domingo, 11 de junio de 2017

Vivo.

El primer instante en que me sentí realmente vivo cuando desperté del coma no fue precisamente cuando me vio un médico de guardia moviéndome, ni en el momento (eterno) en que me quitaban el tubo del respirador. Esa noche, aún cuando estaba despierto, no sentía la vida correr por mi cuerpo maltrecho.
No funcionaban las charlas con las enfermeras, no funcionó el empleado que llegó con mi desayuno (que no pude tomar porque no tenía fuerzas para sostener ese vasito)
No.
Me sentí vivo de verdad cuando vinieron a higienizarme antes del horario de visitas. Cuando sentí correr el agua tibia por mi cabeza se expandió una gran sonrisa en mi cara. Me había bañado por 33 años prácticamente a diario (manto de piedad sobre el "prácticamente" por favor) y nunca había sentido lo que sentí esa mañana.
El agua tibia. Algo tan simple como eso. Los masajes sobre mis cabellos. La esponja sobre mi piel.
Luego, ya en el horario de visita, volví a conectarme con la vida con la sonrisa de mi vieja y sus caricias sobre mis manos flacas.
Después al saborear mi esplendoroso primer almuerzo: puré de zapallo. Nada de sal. Así, al natural. Ustedes seguro sonrieron al leer ésto pero para mi, fue un manjar. No dejé nada. Si me hubiesen dado pan se lo pasaba al plato. Pero no, no había pan. Mi faringe estaba un tanto arruinada por tantos días con el tubo. Mis alimentos tenían que ser blandos.
Tenía hambre. Hambre de vivir.
Quería sentirme amado. Quería amar. Quería cocinar a lo loco. Quería viajar. Quería abrazar, reir, putear, enojarme con ganas, llorar, ver muchas películas, tirarme en el pasto, jugar con un perro, mimar a mis hijos, quería todo y lo quería ya.
Es justo decir que mi enfermedad me marcó en varias maneras. Y se lo agradezco enormemente. Uno de esos es que tomé más conciencia de lo que me hace sentir vivo. No me pasa el 100% del tiempo, pero me pasa seguido.
Disfrutar de la lluvia. El sol en la cara. Una brisa suave. El cantante que sube a tocar en el bondi. El que hace de estatua en la peatonal. El "cómo estás" de mi vieja. Los "te quiero mucho papi" de mis hijos. La previa del asado. Cocinar. Las expresiones de la gente a la que le gusta lo que cocino. Reunirme con amigos. Escucharlos. Que me escuchen. Escribir. Que en un principio lo hice para mi (escribir) pero ahora es tanto por y para ustedes como para mi. Descubrir cantantes y canciones que no conocía. Encerrarme en mis silencios, tan necesarios como quizás (muy probablemente) difíciles de comprender para los demás. Irme de excursión solo. Planificar un viaje. Comprar entradas para un recital. Aprender cosas nuevas. Enseñar otras. Rezar. Tomar un helado de chocolate con almendras. Ir a la heladería y elegir el sabor más extraño que tengan. Comer un chocolate amargo. Probar un rico vino. O una cerveza con amigos. O un fernet. O unos mates (como para cambiar la onda alcohólica) Armar una picada. El olor de las tostadas por la mañana. El aire frío que siento al abrir el ventanal que da al fondo de casa al levantarme. Mirar los cerros en cuanto salgo de casa. Quedarme mirándolos un ratito. Que me abracen. Que me miren. Sentir que no soy invisible. Ayudar a alguien. Leer un libro. Ir al cine a ver las películas de super héroes que tanto me gustan. Conocer gente nueva. Que me digan que hice un buen laburo. Ver dormir en paz a mis hijos. Escucharlos reir. Y también llorar. Mirarlos cuando se abrazan. Hablarles en modo solemne. Y jugar como un niño más con ellos. Inventar un juego nuevo. Crear historias para ellos. Contarles sobre el día que nacieron. Saludar al chofer del bondi. Dormir una siesta desparramado en los cerros tucumanos. Abrazar al cerro de los siete colores. Besar con ganas. Hacer el amor. Sentir cómo cambia la respiración en "ese" instante. Decir "te amo". Que me lo digan. Extrañar. Recibir un mensaje con palabras lindas. Escribirlos. Hacer ejercicio. Correr. Patear una pelota. Hacer un gol. Gritar un gol, con toda la potencia de mis cuerdas vocales. Que gane el Santo. Que pierda y sentirme mal. Conocer un restaurante nuevo y pedir algo que no probé nunca. Dormir abrazado. Desvelarme. Tomar de más. Bailar. Mal, pero bailar mucho. Cantar. Pésimo, pero hacerlo. Contar una historia para que todos se rían. Escuchar reir a gente que quiero. Que me digan que les gustó lo que escribí. Brindar con los que amo. Vivir. Vivir y punto.
La cuestión es que mi vida no es perfecta. Y la de nadie lo es. Sería un embole soberano si lo fuera, ¿no?
Tengo días de felicidad plena y días de mierda, días donde la tristeza y la angustia me atraviesan el pecho.
Tengo una familia super rara, única, cada una de las integrantes de la casa de Bernarda Alba está loca, pero re loca eh.
Tengo amigos de todas las épocas. Del barrio, de la primaria, de la secundaria, de la facultad, de cada uno de los laburos donde estuve, de las redes sociales, de la vida. Tengo tres mejores amigas que también están muy locas. Gracias a Dios.
Tengo mascotas y siempre las tuve. Aun cuando no les de mucha bola, sinceramente, mi vida siempre estuvo marcada por los perros.
Tengo trabajo. Trabajo de lo que estudié, que no servirá quizás para salvar el mundo, pero les juro que soy muy bueno en lo que hago y que hay días en que me siento Messi.
Tengo tantas cosas, pero sobre todo tengo VIDA. Tengo una vida.
Parece tan común estar vivo que no nos damos cuenta de que lo estamos.
Nos despertamos, vamos a estudiar o a trabajar, comemos, vemos tele y volvemos para dormir
Desayunamos, besamos, trabajamos, hacemos el amor, todo en piloto automático. Damos todo por sentado. Todo por ganado.
Está mal.
Está mal porque nada es seguro y está mal porque estás vivo. Y como ya te dije antes, es mentira eso de que "nunca es tarde". A veces, muchas veces, sí es tarde. Tan tarde que ... mejor ni lo escribo.
Estás vivo.
Y punto,
Ahora, largá el celu o la compu, y viví.
Pero después agarralo de nuevo porque se viene una nueva historia.

2 comentarios:

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