viernes, 6 de diciembre de 2019

Aromas.


Habrán notado que no siempre uno aprecia el aroma de otra persona. No me refiero a la fragancia del perfume que usualmente pone en su cuerpo. Es el aroma del otro, de esa persona con la cual previamente (y esto es un requisito ineludible) se ha creado un vínculo especial.
Es quizás una teoría descabellada. Justamente yo, tan amigo de buscar evidencias y sustento para cada una de mis afirmaciones, confieso que no tengo más pruebas que una sucesión de ejemplos para enumerarles.
Personalmente siento su perfume en el abrazo del hasta luego. Es entonces cuando aspiro fuerte por unos segundos para llenarme de ella. Créanme que si tuviese la posibilidad de guardar ese aroma en un frasquito, lo haría sin dudar.
Es así que siento su aroma en esos instantes en que mi cerebro se desconecta de la realidad y realiza uno de los tantos viajes astrales del día.
La siento y la veo haciendo treinta y dos cosas a la vez. La escucho reír y también insultar.
La veo improvisando en la cocina y sacudiendo mi modorra con una pregunta inesperada.
La veo arrugando las sábanas conmigo y también respirando de mi y yo de ella.
Finalmente, me gusta pensar que ella también lleva mi aroma consigo.

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