sábado, 14 de enero de 2017

Papá adónde vamos.

Una cosa es convivir con tus hijos y otra muy diferente no. Cuando estás con ellos todos los días, salir a hacer algo es cosa del fin de semana. O algo excepcional durante la semana. La regla es cumplir con la rutina. La excepción es escapar de ella. Mis hijos pasan conmigo fin de semana de por medio. Así que mi vida con ellos es la excepción. Salir con ellos un sábado implica un tremendo operativo: 1. Bañarlos. 2. Bañarme. 3. Esperar a que no se maten (o que no vuelvan a ensuciarse) mientras yo me baño. 4. Terminar de prepararlos para salir: que vistan de manera combinada (algo imposible para mi sin el aporte de mi novia, la única que puede aportar una dosis de buen gusto); hacerle una toma de judo a Lucía para peinarla, perfumarlos al estilo “los fumiguemos a los pibes” y preparar la mochila. Esto último merece un acápite aparte: 5. Preparar la mochila es una religión. Hay que guardar una muda de ropa para cada uno (por las dudas), alcohol en gel, pañuelos descartables, el merthiolate, una toallita, las credenciales de la obra social, órdenes de la obra social, recetarios y las botellitas con agua fresca. Dudo que un marine de los EE.UU. salga más preparado que nosotros. 6. Preguntarles cinco veces si necesitan ir al baño antes de salir y amenazarlos con que no existen los baños en el lugar adonde vamos. Ahora sí, estamos listos. El viaje en el bondi nos lo fumamos jugando al veo veo. Lautaro no está entendiendo muy bien las reglas del juego. Pero lo comprendemos con Lucía y hacemos de cuenta como que sí sabe jugar. El destino ya fue elegido por mi de antemano. No hay democracia. Y tampoco hay presupuesto infinito. En épocas de vacas flacas nos vamos a los juegos y a tomar algo. Y en épocas de vacas más flacas vamos al parque o a una plaza, les suelto las manos y les digo: “vayan, corran y se cansan mucho”. Después vamos a tomar algo. No conozco aún las épocas de vacas gordas. Es inevitable que a pesar de haber remarcado el punto 6 en diferentes idiomas, uno de ellos (o ambos) lance la temida frase: “papi, tengo ganas de ir al baño”. Y agarrate loco. Si el inquisidor es Lautaro, es más fácil. Un árbol, una pared, una pierna de alguien, todo sirve. Con Lucía es más complicado. Es nena y no puedo fomentar su exhibicionismo. No me vengan con la gilada de la igualdad por favor. Que por qué el pito sí y la puchu no. No jodan. Hay que conseguir un baño como sea. Ella ya es grande y puede manejarse sola pero a mi me entra una angustia por no poder estar cuidándola … en fin, cuando sale sana y salva puedo respirar de nuevo. Durante el viaje de regreso ya no hay pilas para un veo veo. Se duermen los dos encima de mí. Y vean el operativo que hace este cristiano para bajar del bondi con dos críos dormidos y una mochila. Hasta el momento sin bajas reportadas. A lo sumo la cabeza de alguna persona sacudida por la mochila. Un baño más, la cena, leer un cuento (o inventarlo que es más divertido), un ratito de Netflix y al sobre. Hasta el domingo, que ya nos guardamos para jugar en casa. Puede pintar un tradicional “lobo está”, una pilladita o las escondidas. Pero tenemos nuestros propios juegos: el árbol, el almohadón incómodo, el gallito ciego asesino, el mareado, el canelón, el papá zombie y alguno más que se me está escapando. De repente el día se va y ellos también. Así, tan rápido como la casa se llenó de risas y berrinches infantiles el silencio llega para hacerse notar. Ahora los peluches yacen inertes en sus camas, los juguetes van a una caja, los cuentos se cierran, le doy un beso a un portarretratos y lanzo un Ángel de la Guarda al aire. Freno en seco el nudo en la garganta (uno más), respiro hondo y sigo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Manual para matar.

¿Cómo matar a un no muerto? Lo sé, parece una pregunta estúpida, y quizás lo sea. Jamás me agradaron los dueños de verdades y no pretendo tr...