viernes, 6 de diciembre de 2019

Aromas.


Habrán notado que no siempre uno aprecia el aroma de otra persona. No me refiero a la fragancia del perfume que usualmente pone en su cuerpo. Es el aroma del otro, de esa persona con la cual previamente (y esto es un requisito ineludible) se ha creado un vínculo especial.
Es quizás una teoría descabellada. Justamente yo, tan amigo de buscar evidencias y sustento para cada una de mis afirmaciones, confieso que no tengo más pruebas que una sucesión de ejemplos para enumerarles.
Personalmente siento su perfume en el abrazo del hasta luego. Es entonces cuando aspiro fuerte por unos segundos para llenarme de ella. Créanme que si tuviese la posibilidad de guardar ese aroma en un frasquito, lo haría sin dudar.
Es así que siento su aroma en esos instantes en que mi cerebro se desconecta de la realidad y realiza uno de los tantos viajes astrales del día.
La siento y la veo haciendo treinta y dos cosas a la vez. La escucho reír y también insultar.
La veo improvisando en la cocina y sacudiendo mi modorra con una pregunta inesperada.
La veo arrugando las sábanas conmigo y también respirando de mi y yo de ella.
Finalmente, me gusta pensar que ella también lleva mi aroma consigo.

lunes, 2 de diciembre de 2019

A tu salud.


Por alguna razón la proximidad de fin de año me pone reflexiva. Nada fuera de lo común, le pasa a muchas personas. Es para entonces que las tardes de domingo potencian su nostalgia.
Será quizás por eso que me desperté de la siesta buscándolo. Casi que puedo asegurarles que hasta su perfume pude sentir. Mi pecho se llenó de angustia con los acordes de Enrique Cadícamo, ese talentoso que exclamaba “quiero emborrachar mi corazón”. Eso quiero Enrique, ¿cómo lo supiste? Ahora mismo voy a descorchar ese malbec.
Él me amó. Fue la única vez que me sentí amada de verdad. Hasta su llegada, cuando todo acababa, los hombres simplemente desaparecían. Él en cambio buscaba aferrarse a mi después de hacerme el amor, si era posible hasta el otro día. Aspiraba mi aroma de muy buen sexo y se perdía en mi espalda. Los hombres son binarios hasta para eso, hasta para saber si te quieren de verdad o no. Todo es blanco o negro. Básicos, simples y elementales. No lo digo como crítica. Realmente admiro su simpleza.
Muchas veces deseé ser más básica, no encontrar tantos matices. Me hubiese gustado poder pensar en nada. Y sin dudas, hubiese querido morderme antes de lanzar esa pregunta inútil “¿en qué estás pensando?” ¡Qué te importa Mabel, qué te importa, qué metida sos por favor! Son los pensamientos del otro, qué manía de querer adueñarme de todas las revelaciones.
He pasado por casi todo. Pasé por peleas de amor que no deberían llamarse de ese modo. Si no quedaba ni un rastro de amor …
No comprendo aún porqué las parejas no saben separarse a tiempo. Pasé por mentiras más grandes que un cartel de caja rápida o que ofertas de black Friday. Mi corazón se rompió tantas veces que aprendió a repararse solo.
Pero un buen día lo encontré. Me sonrió y supe que era bueno. Yo le sonreí y él me confió que yo estaba buena. Los hombres, en fin, hombres son.
Pero me amó. Recuerdo sus manías, sus arrebatos, su risa escandalosa, su sarcasmo, sus silencios, cada canción que le gustaba y hasta la cantidad exacta de posiciones en la que me hizo suya.
Lo extraño. Este tango triste y mal herido me está haciendo mal. O bien, no sé. Para variar estoy encontrando demasiados matices a esta noche de domingo.
Por suerte la canción ya se termina. Pero él en mi no; él está acá, en los papeles que escribió con dedicatorias para mi y que dejaba por los rincones de la casa. Está en su perfume que aún guardo y cada tanto hecho un poquito en las sábanas para simular que me hundo en su pecho y así poder sentirme pequeña en sus brazos.
Definitivamente me perdí en la letra de esta canción. Mejor cambio la música. Voy a poner esa de los Rolling que tanto le gustaba mientras termino mi copa de vino.
A tu salud mi amor.

miércoles, 27 de noviembre de 2019

Crónica de mi muerte.


Mi vida ha llegado a su fin. No hay palabras de adiós emotivas. No hay reunión familiar con lágrimas alrededor de mi lecho mientras suena de fondo Adiós Nonino. No. Tan solo estoy yo, o mejor dicho, una versión muy poco encantadora de lo que fui, si es que alguna vez pude ser considerado un ser encantador.
Estoy en el piso del baño de mi trabajo. Nadie advertirá rápidamente que me ocurrió algo. Esta es una de las tantas veces que me quedé a trabajar después de hora, porque de ese modo puedo hacer mis cosas en paz. Es curioso, quizás me entusiasmé invocando a la paz, tanto que la encontré en su estado más absoluto.
No hay glamour en mi muerte. Estoy desparramado, con mis articulaciones plegadas de un modo antinatural. Y como frutilla del postre, mi cabeza impactó con el inodoro del baño antes de terminar de derrumbarme. Qué horror. Minutos antes estuvo sentado ahí el trasero de Hugo. Es injusto que el último rastro de vida de este mundo que me lleve sean las heces de un compañero.
Hablando de injusticias, deberíamos tener la chance de resetear la posición del cuerpo antes de ser encontrados. Como para dar una última buena impresión.
Mi corazón simplemente se detuvo de repente. No sé decirles la razón. Me morí y sigo sin saber grandes cosas de medicina. Seguramente será mi madre quien primero se angustie al no tener noticias mías y empezará la ronda de llamadas de rigor para ver si alguien sabe algo de mi, aunque esta vez sin éxito. Ese hilo de comunicaciones llegará hasta mi jefe, quien pedirá al portero del edificio que vaya a ver que todo esté bien conmigo.
Nuevamente el espanto. Seré descubierto por el portero que escucha a Valeria Lynch y a Amanda Miguel todas las mañanas. Él llamará a mi jefe y el hilo de comunicaciones hará el camino inverso.
La angustia de mi madre se hará realidad. De algún modo las madres saben lo que pasa sin necesidad de evidencias.
Mientras tanto, voy perdiendo color. Si siempre fui blanco esta vez el tono de mi piel parece papel. Llegaron médicos de un servicio de emergencias. Constatan que formalmente he pasado a mejor vida. Bueno, no sé si será una mejor vida, aún nadie me dio indicaciones sobre qué debo hacer, adónde ir, con quién debo hablar, si debo llenar un formulario o sacar un numerito.
Me pondrán dentro de una bolsa y me cargarán en una camilla, como si fuese una media res e iré a reposar al frío hasta que mi cuerpo sea retirado por mi familia.
Empezarán las llamadas y los mensajes, los “no puede ser, era tan joven”, “qué injusta es la vida”, “pobres sus hijos, tan pequeños” y por qué no, uno que otro “mirá, no me gusta hablar mal de la gente y menos de los muertos, pero por algo Dios hace las cosas”.
Las noticias de mi muerte llegarán antes a la madre de mis hijos y luego a la mujer que amo. La madre de mis hijos intentará en vano medir sus palabras para moderar el impacto del mensaje pero, ¿cómo se puede alivianar el peso de la muerte?
La mujer que amo endurecerá su mentón, forzándose a detener sus lágrimas. Imposible. Un sabor metálico y amargo se adueñará de su garganta.
La vida seguirá para todos. Mi vieja convivirá con un dolor terrible, pero seguirá su camino. Mis hijos irán cada tanto a dejar flores a una lápida fría. Volverán a reír. Buscarán encontrarme en sus gestos y en sus facciones. La mujer que amo volverá a amar, otra vez sentirá esa comezón en el estómago. Cada tanto se preguntará el porqué, o qué hubiese pasado si, o por qué fui tan cabeza dura y nunca le hice caso de no quedarme después de hora.
Mis ahora ex compañeros de trabajo bromearán sobre mi espíritu que ronda en la oficina para espantar. No se descuiden, probablemente lo haga, acabo de agendarlo. Buscarán un reemplazo. Le dirán “ojo que el que se sienta ahí, pasa para el otro lado”. Ojo pibe, en serio.
Mi vida finalmente no fue lo extensa que imaginé. Pude ver reír muchas veces a mis hijos. He sentido (de verdad) al viento, al sol y a la lluvia. He caminado descalzo. He corrido y he caminado lento. Disfruté de los noventa, la mejor década para la música. Amé y fui amado. Abracé. Mucho. Dije “te amo” todas las veces que pude. Pero hubiese querido más. Más de todo eso ¿Cuánto? No sé, no estoy en condiciones de decir basta.
Me quedé sin tiempo para compartir ese malbec catamarqueño que siempre dije que iba a volver a comprar y nunca lo hice. Tampoco podré comprar más libros para mis hijos o para mi, ni recitarle a ella ese texto de Dolina mientras compartimos unos mates. Tampoco haré ese viaje que siempre tenía agendado entre mis pendientes. Y mis notas, esos papelitos que dejo por todos lados con frases ocurrentes, no tendrán sentido en un texto que los abrace. Todo eso irá al cuaderno de las cosas destinadas a no suceder.
Sigo sin saber decirles qué hay del otro lado. Si hay otra vida o una reencarnación esperándome. Prometo contarles qué sucede en cuanto lo sepa. Mientras tanto, esa intriga me está matando. Si es que es posible morir dos veces.
Si hay otra vida me encontraré en la disyuntiva de desear ver nuevamente a mis seres queridos pero a la vez, ojalá falte mucho para que ocurra eso. Y si hay una reencarnación, por favor, solo deseo volver a hallar a quienes amo.

martes, 19 de noviembre de 2019

A las nueve.

¿Qué hora es? ¿Falta mucho para las nueve de la noche? No me gusta nada esa hora ... avisame por favor ... o mejor no me digas nada, mejor si pasa desapercibida.
Extraño a mi viejo. Pienso en él a diario y me pregunto recurrentemente qué hubiese pasado si tal cosa o tal otra. O por qué no aproveché más momentos con él.
Pero, como me dijo más de una vez, lo que no está pasando, no está pasando y punto. Y haciendo una analogía, lo que no pasó, no pasó y no hay nada más que hacer.
Ay mi viejo ... se pasó tantos años marchitándose por dentro. Reverdeció cuando me fui a vivir unos años con él. Era casi un niño, si lo vieras cómo le brillaban los ojos. Era feliz haciéndome el desayuno, puteándome para que me levante de una vez, porque siempre me gustó mucho dormir ... era una puteada con cariño, mi viejo no se enojaba por eso; sí cuando le mentía. Se ponía bravo, pero creo que más por enojado, por dolido.
Se esmeraba por sacarle provecho a cada momento que pasábamos juntos, pero naturalmente, no notabas que se esfuerce por demostrar. Creo que una de las veces que más se emocionó fue cuando compartimos la primer cerveza. Yo era una adolescente y mi viejo consideró que yo ya estaba en condiciones de tomar la primer birra. Obviamente, yo ya la había probado antes, pero si le decía que hubo una ocasión antes de esa, se iba a desmoralizar. Y si bien existieron otras cervezas antes, esa que compartimos fue maravillosa, la mejor de todas. Preparó una picada generosa, como para una docena de personas ... pasa que mi viejo era así, desmedido para demostrar amor.
Nos reímos tanto esa noche ... al final fueron dos cervezas y no quedaron rastros de la picada.
Disculpame que mire el reloj de pared cada tanto, es que la proximidad de las nueve me inquieta acá, dentro de mi pecho ... a esa hora de la noche mi viejo se iba de casa cada vez que venía a visitarnos.
Y eran las nueve de la mañana de un domingo cuando me dijo que se iba de la casa. Yo no recuerdo mucho de esa despedida, pero te juro, te juro que fue la primera vez que me rompieron el corazón. Hubo otras ocasiones por supuesto, vos sabés de esas otras, pero esa despedida me marcó para siempre.
Él venía a vernos religiosamente, llueve o truene, pero no era lo mismo. Y sé que para él tampoco.
Lo sé porque me lo dijo, me contó todo. Pero también porque se notaba en sus ojos. Tenía ojos tristes, una mirada de nostalgia permanente. Pero no tenía esos ojos cuando viví con él. En esos años puedo decir, sin temor a equivocarme, que fue un hombre feliz.
Claro que lo extraño ... me regaló sermones memorables; de la nada empezaba a hablarme con una solemnidad tan grande ... pero no te hacía sentir que él era superior, para nada, tenía el don de llegarte con sus palabras ... una vez, cuando le conté sobre algo feo que me dijeron y me hizo jurarle que nunca iba a creerme que yo era lo que me digan, ni lo bueno, ni mucho menos lo malo.
Lamento haber inclumplido ese juramento. En más de una ocasión me sentí poca cosa. Me lo creí, pero acá estoy, de pie, toda una mujer.
Sí, toda una mujer, pero sabés cuánto daría por volver a ser pequeña y que me acurruque mi viejo en sus brazos.
Las nueve en punto ... qué hora más fea ... al igual que se fue de casa un día a las nueve sin avisar, así también se fue de este mundo, sin que nadie lo sospeche, simplemente dejó de respirar un día a las nueve de la noche.
No te quiero deprimir, te conté todo esto para que entiendas por qué me pongo triste a veces ... vamos a la mesa hija, preparé una picada para que compartamos una cerveza, vamos a reirnos un rato, me hace falta.

lunes, 4 de noviembre de 2019

La revancha.

Francisco era un niño cuyo carácter vehemente no se condecía con su físico. Más que flaco, flacucho, de cabeza más bien grande comparada con su cuerpo, con cabellos poco agraciados. Pero calentón. Era como esos perros de raza diminuta que le ladran a todo el mundo. Se ponía colorado cada vez que se enojaba, lo que sucedía bastante seguido. Podríamos decir entonces, que el enojo era su estado habitual y lo extraño era ver cómo en realidad su piel era completamente blanca.
Era claramente el cabecilla de la bandita de niños de la cuadra a pesar de que era uno de los más pequeños. Ese grupito estaba integrado por el negro, su hermano el opaco (para distinguirlos), el cabezón, el anteojudo, el loco, el gordo y el flaco. Todos los apodos parecían de personajes colocados de antemano, a propósito, como si se tratara de encajar de manera forzosa un listado de nombres en una historia.
Ajeno a esa banda pero con influencia estaba Roque. Roque tenía dos años más que Francisco, pero era tan grandote que parecía que le llevaba al menos diez. Él aparecía cada tanto para molestar a la bandita, lo cual lógicamente era motivo de enojo de Francisco. Roque se juntaba con chicos más grandes, pero a veces el aburrimiento le ganaba y necesitaba hacerles alguna que otra maldad a ese grupo de chicos que pasaba las tardes en las calles del barrio. Desde empujar porque sí a cualquiera, tirarles la pelota al jardín del viejo Solano, ese que nunca les devolvía los balones, hasta tirarles con la honda. Roque tenía poco talento para la vida, pero tenía mucha puntería.
El único ámbito donde Francisco podía desquitarse de Roque era en una cancha de fútbol. En ese mundo de once contra once, Francisco era el rey del barrio. Y Roque no podía hacer nada para evitar que ese flacucho desgarbado realice un quiebre de cintura tras otro y lo deje desparramado sobre el pasto. Cuando Roque estaba en el equipo contrario, Francisco gritaba los goles que hacía con tanta fuerza, que los vecinos que vivían cerca de la cancha se acercaban a ver a quién estaban matando. Al día siguiente, Francisco asistía disfónico a clases, pero feliz por su pequeña revancha.
Con el tiempo la vecindad se acostumbró a los gritos desaforados de Francisco, pero Francisco jamás se acostumbró a tener que tolerar a Roque. Esos goles que hacía, por más lindos que eran, no bastaban para humillar a su oponente.
Pasó una cantidad innumerable de siestas pergeñando su venganza, la cual consistía básicamente en pegarle hasta hacerlo llorar. En muchas ocasiones Roque incluso terminaba desmayado. Obviamente, todo esto ocurría dentro de la fértil imaginación de Francisco.
Hasta intentó organizar un motín con la banda, exponiendo cómo tenía que atacar cada integrante a Roque. El opaco y el cabezón tenían que ser la fuerza de choque. El negro y Francisco eran los ágiles, quienes debían atacar con velocidad. Los demás tenían que colaborar a la distancia, por precaución.
A pesar del emotivo discurso, el sentimiento de preservar la vida pudo más en los integrantes de la banda y nadie se plegó a la suicida iniciativa de Francisco.
Casi que se resignó a que los días pasen uno tras otro, teniendo que soportar cada tanto las visitas de su enemigo mortal.
Hasta que un día de un caluroso verano, Roque se presentó con la intención de quitarles la pelota. Lo hizo y cuando estaba a punto de tirar la pelota al jardín del viejo Solano, Francisco hizo lo que nadie esperaba.
Francisco: "Roque sos un hijo de mil putas."
No, no de una, sino de mil.
Roque dejó la pelota, se dio vuelta y lo miró enfurecido al flacucho.
Roque: "¿Qué decís maricón?"
Todos los ojos estaban sobre Francisco. Francisco no quería mirar a nadie que no sea Roque. Tenía que sostenerle la mirada. Y sabía bien que no había vuelta atrás, pero si hubiese tenido la posibilidad de rebobinar esos últimos minutos, sin duda lo hubiese hecho.
Francisco: "Que sos un hijo de ..."
Francisco no tuvo tiempo de terminar la frase porque un trompadón de Roque impactó de lleno en su ojo izquierdo. El flacucho quedó tendido en la calle mientras Roque, como frutilla del postre, lanzaba finalmente la pelota al jardín del viejo Solano.
Francisco se levantó y sintió que algo corría por su cara. Pensó que era sangre, pero no, eran lágrimas. En parte por la bronca, en parte por el dolor. Los demás lo miraban con compasión. Al menos había sobrevivido. Un ojo morado que le duró un par de semanas fue el souvenir del intento de motín individual.
Francisco asumió que no podía hacer nada para herir a Roque. Llegó a creer eso, hasta que un par de años después, Franscisco se puso de novio con la hermana de Roque. Y eso a su enemigo mortal, le dolió como diez trompadas juntas.

jueves, 17 de octubre de 2019

Cómo te atreves.

No me llames así. No me digas corazón. No se comprende que me dirijas la palabra. Y tampoco entiendo a qué viniste. Te diría que me recordaste a "Zamba para olvidar" pero no mereces semejante justicia, es excesiva para vos, es demasiado arte y vos de arte no tenés ni una gota de inspiración. La única justicia que mereces es la del olvido definitivo.
No, no me digas corazón. Ya no tengo esa cosa. En su lugar quedó una piedra, dura, helada, que me niego rotundamente a que reciba calor ... ¿para qué? ¿para sentir cómo me hundo en mis miserias una vez más?
No te quedó derecho alguno siquiera a sostenerme la mirada, ¿de dónde sacaste coraje para hablarme?
De tu paso por mi vida no quedó nada bueno. Ni un solo color diferente al gris. Ni una nota musical que difiera a la de un tango triste y mal interpretado.
¿No te das cuenta de que soy muy diferente a la persona que arrancaste de tu vida? Mirame bien, ahora sí, mirame a los ojos ... no hay nada que puedas pedirme que te brinde, porque ya me robaste todo.
Lo único que tengo para regalarte son mis verdades, que creeme, te van a aplastar.
Te brindé todo, siempre vulnerable, siempre incapaz de romper ese lazo de esclavitud emocional que me ataba a vos.
Me humillaste. Una y otra vez. Te burlaste de mi de todas las formas posibles. Te jactabas de que yo era prácticamente descartable. Y lo creí. Me moldeaste. Me transformé en una criatura bizarra, incapaz de valorarse.
Pero un día abrí los ojos. Me di cuenta de que yo no era esa construcción surrealista que hiciste de mi. Era mucho más. Y mucho más que vos. Pero no hay mérito en ser más que vos. Cualquiera es más que la nada.
Eso fuiste, una piedra con la que tropecé hasta el hartazgo. Bastó que arroje esa piedra lejos, bien lejos para darme cuenta de que puedo seguir adelante sin vos.
He reemplazado esa piedra por otra que está hundida en mi pecho, de donde no la arrancará nadie.
Todo de mi te quedó grande. Hasta ese beso de despedida estuvo de más. No lo merecías. Asi que no, no me digas corazón, porque lo hiciste mierda y lo poco que quedó de el te lo llevaste.
Retirate y llevate esas sobras, no las quiero; hacé con ellas lo que puedas, hundite en la oscuridad de tus perversidades y perdete en lo más profundo de mis memorias.
Acá quedan varias cicatrices que penosamente dejaste en mi y poco a poco las voy sanando.

Estuve en el último subsuelo de la autoestima, he visto lo peor de mi y me odié y te odié por haberme convertido en un fantasma de lo que alguna vez supe ser.
Pero desde tan abajo me he levantado, estoy de pie y no voy a dudar ni un segundo en arrollarte con mis palabras.
Hasta acá llegó tu atrevimiento, este es el réquiem que nunca tuviste, y al mismo tiempo, resucito sobre tus cenizas, esas cenizas que no arderán nunca más porque las he barrido a todas.

martes, 8 de octubre de 2019

Discusiones conmigo mismo.

A veces, muchas veces las emociones te van a dominar. Vas a bailar al ritmo que te imponen. Como una marioneta.
Te va a costar aprender que esperar vale la pena. Que el tiempo no cura todo. Que lo que pasó no vuelve, al menos nunca del mismo modo.
Vas a querer herir a alguien con tus palabras. Lo vas a lograr. Pero ahí radica la diferencia entre las buenas y las malas personas. Tuviste éxito, lastimaste. ¿Te sentís bien con eso? Si te regodeas, si lo disfrutás, si lo justificás, entonces has fallado. Vas a intentar redimirte, vas a reinventarte. Vas a mutar una y otra vez. Una y otra vez.
Te convertirás en más de una oportunidad en el monstruo de tus pesadillas.
Te vas a resignar. Vas a desear morir. Tanto que casi lo consigues. Vas a volver a vivir, solo para descubrir nuevas formas de estar muerto.
Vas a revolver tus entrañas expulsando palabras que estaban empujándose. Escribir te va a salvar. Vas a sentirte vivo una vez más.
Vas a cuestionar cada vez más todo. Incluso a vos mismo. Vas a cambiar de opinión tantas veces que el concepto de contradicción se hace difuso.
Vas a apreciar los sabores. Un malbec. Una carne cocinada por horas. Unas pastas amasadas con amor. Unas papas, unas simples papas, crocantes y suaves a la vez.
Cocinar para alguien te va a rescatar de a ratos.
En la soledad vas a encontrar tu lugar en el mundo. Pero a la vez, deseas con todo tu corazón leer para alguien mientras comparten unos mates.
Vas a volver a enamorarte de las mascotas. Aprenderás a querer a los gatos.
Llorarás habitualmente. Esa cruz que te pesa, de a ratos sobre la espalda, de a ratos sobre tu pecho, te costará cargarla. No, no habrá alivio.
Habrás perdido todo. Económicamente hablando y no. Todo. Y lo vas a reconstruir. Te vas a reconstruir.
Entenderás que la vida no es una puesta de sol en el Mediterráneo de manera permanente. Hay (y bastantes) momentos de mucha oscuridad, donde la tristeza atraviesa el corazón.
En esos instantes donde todo sabe amargo, donde se atoran un nudo en la garganta detrás de otro, donde no encontrás un poco de paz, cuando más esquiva se hace la brújula, hallarás siempre un modo de salvarte.
Vas a dibujar una sonrisa en otras personas.
Vas a ayudar a muchos, pero serán muchos menos de lo que en realidad desearías.
Verás crecer a tus hijos, y no serás un mero espectador. Serás protagonista.
Te vas a enamorar (otra vez)
Vas a cocinar para tu familia y será una fiesta.
Vas a conocer a personas que no están cerca, pero se siente como si lo estuvieran.
Vas a emborracharte con amigos, a hablar de trivialidades y a compartir temas muy profundos.
Vas a sentirte un niño otra vez.
Vas a recuperar abrazos que habías perdido.
La cruz quizás no sea tan pesada después de todo.

domingo, 25 de agosto de 2019

Cargo y ofrezco

Puede que no tenga mucho para ofrecerte.
Cargo con un par de derrotas,
un vacío en el alma que me resulta difícil de llenar,
una cabellera en retirada,
un humor que se resiste a ser dominado,
un cuerpo de segunda mano,
unos pulmones que quizás jueguen tiempo de descuento,
una cantidad enorme de tardes de domingos,
unas cuantas cicatrices, de esas que dejan una marca en la piel y de las otras,
unas cuantas historias bien o mal escritas,
y con unos cuantos talentos que me apena enumerar.
Sin embargo, me gusta pensar que por un momento, te pertenezco, haces de mi lo que se te antoja y viceversa.
De repente hasta mi cuerpo reverdece si cruzas tu pierna sobre las mías y apoyas tu cabeza en mi pecho.
Y resucito, logro ser un hombre nuevo, me bautizas y todas mis cargas quedan atrás.
Puede que no tenga mucho para ofrecerte; muchas cargas y unos pocos dones que me apena mencionar, pero creo que aún soy digno de sacarte una sonrisa.

viernes, 9 de agosto de 2019

Arte.

A menudo encuentro arte.
La encuentro en la fachada de una casona vieja. En la risa de los niños. En un mural al que nadie le presta atención.
Hay arte por todos lados.
Pero sin duda, cuando estoy con vos, hay arte de principio a fin.
Disfruto jugando a ser escultor tallando cada uno de tus rincones o simulando ser un chef con una estrella Michelin comiendo y bebiendo de vos.
Estoy seguro además de que para pintar no hay lienzo más bonito que tu cuerpo, y que a falta de pincel vas a tener que reconocer que soy muy hábil con mis manos, mi boca y mi miembro.
La literatura nos invade cuando te invito a conjugar el presente y el futuro del indicativo del verbo acabar, y hasta el teatro más precioso se sentiría avergonzado de escuchar la música de nuestros gemidos.
Hay arte hasta en esa búsqueda del tesoro que implica encontrar los aros que se pierden entre las sábanas.
Hay arte cuando respiro de vos. Y cuando respiras de mi.
Hay arte en tu sonrisa.
Museo y musa; donde encuentro y donde nace el arte.

viernes, 2 de agosto de 2019

La herencia.

Fui a buscar en el mayor de los silencios una cuchara en la cocina, aprovechando que mi abuela me daba la espalda. Caminé en puntas de pie en dirección a ella y a toda velocidad introduje el utensillo en la fuente con la pasta que recién terminaba de preparar para las empanadas.
Apenas alcancé a escuchar el "salí de acá chango de mierda" que ya estaba corriendo con la cuchara en la boca hacia el fondo de la casa. Había triunfado.
Era un clásico de mi infancia. El juego del gato y el ratón con mi abuela materna que se repetía con las papas fritas y las salsas.
Seguramente ella me heredó el amor por la cocina. Las bases están ahí, en las manos de esa gallega de bronca rápida (que también supo heredarme)
Todas mis creaciones culinarias tienen su génesis en sus guisos, estofados, pucheros, milanesas, bifes, pollos al horno, salpicones de ave, tortillas de papa, zapallitos rellenos y de otras preparaciones menos elaboradas pero que disfruté muchísimo como galletitas con picadillo o paté o un sánguche de caballa o sardinas con cebolla.
Nunca me dejó tocar ni una hornalla, así que yo me limitaba a mirarla y a leer libros de cocina. Sí, leía libros de cocina desde los 8 años, un poco porque ya no sabía qué más leer pero otro poco porque me fascinaba el proceso de transformar un grupo de productos en un plato servido.
Dicen que cuando dejamos este mundo seguimos vivos en los pensamientos y en los actos de quienes quedan. Bueno, seguramente hay bastante de la Maga en mi cuando cocino.
A tu memoria, que sigue viva cuando cocino (y cuando me enojo) van estas líneas. Espero sigas orgullosa de mi.

domingo, 28 de julio de 2019

Estaciones.

Como usted detesta las frases hechas y las charlas que nacen muertas y coincidimos en ambas cosas, no voy a tocar el tema de este invierno que se hace sentir.
Puedo ver cómo sus manos buscan refugio en sus bolsillos, y asumo que el frío se hace sentir en su cuerpo.
Prefiero entonces invitarla a mi casa. Podrá dejar de padecer el frío en sus manos, no será necesario que conserve tanta ropa. Puedo ayudarla con eso, confíe en mis habilidades.
Tengo comida rica en calorías y un malbec esperando. Algo de chocolate para el postre y mis brazos para que se entregue.
Sus manos ya no estarán tan frías y le aseguro que sus nalgas tampoco.
La invito a desmentir al invierno, verá cómo florece su pecho, como fabrico primaveras en su espalda y creamos un verano tórrido entre sus piernas.
Si lo desea, puede quedarse a dormir conmigo. Esta noche y todas las que quiera.
Palabra que sentirá muchas cosas, pero frío de ninguna manera.

martes, 23 de julio de 2019

Belleza.

Soy de caminar rápido. Y con la mirada en el piso. Cada tanto alzo la mirada porque algún sonido me llama la atención o para mirar alguna casa o edificio o jardín que me gusta. Esa tarde fue la voz de un niño lo que me sacó de mi concentración momentánea.
El niño habrá tenido unos diez, quizás once años. Estaba vestido de un modo humilde e iba de la mano de su papá, también vestido de manera sencilla. Advertí que el señor llevaba también un bastón para no videntes. Mientras, su hijo le relataba lo que había alrededor: "Acá hay edificios muy lindos, no se parece en nada a donde vivimos, hay muchos autos bonitos, casas lindas, negocios ..."
Íbamos en sentido contrario, no sé cómo habrá continuado el relato guía y no me sale bien lo de ser disimulado para escuchar, pero me quedé con esa escena grabada, de ese niño tomando de la mano a su papá y explicándole la escena de un modo tan amoroso.
Empecé a preguntarme cuántas veces busqué la belleza en lugares y situaciones tan complejas cuando siempre la respuesta se encuentra en lo más simple del mundo. Está al alcance de la mano.
La belleza y el amor están en gestos, miradas, sonrisas, mensajes, abrazos, una comida, en vivir una experiencia, que puede durar un instante o mucho más.
La pregunta que se impone entonces es, ¿de cuánta belleza nos estamos perdiendo cada día?
¿Valió la pena ese día si no apreciaste aunque sea un momento la belleza que te rodea, más allá de la situación que te toque atravesar? ¿Será que esa belleza está para rescatarnos de lo negativo que nos toca experimentar? Yo creo que sí.
Que esos detalles están siempre, al margen de la intensidad de la rutina, al margen de los problemas, están ahí, listos para que nos detengamos y levantemos la mirada y nos demos cuenta de que no todo está mal, que no todo está podrido, y que vale la pena seguir intentando ser feliz.

miércoles, 10 de julio de 2019

El instante.

Miré al reloj que estaba sobre la mesa del living y las agujas parecían haberse eternizado en las 16 horas. El tiempo pasaba en cámara lenta y las ganas de que sean las 17 horas se hacían cada vez más intensas.
Agarré una revista de historietas, que ya había leído infinidad de veces al punto que me sabía de memoria muchas de las viñetas y la terminé en cuestión de minutos. Encima eso, hasta lectura rápida tenía. Miré una vez más al reloj y nada, aún faltaba para que sean las cinco de la tarde.
Busqué el atlas, la enciclopedia de medicina, el diccionario gigante de editorial Larousse que me habían comprado cuando apenas había aprendido a leer y todo me resultaba conocido. Ya sabía cuál era la capital de Madagascar, la moneda oficial de Laos, cuántos idiomas se hablaban en Suiza y cuál era el clima predominante en los países escandinavos. Me estaba costando encontrar palabras desconocidas y ya había buscado en el diccionario todas las palabras graciosas (pedo, culo, eructo, etc.) Ya sabía qué eran los glóbulos rojos y para qué servían.
El reloj parecía disfrutar de mi padecimiento. Hasta que finalmente, las agujas se alinearon indicando la llegada de las cinco.
Abrí la puerta que va hacia los dormitorios y en puntas de pie fui hasta el de mi vieja.
Fer: "Ma, ¿puedo pasar?"
Silencio. Insistí.
Fer: "Ma, ¿estás despierta ya?"
La Gringa: "Sí, pasá ... qué pasa, qué hora es."
Fer: "Las cinco ma, ¿puedo meterme en la pileta ya?"
La Gringa: "Sí, andá."
Era el típico verano tucumano y no veía las horas de sumergirme en la pileta de lona. Ni muy grande, ni muy pequeña. Mediana, como todo lo que tuvimos en casa, ni muy muy, ni tan tan.
Yo tenía 10 años y mis amigos esperaban la autorización de la Gringa para que ingresemos a la pileta.
Mi vieja venía de una guardia eterna en el hospital, habrá dormido apenas cuatro horas. En el fondo, probablemente le caí muy mal esa vez, pero no me dijo nada.
No fue siempre así, la relación padre-hijo no es color de rosa. Hay momentos en que nuestros hijos nos caen decididamente mal. Admítanlo. Nos pasa a todos. En algún momento, no los bancamos. Luego todo vuelve a "la normalidad". Pero ese instante existe.
El día de pileta se terminó cerca de las nueve de la noche, cuando mi vieja vino a decirme que ya teníamos que salir. Se presentó con su ropa de laburo. Ya tenía que salir de nuevo para el hospital. En ese momento quizás se lamentó no poder pasar más tiempo conmigo. Seguramente hubiese querido hacer más, pero hizo un montón. Durmió casi nada, nos hizo la merienda a todos, preparó un ejército de churros con chocolatada y permitió que el fondo quede empapado.
Probablemente se habrá preguntado si habré apreciado lo que hizo, si no hubiese sido mejor dormir hasta tarde.
Esas preguntas que se trasladan de generación en generación cuando nos toca estar del otro lado del mostrador.
Les aseguro que mi vieja tuvo un montón de esos "instantes" conmigo. Más de los que yo recuerde, sin duda. ¿Y ustedes, cuántos instantes de esos les dieron a su familia?

jueves, 27 de junio de 2019

Efímero.

Somos un suspiro.
De repente, de un momento a otro me encontraba en una camilla de un hospital, asumiendo la finitud de mi existencia. Se acababa mi vida y no presentaba objeciones al respecto. Eso era todo, finalmente tenía lo que tanto ansiaba, un corte para una existencia que hasta entonces, sabía a cenizas.
No puedo hallar a un culpable que no sea yo. Merecía la sentencia.
Somos a cada instante la respuesta a los actos y omisiones que nos preceden.
En lo que demora un chasquido de dedos, mi vida dependía de una máquina, un cóctel de medicamentos y de un "que sea lo que Dios quiera."
Después de un sueño de doce días que consumió mi cuerpo, abrí mis ojos, confundido, con ganas de todo y de nada al mismo tiempo.
Esos doce días transformaron mucho más que mi físico. En mi cabeza se inició un proceso que no hubiese nacido, paradójicamente, sin el combustible de mi muerte.
Me abrí camino con la idea de, mágicamente, ser feliz de algún modo. Eso era, un atolondrado buscador de felicidad, intentando sobrellevar un duelo interno, queriendo descubrir qué quería hacer, quién quería ser, buscando llegar a un producto final idealizado, sin comprender que no hay mejor estado que el de mutar permanentemente y que esto no implica ser hipócrita con uno mismo ni con nadie, sino un reconocimiento a aceptar que siempre podemos encontrar una mejor versión para nuestra existencia.
Acepto que durante un tiempo directa y brutalmente, no supe lo que quería. No estaba solo, las personas que no saben lo que quieren son legión, pero todos tenemos derecho en algún momento de nuestra vida a estar desorientados. El riesgo siempre será el de lastimar a otras personas, riesgo que siempre deja de ser un fantasma para transformarse en realidad, casi como una profecía autocumplida.
Somos a cada instante la respuesta a los actos y omisiones que nos preceden, los artífices exclusivos de ese suspiro que se llama presente (cada palabra que lees ahora mismo es entregada al pasado), los redactores de una agenda que escribimos con certeza absoluta mientras a veces el futuro sonríe burlonamente.
Somos efímeros ...  ¿ya elegiste qué actos y omisiones definirán tu existencia?

martes, 18 de junio de 2019

Un buen hombre.

A Lautaro le gusta usar mi calzado y decir "soy el papá". Él es un secreto con más aire caliente, baba y risas que palabras. Lau es "por favor, un ratito más".
Es de a ratos acorde de guitarra y por momentos una batería que retumba por todos los rincones.
Es amor por las empanadas y por las bombitas de papa.
Es pasión por bailar las canciones de Michael Jackson. Lau es un bollito calentito en la cama con voz de niño.
Él no sabe susurrar, su voz nació para hacerse escuchar. Tiene la fórmula para dar abrazos pequeños que son gigantes. Su risa explota y llena la casa y cuando no está, se hace sentir.
Él me da un beso y me dice que me ama hasta el fin y yo le creo. Yo le digo que es bueno y hermoso y achina sus ojos y me llena el alma.
Él me pide que lo alce y yo le doy el gusto.
Me encuentro en él muchas veces.
Lautaro cumple hoy 7 años. Mi pulga, mi príncipe, el que me hace renegar y el que me enternece.
Si, yo le creo cuando dice amarme hasta el fin. Y yo lo amo a él.
A Lau, feliz vida, que seas un buen hombre, hasta el fin.

viernes, 14 de junio de 2019

La respuesta.

Una vez caminando por el centro con mis hijos, pasamos por la vidriera de una casa que vende trofeos. Lautaro se detuvo a mirarlos y me dijo: "yo te daría todos esos trofeos, porque sos el mejor papá del mundo."

Muchas veces uno se cuestiona y los chicos resuelven todo con un gesto.

Fer: "Lu, si hay algo que yo te digo o hago y no te gusta o te duele, tenés que decirme, yo voy a darte una explicación. Para mi lo más importante es que ustedes estén bien, pero puedo equivocarme."
Lucía estaba sentada a mi lado, en la punta de mi cama. Midió sus palabras por unos segundos:
Lu: "Para mi lo más importante es que vos seas feliz. Si vos sos feliz, se nota. Y no quiero que nunca te pase nada malo. Si te pasa algo malo, yo nunca lo voy a superar."

A veces en esos pequeños gestos, en una simple pero contundente expresión, está toda la respuesta que uno busca.

A vos que como yo, sos un papá separado o divorciado y quizás te preguntes lo mismo. O quizás no estás teniendo todo el contacto que tus hijos esperan por falta de voluntad de tu parte. Vale la pena estar lo más presente posible. A vos que como yo sos un papá, muchas veces, por horas. Hacé la tarea con ellos, llevalos al pediatra, controlales la temperatura, calmales el llanto, hacé que reflexionen cuando peleen, escuchalos, hacelos dormir, dormí con ellos, sentí el olorcito de los niños, haceles el desayuno, ayudalos a bañarse, llevalos a que se midan ropa o calzado, cambiales los pañales, retalos, explicales el por qué, cantales, lee para ellos, jugá con ellos, no les entregues el celular, jugá con ellos de verdad. Somos papás por tiempo contado. Hacelo valer, invertilo bien.
El día del padre (y cada día que estés con ellos) festejalo ejerciendo el rol de papá, sé un papá para ellos. Cocinales algo rico o llevalos a comer. Compartí tiempo con ellos. Escuchalos reir. Que rían mucho. Permitiles a las mamás que extrañen a los chicos todo el día. Quizás te ganes esos pequeños grandes gestos o palabras que te juro, te juro que te llenan el alma mucho más que cualquier otra sensación que tengas.
Esa es toda la respuesta que necesitás.

La pregunta.

Todo empezó con una pregunta que le hice a mi vieja a los ocho años de edad: "ma, ¿quién es mi papá?"
Con la impunidad de la infancia hice esa pregunta en la mesa, mientras almorzábamos. Mi abuela hizo una mueca y la Gringa me llevó para atrás de la casa, a la entrada al patio, al lado de un árbol de mandarinas. Hoy ahí se levanta un pequeño hall donde juegan mis hijos.
Ella me contó todo y fue la primera vez que escuché llorar a alguien a causa de un corazón roto.
Fue la primer marca que me dejó la vida sobre qué significaba la paternidad. Luego siguieron otras; hay una especie de banderines plantados a lo largo de mi vida.
Pude conocer poco después a mi papá, por un par de horas. Él eligió dar señales de vida a mis once años, a los diecinueve y por último a los veintidós. Poco tiempo después falleció.
En cada oportunidad plantó esos banderines a los que me refiero. Y entre banderín y banderín el espacio se fue llenando con ausencias.
"No quiero ser como vos cuando sea papá" - le dije en una de las últimas charlas que mantuvimos.
"Suerte con eso, hijo" - me replicó.
He perdido la cuenta de cuántas veces me encontré parecido a él, luchando contra ese fantasma repleto de momentos no vividos.
Es curioso como alguien que estuvo casi nada en mi infancia y adolescencia, haya estado tan presente en mi juventud y adultez.
En cada decisión que involucraba al ejercicio de la paternidad mi viejo estaba presente. ¿Estaré actuando como mi viejo? Esa es la pregunta que reemplaza a la primera. La verdad es que en más de una ocasión me desilusioné a mi mismo (y seguramente a mis hijos), descubriendo que no estuve a la altura de las circunstancias.
Me puse la vara demasiado alta y hay veces que no llego. Pero sigo intentando, intento no repetir errores, y me reinvento como padre, sin duda el rol más importante en mi vida.
Papá: "Yo no tuve las bolas de jugarme por el amor de mi vida y de hacer las cosas diferentes."
El "no quiero ser como vos cuando sea papá" tomó otro significado, necesitaba una respuesta contundente.

jueves, 6 de junio de 2019

Las vueltas de la vida.

"¡Entrá chango, ya son las nueve, es hora de que te bañes!" - una mezcla de ruego y amenaza, así sonaba el grito de mi abuela cada día de mi infancia.
De un modo u otro intentaba estirar unos minutos ese límite. Era en vano. Las ramas del siempreverde que estaba en la vereda de casa le concedían a la Maga una multitud de varillas. Esa escena terminaba de convencerme para entrar.
No entendía por qué tenía que bañarme. Me parecía un evento traumático e injusto que interrumpía el juego con mis amigos.
"¿Pero por qué tengo que bañarme? ¡No quiero bañarme!" - era lo último que alcanzaba a decir antes de que el agua de la ducha caiga sobre mi cabeza.
"¡Lavate bien la cabeza! Y las rodillas, ¡mirá cómo tenés las rodillas!" - sentenciaba la Gringa. Porque la tortura era un trabajo en equipo.
Calma. Ahora disfruto de bañarme. He cambiado.

Las vueltas de la vida, cuando llega la hora del baño, mi rol es ahora el del papá que llama a sus hijos para que se bañen.
El siempreverde ya no está, y tampoco adopté el método de la Maga. Asi que ahí voy, armándome de paciencia a buscarlos para informarles que llegó la hora del baño y adivinen cuál es la respuesta que recibo, a coro: "¡No quiero bañarme! ¿Por qué me tengo que bañar?"
Empiezo con el rosario de explicaciones sobre por qué es bueno para ellos bañarse, ninguna de ellas sirve. Solo la última: "Ni locos se acuestan sucios sobre las sábanas limpias".
Una vez resuelto el acarreo de niños sigue ver quién se baña primero, asi que sabiendo que ambos desean ser el último, la pregunta correcta es: "¿Quién se quiere bañar segundo?" Se las recomiendo, funciona.
Y luego, las indicaciones surgen como un "copiar y pegar": "Se lavan bien la cabeza y esas rodillas también, que están negras."

Siempre cuestioné todo. Eso me incluye a mi mismo. E incluía por supuesto a las decisiones de mi vieja en los años de mi niñez.
"¿Pero por qué tengo que ir?" - disparaba una última pregunta estéril después de un sinfín de explicaciones que agotaban el stock de su paciencia.
"Porque sí, porque soy tu madre y lo digo yo" - cerraba todo debate la Gringa sin dejar el más mínimo espacio para un contragolpe.

Otra vez, las vueltas de la vida me ubican del otro lado de la vereda.
Lucía: "Pero papá, no quiero hacer la tarea ahora."
Fer: "Lu, es tu responsabilidad."
Lucía: "Pero yo quiero que juguemos."
Fer: "Primero la tarea, después jugamos, hay un tiempo para cada cosa."
Lucía: "¿Pero por qué?"
Fer: "Porque te lo digo yo, que SOY TU PADRE."


La vida es un viaje en el tiempo constante, una invitación permanente a conectar puntos de nuestro pasado.

¿Y vos? ¿Qué frases de tu familia usás o usaste con tus hijos/sobrinos/niños en general?

Manual para matar.

¿Cómo matar a un no muerto? Lo sé, parece una pregunta estúpida, y quizás lo sea. Jamás me agradaron los dueños de verdades y no pretendo tr...