miércoles, 28 de junio de 2017

La marca.

Quizás este post sea una suerte de secuela del post anterior. Quizás no. Lo dejemos ahí.
La cosa es que no soy, como suele llamarse, marquero. Vieron que hay muchachos que si la camisa no es del cocodrilo, ni se la prueban ... no es mi caso. Así que si para el 16 de octubre se quieren jugar con algún regalito, soy bastante económico. Hasta eso tiene de bueno el Fer.
Éste hábito viene desde pequeño. En mi infancia jamás mi vieja me compró ni ropa ni calzado de marca. La razón/excusa: "vos crecés rápido y en un mes te va a quedar chico, por eso ahorramos y compramos más cosas con menos plata."
Un metro sesenta y nueve mido a mi edad. No soy ginóbili má. Igual, entiendo, no nos daba el cuero para otra cosa. Así que con mis hijos aplico la misma receta.
De todos modos recuerdo con precisión el primer regalo de marca que me hizo mi vieja. Con mucho sacrificio seguramente lo hizo.
Me contó que para mi cumpleaños número doce me iba a regalar un par de zapatillas Nike. A partir de este momento, de paso aprovecho para contarles, Nike auspicia este blog (?)
Yo estaba contento, ustedes saben que cuando uno es niño quizás peca de presumido con algunas cosas, y estaba relativamente entusiasmado con mis futuras zapatillas nuevas.
Llegó el bendito día de mi cumpleaños y se presentó mi vieja con la caja que contenía mi nuevo calzado.
Quité la tapa y ahí estaba, un reluciente par de zapatillas Nike deportivas de color gris. Y detalles rosas.
A mi vieja le habían encajado un par de zapatillas de mujer. Y ella, quizás con el apuro y quizás porque no ve del todo bien, (y quizás porque estaban de oferta, ésto último es muy probable) las llevó.
Fer: "Ma, están buenísimas, muchas gracias."
Sólo eso me salió. Me dio ... cosa decirle que eran de mujer. Así que junté coraje y empecé a lucirlas ese mismo día hasta que mi pie volvió a crecer.
Sí, me hicieron burla, pero yo ya tenía el cuero duro a esa edad. Y los que leen el blog desde el inicio ya saben cómo seguía la cosa.
Vecino: "Eh ¿qué vienen para hombre esas zapatillas?"
Piña.
¿Bardero? Quizás, pero económico.

domingo, 25 de junio de 2017

Tendencias.

Nunca entendí un pomo sobre moda. Eso de las tendencias, de dónde nacen, de quién nacen ... cuando escucho o leo sobre "lo que se va a usar el próximo verano ...", ¿quién lo decidió? ¿Cuándo? ¿Con quién? ¿Bajo los efectos de qué estupefaciente? ¿Por qué no me convidan? ¿Y ella? En fin, interrogantes que nunca tendrán una respuesta. Salvo la última, quizás.
Tampoco jamás fui un gran conocedor de qué debía ponerme para que todo combine.
Si me dejan salir a la calle eligiendo yo, soy la versión pobre de piñón fijo.
Las primeras cosas que viene a mi memoria sobre indumentaria de mi pasado son los zapatos colegiales. Unas cosas negras, duras (no estoy haciendo una alegoría del negro del whatsapp), brillosas, que usaba cada día para ir al cole.
Después llegaron a mi vida los jeans nevados. Aaaahhh, palabras mayores. Eran unos jeans como los que usás a diario pero hacé de cuenta que le cayó encima un litro de lavandina.
Me acuerdo de las camisas leñadoras, y de las camisas, tataaan, tataaaaan ... las camisas hawaianas. Tenían unos estampados horribles con dibujos de playas, tablas de surf, palmeras ... un espanto. Y yo lucía todo eso con orgullo. Creo que para mis primeras salidas con amigos, tenía doce años creo, me lookeaba así, tomá nota:
Remera blanca con algún dibujo referido a EEUU.
Camisa de jean o leñadora arriba. Desprendida.
Jean nevado.
Zapatillas deportivas.
Gorra. Cruzada la visera al costado.
Collar hecho con las chapitas de las latas de gaseosa.
Rulo del flequillo en la frente.
Malísimo todo. Era el anticristo de la moda.
Ya más entradito en la adolescencia fui variando (más no mejorando) un poco:
Remera negra con un estampado de Nirvana.
Camisa a cuadros arriba. Desprendida.
Jean roto a la altura de la rodilla.
Zapatillas deportivas.
Gorra con un estampado de Pearl Jam.
Cabellos levemente largos. Lo suficiente para que me dejen pasar al cole.
Seguía malísimo.
Ya en la facultad la cosa no mejoraba. Lo único que cambió es que dejé de usar la camisa desprendida. Nada más.
Después me casé y por ende empecé a vestirme peor. Después me divorcié y me fui a comprarme un par de zapatillas. Verdes.
Lo admito, estoy atenido a la opinión de una mujer para vestirme de manera decente. Admiro a mis congéneres que saben que una remera cuello redondo no va con un buzo cuello en V.
Pero no va a pasar de admiración. Esto es algo que forma parte de mi ADN, está arraigado en mi, no saber qué ponerme si no me dicen qué.
¿Fue una confesión? Quizás. ¿Una advertencia por las dudas me ven en la calle así ya saben que no tienen que reirse? Probablemente. ¿Estuve yo consumiendo alguna sustancia? Quién sabe. ¿Este post no tiene remate? Seguramente.

miércoles, 21 de junio de 2017

No tan invictus.

Primeramente (como dicen los futbolistas cuando los entrevistan) quiero contarles que éste es el post número 100.
Aplausos y ovación por favor.
Cien historias se mandó el tipo. Ni yo lo creo. Lo empecé de prepo al blog. Varias personas diciendo flaco, escribí que laburar no es lo tuyo. Y acá estamos. Sigo laburando porque en definitiva mi laburo está bueno. Y aparte por pobre, pequeño detalle.
Pasé de presentarme, a contarles sobre mi "petite mort" (la no divertida), sobre mis hijos, sobre mi divorcio, compartir historias de ficción, poemas, opiniones varias, sobre mi infancia, mi adolescencia, mi juventud y mi teórica madurez.
Sí, pasan los temas pero cada tanto vuelvo a lo que fue mi casi muerte. Es en definitiva el hilo conductor de este blog, y sin duda, este blog no existiría sin ese suceso. Sin ese evento que me cambió la cabeza hoy no estaría escribiendo para ustedes.
Sentir a plena consciencia que me iba a morir, y volver a estar acá, para disfrutar de mis hijos, de mi familia, del amor, de mis amigos,  de todas las emociones ... ¡de la vida! sentir todo eso es algo abrumador. Me superó en algún momento y no supe manejarlo.
Ahí estaba yo, lleno de cables y tubos en esa cama el día siguiente a la noche que desperté del coma. Débil, con la voz ronca por el respirador, con una debilidad tremenda. Ahí estaba, vivo para pelearla.
Ahí estaba en mi primer horario de visita para ver y escuchar a mis acompañantes: mi vieja, mi ex esposa y una tía.
Tía: "Huguito, vení, acercate."
...
Tía: "Chango, éste es Huguito, uno de los enfermeros de la terapia, con él has perdido el invicto. Se ha cansado de hacerte enemas ... JAJAJAAJAJAJAJAJAJA."

Sí, estaba vivo. Finalmente estaba rodeado del amor de mi familia.
La cuestión es que así vine a advertir que fui el sumiso de Huguito. Y lo peor (o lo mejor) es que no recordaba nada.
En tu cara Diego Latorre.
Es todo un tema. Frase que uno dice cuando no sabe a qué conclusión llegar.
Lamentablemente suelen existir secuelas. Un par de años más tarde y ante la sospecha de que sea celíaco:
Gastroenterólogo: "Bueno Fernando, acá te escribo la receta, vas a aplicarte un enemol ..."
No sé qué siguió diciendo. Robin tranquilamente podría haber dicho: "Santa cachucha Batman, quieren travesearte el batiyoyi."
Esta vez tenía que estar despierto. Y la ejecutora de la pena máxima, la afortunada (o no tanto, no lo sé) fue mi novia.
Las cosas estaban así, era inevitable. Así que encendí Spotify y busqué una lista que se llamaba "Los mejores lentos de la historia". Y con la ayuda de Bruno Mars, Roxette y Ricardo Montaner pude decir prueba superada. Y no, no soy celíaco. Fantástico Batman.
¿Lamentablemente dije? Bueno, valga la redundancia entonces porque no hay dos sin tres. Ahora mi gastroenterólogo sospecha que tengo algo serio en mis intestinos. O es eso, o ahora soy su sumiso.
Lo bueno es que voy a estar dormido. Quizás no despierte ... no, es broma, debería despertar, traveseado, pero despertar al fin.
Si no estoy acá pronto es porque se zarpó mal el anestesista.
Así que recen por mi. Y porque sea la última vez. A este paso, en cualquier momento me termina gustando.

martes, 20 de junio de 2017

Invierno.

El invierno está recio, Más acá dentro de mi pecho que afuera,  pero cada vez que me nombrás, me traes la primavera.
Perdoname si esta declamación te resulta inoportuna, y quizás tampoco esté pisando firme al decirte ésto (no sé cuándo lo hice) Pero te vi nuevamente. Vi tus ojos, y me perdí ... no supe volver.
No seguirá a continuación necesariamente una selección de palabras melosas y "arjonescas"; no me des por ganado, porque al fin de cuentas, yo también valgo.
En algún momento supo arder un bosque dentro mio.
Hoy todo se convirtió en un adiós en oferta, me convertí en un ser rabioso esculpiendo mis escombros, tratando de hacer encajar los pedazos de este amor que se derrumba.
Intento retomar la escritura de mis poemas, esos poemas que hacían temblar tus piernas ... y a veces quiero re-escribirlos en tu espalda, y otras quiero romper en pedazos mi lápiz y arrojarlo lo más lejos posible.
El problema es que te vi, con mis propios ojos, desarmarte de amor en mis brazos. Y también te vi atravesar mi alma con una espada.
Pero a pesar de todo lo que pasó, muero por recitar mis últimos versos en tu cuello.
Acá estoy, incluyendo finalmente esas palabras melosas y "arjonescas" que negué hacer partícipe; hasta en eso me traiciono a mí mismo.
Acá estoy, intentando superar este invierno, recio, que endurece mi pecho y a duras penas le hace frente a tu mirada.

lunes, 19 de junio de 2017

Taurina (update)

Va la primer actualización de un post. En este caso la merece porque justamente ésta anécdota fue la disparadora de esa historia y quedó injustamente afuera.
Chicha, la taurina, cuando tuvo que empezar a ganarse el pan aprendió dos oficios: peluquería y costurera.
Ésto implicaba que algunos cortes de pelo (cuando la moneda andaba escasa) me los realizaba ella. Como a ella se le antojaba claro.
Fer: "Tía, cortame bien cortito de los costados y arriba dejame un poco más largo, y dejame ese flequillo por favor que me queda bien" (me quedaba horrible, era como un rulo que estampaba en mi frente pero yo pensaba que era muy fachero)
Chicha: "No cabezón, te voy a dejar todo bien corto, así te dura un montón, y hay que aprovechar que estamos en luna cuarto menguante así te dura más todavía."
No tengo la más pálida idea del efecto de la luna hasta el día de hoy. Quizás si además sos el séptimo hijo varón serías un hombre lobo lampiño. Y ahijado de la Cris. O del Mau.
En fin, ese oficio no fue el disparador, fue el otro.
La Chicha estaba a cargo de los ruedos de mis pantalones, de dar vuelta los cuellos de las camisas cuando se gastaban para que duren más (como verán, en la casa de Bernarda Alba le sacábamos el jugo a la ropa). y ... tarán, tarán, de tejerme un pulover al principio de cada otoño. Lana pura. Ponerme esos pulóveres era convertirme en una oveja de dudosa sexualidad. Y los hacía del color del uniforme del colegio, cosa que pueda lucirlo delante de todos mis pro-bullying compañeros.
Corría el cuarto año de la secundaria y la Chicha me quería hacer un pulover azul.
Chicha: "Chango, vení que te tengo que tomar las medidas."
Fer: "Chicha, estoy apurado, agarrá cualquier buzo y copiale las medidas."
Agarró uno que no usaba hace tres años.
Lo terminó, me lo puse y quedaba ... demasiado estrecho. Si yo me quedaba quieto, onda maniquí, no pasaba nada. Pero si respiraba, ya se notaba que me quedaba chico.
La culpa era mía. Y además me daba pena decirle que lo agrande.
Al día siguiente, cinco grados de térmica. Había que ponerse el buzo sí o sí.
Con una campera arriba zafaba. Podía pararme en el bondi y nadie advertía que al agarrarme de arriba, el buzo me quedaba a la altura de las tetillas.
El tema era en el aula. No hacía tanto frío asi que tuve que sacarme la campera. Me senté derechito, respiraba muy lento, con movimientos cortos, para que no se note nada, ni el ombligo ni los codos al estirar los brazos.
De repente:
Profe de lengua: "Pérez ... pase al pizarrón hijo, usted que tiene letra linda."
En qué puto momento me mandaron a aprender caligrafía ...
Profe de lengua: "Agarre una tiza y escriba la historia que hizo sobre la cama que debía hacerse."
Agarrá le tiza, doblé mi brazo derecho a noventa grados y siempre sin respirar, empecé a escribir en la parte baja del pizarrón.
Profe de lengua: "Hijo, escriba arriba que no se ve nada."
Fer: (en modo ventrílocuo) "Profe no puedo porque me queda chico el buzo."
Profe de lengua: (en voz más alta) "No entiendo Pérez, ¿qué dice que le pasa?"
Fer: "Nada profe, nada, deje nomás."
Estaba rodeado.
Respiré hondo y estiré mi brazo derecho. Esa mano del pulover se bajó hasta el hombro y quedé en pupera.
El cuento que había escrito era muy breve, y lo terminé a la velocidad de la luz por la vergüenza que sentía.
Volví a mi asiento después de haber hecho pasar un grato momento a todos mis pro-bullying compañeros.
Sopla (el compañero de al lado): "Eh, buzo pequeño, decile a tu vieja que tome bien las medidas."
Así fue como sumé un apodo más: "Buzo pequeño."
Gracias a vos Chicha. Gracias totales.
Ésto va derecho a la terapia.

domingo, 18 de junio de 2017

Papucho.

Hoy festejé el octavo día del padre desde la llegada de Lucía. Además, por esas casualidades del calendario Lautaro festejó su cumpleaños número cinco. Y Consuelo, una de las integrantes de la casa de Bernarda Alba (de la cual aún no les hablé) cumplió 72 años.
Sí, los extremos se tocaron hoy.
No quiero sonar reiterativo con el tema de mi ya superada (gracias a Dios) enfermedad pero para mi es necesario hacerlo.
En "Vivo" les conté sobre cómo empecé a sentirme (valga la redundancia) vivo. Hasta entonces estaba en piloto automático.
Durante mi recuperación lloré en no pocas oportunidades, y la mayoría de esas fue porque extrañaba a mis hijos. Me había caído la ficha de que no los había disfrutado. Y que quizás no les había transmitido hasta entonces casi nada. Solamente un tipo que los bañaba, les preparaba la comida y los hacía dormir.
Sí, ya sé, Me van a decir que esa es una forma de estar presente. Pero no me entienden, yo no era consciente de los momentos vividos.
Creo que uno no se hace papá por el solo hecho de haber tenido un hijo.
Creo también (y parece una frase hecha pero no lo es) que ser padre te cambia la forma de ver todo.
Personalmente no tengo una referencia clara sobre el rol de papá.
Día a día es como hacer mi propio camino, siguiendo mi instinto, juzgándome, criticándome, intentando mejorarme.
Día a día me construyo, y al mismo tiempo, los construyo a ellos.
Amo a mis hijos, y creo que amar a alguien nos hace querer ser mejores personas.
Amo encontrarme en el mal humor de Lucía, en los silencios de Lautaro, en la pasión por cocinar de Lucía, en la risa explosiva de Lautaro, en la necesidad de liderar de Lucía, en la timidez de Lautaro, en el entusiasmo por bailar (mal, pero con entusiasmo) de Lucía, en la ternura de Lautaro ...
Amo ser papá. Amo de verdad tener dos hijos maravillosos.
Para ellos, y por ellos ... yo soy con ellos.
Feliz día a todos los buenos padres, a los papás de sangre y a los del corazón, a las madres que ejercen ambos roles, a los papás que están aquí, y a los que ya no están.

jueves, 15 de junio de 2017

Taurina.

Febrero de 1978.
Mi vieja lloraba.
Luis (amigo de la familia): "Gringa, dejá de llorar, vos vas a tener a esa criatura, y yo voy a ser el padrino y vos Chicha vas a ser la madrina."
La Chicha es la hermana mayor de mi vieja. Nacida en el mes de mayo, escuché muchas veces decir que es una fiel representante de Tauro. Yo no sé nada de signos, pero de que es brava, es brava.
Contesta mal tres de cada cinco veces. O lo tomo a risa, o le tiro con un ladrillo por la cabeza. Y como no qiuero ir a la cárcel porque según una amiga mi perfil es muy violable entonces opto por reirme.
La Chicha sigue siendo delgada. Siempre fue una mujer coqueta y era muy bonita de joven. Cuando veo sus fotos viejas me hace acordar a esas estrellas de Hollywood, toda llena de glamour, un estilo muy Rita Hayworth. Y no exagero eh.
Debido a que (ya conté la historia) se quedaron sin hogar siendo adolescentes, las tres hermanas dejaron sus estudios en ese momento. Había que sobrevivir.
A la Chicha le tocó laburar como empleada doméstica hasta que consiguió un trabajo en un hospital psiquiátrico: jefa de cocina. Sí, la tipa ya sabía cocinar muy bien. Herencia de mi abuela, lleva la cocina tradicional en la sangre.
Y como tal, cada vez que cocino juzga mis preparaciones como si estuviese analizándome para darme una estrella michelin.
La opinión más rescatable sobre algo que preparé la conseguí el domingo pasado, cuando hice una tarta de manzanas:
Fer: "Chicha, vení, probá, decime qué te parece."
Chicha: "Está comible."
Es la versión dama de Polino en materia culinaria. Le faltó sacar un cartel con un número cuatro nomás.
Por lo general sus respuestas son: "Yo cuando cocino eso lo hago de tal forma ... peeero, no está mal, son gustos ..."
¿Coqueta les dije? Demora una hora de reloj en bañarse. Y si tiene que salir empieza los preparativos dos horas antes.
Casi nunca estamos de acuerdo. Y cuando finalmente estamos de acuerdo es porque yo tiré la toalla y decidí darle la razón.

Terminó los estudios secundarios a fines de los noventa y se jubiló en el mismo hospital donde trabajó siempre. No la apreciaban mucho en el laburo. Impedía que los empleados se roben la comida y eso provocó que cuando se retiró hicieron una fiesta. Literalmente, la hicieron.
Ama leer. Lee el diario todos los días, cada una de las notas. Así que con ella podés hablar del último Roland Garros, del bache en Villa Amalia, del legislador que votó en contra de tal cosa, o de las elecciones legislativas en Inglaterra.
Ella es una sobreviviente de un cáncer de mama que la atacó a principios de los ochenta y desde entonces que la rema cada año con los controles médicos, que gracias a Dios siempre confirman que esa enfermedad de mierda no volvió nunca más.
Luis, mi padrino (de quien también ya supe contarles) estuvo enamorado de la Chicha pero muy probablemente la taurina le dijo que siga la flecha. Lo más seguro es que haya sucedido este diálogo:
Luis: "Chicha, ¿vamos a tomar un café?"
Chicha: (bajando el diario del alcance de su vista) "¿Con semejante calor querés tomar un café? Vos estás loco, llevame a tomar una plato de sopa y a comer un polvorón en medio de la calle Luisito, vos estás mal de la cabeza, ¿qué me vas a invitar en julio? ¿Un kilo de helado?" Y lanzó una risa burlona.
En ese momento seguro mi padrino la pensó dos veces y optó por el camino seguro: la retirada.
Taurina la tipa, libriano quien les escribe, no sé muy bien qué significará, pero a pesar de que somos el agua y el aceite, ella siempre estuvo para mi, y yo también para ella.

miércoles, 14 de junio de 2017

Give me five.

Cinco al hilo a mi edad ... cómo me gusta boludear con ese chiste. Y no queda otra que boludear ...
Gracias a todos por compartir cinco meses con el blog.
Casi 100 historias.
450 fieles seguidores en el face.
Casi 13.000 visitas en google.
Un tipo escribiendo desde el corazón.
GRACIAS POR EL TIEMPO QUE OCUPAN LEYENDOME.

domingo, 11 de junio de 2017

Vivo.

El primer instante en que me sentí realmente vivo cuando desperté del coma no fue precisamente cuando me vio un médico de guardia moviéndome, ni en el momento (eterno) en que me quitaban el tubo del respirador. Esa noche, aún cuando estaba despierto, no sentía la vida correr por mi cuerpo maltrecho.
No funcionaban las charlas con las enfermeras, no funcionó el empleado que llegó con mi desayuno (que no pude tomar porque no tenía fuerzas para sostener ese vasito)
No.
Me sentí vivo de verdad cuando vinieron a higienizarme antes del horario de visitas. Cuando sentí correr el agua tibia por mi cabeza se expandió una gran sonrisa en mi cara. Me había bañado por 33 años prácticamente a diario (manto de piedad sobre el "prácticamente" por favor) y nunca había sentido lo que sentí esa mañana.
El agua tibia. Algo tan simple como eso. Los masajes sobre mis cabellos. La esponja sobre mi piel.
Luego, ya en el horario de visita, volví a conectarme con la vida con la sonrisa de mi vieja y sus caricias sobre mis manos flacas.
Después al saborear mi esplendoroso primer almuerzo: puré de zapallo. Nada de sal. Así, al natural. Ustedes seguro sonrieron al leer ésto pero para mi, fue un manjar. No dejé nada. Si me hubiesen dado pan se lo pasaba al plato. Pero no, no había pan. Mi faringe estaba un tanto arruinada por tantos días con el tubo. Mis alimentos tenían que ser blandos.
Tenía hambre. Hambre de vivir.
Quería sentirme amado. Quería amar. Quería cocinar a lo loco. Quería viajar. Quería abrazar, reir, putear, enojarme con ganas, llorar, ver muchas películas, tirarme en el pasto, jugar con un perro, mimar a mis hijos, quería todo y lo quería ya.
Es justo decir que mi enfermedad me marcó en varias maneras. Y se lo agradezco enormemente. Uno de esos es que tomé más conciencia de lo que me hace sentir vivo. No me pasa el 100% del tiempo, pero me pasa seguido.
Disfrutar de la lluvia. El sol en la cara. Una brisa suave. El cantante que sube a tocar en el bondi. El que hace de estatua en la peatonal. El "cómo estás" de mi vieja. Los "te quiero mucho papi" de mis hijos. La previa del asado. Cocinar. Las expresiones de la gente a la que le gusta lo que cocino. Reunirme con amigos. Escucharlos. Que me escuchen. Escribir. Que en un principio lo hice para mi (escribir) pero ahora es tanto por y para ustedes como para mi. Descubrir cantantes y canciones que no conocía. Encerrarme en mis silencios, tan necesarios como quizás (muy probablemente) difíciles de comprender para los demás. Irme de excursión solo. Planificar un viaje. Comprar entradas para un recital. Aprender cosas nuevas. Enseñar otras. Rezar. Tomar un helado de chocolate con almendras. Ir a la heladería y elegir el sabor más extraño que tengan. Comer un chocolate amargo. Probar un rico vino. O una cerveza con amigos. O un fernet. O unos mates (como para cambiar la onda alcohólica) Armar una picada. El olor de las tostadas por la mañana. El aire frío que siento al abrir el ventanal que da al fondo de casa al levantarme. Mirar los cerros en cuanto salgo de casa. Quedarme mirándolos un ratito. Que me abracen. Que me miren. Sentir que no soy invisible. Ayudar a alguien. Leer un libro. Ir al cine a ver las películas de super héroes que tanto me gustan. Conocer gente nueva. Que me digan que hice un buen laburo. Ver dormir en paz a mis hijos. Escucharlos reir. Y también llorar. Mirarlos cuando se abrazan. Hablarles en modo solemne. Y jugar como un niño más con ellos. Inventar un juego nuevo. Crear historias para ellos. Contarles sobre el día que nacieron. Saludar al chofer del bondi. Dormir una siesta desparramado en los cerros tucumanos. Abrazar al cerro de los siete colores. Besar con ganas. Hacer el amor. Sentir cómo cambia la respiración en "ese" instante. Decir "te amo". Que me lo digan. Extrañar. Recibir un mensaje con palabras lindas. Escribirlos. Hacer ejercicio. Correr. Patear una pelota. Hacer un gol. Gritar un gol, con toda la potencia de mis cuerdas vocales. Que gane el Santo. Que pierda y sentirme mal. Conocer un restaurante nuevo y pedir algo que no probé nunca. Dormir abrazado. Desvelarme. Tomar de más. Bailar. Mal, pero bailar mucho. Cantar. Pésimo, pero hacerlo. Contar una historia para que todos se rían. Escuchar reir a gente que quiero. Que me digan que les gustó lo que escribí. Brindar con los que amo. Vivir. Vivir y punto.
La cuestión es que mi vida no es perfecta. Y la de nadie lo es. Sería un embole soberano si lo fuera, ¿no?
Tengo días de felicidad plena y días de mierda, días donde la tristeza y la angustia me atraviesan el pecho.
Tengo una familia super rara, única, cada una de las integrantes de la casa de Bernarda Alba está loca, pero re loca eh.
Tengo amigos de todas las épocas. Del barrio, de la primaria, de la secundaria, de la facultad, de cada uno de los laburos donde estuve, de las redes sociales, de la vida. Tengo tres mejores amigas que también están muy locas. Gracias a Dios.
Tengo mascotas y siempre las tuve. Aun cuando no les de mucha bola, sinceramente, mi vida siempre estuvo marcada por los perros.
Tengo trabajo. Trabajo de lo que estudié, que no servirá quizás para salvar el mundo, pero les juro que soy muy bueno en lo que hago y que hay días en que me siento Messi.
Tengo tantas cosas, pero sobre todo tengo VIDA. Tengo una vida.
Parece tan común estar vivo que no nos damos cuenta de que lo estamos.
Nos despertamos, vamos a estudiar o a trabajar, comemos, vemos tele y volvemos para dormir
Desayunamos, besamos, trabajamos, hacemos el amor, todo en piloto automático. Damos todo por sentado. Todo por ganado.
Está mal.
Está mal porque nada es seguro y está mal porque estás vivo. Y como ya te dije antes, es mentira eso de que "nunca es tarde". A veces, muchas veces, sí es tarde. Tan tarde que ... mejor ni lo escribo.
Estás vivo.
Y punto,
Ahora, largá el celu o la compu, y viví.
Pero después agarralo de nuevo porque se viene una nueva historia.

martes, 6 de junio de 2017

Personajes (parte II)

La vida con Lucía (a la que después se sumó Lautaro) era pura adrenalina, de manera que hacerlos dormir no era tarea sencilla. La niñera se ocupaba de que duerman hasta prácticamente mi llegada.
Una vez que yo estaba en casa empezaba el rally.
Me daba por satisfecho si a las 23 ya estaban desmayados. Yo también lo estaba pero aún me quedaban cosas por hacer.
Vida de barrio en Tafí Viejo, fuera del centro de la ciudad. Había mucha calma a esa hora, lo cual ayudaba a que se duerman. Hasta que ... aparecía el manisero con el pitido del hornito ... la reputísima madre que lo parió. Quiero que sepas manisero que te odié muchísimo cada noche que se te antojaba ofrecer tu producto.
Sin embargo, cuando yo era niño ese personaje era simpático. El tipo pasaba y en cuestión de segundos se formaba un remolino de chicos alrededor suyo (yo era uno más del montón)
Sentir esa bolsita de papel calentita en las manos era la gloria.
No era el único jugador que andaba en la bici repartiendo felicidad. En las siestas del verano llegaba el momento del heladero. El tipo cargaba una conservadora y ofrecía sabores como frutilla, chocolate, dulce de leche, vainilla y crema del cielo (que era lo mismo que la vainilla pero con colorante) Nunca me gustó el sabor a vainilla. Y permanezco firme en mi postura. Es una cuestión de principios.
Uno de mis amigos pedía de vainilla y crema del cielo. O sea ... pan con pan para mi.
Y la madre de otros amigos, la cual no voy a mencionar porque uno de ellos es un seguidor del blog, y disculpame mi viejo que traiga a tu mente este trauma, salía a pagar el helado de los hijos y les pedía una "probadita". Dos cucharadas de helado les dejaba la bestia.
El achilatero era alguien muy esperado también. Para los no tucumanos la achilata es hielo molido, colorante y endulzante. Nada más. Pero si andás por acá, probala. Es la gloria. Por ahí la vas a ver que la venden en palito. No, no es lo mismo. Tampoco es lo mismo con ron o con vodka, pero la acepto muy gustoso una noche de verano.
No quiero olvidarme del popular rosquetero. ¿Saben qué es el rosquete no? No, ese no manga de degenerados. No lo desprecio, eh? Pero no estoy hablando de ese. No era fan del tipo que se pelaba gritando "haaaaaaay rosqueeeete y boooollooooo" y le daba a la cornetita. Pero el hombre tenía sus seguidores.
Todos estos personajes le daban vida al barrio donde crecí. Tienen sus continuadores hoy en día. Y te juro que me hacen viajar a esos dias en los que salía descalzo a perseguir al heladero para que no se vaya.
Por detrás salía mi abuela a los gritos a putearme.
Después nos sentábamos con el grupo de amigos en el cordón de alguna vereda a terminar el helado o la achilata y para saciar la sed seguro le pedíamos prestada una manguera a algún vecino que estaba regando o nos prendíamos del caño de algún patio. Y no nos enfermábamos de nada.
¡Qué ganas de volver un ratito a esos tiempos por amor de Dios!

lunes, 5 de junio de 2017

Volare.

Oooo. Cantare. Oooo. Si les parezco desafinando leyendo como canto, es porque aún no tuvieron la desgracia de escucharme.
Aunque si en algún momento nos cruzamos en algún karaoke sin duda me van a padecer.
En fin, no dejen que me vaya por las ramas, les tengo que contar que el sábado pasado volé en parapente.
¿Cómo tomé la decisión? Ahí, al toque. La idea era hacer trekking en los cerros tucumanos pero ... :
Coordinadora: "Fer, ¿no te gustaría hacer parapente?"
Fer: "Y dale."
No la pensé mucho. No la pensé nada en realidad, quizás por eso junté todo el coraje necesario.
Fui solo porque soy así, jodido, bien jodido cuando no quiero que nadie me charle (tengo alma de ermitaño a veces y últimamente bastante seguido)
Me tocó compartir el viaje de ida a San Javier con unas chicas santiagueñas ya llegando al mediodía (cerquita de la hora crítica de la siesta para ellas, ya se les iba haciendo agua la espalda)
Para variar yo era el único hombre en esa camioneta. ¿Bendito eras? ¿Karma? No lo sé.
Llegamos a destino, y por suerte el día estaba espléndido. Un sol pleno entibiaba los ocho grados en la cima de Loma Bola.
Fui a firmar la documentación de rigor, y casi sin que me den tiempo a arrepentirme ya el mono (mi piloto de turno) estaba colocándome el arnés. El arnés es como una butaca plegable y pesa bastante.
Mono: "Cuando yo te diga empezá a correr con todo, corré como si llegara el marido con una 45."
Fer: "Taglarísimo monito."
Sí, más claro que el agua hermano. Correr con toda tu energía hacía el vacío ... un poco contra natura pero, ya estábamos en el baile.
Me calcé los guantes, los anteojos oscuros ...
Mono: "¡Ahora chango, corré, dale!"
Ahí iba el Fer, meta correr y de repente mis patitas quedaron dando vueltas en el aire. No les voy a negar,  me dio un cagazo fenomenal de entrada. Si naturalmente soy blanco, debo haber quedado transparente en ese instante.
Mono: "Fer, relajate hermano, disfrutá de la vista. Acompañame en los movimientos laterales nada más, del resto me ocupo yo."
Si alguna vez anduvieron en barco o catamarán, se siente parecido a eso. O a cuando hacés la plancha en el agua. Sentís esos vaivenes. Se va el miedo. Y llega la paz. Mucha.
En el aterrizaje tenés que poner los pies hacia adelante, como si estuviéses sentado en la cama y tirar la espalda hacia atrás y terminás deslizándote de cola sobre el césped. El vuelo dura diez, quizás quince minutos. La experiencia te dura toda la vida. Y no, no sentí vértigo en la cola.
Después disfruté de comer un lomito tremendo y de tomarme una birra con vista a la ciudad. En medio de eso un nene de seis años se tiró también. Pucha, yo venir a mis veinticinco (?) a animarme recién.
Pensé en mis hijos ... Lucía es capaz de lanzarse. Lautaro ni en pedo ... Lau le tiene miedo al gusano loco, y su frase de cabecera es "papi tengo miedo".
Me tiré a dormir una siesta en el pastito bajo el sol, la cual fue interrumpida paradójicamente por la insistente charla de las chicas santiagueñas.
Mi ermitaño interior me pidió ir a caminar un rato. Seguí un sendero hasta la cima de un cerro pegadito y disfruté de la soledad otro rato más. Que me duró hasta que me alcanzaron nuevamente las santiagueñas.
Bajé de la cima y me fui a otra loma y encontré un sendero bien angosto, caminé y caminé hasta que me cansé y decidí pegar la vuelta.
Así como me decidí a subir ya estaba bajando. Al llano y a la realidad.
Me hubiese gustado guardar en un frasco esa sensación de paz que tuve mientras estaba allá, arriba, volando y después tirado en el pasto.
Me hubiese gustado haber hecho ésto mucho antes.
Por ahora, déjenme comportarme en modo ermitaño. Hoy me hace falta. Ya voy a salir de la cueva.

Manual para matar.

¿Cómo matar a un no muerto? Lo sé, parece una pregunta estúpida, y quizás lo sea. Jamás me agradaron los dueños de verdades y no pretendo tr...