martes, 6 de marzo de 2018

Fer abajo.

Algo nos sucede con el paso del tiempo. Algo ocurre a medida que nos vamos haciendo "grandes".
Ese algo va a contramano de todo lo que aprendemos (y luego transmitimos) de niños.
Por ejemplo, a Lautaro le digo que cuando se cae, ponga sus manitos hacia adelante para no lastimarse. Entonces qué hace el pequeño saltamontes cuando tropieza con algo ... pone sus manitos hacia adelante y evitamos males mayores.
Es evidente que algo sucede en nuestras mentes y quizás, por qué no, en  nuestros corazones.
Anoche, solo en casa, recordé que no había visto aún la película "Pantera negra". Sí, me fascinan las películas de super héroes. Como no tenía con quién ir, me puse mi pantalón rebelde (ese chupin que me compré a poco de separarme, ese que tiene un agujero en la rodilla derecha), una remera, las zapatillas negras que parecen más aptas para un recital de la 25 que para ir al cine, agarré la tarjeta ciudadana, dejé mi madurez en cama y me fui a buscar el bus.
Me bajé en un complejo de cines cerca de casa, saqué el ticket y me fui al kiosco a buscar algo para comer mientras veia la película.
Pochoclos no. Cuestan lo mismo que un kilo de carne de vaca. LO MISMO QUE UN KILO DE CARNE DE VACA. Compré finalmente unas galletas y un agua saborizada y me dirigí a la sala.
Tuve la sala solo para mi.
No había nadie más que mi inmadurez y yo en la sala.
La peli, genial. Marvel me conoce como nadie. Te amo Marvel, nos casemos.
La función terminó casi a la una de la madrugada. Día de semana. Y si bien en la sala estaba solo, de las otras salas empezó a salir gente. Decidí apurar el paso para agarrar alguno de los escasos taxis que quedaban en la entrada del complejo. Salí, y vi que antes de mi iban dos muchachos. Había un taxi en la avenida.
Apreté un poco más el paso para adelantarme a ellos, confiado en mi ritmo de caminata. Los superé. Sí, me confié mucho. Tanto que no vi un reductor de velocidad en la playa de estacionamiento del complejo y tropecé.
Algo nos pasa cuando nos hacemos grandes que nos resistimos a aplicar lo que aprendemos de niños.
Decidí intenter hacerle frente a la ley de gravedad, trastabillé aproximadamente cinco metros hasta que, carcajada de Newton mediante, hasta que impacté mi humanidad en el pavimento.
Ese algo que nos pasa hace que intentemos por todos los medios no caernos aún cuando es inevitable que ocurra. Por alguna razón no ponemos las manos hacia adelante, simple, como hacen los niños. Cómo nos encanta complicar todo a los "grandes".
El áspero suelo dejó un testimonio sangrante en los nudillos de mi mano de derecha y ... con una puntería tan precisa ... en la rodilla que llevaba al descubierto en mi pantalón rebelde.
Al lado mio pasaron esos muchachos a quienes había superado, me preguntaron si estaba bien, les dije que estaba impecable, en la mejor etapa de mi vida, aún desde el suelo, con mi dignidad desparramada unos metros más adelante. Los vi de repente, sino hubiese fingido mi muerte para disimular un poquito la situación.
Se subieron al único taxi que estaba en la avenida, me incorporé y me fui intentando disimular la renguera de mi pierna derecha y el dolor en mi mano. Era una versión tercermundista de un zombie de The Walking Dead
Llegué a casa, tomé el desinfectante de heridas que tengo para mis bendiciones, me vendé la rodilla y acá estoy, ya con mi pseudo madurez a cuestas y con una dignidad residual escribiendo estas líneas.
Ya saben, si se van a caer, caigan con estilo, déjense llevar.

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