podés dejar de mirar el baúl y prestarme atención? Te estoy contando algo importante ….”
- “Disculpá amor, es que me mata la intriga.”
Definitivamente, Blas sí me quería de verdad. Y siempre me miraba a los ojos cuando yo le contaba cosas importantes. Y también cuando se trataba de estupideces. Él me decía que lo hacía porque adoraba mis ojos y mi sonrisa. Pero lo mismo me habían dicho antes … los que me fallaron. ¿Por qué iba a ser de verdad ahora?
-: “Sé que querés saber si en la cama Blas era bueno. En eso, todos los hombres son iguales. Todos necesitan ser el mejor. Al menos mejor que el anterior … pero te voy a ahorrar la pena. La cosa es que Blas era incapaz de dejarme a pesar de que todo había cambiado. Seguía empecinado en demostrarme que me amaba. Y yo, terca, en que tenía razón, que todos los hombres son iguales … de modo que decidí matarlo.”
Sentí como a Pablo le corrió un frio por la espalda, a pesar de que me llevaba dos cabezas y al menos 30 kilos de ventaja. Pude palpar como nuevamente hacía cálculos mentales comparando el tamaño del baúl con la altura de Blas. Pero no, no tenía pensado matarlo. Sin embargo, él no sabía eso. Tenía razón en sentir miedo. Es la primera vez en toda la noche que Pablo había acertado en algo.

- “Matarlo …. ¿matarlo? O sea, lo que quiero decirte, es … ¿lo mataste de verdad a Blas?”
- “Pablo, relajate … ¿te acordás la semana anterior a que nos besemos por primera vez? Vos habías viajado por trabajo. Aproveché para deshacerme de Blas. Ya tenía todo pensado.”

Estábamos cocinando juntos. Yo me ocupaba de picar las verduras. Él estaba concentrado dándole sabor a un pedazo de carne. Agarré el cuchillo mediano, el más filoso, me encantaba usarlo porque el mango se amoldaba justo al tamaño de mi mano.
- “Blas, ¿por qué estás aún conmigo?”
- “¿Cómo que por qué? Porque te amo cielo.”
- “Siempre me dijeron “te amo”. Cómo sé que tus “te amo” no son una ilusión más.
- “Porque no necesito perderte para saber quién sos. No necesito fallarte pare después llorarte. Yo ya sé quién sos. Sé lo que sos, lo que vales. Sé que soy para vos y que vos sos para mi. No me pidas una conclusión objetiva porque no existe la objetividad a la hora de amar.”
Esas palabras seguramente ablandarían cualquier corazón. Casi ablandan el mío. Casi me emociono y tiro el cuchillo y corro a abrazarlo y a besarlo. Casi. Pero mi necedad fue más fuerte.
- “Blas, yo no te amo.”

- “Es increíble como cinco palabras pueden bastar para terminar con una vida. Fue suficiente para acabar con Blas. Un trabajo limpio. Salvo por mi conciencia, claro … pequeño detalle.”
- “Entonces … ¿no lo mataste de verdad?”
- “Blas ya no está Pablo, ahí se termina la historia que te cuento.”
- “Pero decime, ¿Blas está muerto?”
- “Blas no está. Está el baúl. Blas vive ahí dentro. Eso es todo lo que necesitás saber.”
Nos atravesó un minuto de silencio helado.
- “Yo no soy igual a todos.”
- “No lo sé Pablo … lo único que puedo asegurarte es que definitivamente, no sos como Blas. No puedo amarte como lo amé a él. No podría hacerle eso a Blas. Y por eso, no voy a matarte.”


Blas: “Sé que sí me amás. Sé que no podés con vos misma. Yo voy a esperarte todo el tiempo que sea necesario …”

jueves, 26 de enero de 2017

Nostalgia.

Añoro la niñez despreocupada, esa intensidad al girar hasta caer rendido en la vereda de casa al lado del siempre verde para luego ver viajar las nubes a toda velocidad.
Extraño el ritual de asar choclos y un pedazo de queso criollo al lado de las brasas con mis tíos abuelos.
En qué momento dejé atras la belleza de lo simple ...
Vaya uno a saber en qué cielo duerme hoy mi felicidad.

El experto.

Es de no creer, pero de adolescente era más feo que ahora. En primer año parecía niño esclavo rescatado. Flaco y petiso. En segundo año pegué el estirón y me hice alto y musculoso como ahora (?)
Hablemos en serio, cuando me hice adolescente cambié drásticamente de grupo de amigos. Empecé a juntarme más con mis compañeros de la secundaria (no con todos, tenía mi grupito) que con los muchachos del barrio. Una de las últimas oportunidades que compartí con los changos del barrio fue un cumpleaños de quince de una vecina. Hasta entonces conocía el alcohol por el vaso de vino que tomaba mi padrino los domingos o el vaso de vino que tomaba mi abuela ... todos los días.
Lo había probado obviamente porque los varones no pueden desear y no falta el comedido que al grito de "que vaya haciéndose hombre" te convida un trago.
La cuestión es que me puse la camisa de jean, mi pantalón nevado (sí, eran la remoda, busquen las imágenes en google los más pendejos), mis zapatillas nuevas y me fui a la fiesta.
Nos sentaron a todos los amigos en una mesa y nos trajeron la comida. Y nos sirvieron botellas de cerveza y unas cajitas de vino tinto. PARA QUE.
Amigote: "¿Saben qué queda muy bueno? La cerveza mezclada con el vino tinto."
Fer: "Ah sí, más vale chango."
TODOS eramos super expertos en materia de bebidas alcohólicas. Las sabíamos todas, la teníamos clara con el fútbol, con las minas y el alcohol no podía ser la excepción. Admitir lo contrario implicaba un descenso social tremendo. Admitir la realidad, claro está, porque todos eramos unos muertos.
Por favor los menores de edad, no hagan lo que sigue en sus casas.
La cuestión es que me puse a preparar 50 y 50 los vasos de cerveza con vino tinto. No sé cuánto bebí. Lo que sí puedo decirles que a partir de cierto momento el monitor empezó a parpadear.
Lo primero que recuerdo es que me dieron una rosa con una vela y me pidieron que me ubique en determinado lugar.
Cumpleañera (llorando): "Por favor quedate quieto ahí."
Fer: "Si es lo mismo ameeegaaaa."
No sé dónde quedé porque en la foto no salí.
Después fui al baño, iba rebotando en las paredes del pasillo y ya estaba ocupado por uno de los muchachos que estaba vomitando hasta lo que había comido dos semanas atrás. Entré nomas y nos hicimos hermanos del vómito.
Después estuve sentado largo rato creyendo que estaba seduciendo a una chica del barrio. En realidad le estaba dando asco. Pero como soy muy crack me levanté para sacarla a bailar. Terminé aterrizando sobre su pantalón. Hubo gritos, empujones, más lágrimas. Fui un desparramo de emociones.
Cuando pude pararme me acordé que alguien alguna vez dijo que cuando uno está borracho te tiene que dar el aire. Salí a la vereda y no sentía nada de viento. Tenía que generar viento. Así que me pareció muy sensato empezar a correr para sentir viento. Corrí, corrí y corrí, dando vueltas a la manzana. Habré dado unas cinco vueltas con algunos desparramos de humanidad en el pasto de algún vecino hasta que me cansé de jugar a Flash y decidí que era hora de volver a casa. Crucé la calle y caminé tres casas.
En ese entonces el frente de casa tenía una verja de dos metros y medio y el portón religiosamente se cerraba con candado después de las 22 horas. En condiciones normales saltar ese portón para mi era una macana. Yo no estaba normal asi que me caí. Fue un panzazo pero contra el concreto. Después de un tiempo en el piso me levanté, llamé a la puerta, me abrió mi vieja y me vio en un estado lamentable. Me fui derecho al baño a seguir expulsando el demonio y todas las integrantes de la casa de Bernarda Alba en la puerta preocupadas por mi salud.
Mamá: "Hijito qué te pasa."
Fer: "Maaaaa comí un sánguche de mortadela, me hizo re mal".
La confianza ciega de mi vieja. Pobre. Me creyó.
Me fui a mi cama y en cuanto me acosté todo empezó a girar. Mi cerebro tenía un corazón agitado. Latia y sentía que me iba a salir por la nariz. Me dolía la cabeza. Me dolía el cuerpo por los golpes. Y mi estómago quería fugarse de mi cuerpo.
La cuestión es que mi vieja llamó a la emergencia médica a pesar de mis insistentes ruegos para que no lo haga.
Llegó la ambulancia y entró el doctor. Me revisó y luego de un silencio que se cortaba con tijera lanzó esa frase que nadie en mi familia jamás olvidará:
Médico: "Señora, su hijo está borracho."
Era el fin de mi niñez para mi mamá. No importaba que se haya enterado que ya había estado de novio. O que ya haya intentado afeitarme. Para ella aún eran cosa de chicos. Pero ese suceso era diferente. Pude notar ese cambio en sus ojos. Me miró con ojos de desilusión por un instante. Y luego su mirada se transformó en ojos asesinos.
Seguramente tuvo ganas de matarme pero como era su único hijo tuvo compasión y se le pasó.
Pero lo más probable es que se haya preguntado en qué falló. Y no falló en nada. Ella hacía lo que podía. Yo era un atorrante no asumido. Seguro se cuestionó, porque eso es lo que hacemos los padres todo el tiempo. Cuestionarnos y mucho internamente. Queremos estar en todas y prevenir todos los males del mundo y luchamos arduamente contra hijos que no nos comprenden.
Hay un instante en la vida en la que coinciden dos sucesos:
1. Terminamos de entender a nuestros padres.
2. Nuestros hijos creen que no sabemos nada de la vida.
Es ley.

martes, 24 de enero de 2017

No te atrevas.

Ya les conté (y les mostré un pequeño ejemplo) de que a veces escribo sobre algo diferente a lo que me pasa o me pasó.
Puede ser un poema o quizás un cuento. Y a veces escribo para alguien más. Este cuento lo escribí hace algunos años pensando en una amiga. Pude volcar toda la impotencia que sentía contra su testarudez o su debilidad (quizás)

A los amigos a veces dan ganas de matarlos porque por más consejo que uno le brinde la cosa no cambia. Puedo decirlo porque estuve de ambos lados del mostrador. Pero los amigos de verdad siempre están. Esperan pacientes a que finalmente "la cosa cambie".

Este cuento se llama:

No te atrevas a olvidarme.

Ella apoyó sus delicadas facciones sobre el pecho desnudo de él. Siempre le agradó sentir los resabios de los latidos acelerados de la pasión. Cruzó su pierna por sobre las de él, como mezquinándolo a la vida.
Sus encuentros eran cada vez más fugaces y distantes. Él prometía cíclicamente dejar todo para abandonarse a ella, pero sabía muy bien que nunca iba a hacerlo. Disfrazó su egoísmo mientras pudo, pero cada vez tenía menos margen para finalmente desnudar su verdad. Su conciencia, el temor a generar más dolor, la cobardía, se hicieron uno y lo empujaron a actuar impunemente.
Ella le lanzó un “te amo” repleto de “te necesito”; él apenas le sostuvo la mirada, la abrazó fuerte y dejó escapar media sonrisa.
- “Antes tu sonrisa era completa”, suspiró ella.
Tampoco tuvo palabras. Se levantó y empezó a vestirse lentamente, como si de su última voluntad se tratase.
-“¿Cuándo nos vemos?”, alcanzó a decir ella.
-“Yo te mando un mensaje”, le respondió él, reduciéndola a la más servil expresión humana.
Ella se incorporó rápidamente, corrió los pocos pasos que la separaban de la puerta, se colgó del cuello, lo besó intensamente y al oído le dijo: -“No te atrevas a olvidarme”.
Él le dio la otra media sonrisa, la miró con ojos de última vez, abrió la puerta y abandonó la habitación, dejándola sola con sus fantasmas y miserias.
-“No te atrevas a olvidarme”, repitió, casi como un ruego al mundo, mordiéndose los labios, esta vez para sí misma y de un modo poco audible.
-“No te atrevas a olvidarme”, insistió, mientras las lágrimas de quien se sabe ya olvidado se empujaron para regar su rostro.

El Chevy.

Primero la casa. Después el auto. Esa ley cumplieron religiosamente en la casa de Bernarda Alba. Mis viejas terminaron de pagar la casa y compraron un usado, un Chevy modelo 76 de color amarillo. Bien disimulado. Autazo era, un motor de la puta madre. El tema era que aprendan a manejar. Las tres candidatas eran mi vieja y sus dos hermanas. Pasaron tres instructores y los tres renunciaron. Creo que el tercero ni cobrar quiso. Era más peligroso enseñarles a manejar a ellas que caminar contando billetes por el conurbano bonaerense.
El auto más que nada lo usábamos una vez al mes para ir a la casa del campo. Las veces que habré pisado el freno imaginario en el asiento de atrás. Al tiempo quien empezó a hacer de chofer fue mi padrino, hasta que nos lo compró. De ese modo el auto dejó de ser un arma mortal y pasó a manos seguras.
Peeeeeero hasta eso quien tomó la posta era mi vieja.
La cosa era que a la salida del colegio (cuando iba a la primaria) quien iba a buscarme era mi abuela. Ella conversaba con todo el mundo porque llegaba media hora antes y ni bien salía nos íbamos tranquilos y seguros a tomar el 3 frente a la Parroquia San Roque.
Un día mi abuela no estaba. Salgo y veo el Chevy en la vereda. Y mi vieja parada al lado. Normalmente los chicos van corriendo al auto de sus padres. Yo también quería correr. Pero en sentido contrario. Pero no quedaba otra, había que subir, asi que fui caminando mientras creí escuchar "dead man walking".
Me subí y me envolví con el cinturón de seguridad cual matambre arrollado, me encomendé a todos los santos y respiré hondo.
Mi vieja pisó el acelerador y rápidamente llegamos a 80 km/h. Llegamos al primer semáforo, que estaba en rojo. Como mi vieja tenía problemas para ver el semáforo y manejar al mismo tiempo ella hizo de cuenta que no había semáforo, simplemente se fijaba si venía alguien. Adios señor semáforo.
Llegamos adonde estaba la antigua terminal de ómnibus. Había un agente de tránsito indicando el paso. El tipo estaba paradito sobre la avenida Avellaneda. Levantó la mano indicando que nos teníamos que detener. Mi vieja venía justo por su carril y eramos el primer vehículo. Adivinen. Mi vieja pisó el acelerador y la agujita llegó a 100. El hombrecito se tiró sobre la platabanda.

Fer: "Mamá, creo que el señor quería que te pares."
Mamá: "¿Cuál señor? ¿Había un señor?"
Fer: "Sí ma, había un señor que casi lo chocaste, está en el piso ahora."

Para qué le dije eso. Mi vieja giró la cabeza y al mismo tiempo giró el volante. No era joda. Había serios problemas de coordinación. A ver, la tipa ya tenía antecedentes de manejar un sulky y haberlo chocado contra una tranquera haciendo volar a sus ocupantes hacia unas pencas. Un auto era cosa seria. El tema es que le dimos a la platabanda, rebotamos y casi generamos un choque en cadena.
Después de eso llegamos a casa, sin detenernos nunca. El resto de los semáforos estaban pintados. En el camino sólo escuché bocinazos y puteadas. Yo simplemente apoyé mi cabeza en el vidrio de la ventana y me quedé mirando sin ver, como quien espera resignado el final.
Gracias a Dios el viaje se terminó. Como para no desentonar terminamos subidos a la vereda y le dimos un toque al canasto de la basura del vecino.

Mamá: "Mejor mañana que vaya la abuela a buscarte."

No pudo tener una reflexión más sensata. Te amo ma, gracias por no volver a manejar.

lunes, 23 de enero de 2017

El padrino.



Juan Luis Gutiérrez se llamaba mi padrino de bautismo. El primer encuentro entre él y mi familia ocurrió cuando yo no estaba ni siquiera en los “no planes” de mis padres. Mi abuela materna, una de mis tías y un tío abuelo estaban recorriendo una finca … ajena, recolectando choclos … ajenos. En sentido contrario venía mi padrino con una escopeta en la mano.
Mi tío abuelo intentó manejar la situación:
José: “Buen día Don, andamos contando los choclitos.”
Juan: “No se haga problema Don, yo también estoy robando.”
Por favor no se pongan moralistas. Es una anécdota graciosa de familia. Aparte el delito ya prescribió. Y el chacrero no se fue a la quiebra.
En ese entonces mi familia vivía en El Colmenar en una casa prestada. Mi padrino vivía en Las Talitas, cerca de allí. A partir de entonces se hizo amigo, muy amigo de mi familia. Él con sus hermanos y hermanas se juntaban con las jóvenes integrantes de los Pérez (mi vieja y sus hermanas) y hacían alta gira por los boliches de turno junto a otros secuaces.
Vamos rápidamente a cuando nací. Era hermoso. Después me descompuse. Juan se hizo cargo del padrinazgo. Y yo del ahijadazgo.
Él hizo las veces de papá. Se instalaba todos los fines de semana en casa durante mi infancia. Y las salidas con él eran a:
1.       Me llevaba a la cancha de San Martín a pesar de que él era veneno del decano. La primera vez que San Martín ascendió a primera me llevó a los festejos en la Plaza Independencia. Quise hacerle una broma inocente. Grité que él era decano. Vean como cantaba ese cristiano a favor del santo.
2.       Me llevaba a Sacoa a jugar a los videojuegos.
Aquí se termina lo infantil.
3.       Me llevaba al hipódromo. El tipo era fanático de los caballos. Me hizo aprender todo lo que había que saber para creer adivinar qué caballo iba a ganar para finalmente darse cuenta que ganaba cualquier otro.
4.      Me llevaba a las carreras cuadreras. Su hermano tenía caballos que competían y nos íbamos a distintas localidades del interior de Tucumán.
Mi padrino olía a cigarrillos marca Colorado. Fumaba todo el tiempo. Era muy gracioso. Y super laburante. Tenía una finca en Las Talitas, un terreno soñado. Y nos compró a nosotros el auto que mi vieja jamás pudo manejar bien. Un Chevy modelo 76 de color amarillo. Una máquina ese auto. Nos llevaba una vez al mes a la casa que tenía mi abuela en Tala Pozo, un pueblito bien tierra adentro en Tucumán.
Hay algo más que tienen que saber sobre mi padrino. Era el tipo más mujeriego que conocí en mi vida. Le hacía tiros a todo lo que se movía. Vivía cambiando de novia. Y fue un adelantado a las icardiadas. No te podías descuidar con el tipo.
Un verano nos acompañó a unas vacaciones en Cafayate. Yo tenía 12 años y compartí la habitación del hotel con él. La primer noche se sentó frente a mi y empezó a enseñarme cómo debía hacerle el amor a una mujer. Dos cositas:
1.      Eran los 12 años de mi generación. Lo más zarpado que había en la tele en ese momento eran los capítulos del Chavo del Ocho. Y aún me costaba despegarme de mis soldaditos de juguete. Un boludito muy importante.
2.        Si hubiese hecho el 10% de las cosas que me enseñó yo hoy estaría preso. Era un Christian Grey muy zarpado. Sin el helicóptero.
La cuestión es que sentí que pasó un huracán sobre mi infancia.
Entrado ya en mi adolescencia mi padrino empezó a visitarnos una vez al mes. Era como que su laburo como papá postizo ya estaba casi hecho. De todos modos tuvo precisión quirúrgica para justo estar la noche que me emborraché por primera vez. Me dio un sermón tremendo. Calculo en realidad que habrá sido tremendo. La resaca no me permitió grabar nada de lo que me dijo.
Nunca perdimos contacto pero ya me hice grande y era yo quien iba a visitarlo un fin de semana al mes en su finca. Yo ya estaba estudiando en la Facultad y él finalmente había sentado cabeza. El tipo se había casado. Tenía ya casi 60 años. Dura la piedra eh?
¿Se acuerdan de los cigarrillos  Colorado? Él había dejado de fumar hace ya muchos años. Pero el daño ya estaba hecho. Un cáncer en la garganta se había instalado con ganas de quedarse. Después de meses de quimioterapia y una operación todo parecía estar bien. Pero esta enfermedad de mierda volvió con todo. Tuvieron que hacerle una traqueotomía. Perdió el habla y nos comunicábamos por señas. Las veces que no podía entenderle me escribía.
Se mudó a la casa de una de sus hermanas en Barrio El Bosque, que quedaba mucho más cerca del hospital que su finca en Las Talitas. Hacia allí iba domingo de por medio a verlo. Jugábamos a las cartas, nos cargábamos con San Martín y Atlético y compartíamos las gambetas del ídolo de River de turno. Nos reíamos mucho. Le contaba sobre los avances en mis estudios. Sobre las changuitas que hacía para conseguir algo de dinero. Sobre mis planes. No había lugar para lamentos. Su físico se deterioraba cada vez más. Eso era notorio.
El domingo que se fue estábamos todos. Su familia completa y yo. Empezó a faltarle el aire, lo rodeamos, le sostuvimos las manos, tratamos de transmitirle paz. El gallego se fue y no se fue solo. Esa vez mi llanto estuvo cargado de presencias, de ansiedad por su llegada (¡ahí viene el padrino! Gritaba yo cuando veía aparecer el Chevy en la esquina), de infancia feliz, de historias locas, de viajes al campo, de canchas de fútbol, de peleas a causa del clásico tucumano … se te extraña gallego.
Me hubiese encantado que conozcas a mis hijos, o que hubieses estado para aconsejarme tantas veces.
Nos vemos cuando Dios quiera.

sábado, 21 de enero de 2017

Para Lucía.

Algo que también les conté es que cada tanto me sale escribir algo que no sea exponer de modo tragicómico lo que acontece en mi vida. Escribí cuentos y poesías. Esta poesía se llama como el título de la entrada y la escribí de un tirón en medio de un arranque de nostalgia. Es increíble como un nudo en la garganta puede vestirse de musa inspiradora. No los distraigo más, los dejo con el poema:

Para Lucía
Quisiera que me descifres a pesar de mis fallas.
Quisiera que entiendas que hice lo mejor que pude.
Quisiera no ser un recuerdo en vida.
Quisiera no disfrazarme de pequeño regalo para no ausentarme.
Quisiera, que cuando crezcas, me entiendas con ojos de adulta, y me veas con ojos de niña.  

Fernando Pérez

Habemus deptus.

El que se casa, casa quiere. Y el que se separa, casa no tiene. Los tres primeros meses posteriores a mi separación me instalé en la casa de mi vieja. Después de ese tiempo encontré un departamento de un dormitorio en barrio norte. Realmente tuve suerte. Un dormitorio amplio, el baño con suficiente espacio, cocina, lavadero, comedor y un balcón que daba a calle Santiago. Ah, no los quiero enamorar pero el departamento tenía lavarropas instalado y wifi. Pequeño pero suficiente para mi, un hombre que en ese momento vivía solo. El hombre de la casa. En realidad seguía haciendo las mismas cosas que antes (cocinar, limpiar, lavar) pero para mi solo. No me idealicen. No lleguen a la conclusión de que sé hacer de todo. Ya saben que no sé andar en bici y que demoro las decisiones importantes. Es hora de que sepan de que no sé arreglar absolutamente nada. Lo más intenso que llego a hacer es cambiar la bombilla de la luz. No me pidan más. Resulta que un buen día en mi flamante departamento el inodoro empezó a perder agua. Yo estaba atravesando una etapa de desempleo en mi vida por lo cual concluí que era un buen momento para ahorrarme unos pesos e intentar arreglar por mi mismo el trono. Lo destapé y saqué el flotante. Lo desarmé. Primer grave error. No memoricé el orden de las piezas. Me conecté a youtube buscando tutoriales sobre armado de flotantes. Encontré a un plomero español muy servicial pero no le entendí absolutamente nada. Mientras tanto, el inodoro empezó a perder cada vez más agua y empezaba a inundarse el comedor. Ustedes dirán, por qué carajo Fer no cortaba la llave de paso. Les contesto: no la encontraba. Seguí buscando la llave por una media hora, ya con el agua a mis pies y finalmente di con ella. Estaba detrás del lavarropas. Facilísimo pensé. Corrí el lavarropas hacia adelante, bien a lo bruto (fiel a mi estilo) y terminé desconectando la manguera. Sin poder creer mi inutilidad me levanté de golpe y le pegué flor de cabezazo al calefón. Lo saqué de su lugar. De repente tenía el inodoro roto, el lavarropas desconectado y el calefón fuera de sitio. Al menos pude cortar el agua. Derrotado llamé al plomero. El tipo llegó, miró el apocalipsis y me preguntó: "¿Cómo has hecho para romper todo?" Fácil, sacando a relucir todo el lado malo de mi genética. PD: también supe dejar sin luz a la mitad del edificio por intentar arreglar un toma. Está claro, a mi me dejan solo en el Amazonas y me comen los tucanes.

viernes, 20 de enero de 2017

La sonrisa de papá.

De mi papá tengo la sonrisa. Físicamente sólo eso. Bueno, y la estatura. Aunque quizás la estatura también salga de la cruza con mi vieja. Entre dos personas que no superan el metro setenta es imposible que salga Manu Ginóbili. Sale un Fernando Pérez. De mi forma de ser, algunas cosas que no me gustan mucho y trabajo para mejorarlas. Y una natural facilidad para las relaciones sociales. La primera vez que hablé sobre mi viejo yo tenía 7 años. Estábamos almorzando en la gran mesa redonda de la casa de Bernarda Alba. Estaban todas las mujeres y dirigiéndome hacia mi vieja lancé un: Fer: “Mamá, ¿cómo se llama mi papá?”. Habían pasado 7 años. Mientras tanto a mis amigos y compañeros de escuela cuando me preguntaban por mi papá les decía que había muerto. O que se habían separado. Dependía del humor que yo tenía. Fue motivo de agarrarme a las piñas en la escuela más de una vez. Cada vez que alguno me decía que mi papá no me quería me iba como flecha a cagarlo a trompadas. Mamá: “Juan Andrés Sandoval.” Fer: “¿Y por qué no lo conozco?” Mi vieja me llevó al fondo de casa y al lado del árbol de mandarinas me contó toda la historia. Se quebró por un minuto y me preguntó si lo quería conocer. Claro que lo quería conocer. Tucumán es pequeño. Pero resulta que era aún más chico de lo que parece. Mi viejo vivía a tres cuadras de casa. Con su familia. Una esposa y tres hijos. Dos varones y una mujer. Nos encontramos en un bar del centro que estaba ubicado en calle San Martín. Estaba con mi vieja y entró él, con un traje impecable y esa sonrisa tan igual a la mía. Morocho, pelo entrecano, una pancita incipiente y muy sociable; entró saludando a todo el mundo. Mi vieja nos dejó solos. Papá: “Hola hijo, qué grande estás.” Lógico, teniendo en cuenta que la última vez que supo de mi yo pesaba tres kilos y medio. Pidió una Pepsi chica para mi y él tomó un café. Me preguntó de quién era hincha. Se puso contento cuando le dije que de San Martín, como él. Uno quiere ser como su papá. Me preguntó cómo me iba en la escuela y algo más. Mientras tanto conversaba con medio mundo. Parecía que conocía a todo Tucumán. Mi viejo era dirigente sindical de empleados públicos. Así que sí, conocía a todo Tucumán. Ante todos me presentaba como su hijo. De ahí me pidió que lo acompañe hasta una casa de deportes donde compró cinco pelotas de fútbol. Pensé que quizás una era para mi. Pero negativo base. Eran para regalarle a un club. Nos encontramos con mi vieja y nos despedimos. Yo estaba feliz. Le dije a mi vieja que quería tener el apellido de mi papá. Mi padrino de bautismo, hasta entonces mi papá postizo sintió celos y yo quedé en una posición incómoda. Un par de semanas después para un día del niño mi viejo me hizo llegar un par de zapatillas. No tuve su saludo, ni siquiera por teléfono. Sólo ese par de zapatillas. Eran las primeras de marca que tenía. Y fueron las únicas que tuve en mi infancia. Ese par de zapatillas con el tiempo me quedaron chicas. Después fueron regaladas. Y durante todo ese tiempo no volví a saber nada de mi papá. Ni del apellido, porque mi viejo no quiso reconocerme. A pesar de vivir tan cerca jamás nos cruzamos. Recién nos volvimos a ver cuando yo esperaba el 9 para ir a la Facultad. Yo ya tenía 19 años. Mientras tanto: 1. En los partidos de fútbol era el único que era alentado por mujeres. Mujeres que se bañaban, perfumaban y vestían como para ir al teatro. Imaginen esa postal rodeadas de tipos sudados que putean todo el tiempo. 2. Un vecino me enseñó a hacer el nudo de la corbata. A ver, siempre me dijeron que soy muy inteligente. Pero la inteligencia tiene sus campos. Todo lo que son tareas manuales definitivamente no son para mi. Asi que este buen vecino se armó de paciencia durante casi una hora hasta que finalmente me salió un nudo decente. 3. Aprendí solo a afeitarme. Me corté entero la primera vez. Me saqué una feta de cara. 4. Tomé clases de inglés, computación y dibujo. Practiqué taekwondo, natación, maratón, vóley y handball. Cada vez que ganaba algo no tenía a un papá que me diga que estaba orgulloso. 5. Tampoco estaba cuando empecé a salir con chicas. Mis consejeros eran mis amigos. Uno más desastroso que el otro. 6. Dejé de mentir que mi viejo había muerto. Simplemente, no sabía nada de él. Nos encontramos en un bar de barrio sur, nos tomamos un café y nos pusimos al día. No hube reproches, sólo charlas. Charlas que se repetían una vez a la semana por tres meses y siempre saludaba a alguien. El tipo era más conocido que el gobernador. De repente me dejó plantado. Desapareció como los ninjas que tiran la bomba de humo y no los ves más. Volví a saber de él a mis 22 años. Evidentemente la constancia en las relaciones no era su fuerte. Al menos conmigo. No fue esta vez un encuentro casual. Fue un 24 de diciembre. Eran las 18 horas y sonó el teléfono de casa. Atendí. Fer: “Hola” Del otro lado: “Hola, quiero hablar con Fernando Pérez.” Fer: “Él habla.” Del otro lado: “Me llamo Fredy, soy tu hermano. Nuestro papá me pidió que te llame, quiere que nos conozcamos. Él está muy enfermo, no le queda mucho tiempo, ¿vos podés venir ya?” Obvio que fui. Fui corriendo. Conocí a su esposa y a sus tres hijos. Hermanos desconocidos. Absolutamente desconocidos. Estaba él sentado en el fondo de su casa. Claramente no estaba bien. Una afección cardíaca se lo estaba llevando de a poco. Charlamos todos como amigos de toda la vida y volví a casa. Le conté todo a mi vieja. Ella, desconfiada por naturaleza, me pidió que tenga cuidado solamente. A partir de entonces iba a visitarlo al menos una vez a la semana. Una vez incluso fuimos juntos al centro. Me presentó a un amigo suyo con la idea de que me de una mano consiguiendo un trabajo que nunca llegó. La última vez que fui estábamos solos en su casa. Todos se fueron para que conversemos tranquilos. Me contó cómo conoció a mi vieja. Cuánto la amó. Y que aún la amaba. Que fue el amor más puro que jamás sintió. Que estuvo a punto de dejar a su esposa, pero que por cagón y por dejarse llevar por sus padres no lo hizo. Me pidió que no repita su historia, que si alguna vez pasaba por lo mismo tenga los huevos para seguir adelante. Lloramos juntos, nos abrazamos y le perdoné todo el vacío que había dejado en mi vida. Me dijo que intentó ser el príncipe azul y se quedó en sapo. Le dije que se quede tranquilo, que yo creía que todos nacemos sapos. Que lo del príncipe azul es relativo. Un par de días después, en el mes de marzo sonó nuevamente el teléfono. Era su hija. Estaba en el Sanatorio del Parque esperando que le entreguen el cuerpo de mi viejo. Un infarto no le dio más chances de nada. Estuve en el sanatorio y luego en el velatorio, que se llevó a cabo en su casa. Cuando el ataúd estaba a punto de partir al cementerio llegó un amigo. Me abrazó y se puso a llorar desconsoladamente. Y yo también lloré. Lloré por cada puto momento en que no estuvo. Lloré extrañando momentos que no sucedieron y que no iban a suceder. Me juré hacer hasta lo imposible para que mis futuros hijos no pasen por lo mismo. Mis hijos sí iban a saber qué es tener un buen papá. Después de irme del cementerio volví un par de veces a su casa. Ya no era lo mismo. Mis hermanos no eran mis hermanos. Eran los otros hijos de mi papá. No pude sentirlos hermanos, a pesar de que nos esforzamos. Pero lo que no nace no vale si es forzado. No volví a verlos. Y así se terminaron las charlas con mi papá. Se fueron entre bares y el fondo de su casa.

jueves, 19 de enero de 2017

También fui un niño.

Aunque muchos me dicen que soy un niño grande. Puede que tengan un poco de razón. Pero antes de contarles parte de mi niñez tengo que contarles la previa. No exactamente esa previa que se imaginan. Qué morbosos, mi vieja teniendo sexo. Mi vieja se puso de novia con un señor y a la edad de 36 años, después de mareos, desmayos y vómitos (evidentemente yo le daba asco) le dieron la noticia de que esperaba a un hijo. Mi vieja, en el año 1978, soltera, con 36 años. Un escándalo. Mi abuela no estaba de acuerdo. Pero de qué servía eso. El Fernando ya estaba hecho. Bueno, mi vieja se fue contenta a darle la noticia a su novio. Pero él se había olvidado de contarle un pequeño detalle. Estaba casado y ya tenía dos hijos. Pasó el mundial y el Fernando venía marchando. Un temita más. Mi vieja fumaba dos paquetes de cigarrillos por día. De un momento para otro dejó de fumar para cuidar a semejante personaje que venía en camino. Llegó octubre y el día elegido para la cesárea fue el 16. Asi que ya saben queridos lectores, el 16/10 es mi cumpleaños y no me enojo si me quieren regalar algo. Mi vieja tuvo un pico de hipertensión y dejé de respirar por cinco minutos. No, si eso de estar al borde de la muerte viene de nacimiento en mi. Me llevaron a la neo y estuve tres días en la incubadora hasta que finalmente pude tomar la teta. Mi viejo envió una cadenita de oro de regalo (no sé por dónde andará) y quedaron firmes como padrinos de bautismo un amigo de la familia (que me acompañó hasta el último día de su vida) y una de mis tías. Llegué finalmente a la casa de Bernarda Alba. Me esperaba una larga convivencia rodeado de mujeres. Y muchísimas historias, que espero me alcance la vida para poder escribirlas a todas.

miércoles, 18 de enero de 2017

Tips para entenderme (parte II)

Qué locura que tengo con esto de dividir los posts. No vayan a creer que es un truco para estirar las publicaciones. En fin, a lo nuestro: 1. Mi estado civil es divorciado. Y económicamente, también estoy divorciado. Muy divorciado. 2. Habitualmente me confunden con un empleado del negocio, establecimiento público o club que esté visitando. Ya fui confundido con repositor, vendedor, profesor de colonia de vacaciones, inspector de rentas y médico. Gracias a Dios todos oficios decentes. Cara de narco no me vieron aún. 3. No conozco la playa. Pero dejame en Purmamarca que soy feliz. Quedate vos con el caribe. Salvo que me invités, obvio. 4. Odio el tráfico vehicular. Si pudiese andaría todo el tiempo en bici. Salvo por el pequeño detalle de que jamás aprendí a usarla. 5. Tampoco tengo auto y al cabo que ni quería. 6. El día 25 tengo más dinero en la tarjeta del bondi y en la de grido que en la billetera y en la cuenta sueldo juntas. 7. No ando en una etapa muy futbolera. Pero no te metas con San Martín porque se pudre. 8. No confundan mi tendencia a lo sencillo con falta de ambición. 9. Soy de esas personas que relacionan frases de Los Simpson con muchas cosas que veo. 10. Mi estado de ánimo viaja en una montaña rusa. PD: cocinar, escribir y conversar es lo mejor que me puede suceder. Si hay una birrita en medio de la charla o un vino que acompañe la comida o la escritura, mejor.

domingo, 15 de enero de 2017

Tips para entenderme.

Hay algunas cosas más que tenés que saber de mi antes de seguir leyéndome: 1. Amo escribir. En general con un nivel promedio pero a veces me equivoco y me sale algo copado. Puedo pasar de escribir una anécdota a un poema o un cuento. 2. Cocinar es mi segunda pasión. Y cocinar también es un acto de amor. Si por mi fuera, viviría de cocinar. ¿Qué me detiene? ... 3. Soy tremendamente indeciso (para las cuestione trascendentales de la vida) Amaso los temas hasta agotarlos. 4. Nunca aprendí a andar en bicicleta. Según una de mis mejores amigas eso me generó un trastorno psicológico. 5. Estoy contando los días para que mi psicóloga vuelva de vacaciones para que me diga si actualmente estoy más loco de lo que normalmente estoy. 6. Estoy loco. 7. Una vez casi muero. Literal. Ya les contaré sobre eso. 8. Soy contador y administro una empresa de taquito. La hago cumplir con todos los compromisos. Pero manejando mi economía soy un desastre. Necesito un contador, si alguien conoce a alguno me avisa. 9. Hablo hasta por los codos. Pero de repente puedo quedarme en silencio por un rato. No significa que esté triste ni enojado ni nada. Simplemente a veces necesito un poco de silencio. 10. Fui atacado por gansos, un enjambre de abejas y un perro loco. Del perro loco me escapé. 11. Practiqué cualquier cantidad de deportes: natación, voley, fútbol, taekwondo, maratón, handball. Gracias a eso tengo este cuerpo tallado (?) 12. Amo comer y no engordo ni un gramo. Salud por la buena genética. 13. Me encanta leer y ver películas. De todos los géneros. 14. Disfruto mucho de todos los géneros musicales. TODOS. Canto todo el tiempo. Como el orto. Pero canto. 15. Me divierte mucho bailar. Hasta tomé clases de salsa y bachata. Y hasta hicimos una presentación con mis compañeros de clase. Un audaz total. Bailo pésimo también. Pero soy capaz de ponerme a bailar con el flaco que tira pasos de Michael Jackson en la peatonal. Mi hija no me va a dejar mentir. Una vez lo hice y me amenazó con dejar de ser mi hija si no dejaba de bailar. Nos vemos en el siguiente post. Ese les juro que va a estar muy bueno.

sábado, 14 de enero de 2017

Papá adónde vamos.

Una cosa es convivir con tus hijos y otra muy diferente no. Cuando estás con ellos todos los días, salir a hacer algo es cosa del fin de semana. O algo excepcional durante la semana. La regla es cumplir con la rutina. La excepción es escapar de ella. Mis hijos pasan conmigo fin de semana de por medio. Así que mi vida con ellos es la excepción. Salir con ellos un sábado implica un tremendo operativo: 1. Bañarlos. 2. Bañarme. 3. Esperar a que no se maten (o que no vuelvan a ensuciarse) mientras yo me baño. 4. Terminar de prepararlos para salir: que vistan de manera combinada (algo imposible para mi sin el aporte de mi novia, la única que puede aportar una dosis de buen gusto); hacerle una toma de judo a Lucía para peinarla, perfumarlos al estilo “los fumiguemos a los pibes” y preparar la mochila. Esto último merece un acápite aparte: 5. Preparar la mochila es una religión. Hay que guardar una muda de ropa para cada uno (por las dudas), alcohol en gel, pañuelos descartables, el merthiolate, una toallita, las credenciales de la obra social, órdenes de la obra social, recetarios y las botellitas con agua fresca. Dudo que un marine de los EE.UU. salga más preparado que nosotros. 6. Preguntarles cinco veces si necesitan ir al baño antes de salir y amenazarlos con que no existen los baños en el lugar adonde vamos. Ahora sí, estamos listos. El viaje en el bondi nos lo fumamos jugando al veo veo. Lautaro no está entendiendo muy bien las reglas del juego. Pero lo comprendemos con Lucía y hacemos de cuenta como que sí sabe jugar. El destino ya fue elegido por mi de antemano. No hay democracia. Y tampoco hay presupuesto infinito. En épocas de vacas flacas nos vamos a los juegos y a tomar algo. Y en épocas de vacas más flacas vamos al parque o a una plaza, les suelto las manos y les digo: “vayan, corran y se cansan mucho”. Después vamos a tomar algo. No conozco aún las épocas de vacas gordas. Es inevitable que a pesar de haber remarcado el punto 6 en diferentes idiomas, uno de ellos (o ambos) lance la temida frase: “papi, tengo ganas de ir al baño”. Y agarrate loco. Si el inquisidor es Lautaro, es más fácil. Un árbol, una pared, una pierna de alguien, todo sirve. Con Lucía es más complicado. Es nena y no puedo fomentar su exhibicionismo. No me vengan con la gilada de la igualdad por favor. Que por qué el pito sí y la puchu no. No jodan. Hay que conseguir un baño como sea. Ella ya es grande y puede manejarse sola pero a mi me entra una angustia por no poder estar cuidándola … en fin, cuando sale sana y salva puedo respirar de nuevo. Durante el viaje de regreso ya no hay pilas para un veo veo. Se duermen los dos encima de mí. Y vean el operativo que hace este cristiano para bajar del bondi con dos críos dormidos y una mochila. Hasta el momento sin bajas reportadas. A lo sumo la cabeza de alguna persona sacudida por la mochila. Un baño más, la cena, leer un cuento (o inventarlo que es más divertido), un ratito de Netflix y al sobre. Hasta el domingo, que ya nos guardamos para jugar en casa. Puede pintar un tradicional “lobo está”, una pilladita o las escondidas. Pero tenemos nuestros propios juegos: el árbol, el almohadón incómodo, el gallito ciego asesino, el mareado, el canelón, el papá zombie y alguno más que se me está escapando. De repente el día se va y ellos también. Así, tan rápido como la casa se llenó de risas y berrinches infantiles el silencio llega para hacerse notar. Ahora los peluches yacen inertes en sus camas, los juguetes van a una caja, los cuentos se cierran, le doy un beso a un portarretratos y lanzo un Ángel de la Guarda al aire. Freno en seco el nudo en la garganta (uno más), respiro hondo y sigo.

Manual para matar.

¿Cómo matar a un no muerto? Lo sé, parece una pregunta estúpida, y quizás lo sea. Jamás me agradaron los dueños de verdades y no pretendo tr...