miércoles, 27 de septiembre de 2017

Y colorín colorado.



No fui caballero al rescate,
tan solo fui caballo,
o quizás menos que eso,
tal vez fui mula de carga arrastrando penas,
con las alforjas llenas de problemas en mi espalda.
Más que damisela en apuros
fuiste heroína,
médica, enfermera,
sanando mi alma,
cambiando mis noches en vela
por noches en llamas.

martes, 26 de septiembre de 2017

El antihéroe.

Fer: "Lau, ¿es verdad que hay una chiquita del jardín de cuatro que se llama Lucía que te gusta a vos?"
Lau: "No seeeeee."
Fer: "Me parece que va a ir al cumpleaños de tu amiguito, ¿qué vas a decirle si la ves?"
Lau: "Fea, le voy a decir que es una fea, fea, fea."

Como verán, el tipo la tiene clarísima para seducir a una dama. Lo lleva en los genes. Así de zonzo era el pequeño Fer.
Mis primeros vínculos con el género femenino fuera de la casa de Bernarda Alba fueron con mis vecinas de al lado. Fueron mis primeras amistades además cuando yo tenía cinco años. En esos años, el castigo para el que se portaba mal en el jardín era sentarse al lado de una nena. Tremendo cómo nos martirizaba esa seño.
El primer grado no distaba mucho del jardín ... pero en segundo grado recibimos a una compañera nueva, la de los ojitos claros.
Descubrí de inmediato que tenía un serio problema. Podía ser muy locuaz con mis amigos y compañeros. Pero con la chica de los ojitos claros no. Me quedaba completamente mudo.

Ojitos claros: "¿Me prestás la regla?"
Fer: " ... "

Ojitos claros: "¿Me convidas de tu alfajor?"
Fer: " ... "

Todo eso matizado con una huída abrupta de la escena. Así de promisorio pintaba mi futuro en las relaciones. Todo un playboy.
De todos modos, fui progresando y cuando promediábamos sexto grado sí le presté una regla. Y en séptimo ella me ayudó a arreglar un plato que decoré muy mal en actividades prácticas. En ese momento pensé por un segundo que quizás yo le gustaba. Pero pensándolo bien, seguramente le dio pena ver que era el único salame con un plato con una tela mal adherida. Un plato que no iba a servir más para comer y tampoco para ser exhibido como adorno.
Pero el punto cúlmine de nuestra no relación se dio en una clase de educación física, también en séptimo grado. El profe organizó una competencia de carreras en las cuales íbamos eliminándonos entre todos. Puede que yo haya sido bastante torpe para el tacto con la de ojitos claros, pero siempre tuve cierto talento para los deportes. El yin y el yan.
La cuestión es que de repente, el niño Fer estaba en la final. Del otro lado, Miguel Prado. A esa altura la tribuna del complejo se había poblado. Prado, uno de los populares. El Fer, uno de los ... el Fer.
Cuando el profe gritó "¡Ahora!" empecé a correr como loco. Vi como le había sacado una linda ventaja a mi competidor. Dirigí mis ojos hacia la tribuna, casi todos alentando a Prado. Menos un grupito que gritaba mi nombre. Y en medio de ese grupito estaba ella, la de los ojitos claros. Volví la mirada a la pista ... y todo pasó en un segundo, me había desviado del camino lo suficiente como para llevarme puesto a un nene de tercero, derrumbar mi humanidad sobre la pista y ver como la tribuna festejaba el triunfo de Prado. Vi también como mi minúsculo grupo de fans pasó de la esperanza a la sorpresa y por último a la risa. Incluyendo a la de los ojitos claros. Todos reian, menos el nene de tercero y yo.

Fer: "Disculpame, no te vi."
Nene de tercero: "Sali pelotudo."

Me levanté, me sacudí y me fui a buscar el consuelo de mi profesor de educación física. No estaba disponible, se estaba abrazando con Prado.
Ojitos claros, me rompiste el corazón de niño con esa cruel carcajada, sabelo.

Nota del autor: la identidad de la de los ojitos claros se mantiene bajo reserva para no arruinar su reputación.

jueves, 21 de septiembre de 2017

Dame papel y lápiz.

La Gringa: "¿Qué tenés ganas de hacer?"
Fer (5 años): "Dibujar."

Fascinación tenía por dibujar y pintar. Todo lo dibujaba. Si no tenía figuritas (que era lo más probable), las dibujaba. Si no tenía historietas, las dibujaba. Si no había juguetes, los dibujaba.
En el jardín (algo conté en Kindergarten) prefería dibujar a compartir con mis compañeros. Me parecían tan aburridos. Era el único que sabía leer de corrido, contar hasta 100 y que sabía las capitales de todos los países del mundo.
¿Qué podían decirme de interesante un grupo de veinte mocosos que no podían hilvanar una frase con un mínimo de coherencia?
Sí, a mis cinco años se notaba que iba a ser un tipo insoportable.
Solamente Matías se salvaba. A él también le gustaba dibujar. Y llevaba galletitas "Merengadas". Eso lo hacía sumamente interesante al pibe, lo suficiente como para que sea mi único amigo.

Tengo facilidad para contar historias (y para crearlas también) y probablemente todo venga de ahí, de haber fomentado la creatividad desde muy chico.
Cuando terminaban los capítulos de Mazinger Z, dibujaba historias diferentes, las pintaba y al otro día las vendía en el grado por diez centavos de Austral, los cuales eran felizmente canjeados por un sánguche de mortadela y queso.
Desparramado panza abajo en el piso del living, en esas siestas eternas, me perdía en el mundo de los dibujos y al mismo tiempo escuchaba la tele. Escuchaba, porque mi vista estaba en ese mundo imaginario.
La gringa pensó que sería bueno enviarme a tomar clases de dibujo. Error. No me gustaba que me digan cómo dibujar y qué dibujar.
Sí, a mis ocho años ya no me gustaba tener jefe.

Hoy, treinta años después, sigo siendo un tipo insoportable al cual no le gusta tener jefe. Pero lo disimulo bastante bien.
Ah, y sigo teniendo una gran y fecunda creatividad.

viernes, 15 de septiembre de 2017

Como quien no quiso.

La cuestión es que entre pitos y flautas se van ocho meses publicando en el blog. Si me preguntaban a mediados de enero cuánto tiempo pensaba publicar, les contestaba que una semana. Conozco mi ciclotimia y cómo paso de que algo me guste mucho a aburrirme fenomenalmente. Pero por ahora, me hace muy feliz este ida y vuelta que se creó (mucho más grande de lo que aspiraba) entre ustedes y yo.
Gracias a los lectores de siempre, a los nuevos, a los que no volvieron y a los que llegarán.
Gracias a las más de 17.000 visitas en Google (una locura, una gran, inmensa locura), gracias a los casi 700 seguidores del face, gracias por los "me gusta", por las reacciones, por los comentarios, por los mensajes, gracias por leerme, que dediquen parte de su tiempo para brindárselo a algo escrito por mi, es ... casi casi como un sueldo, con eso te digo todo.
A los que aún no leyeron los primeros posts, de corazón les digo, háganlo. Hay mucho material del cual estoy muy orgulloso en esos primeros pasos. Lean todo che, hoy está fresco (al menos en Tucumán), ideal para acostarse a leer. Hasta gratis te salgo.
Y si les copa, compartan el blog, consiguen más fans así algún día Marck me tira un centro y puedo dejar de laburar ... es broma ... o quizás no ... ustedes hagan lo suyo, consigan más secuaces y después vemos qué sale.

Los quiero ... una banda.

jueves, 14 de septiembre de 2017

ADN.

Fer: "Lu, creo que estoy siendo poseído por el Dios del baile."
Lucía: "Papá, por favor te pido, no bailes en la calle, nos va a mirar la gente."
Fer: "Es demasiado tarde, no puedo controlar mis movimientos."

Lucía sale corriendo, llega a la puerta de la casa de mi vieja y golpea desesperadamente:

Lucía: "¡¡¡Abu, abrime, por favor rápido que el papá está bailando en la calle y me está haciendo morir de la vergüenza!!!"
Esta escena suele repetirse en alguna peatonal donde encontremos a algún bailarín callejero o cuando vemos que alguna cámara de un comercio nos filma, o cuando sea simplemente.
Al margen de esta sutil diferencia, que no es tal porque a su edad yo era tímido como ella, Lucía se empeña en encontrar similitudes entre ambos.

Lucía: "Mirá pa, tenemos las mismas manos ... somos iguales pa."

Y así ya igualó pies, dientes, la frente, la sonrisa, gustos por sabores, los equipos de fútbol ... hasta la misma enfermedad crónica padecemos.
Ella es la dueña de las preguntas existenciales ...

Lucía: "Papá, si yo soy buena, y siempre digo cosas buenas y hago cosas buenas, ¿nunca me va a pasar nada malo?"

Qué complicado explicarle que igual le van a pasar cosas feas ...

Lucía: "Papi, ¿me prometés que nunca te va a pasar nada y no me vas a dejar sola?"
Andá a hacerle entender que no depende cien por cien de mi que no me pase nada. Y andá a bancarte ese nudo en la garganta.

Tener hijos ... hay cosas que solamente vas a entender el día que tengas a alguien que tenga tu sangre, alguien con tu ADN, alguien donde te encuentres reflejado. Es una frase hecha, pero en ese preciso instante te caen mil fichas. Ahí entendés todo. Bah, no todo, pero sí mucho.
Amo ser papá y me encantaría tener vida suficiente para verlos crecer y para ser padre nuevamente. Veo un niño por la calle y se me dibuja inevitablemente una sonrisa. Tengo una empatía especial con ellos. Cuando llego a alguna reunión si hay algún niño es fija que me quedo conversando con ellos. Ni hablar de los cumpleaños infantiles, soy un nene más.
Detrás de esa sonrisa (la que aparece cuando cruzo un niño) hay nostalgia por escuchar la voz de mis hijos y el deseo de tener un bebé en brazos, esas ganas que me brotan por ser papá de nuevo.
Dios siempre sabe, Dios sabrá si habrá nuevas noches para calmar cólicos o no.
Por ahora barba, por ahora dame aire, dame salud, soplá en mis pulmones bravos a diario para que no me dejen a pata, dame esperanzas nuevas, dame vida para ... estar.

miércoles, 13 de septiembre de 2017

Sacrílego.

Practicante confeso de tu piel
desde que me bauticé en tu sudor,
venero del coro de tus gemidos,
y me empecino en invocar a Dios
en ese preciso (y precioso) instante.
Podrán tildarme de hereje,
pero persevero esperando ser digno
de entrar en tu cama cada noche,
para beber con calma de ese cáliz.

martes, 12 de septiembre de 2017

Vos.

La lámpara que jamás dejaría de frotar,
mi genio y mis tres deseos,
la varita que me eligió,
mi hechizo favorito,
mi traje de superhéroe,
mi gema del infinito,
mi espada de Arturo,
mi panacea,
mi atlántida,
mi amazona,
mi frijol mágico,
mi esmeralda encontrada,
mi utopía,
mi sueño más alocado,
mi fantasía ...
y mi realidad.

lunes, 11 de septiembre de 2017

Cruz.

Ella revela una sonrisa que disimula felicidad plena.
Pasa de un berrinche contenido, derramar un par de lágrimas redondas como uvitas jóvenes, a abrazar a esa persona que la espera en su casa, con un beso, un abrazo y ... esa sonrisa fingida.
Ella suplica por no tener que regresar, ruega al menos tener un día más, una hora al menos, lejos de su realidad.
Con sus pocos años de vida, tuvo que madurar de golpe, pasó de casi perder para siempre al hombre de su vida a tenerlo para ella sola y luego a verlo un par de horas durante la semana y un fin de semana de por medio.
Ella piensa mucho. Pasa un largo rato en silencio. Se pierde mirando televisión, duerme todo lo que puede, crea mundos de fantasía donde se refugia esperando ese llamado, esa visita, a ese hombre con el que se siente contenida, cuidada, amada. Ese hombre que cumple sus caprichos y al mismo tiempo le pone límites.
Ella carga con corazón roto y también con una cruz.
Ella se queda mirando la nada. Quizás al mismo tiempo que él lo hace.
Quizás los hermane un suspiro lanzado en sintonía.
Quizás, quizás él cargue la misma cruz y probablemente a él también le duela el pecho por los mismos motivos..
Quizás, quién sabe, quizás algún día carguen entre ambos una sola cruz, así el camino se hace menos pesado para ambos.
Amén.

Fe.

Tal vez no tenga voz para enamorarte con una serenata,
pero soy dueño de palabras tan dulces
que no te quedará otra que permitir que te abrace,
y de otras menos inocentes
que harán que te enciendas como brasa en noche de San Juan.
Tal vez no sea digno de bailar en un escenario,
pero tengo un par de manos que sabrán llegar
hasta lo más profundo de tu alma
y todo un cuerpo, ansioso de envolver al tuyo.
Tal vez no creas nada de ésto,
pero dame esta siesta y vas a ver,
vas a ser mi creyente más ferviente.

miércoles, 6 de septiembre de 2017

Ochentoso.



“¡Doña Gringaaaaaa! ¿Puede su hijo salir a jugar con nosotros?”
Así arrancaba mi vida en esos años ochentosos donde se desarrolló mi infancia, a las 17 horas en punto, hora donde se acababa la eterna siesta. Hasta eso inventaba historias con los soldaditos, historias que quedaban continuadas para la siesta siguiente, o películas ultra extendidas con los autitos donde todo el living de la casa se transformaba en gigantesca carretera o mejor aún, hacía un crossover entre ambos mundos y la plataforma era el fondo de casa, donde los canteros se convertían en islas enormes, el montículo de arena para la construcción de una piecita nueva la enorme ciudad y con los ladrillos “construía” edificios que tenía que defender del cruel y despiadado enemigo.
Mis robots transformables (que no podía faltar) eran de papel (yo los dibujaba, pegaba sobre cartón y los recortaba) y eran la última línea de defensa de la población imaginaria.
Cuando llovía, entretenerse con las figuritas era una buena alternativa. Muchas de esas figuritas eran también dibujadas, pero valían igual. Más vale que valían igual.
O tirarme panza abajo a leer la acumulación de revistas, libros e historietas que había siempre en casa. Eso nunca faltaba. Previo a salir llegaba el único dibujito que me atrapaba (y prácticamente el único que transmitían): Mazinger Z. Obviamente, todos los niños éramos Mazinger, todos teníamos puños misiles, rayos fotoatómicos, todos volábamos y a todos se nos iba un litro de saliva haciendo las onomatopeyas de los sonidos del gigantesco robot construido con la invencible aleación Z en un laboratorio secreto en Tokyo.
Una vez que se abría la puerta para ir a jugar, si podíamos invadir el terreno de la Torasso para jugar a la pelota, lo hacíamos. Cuando nos mandaban la policía para corrernos y se armaba el desparramo de pibes seguíamos el partido en la calle. El arco eran dos piedras o dos remeras y el travesaño hasta donde se estiraban las manos del arquero. Algunas veces las únicas zapatillas decentes eran las del colegio y cuando mis botines marca Sacachispas me quedaron chicos, jugar descalzo era la única alternativa. La de pisotones que me banqué. Más de una uña quedó en el camino jugando de ese modo.
A veces la pelota iba a parar al jardín de Don Caro, más conocido como … el viejo Caro. Viejo porquería que no nos devolvía la pelota o la devolvía pinchada. Otras veces caía en el jardín de Doña Antonia, también más conocida como … la vieja Antonia. Como verán, todos los enemigos eran viejos.
Mi venganza personal consistía en trepar por la tapia del fondo de mi casa, arrastrarme por el techo y ubicarme cuerpo a tierra en el borde, sostener fuerte la honda y tirarles pedradas. Delito prescripto gente.
Igual, con pelota pinchada o secuestrada, el juego seguía. Para eso estaba el arroyo, donde nos internábamos a jugar al ladrón y al policía. El arroyo era un monte que estaba a cincuenta metros del barrio desde donde nos quedaba a un paso el cañaveral donde sustraíamos cañas para chupar echados al costado de la ruta. Otro delito prescripto.
Así se iba la tarde … empezaba a caer el sol sobre esos cerros que parecían estar apenas cruzando el arroyo, se encendías las lucecitas de las casas de las cumbres, luces que veíamos todos los días pero que cada enero representaban a los reyes magos bajando para traernos algún regalo.
En ese momento las madres empezaban a llamarnos a grito pelado para que vayamos a bañarnos, alguno se animaba a pedir un ratito más y la respuesta no se hacía esperar, alguna ojota que se revoleaba o una rama de siempre verde que se agitaba en el aire, amenazando con dejarnos cuadriculados los lomos.
Ya limpios, llegaba la cena y a la cama, al otro día temprano la escuela para esperar ansioso ese llamado que nunca se hacía esperar: “¡Doña Gringaaaaaa ….!”

lunes, 4 de septiembre de 2017

La canción.

Mi vida, mi parodia de vida, consistía en seguir regularmente las pautas de una rutina que sabía a ceniza. Trabajar en una empresa, llegar a casa, ocuparme de todo (y cuando digo todo, no queda resquicio a alguna alternativa), seguir trabajando con mis clientes particulares, seguir con las tareas hogareñas y finalmente, apagarme cerca de la una de la madrugada.
Estaba inmerso en ese simulacro de felicidad cuando, al hacer una pausa en mi labor particular, encontré un blog muy divertido en el cual compartían el video de una canción que se llama "Ya no sé qué hacer conmigo" de El Cuarteto de Nos.

"Y oigo una voz que dice sin razón,
vos siempre cambiando, ya no cambiás más,
 y yo estoy cada vez más igual,
ya no sé qué hacer conmigo."

Ahí estaba, ese rapero del rock, golpeándome con sus letras. ¿Adónde quedó ese muchacho divertido, que le gustaba conocer gente, escribir, leer? ¿En qué momento permití ser una versión servil y reducida de todo lo que pude ser? ¿Por qué no supe decir no en el instante preciso? ¿Por qué toleré situaciones que provocarían que cualquier mortal revolee un juego completo de vajilla sin dudarlo?
Empecé a escuchar más a esa banda que no conocía hasta entonces.

"Mi personalidad no va a cambiar,
porque alguien diga como tengo que actuar,
pero yo no permito que a mi nadie me mande."

Escuchaba esos versos de "El hijo de Hernández" y me avergonzaba de mi mismo. Hasta ganas de esconderme en un pozo me daban.

"Y nada me asombra,
y estoy tan tranquilo como una bomba,
la vida me dio una boca dejando,
siempre fui el último orejón del tarro,
y no doy más una mano,
este mundo no está sano,
y no aguanto ni un minuto más."

"Miguel gritar" agitaba mis conflictos internos. Tan tranquilo como una bomba. Ese era mi estado natural.

"¿Cuántas veces dije no queriendo decir sí?,
 ¿Cuántas veces presentí el principio del fin?.
¿Cuántas veces dije sí queriendo decir no?
¡Es así! Como te digo una cosa te digo la otra,
Qué horror, hasta mis debilidades son más fuertes que yo.
¡Ya está! ¡Cuánta amgiüedad!
Esta vida me va a matar.
Mi corazón vacío no aguanta una ausencia más.
Y sé que dijo una vez el nobel de la paz asesinado al caer,
Es lo malo de ser bueno en este mundo cruel."

"Lo malo de ser bueno" me hacía revolcar en mis miserias. Así como todos esperan el mensaje de acreditación del sueldo, yo añoraba que mi vida sea arrebatada producto de los dados lanzados por el Señor una noche cualquiera.

Después de tanta guerra interna llegó lo ya contado en "Lo que recuerdo del día que fallecí (I, II y III)"
Después siguió mi partida de esa casa, esa casa que construí pero que ya no es mía.
Es curioso como unas cuantas canciones pueden llegar a motivar cambios en uno. Quizás la palabra es mucho más poderosa de lo que uno imagina. Quizás sea cierto que las palabras pueden ser todo, excepto inocentes.
Y finalmente el viernes pasado estuve ahí, escuchando en vivo a esta banda uruguaya que sin que ellos lo sepan, forma parte de mi novedoso Adn.
Lloré por razones más maduras de lo que puede hacerlo un fan cualquiera. Canté, grité  y finalmente fui poseído por el Dios del Rock haciendo una suerte de baile del muchacho casi desnudo, para terminar desvirtuando todo lo que previamente parecía muy serio de mi parte. Era yo mismo. Yo, con toda mi identidad a cuestas.
Hoy esas letras no me motivan a huir; pero me recuerdan siempre adónde no quiero volver. Y adónde pertenezco.

Manual para matar.

¿Cómo matar a un no muerto? Lo sé, parece una pregunta estúpida, y quizás lo sea. Jamás me agradaron los dueños de verdades y no pretendo tr...