miércoles, 28 de marzo de 2018

Hasta luego.

Nada era típico en la casa de Bernarda Alba. Las vacaciones no iban a ser una excepción. El niño rodeado de mujeres.
Tampoco fueron tantas veces. Estamos hablando de un hogar de clase media baja en Argentina. Eso significa vacaciones cada vez que ocurría un eclipse lunar que coincidía con la llegada del cometa Halley.
La mayoría de las veces solía pasar el verano en Tala Pozo, ese pueblito perdido en el interior de la provincia del que ya les hablé, jugando con los hijos de los vecinos de mis familiares, pretendiendo ser el Indiana Jones autóctono, en el monte del este tucumano.
No tenía juguetes, no había televisión, no había acceso a nada. Pero jamás me aburrí. Ya sea jugando solo (algo en lo que me había vuelto muy creativo gracias a ser hijo único) o jugando con otros, nunca la pasé mal.
Caminar sin fin, internándome entre los cañaverales, los tunales o las plantaciones de soja o entre las vacas y gallinas. Entre los gansos y cabras no. Esos no eran para nada amistosos. Bichos de mierda ...
Me trapaba a algún árbol, jugaba al fútbol con una pelota que tenía más remiendos que las rodillas de mis pantalones o simplemente corría de un lado al otro hasta donde me alcanzaba la vista.
Hasta que un verano mi vieja me avisó que nos íbamos a Córdoba. A Embalse precisamente. Los que conocen Córdoba ya saben. Los cordobeses son los genios del turismo. Encuentran una piedra con forma simpática, te levantan un hotel e inventan toda una historia alrededor de la piedra. Y si corre un río cerca, olvidate. Ya te vendieron un tour y ni te diste cuenta.
Asi fue que llegamos a Embalse, mi vieja, mi abuela, dos tías, dos primas (más grandes) y el Fer de doce años.
Qué decirles ... imaginen a una banda de mujeres diciendo todo el tiempo "tené cuidado con la calle, con el agua, con el sol, con la pelota, con los autos, con las piedras, con los árboles, con ... " ... tenía ganas de tirarme en la parte más profunda del lago con las tarariras y que sea lo que Dios quiera.
Las que me quemaban el coco en realidad eran todas menos mi vieja. Ella siempre me dijo una cosa, que me quedó grabada a fuego: "vos tenés que ser libre, vos tenés que elegir, vos tenés que ser independiente."
Bueno, me tomé siempre muy a pecho esas palabras. Actuar de ese modo no siempre me hizo tomar buenas decisiones, pero siempre fui hacia adelante.
Fueron en definitiva unas lindas vacaciones, llenas de chapuzones en el lago, paseos por la costanera, tardes de helado, noches de media pensión en el hotel y sermones eternos. Eternos.
Después de entonces salí un par más de veces con las mujeres y después ya me tocó salir por mi cuenta.
Como va a ocurrir la semana próxima. Voy a estar fuera de mi ciudad. Fuera de todo. En contacto conmigo mismo y nada más.
Voy, cargo pilas y en la segunda semana de abril estoy de vuelta acá.
Palabra.

lunes, 26 de marzo de 2018

Yo te bendigo.

Hemos terminado. Pero no, no te odio. Yo te bendigo.
Mientras tanto todos me miran sin verme. "Todo va a estar bien" me dicen a diario y les devuelvo una media sonrisa. Es que ya nada está en una pieza en mi.
"Todo va a estar bien". Sí, claro. En esas cinco palabras puedo resumir los últimos años de mi vida. Y la verdad es que mientras les escribo estas líneas aún no tengo la más pálida idea de qué es lo que estará bien. Pero "no pierdas las esperanzas preciosa" ... eso también suelen decirme.
Yo te bendigo a pesar de haberme reducido a una expresión surrealista de lo que supe ser. Un fantasma de mis utopías. De haberme convencido de que yo era la culpable de todos los males del mundo. Soy la chica que nadie nota. La que no se viste de manera llamativa. La que cubre sus brazos con mangas largas para ocultar un tatuaje adolescente y un par de intentos que me dan mucha vergüenza. La del insomnio recurrente. La que carga anteojos de sol aunque esté nublado, para disimular las ojeras. La que lee un libro en el ómnibus a diario y seguramente nadie se interesa en saber de qué se trata. La que nunca dice cómo está, porque nadie se detiene realmente a preguntarme cómo estoy.
Y si me lo preguntasen, sinceramente quizás solo me salga un "todo bien" de compromiso. Es que ni yo misma sé si estoy bien o si estoy mal. Si estoy o no estoy.
"Me lastimaste". Sólo eso atinaste a responderme cuando te dije "ya no te amo más". Quizás, quizás te herí. Pero tenés que admitir que hay que tener mucha valentía a la hora de decir las cosas que duelen. Y tuve que juntar mucho coraje para decirle eso a alquien que aún amaba. Sinceramente ... me hubiese gustado que vos también tengas una reserva de valentía para decirme antes las cosas que dolían.
Pero no, no tuviste ese coraje. Ni las ganas ... sin embargo, yo no te odio, yo te bendigo.
Sé muy bien que no soy la mujer más bella del planeta, que hice cosas buenas y cosas de las otras ... pero te amé, te amé como nadie te amó, corazón insensible. Soy falible y cuando te encontré yo ya cargaba un par de cicatrices en el alma. Y vos te ocupaste de grabar un par más.
Te pedí por favor que no me falles ... me prometiste que no ibas a hacerlo. Pero lo hiciste ... la cagaste en grande querido ... ahora tengo claro que no vales la pena. Mereces tan solo el olvido. Desterrarte de mis memorias.
Es por eso mi cielo que yo no te odio, yo te bendigo.
Te bendigo con la fuerza de una maldición.

miércoles, 21 de marzo de 2018

Conexiones.

Corrían los años ochenta. Volvía del colegio y a metros de la puerta de casa ya se sentía el olor a la comida que había preparado mi abuela. El aroma a milanesas y a papas fritas era mi favorito. El olor a sopa era mi enemigo mortal.
Comer y hacer la tarea a toda velocidad era la misión diaria para tener la siesta para mi. ¿Para dormir? Sacrilegio. A las cinco de la tarde se terminaba oficialmente la siesta y podía ir a jugar con mis amigos del barrio. Cinco menos cinco ya se escuchaban los primeros "doña gringa, ¿que puede salir su hijo a jugar con nosotros?"
Ese lapso de tiempo que iba desde las dos de la tarde hasta las cinco, mientras las integrantes de la casa de Bernarda Alba dormían, la versión pequeño infante del adulto que soy hoy destinaba el tiempo a:
1. Leer las historietas que me traia Consuelo. Las conseguía en una casa de canje (muchas veces me traia algunas repetidas, algo inevitable ya que mi voracidad por leer era terrible) Hasta que la Consu volvía del trabajo yo ya había acabado con el diario. Todo el diario. Todas sus secciones.
2. Armar un mundo con mis juguetes. Literalmente ocupaba todo el comedor de la casa. Construia todo un sistema que gobernaba a mis antojos. Los soldaditos, autos y muñecos eran mis súbditos. Inventaba calles, ciudades enteras, sistemas de comunicación entre un mundo y otro. Hacía nacer guerras y ondeaba banderas de paz.
3. Terminar de escuchar los últimos minutos de las novelas de la siesta. Eran de esos televisores Philco, con el botón redondo que había que girar para buscar el canal elegido. Dos canales teníamos. Lo de escuchar no es un error. Yo estaba jugando, dándole la espalda al televisor y cuando mis tías volvían a la noche les relataba los diálogos finales.
4. Ya me había cansado de leer historietas, libros de cuentos y diarios. Empecé a deshojar diccionarios y enciclopedias pero mi favorito era sin duda un atlas geográfico. Empecé a leer sobre cada país, veia sus fotos, apreciaba sus banderas, sus mapas. Me aprendí cada ciudad capital del planeta. Cada moneda, idioma, clima. Todo. Ningún dato quedaba afuera de mi mente.

De algún modo todo se conecta.

Lucía lee hasta los prospectos de los remedios de su abuela mientras que Lautaro se sumerge en un mundo de juegos con sus autos y muñecos pero me deja entrar a sus mundos imaginarios. Me asigna un rol de actor secundario, pero soy muy feliz de compartir ese universo.

Lautaro: "Papá, tomá, vos sos éste".
Y empieza a darme instrucciones como si fuese el director de una película.

Lucía: "Papi, decime de nuevo los nombres de tus paises favoritos."
Después de recitarle lo que ella quiere, remata la situación de un modo que solo ella puede hacerlo.
Lucía: "¿Vos conocés esos países papi?"
Fer: "No mi amor, no fui a ninguno."

Me abraza, se esconde en mi pecho.

Lucía: "Cuando yo sea grande te voy a llevar a todos esos países."
Le sonrío y le digo que sí. No tendría nunca otra respuesta.

lunes, 19 de marzo de 2018

Roles invertidos.

Cuando te conocí yo no peinaba canas. Vos tenías algunos años menos que yo.
Te vi pasar y creí fervientemente que no ibas a dejar de pasar nunca en mi vida.
Por mucho tiempo te añoré sin que lo sepa nadie ... aunque en realidad vos lo sabías bien. Lo supiste desde el primer momento, cuando me viste reaccionar como un niño ante la sonrisa que me regalaste cuando nos presentaron. Me sentí como un mendigo sediento al que le entregaban un jarro lleno de agua fresca. Sí, siempre lo supiste.
Lo que no sabes es lo ruidoso que puede llegar a ser amar en silencio, callando todo lo que uno siente, poniendo un candado a los nudos en la garganta, sonriendo y diciendo "no pasa nada", navegando una vida a la expectativa de un mínimo gesto tuyo, una mirada, una sonrisa, un abrazo, un saludo. Un algo.
No sabes que mi vida fue una montaña rusa sin final, con subidas (escasas) cuando aparecías y bajones pronunciados cuando no estabas.
Por mucho tiempo pensé que añejabas un "te amo" para mi, engañándome a mi mismo, afirmándo que yo era eso que siempre tenías en la punta de la lengua, eso que nunca te animaste a decirme ... tu secreto mejor guardado, reservado bajo siete llaves.
Tantas veces me engañé, creyendo ser luz ... pero jamás había dejado de ser sombra. Una triste y servil sombra que copiaba los movimientos de su dueña, una marioneta devaluada que se avejentaba sin darse cuenta.
Y ahora ... ahora que el tiempo pasó (y con el tiempo, vos pasaste con él) y que ya cicatricé todas mis heridas, con todos los puntos y aparte que pude escribir, ahora que me doy cuenta de cuánto valgo, realmente no sabes ... en verdad no te puedes imaginar ... cuánto me cuesta verte, ahora que sos invisible para mi.

viernes, 16 de marzo de 2018

Fitness.

Profe de Gym: "Fer, no voy a poder darte clases hoy ... estoy muy congestionado."
Fer: "No te hagas problema Luisito, nos vemos la próxima."

Así, con un intercambio breve de mensajes telefónicos surgió todo. Me acordé que una vecina iba a ir conmigo ese día a la clase porque a la mañana no pudo asistir.

Fer: "Flaca, dice Luisito que no vayamos, está enfermo."
Vecina: "Uh, ya estoy cambiada."

Pensá Fer, pensá ...

Fer: "¿Querés salir a correr conmigo?"

Parecía cosa sencilla. No quiero pecar de falta de humildad pero soy muy bueno corriendo. Tengo el gen Forrest Gump. Y corriendo la coneja ni hablar. Pero eso es otro tema.
Mi vecina pasó por casa y nos fuimos al trote suave saliendo del barrio, encaramos la ruta y empecé a incrementar de a poco la velocidad.

Vecina: "Vos seguí tranquilo, yo sigo despacio porque no corro mucho."

Me sentía el Usaint Bolt versión enano de jardín. Llegué a correr 5 km y encaré el retorno. A mitad de camino la encontré y decidimos volver al barrio ... hasta que ella alcanzó a ver una pista con aparatos para hacer gym, de esas pistas de salud públicas, a la vera de la ruta.

Vecina: "Mirá, crucemos para hacer algo."

Fer: "Bueno, dale." (total, ya venía con el ímpetu de un campeón)

Vecina: "Empecemos con abdominales, primero vos."

Acordamos hacer series de 30 cada uno. Terminé la primer serie tranquilo.
Después le tocó a mi vecina. Se demoró la mitad de tiempo que yo y ni transpiró.

Fer: "¿Cuántas series hacemos?"
Vecina: "Uh yo hago un montón, mínimo hago 500 abdominales por día."

En ese momento sentí como mi ego empezó a hacer flamear la bandera blanca de la rendición.
Hice la segunda serie y ya empecé a sentir cómo mi ángel de la guarda miraba hacia otro lado.
Ella hizo la segunda serie aún más rápido que la primera.
Empecé la tercera con una sensación seguramente muy parecida a la que siente un preso que camina por el callejón previo a que se cumpla la sentencia de la muerte. Cuando iba por la número 70 mi espíritu se desprendió de mi cuerpo. Lo vi irse. Cuando llegué a la número 80 sentí que estaba a punto caramelo para convulsionar. No recuerdo la abdominal número 90. Ya no sentía nada de mi cuerpo. Giré hacia la derecha, me arrastré hasta un alambrado cercano y ayudándome con mis brazos, después de no se cuánto tiempo me puse de pie. De pie es un decir ... desparramado contra el alambrado es más apropiado.
Mi vecina estaba a punto de terminar la tercer serie sin señales de molestia alguna ... estaba claro que una cuarta serie mi humanidad no la iba a tolerar ... algo tenía que hacer ... algo que no hiera lo poco que quedaba de mi ego.

Fer: "¡¡¡Calambre!!!"
Vecina: "Uh, bueno, estiremos un rato y vamos al barrio de nuevo."

Cargué la dosis mínima de dignidad remanente y volvimos. Yo digo que fue un empate.

No somos muchos.

No es cierto, somos un montón. En estos días el blog superó las 20.000 lecturas en Google luego de poco más de un año de publicar. Una locura para tiempos donde todos buscan un meme, una captura de un chat, algo efímero. Bueno, acá estoy, contra la corriente.
No me alcanzan las palabras para agradecerles a quienes me brindaron algo tan valioso, su propio tiempo.
Gracias a quienes me escribieron, a quienes comentaron, a quienes compartieron mis escritos.
Sepan que soy muy feliz haciendo este blog y más feliz aún de encontrar a personas maravillosas a través de este medio.
Nos estamos leyendo amigos.

martes, 13 de marzo de 2018

De padres ausentes.

Decidí cortar la cadena. Soy hijo de un padre ausente. La historia ya fue contada y no soy amigo de contar más de una vez lo ya narrado.(*) Las musas te dan una sola chance.
Hoy te escribo a vos, que sos papá y estás separado y no te das un tiempo para ver a tus hijos.
Te juro que todo lo que estás haciendo, que crees te hace feliz, en realidad sabe a ceniza comparado con pasar tiempo con ellos.
No hay lugar para arrepentimientos una vez que ellos han superado su niñez y su adolescencia. Y no me refiero a los rencores, que quizás existan y de existir, vas a tener que aceptarlos.
El tiempo es tirano, el reloj corre y lo no vivido no tiene vuelta.
Quiero que sepas que con tu ausencia los estás moldeando. Los estás formando, grabando conductas a fuego en sus mentes al no estar cambiándoles sus pañales, dándoles de comer, ayudándolos a caminar, enseñándoles a andar en bici o a atarse los cordones de las zapatillas, enseñando a hacer el nudo de una corbata, protegiéndolos, limpiando lágrimas, curando rodillas raspadas, contando historias, ayudándolos con las tareas de la escuela, llevándolos a dormir, jugando con ellos, mostrándoles cómo hay que afeitarse, hablándoles sobre el mundo, contándoles qué cosas te gustan y cuáles no, diciéndoles que son hermosos e inteligentes ... diciéndoles que los amás y escucharlos decir "yo también papá".
Que no estés no significa que no te necesiten.
Que no estés no significa que por dentro no te lloren, que no entiendan por qué no estás.
Que no estés significa que una mamá se tiene que hacer cargo de dar respuestas que te corresponde dar a vos.
Quizás no buscaste tenerlos. Pero ellos de todos modos tampoco eligieron nacer. Y acá están. Corre tu sangre por sus venas. Se parecen a vos. En su rostro, en sus manos, en sus gestos. Te vas a encontrar en ellos. Te vas a reconocer.
Te escribo a vos papá, que tus hijos aún son niños, no sigas perdiendo el tiempo.
No hay entretenimiento, ni amigos, ni mujeres que reemplacen la gratitud que sienten ellos por regalarles tan solo tu tiempo. No les estás haciendo un favor. Es tu deber. Pero es el deber más placentero que existe.

Decidí cortar la cadena, sí, porque no quiero que mis hijos tengan un papá ausente, porque sé muy bien de qué se trata. Me separé y la decisión de separarme se demoró justamente por temor a no estar lo suficiente para ellos.
Paso fin de semana de por medio con ellos y voy a verlos dos veces por semana. Esas cuatro noches al mes que duermen conmigo me despierto sólo para ver si respiran bien. Por eso es que no entiendo que vos puedas apoyar la cabeza en la almohada con total impunidad.
Cada vez que me despido de ellos me quedo con cinco nudos en la garganta. Mi casa queda vacía. Los juguetes ya no tienen sentido y su ropita doblada en el placard me llena de angustia.
No pretendo posicionarme como padre ejemplo, no lo soy. Fallé bastante en el camino que voy desandando. Te escribo para que despiertes. Por favor no te enojes, no te dejes ganar por la soberbia, no vas a renunciar ni perder nada. Vas a ganar todo.
No pasa solamente por la cuota alimentaria (necesaria por cierto, pasala por favor)
No necesitan un juguete caro, ni que los lleves a Disney. Necesitan algo mucho más simple: que estés.

PD1: si tus hijos ya son adolescentes o mayores, acercate igual. Pediles perdón. No esperes nada. No los juzgues. Entendelos. Tu rol no encaja en su esquema mental de lo que debería ser un papá. Pero les debés una explicación.

PD2: mi vieja me pidió que escriba éstas líneas. Su papá también desapareció de su vida cuando mis abuelos se separaron. Por favor, no te acuestes esta noche sin saber si ellos están bien. NO TE LLENES DE EXCUSAS.

(*) Lean el post "La sonrisa de papá".

viernes, 9 de marzo de 2018

Cosas simples.

Todo se fue al carajo. Ya no hay lugar para el amor en la vida.
Nos dejamos atrapar por el capitalismo de un modo que no podemos salir.
Que hay que tener un auto (o dos), endeudarse por veinte años para comprar una casa más por las dudas, comprar ropa en un shopping, enviar a los hijos al colegio donde van los hijos de la "gente bien", ir de vacaciones a un lugar top, sentarse en los restaurantes de moda, ir al gimnasio donde va gente como uno, planear una luna de miel a un destino exótico, contratar al fotógrafo de moda para la fiesta, asistir al recital del artista extranjero, llamar al delivery, bajar todas las aplicaciones al celular, tener un Iphone, que no se nos olvide nada en la lista del super, fingir sonrisas en cada foto, fingir que no nos falta el aire en este "sin vivir".
No, eso no es vida. Encarnamos personajes, somos títeres simulando éxito y felicidad, parecemos eternos protagonistas de publicidades.
Las cosas más importantes de la vida paradójicamente NO SON COSAS. Y las cosas más importantes de la vida no tiene precio.
Sentarme en la puerta de casa, tomando mates mientras veo a mis hijos jugar, discutir y amigarse, escucharlos reirse, es algo impagable.
Saber que ellos están sanos no podría compararse jamás a la posesión de ningún bien material.
No voy a enredarme con ninguna deuda eterna, prefiero una feria a un shopping, internarme en la montaña, que para algunos quizás sea "en medio de la nada" pero para mi es "en medio de todo", sentarme en una fonda familiar y conversar con el dueño, ir al gym del barrio, cocinarme, caminar, viajar en bondi.
Quiero preparar un desayuno para dos sin prisa, irme a la cama abrazando a alguien que me ame, hacer el amor, darme un baño sin apurarme, jugar y hacer los deberes con las bendiciones, estar sano a pesar de mis afecciones, conversar un rato largo en una plaza mates de por medio, ser el chef de la familia y de los amigos, preparar una cena romántica, conocer sabores nuevos, escribir nuevas historias, ver una maratón de películas de Marvel cuando termine la saga de Avengers, recorrer la Patagonia pero volver a Purmamarca al menos una vez al año, hacer amigos nuevos. Todos los que sean posibles.
La felicidad y el amor son simples. Los complicados somos nosotros. En algún momento de la vida perdimos la simpleza y nos enamoramos de lo complejo, nos dejamos encantar por espejitos de colores.
Los invito a volver a la esencia, esa esencia que ven en un niño que prefiere jugar con una caja de cartón en lugar de hacerlo con el juguete carísimo que le compraste.
¿Vamos?

miércoles, 7 de marzo de 2018

8M

Criado en la casa de Bernarda Alba, repleta de mujeres, yo, el único varón entre todas ellas, me crié viéndolas laburar, progresar, gritar, pelear, llorar, gritar (de nuevo, sí), leer, cocinar, limpiar, asistir al colegio, a mis eventos deportivos, gritar (¿lo dije antes?), emprender, fracasar, levantarse. Levantarse una y otra vez.
Por sus trabajos pasaron situaciones de ninguneo, acoso, violencia.
En sus casas pasaron situaciones de abandono, desalojo, negación de parte de sus familiares.
Y siguieron adelante.
Estudiaron y trabajaron.
Y lograron mucho más de lo que quizás imaginaron. O quizás menos, pero sucedió finalmente lo mejor que pudo haberles pasado.
Y encima tuvieron que educarme.
Si algún hombre hubiese tenido que pasar por el diez por ciento de lo que pasaron las mujeres de casa, hubiese tirado la toalla a la primera de cambio, no tengo ninguna duda.
Me gustaría decir que estuve siempre a la altura de la educación que me brindaron. Pero no, en más de una ocasión fallé.
Así como ellas, millones de mujeres en el mundo siguen esperando un mundo más justo.
Mañana los varones cerremos la boca. Empecemos a cortarla con hacernos los machitos que las sabemos todas.
Mañana escuchemos y aprendamos.
En una de esas, empezamos a generar el cambio que hace falta para las próximas generaciones.

martes, 6 de marzo de 2018

Fer abajo.

Algo nos sucede con el paso del tiempo. Algo ocurre a medida que nos vamos haciendo "grandes".
Ese algo va a contramano de todo lo que aprendemos (y luego transmitimos) de niños.
Por ejemplo, a Lautaro le digo que cuando se cae, ponga sus manitos hacia adelante para no lastimarse. Entonces qué hace el pequeño saltamontes cuando tropieza con algo ... pone sus manitos hacia adelante y evitamos males mayores.
Es evidente que algo sucede en nuestras mentes y quizás, por qué no, en  nuestros corazones.
Anoche, solo en casa, recordé que no había visto aún la película "Pantera negra". Sí, me fascinan las películas de super héroes. Como no tenía con quién ir, me puse mi pantalón rebelde (ese chupin que me compré a poco de separarme, ese que tiene un agujero en la rodilla derecha), una remera, las zapatillas negras que parecen más aptas para un recital de la 25 que para ir al cine, agarré la tarjeta ciudadana, dejé mi madurez en cama y me fui a buscar el bus.
Me bajé en un complejo de cines cerca de casa, saqué el ticket y me fui al kiosco a buscar algo para comer mientras veia la película.
Pochoclos no. Cuestan lo mismo que un kilo de carne de vaca. LO MISMO QUE UN KILO DE CARNE DE VACA. Compré finalmente unas galletas y un agua saborizada y me dirigí a la sala.
Tuve la sala solo para mi.
No había nadie más que mi inmadurez y yo en la sala.
La peli, genial. Marvel me conoce como nadie. Te amo Marvel, nos casemos.
La función terminó casi a la una de la madrugada. Día de semana. Y si bien en la sala estaba solo, de las otras salas empezó a salir gente. Decidí apurar el paso para agarrar alguno de los escasos taxis que quedaban en la entrada del complejo. Salí, y vi que antes de mi iban dos muchachos. Había un taxi en la avenida.
Apreté un poco más el paso para adelantarme a ellos, confiado en mi ritmo de caminata. Los superé. Sí, me confié mucho. Tanto que no vi un reductor de velocidad en la playa de estacionamiento del complejo y tropecé.
Algo nos pasa cuando nos hacemos grandes que nos resistimos a aplicar lo que aprendemos de niños.
Decidí intenter hacerle frente a la ley de gravedad, trastabillé aproximadamente cinco metros hasta que, carcajada de Newton mediante, hasta que impacté mi humanidad en el pavimento.
Ese algo que nos pasa hace que intentemos por todos los medios no caernos aún cuando es inevitable que ocurra. Por alguna razón no ponemos las manos hacia adelante, simple, como hacen los niños. Cómo nos encanta complicar todo a los "grandes".
El áspero suelo dejó un testimonio sangrante en los nudillos de mi mano de derecha y ... con una puntería tan precisa ... en la rodilla que llevaba al descubierto en mi pantalón rebelde.
Al lado mio pasaron esos muchachos a quienes había superado, me preguntaron si estaba bien, les dije que estaba impecable, en la mejor etapa de mi vida, aún desde el suelo, con mi dignidad desparramada unos metros más adelante. Los vi de repente, sino hubiese fingido mi muerte para disimular un poquito la situación.
Se subieron al único taxi que estaba en la avenida, me incorporé y me fui intentando disimular la renguera de mi pierna derecha y el dolor en mi mano. Era una versión tercermundista de un zombie de The Walking Dead
Llegué a casa, tomé el desinfectante de heridas que tengo para mis bendiciones, me vendé la rodilla y acá estoy, ya con mi pseudo madurez a cuestas y con una dignidad residual escribiendo estas líneas.
Ya saben, si se van a caer, caigan con estilo, déjense llevar.

Manual para matar.

¿Cómo matar a un no muerto? Lo sé, parece una pregunta estúpida, y quizás lo sea. Jamás me agradaron los dueños de verdades y no pretendo tr...