miércoles, 21 de marzo de 2018

Conexiones.

Corrían los años ochenta. Volvía del colegio y a metros de la puerta de casa ya se sentía el olor a la comida que había preparado mi abuela. El aroma a milanesas y a papas fritas era mi favorito. El olor a sopa era mi enemigo mortal.
Comer y hacer la tarea a toda velocidad era la misión diaria para tener la siesta para mi. ¿Para dormir? Sacrilegio. A las cinco de la tarde se terminaba oficialmente la siesta y podía ir a jugar con mis amigos del barrio. Cinco menos cinco ya se escuchaban los primeros "doña gringa, ¿que puede salir su hijo a jugar con nosotros?"
Ese lapso de tiempo que iba desde las dos de la tarde hasta las cinco, mientras las integrantes de la casa de Bernarda Alba dormían, la versión pequeño infante del adulto que soy hoy destinaba el tiempo a:
1. Leer las historietas que me traia Consuelo. Las conseguía en una casa de canje (muchas veces me traia algunas repetidas, algo inevitable ya que mi voracidad por leer era terrible) Hasta que la Consu volvía del trabajo yo ya había acabado con el diario. Todo el diario. Todas sus secciones.
2. Armar un mundo con mis juguetes. Literalmente ocupaba todo el comedor de la casa. Construia todo un sistema que gobernaba a mis antojos. Los soldaditos, autos y muñecos eran mis súbditos. Inventaba calles, ciudades enteras, sistemas de comunicación entre un mundo y otro. Hacía nacer guerras y ondeaba banderas de paz.
3. Terminar de escuchar los últimos minutos de las novelas de la siesta. Eran de esos televisores Philco, con el botón redondo que había que girar para buscar el canal elegido. Dos canales teníamos. Lo de escuchar no es un error. Yo estaba jugando, dándole la espalda al televisor y cuando mis tías volvían a la noche les relataba los diálogos finales.
4. Ya me había cansado de leer historietas, libros de cuentos y diarios. Empecé a deshojar diccionarios y enciclopedias pero mi favorito era sin duda un atlas geográfico. Empecé a leer sobre cada país, veia sus fotos, apreciaba sus banderas, sus mapas. Me aprendí cada ciudad capital del planeta. Cada moneda, idioma, clima. Todo. Ningún dato quedaba afuera de mi mente.

De algún modo todo se conecta.

Lucía lee hasta los prospectos de los remedios de su abuela mientras que Lautaro se sumerge en un mundo de juegos con sus autos y muñecos pero me deja entrar a sus mundos imaginarios. Me asigna un rol de actor secundario, pero soy muy feliz de compartir ese universo.

Lautaro: "Papá, tomá, vos sos éste".
Y empieza a darme instrucciones como si fuese el director de una película.

Lucía: "Papi, decime de nuevo los nombres de tus paises favoritos."
Después de recitarle lo que ella quiere, remata la situación de un modo que solo ella puede hacerlo.
Lucía: "¿Vos conocés esos países papi?"
Fer: "No mi amor, no fui a ninguno."

Me abraza, se esconde en mi pecho.

Lucía: "Cuando yo sea grande te voy a llevar a todos esos países."
Le sonrío y le digo que sí. No tendría nunca otra respuesta.

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