martes, 19 de noviembre de 2019

A las nueve.

¿Qué hora es? ¿Falta mucho para las nueve de la noche? No me gusta nada esa hora ... avisame por favor ... o mejor no me digas nada, mejor si pasa desapercibida.
Extraño a mi viejo. Pienso en él a diario y me pregunto recurrentemente qué hubiese pasado si tal cosa o tal otra. O por qué no aproveché más momentos con él.
Pero, como me dijo más de una vez, lo que no está pasando, no está pasando y punto. Y haciendo una analogía, lo que no pasó, no pasó y no hay nada más que hacer.
Ay mi viejo ... se pasó tantos años marchitándose por dentro. Reverdeció cuando me fui a vivir unos años con él. Era casi un niño, si lo vieras cómo le brillaban los ojos. Era feliz haciéndome el desayuno, puteándome para que me levante de una vez, porque siempre me gustó mucho dormir ... era una puteada con cariño, mi viejo no se enojaba por eso; sí cuando le mentía. Se ponía bravo, pero creo que más por enojado, por dolido.
Se esmeraba por sacarle provecho a cada momento que pasábamos juntos, pero naturalmente, no notabas que se esfuerce por demostrar. Creo que una de las veces que más se emocionó fue cuando compartimos la primer cerveza. Yo era una adolescente y mi viejo consideró que yo ya estaba en condiciones de tomar la primer birra. Obviamente, yo ya la había probado antes, pero si le decía que hubo una ocasión antes de esa, se iba a desmoralizar. Y si bien existieron otras cervezas antes, esa que compartimos fue maravillosa, la mejor de todas. Preparó una picada generosa, como para una docena de personas ... pasa que mi viejo era así, desmedido para demostrar amor.
Nos reímos tanto esa noche ... al final fueron dos cervezas y no quedaron rastros de la picada.
Disculpame que mire el reloj de pared cada tanto, es que la proximidad de las nueve me inquieta acá, dentro de mi pecho ... a esa hora de la noche mi viejo se iba de casa cada vez que venía a visitarnos.
Y eran las nueve de la mañana de un domingo cuando me dijo que se iba de la casa. Yo no recuerdo mucho de esa despedida, pero te juro, te juro que fue la primera vez que me rompieron el corazón. Hubo otras ocasiones por supuesto, vos sabés de esas otras, pero esa despedida me marcó para siempre.
Él venía a vernos religiosamente, llueve o truene, pero no era lo mismo. Y sé que para él tampoco.
Lo sé porque me lo dijo, me contó todo. Pero también porque se notaba en sus ojos. Tenía ojos tristes, una mirada de nostalgia permanente. Pero no tenía esos ojos cuando viví con él. En esos años puedo decir, sin temor a equivocarme, que fue un hombre feliz.
Claro que lo extraño ... me regaló sermones memorables; de la nada empezaba a hablarme con una solemnidad tan grande ... pero no te hacía sentir que él era superior, para nada, tenía el don de llegarte con sus palabras ... una vez, cuando le conté sobre algo feo que me dijeron y me hizo jurarle que nunca iba a creerme que yo era lo que me digan, ni lo bueno, ni mucho menos lo malo.
Lamento haber inclumplido ese juramento. En más de una ocasión me sentí poca cosa. Me lo creí, pero acá estoy, de pie, toda una mujer.
Sí, toda una mujer, pero sabés cuánto daría por volver a ser pequeña y que me acurruque mi viejo en sus brazos.
Las nueve en punto ... qué hora más fea ... al igual que se fue de casa un día a las nueve sin avisar, así también se fue de este mundo, sin que nadie lo sospeche, simplemente dejó de respirar un día a las nueve de la noche.
No te quiero deprimir, te conté todo esto para que entiendas por qué me pongo triste a veces ... vamos a la mesa hija, preparé una picada para que compartamos una cerveza, vamos a reirnos un rato, me hace falta.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Manual para matar.

¿Cómo matar a un no muerto? Lo sé, parece una pregunta estúpida, y quizás lo sea. Jamás me agradaron los dueños de verdades y no pretendo tr...