lunes, 5 de junio de 2017

Volare.

Oooo. Cantare. Oooo. Si les parezco desafinando leyendo como canto, es porque aún no tuvieron la desgracia de escucharme.
Aunque si en algún momento nos cruzamos en algún karaoke sin duda me van a padecer.
En fin, no dejen que me vaya por las ramas, les tengo que contar que el sábado pasado volé en parapente.
¿Cómo tomé la decisión? Ahí, al toque. La idea era hacer trekking en los cerros tucumanos pero ... :
Coordinadora: "Fer, ¿no te gustaría hacer parapente?"
Fer: "Y dale."
No la pensé mucho. No la pensé nada en realidad, quizás por eso junté todo el coraje necesario.
Fui solo porque soy así, jodido, bien jodido cuando no quiero que nadie me charle (tengo alma de ermitaño a veces y últimamente bastante seguido)
Me tocó compartir el viaje de ida a San Javier con unas chicas santiagueñas ya llegando al mediodía (cerquita de la hora crítica de la siesta para ellas, ya se les iba haciendo agua la espalda)
Para variar yo era el único hombre en esa camioneta. ¿Bendito eras? ¿Karma? No lo sé.
Llegamos a destino, y por suerte el día estaba espléndido. Un sol pleno entibiaba los ocho grados en la cima de Loma Bola.
Fui a firmar la documentación de rigor, y casi sin que me den tiempo a arrepentirme ya el mono (mi piloto de turno) estaba colocándome el arnés. El arnés es como una butaca plegable y pesa bastante.
Mono: "Cuando yo te diga empezá a correr con todo, corré como si llegara el marido con una 45."
Fer: "Taglarísimo monito."
Sí, más claro que el agua hermano. Correr con toda tu energía hacía el vacío ... un poco contra natura pero, ya estábamos en el baile.
Me calcé los guantes, los anteojos oscuros ...
Mono: "¡Ahora chango, corré, dale!"
Ahí iba el Fer, meta correr y de repente mis patitas quedaron dando vueltas en el aire. No les voy a negar,  me dio un cagazo fenomenal de entrada. Si naturalmente soy blanco, debo haber quedado transparente en ese instante.
Mono: "Fer, relajate hermano, disfrutá de la vista. Acompañame en los movimientos laterales nada más, del resto me ocupo yo."
Si alguna vez anduvieron en barco o catamarán, se siente parecido a eso. O a cuando hacés la plancha en el agua. Sentís esos vaivenes. Se va el miedo. Y llega la paz. Mucha.
En el aterrizaje tenés que poner los pies hacia adelante, como si estuviéses sentado en la cama y tirar la espalda hacia atrás y terminás deslizándote de cola sobre el césped. El vuelo dura diez, quizás quince minutos. La experiencia te dura toda la vida. Y no, no sentí vértigo en la cola.
Después disfruté de comer un lomito tremendo y de tomarme una birra con vista a la ciudad. En medio de eso un nene de seis años se tiró también. Pucha, yo venir a mis veinticinco (?) a animarme recién.
Pensé en mis hijos ... Lucía es capaz de lanzarse. Lautaro ni en pedo ... Lau le tiene miedo al gusano loco, y su frase de cabecera es "papi tengo miedo".
Me tiré a dormir una siesta en el pastito bajo el sol, la cual fue interrumpida paradójicamente por la insistente charla de las chicas santiagueñas.
Mi ermitaño interior me pidió ir a caminar un rato. Seguí un sendero hasta la cima de un cerro pegadito y disfruté de la soledad otro rato más. Que me duró hasta que me alcanzaron nuevamente las santiagueñas.
Bajé de la cima y me fui a otra loma y encontré un sendero bien angosto, caminé y caminé hasta que me cansé y decidí pegar la vuelta.
Así como me decidí a subir ya estaba bajando. Al llano y a la realidad.
Me hubiese gustado guardar en un frasco esa sensación de paz que tuve mientras estaba allá, arriba, volando y después tirado en el pasto.
Me hubiese gustado haber hecho ésto mucho antes.
Por ahora, déjenme comportarme en modo ermitaño. Hoy me hace falta. Ya voy a salir de la cueva.

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