miércoles, 28 de marzo de 2018

Hasta luego.

Nada era típico en la casa de Bernarda Alba. Las vacaciones no iban a ser una excepción. El niño rodeado de mujeres.
Tampoco fueron tantas veces. Estamos hablando de un hogar de clase media baja en Argentina. Eso significa vacaciones cada vez que ocurría un eclipse lunar que coincidía con la llegada del cometa Halley.
La mayoría de las veces solía pasar el verano en Tala Pozo, ese pueblito perdido en el interior de la provincia del que ya les hablé, jugando con los hijos de los vecinos de mis familiares, pretendiendo ser el Indiana Jones autóctono, en el monte del este tucumano.
No tenía juguetes, no había televisión, no había acceso a nada. Pero jamás me aburrí. Ya sea jugando solo (algo en lo que me había vuelto muy creativo gracias a ser hijo único) o jugando con otros, nunca la pasé mal.
Caminar sin fin, internándome entre los cañaverales, los tunales o las plantaciones de soja o entre las vacas y gallinas. Entre los gansos y cabras no. Esos no eran para nada amistosos. Bichos de mierda ...
Me trapaba a algún árbol, jugaba al fútbol con una pelota que tenía más remiendos que las rodillas de mis pantalones o simplemente corría de un lado al otro hasta donde me alcanzaba la vista.
Hasta que un verano mi vieja me avisó que nos íbamos a Córdoba. A Embalse precisamente. Los que conocen Córdoba ya saben. Los cordobeses son los genios del turismo. Encuentran una piedra con forma simpática, te levantan un hotel e inventan toda una historia alrededor de la piedra. Y si corre un río cerca, olvidate. Ya te vendieron un tour y ni te diste cuenta.
Asi fue que llegamos a Embalse, mi vieja, mi abuela, dos tías, dos primas (más grandes) y el Fer de doce años.
Qué decirles ... imaginen a una banda de mujeres diciendo todo el tiempo "tené cuidado con la calle, con el agua, con el sol, con la pelota, con los autos, con las piedras, con los árboles, con ... " ... tenía ganas de tirarme en la parte más profunda del lago con las tarariras y que sea lo que Dios quiera.
Las que me quemaban el coco en realidad eran todas menos mi vieja. Ella siempre me dijo una cosa, que me quedó grabada a fuego: "vos tenés que ser libre, vos tenés que elegir, vos tenés que ser independiente."
Bueno, me tomé siempre muy a pecho esas palabras. Actuar de ese modo no siempre me hizo tomar buenas decisiones, pero siempre fui hacia adelante.
Fueron en definitiva unas lindas vacaciones, llenas de chapuzones en el lago, paseos por la costanera, tardes de helado, noches de media pensión en el hotel y sermones eternos. Eternos.
Después de entonces salí un par más de veces con las mujeres y después ya me tocó salir por mi cuenta.
Como va a ocurrir la semana próxima. Voy a estar fuera de mi ciudad. Fuera de todo. En contacto conmigo mismo y nada más.
Voy, cargo pilas y en la segunda semana de abril estoy de vuelta acá.
Palabra.

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