lunes, 19 de junio de 2017

Taurina (update)

Va la primer actualización de un post. En este caso la merece porque justamente ésta anécdota fue la disparadora de esa historia y quedó injustamente afuera.
Chicha, la taurina, cuando tuvo que empezar a ganarse el pan aprendió dos oficios: peluquería y costurera.
Ésto implicaba que algunos cortes de pelo (cuando la moneda andaba escasa) me los realizaba ella. Como a ella se le antojaba claro.
Fer: "Tía, cortame bien cortito de los costados y arriba dejame un poco más largo, y dejame ese flequillo por favor que me queda bien" (me quedaba horrible, era como un rulo que estampaba en mi frente pero yo pensaba que era muy fachero)
Chicha: "No cabezón, te voy a dejar todo bien corto, así te dura un montón, y hay que aprovechar que estamos en luna cuarto menguante así te dura más todavía."
No tengo la más pálida idea del efecto de la luna hasta el día de hoy. Quizás si además sos el séptimo hijo varón serías un hombre lobo lampiño. Y ahijado de la Cris. O del Mau.
En fin, ese oficio no fue el disparador, fue el otro.
La Chicha estaba a cargo de los ruedos de mis pantalones, de dar vuelta los cuellos de las camisas cuando se gastaban para que duren más (como verán, en la casa de Bernarda Alba le sacábamos el jugo a la ropa). y ... tarán, tarán, de tejerme un pulover al principio de cada otoño. Lana pura. Ponerme esos pulóveres era convertirme en una oveja de dudosa sexualidad. Y los hacía del color del uniforme del colegio, cosa que pueda lucirlo delante de todos mis pro-bullying compañeros.
Corría el cuarto año de la secundaria y la Chicha me quería hacer un pulover azul.
Chicha: "Chango, vení que te tengo que tomar las medidas."
Fer: "Chicha, estoy apurado, agarrá cualquier buzo y copiale las medidas."
Agarró uno que no usaba hace tres años.
Lo terminó, me lo puse y quedaba ... demasiado estrecho. Si yo me quedaba quieto, onda maniquí, no pasaba nada. Pero si respiraba, ya se notaba que me quedaba chico.
La culpa era mía. Y además me daba pena decirle que lo agrande.
Al día siguiente, cinco grados de térmica. Había que ponerse el buzo sí o sí.
Con una campera arriba zafaba. Podía pararme en el bondi y nadie advertía que al agarrarme de arriba, el buzo me quedaba a la altura de las tetillas.
El tema era en el aula. No hacía tanto frío asi que tuve que sacarme la campera. Me senté derechito, respiraba muy lento, con movimientos cortos, para que no se note nada, ni el ombligo ni los codos al estirar los brazos.
De repente:
Profe de lengua: "Pérez ... pase al pizarrón hijo, usted que tiene letra linda."
En qué puto momento me mandaron a aprender caligrafía ...
Profe de lengua: "Agarre una tiza y escriba la historia que hizo sobre la cama que debía hacerse."
Agarrá le tiza, doblé mi brazo derecho a noventa grados y siempre sin respirar, empecé a escribir en la parte baja del pizarrón.
Profe de lengua: "Hijo, escriba arriba que no se ve nada."
Fer: (en modo ventrílocuo) "Profe no puedo porque me queda chico el buzo."
Profe de lengua: (en voz más alta) "No entiendo Pérez, ¿qué dice que le pasa?"
Fer: "Nada profe, nada, deje nomás."
Estaba rodeado.
Respiré hondo y estiré mi brazo derecho. Esa mano del pulover se bajó hasta el hombro y quedé en pupera.
El cuento que había escrito era muy breve, y lo terminé a la velocidad de la luz por la vergüenza que sentía.
Volví a mi asiento después de haber hecho pasar un grato momento a todos mis pro-bullying compañeros.
Sopla (el compañero de al lado): "Eh, buzo pequeño, decile a tu vieja que tome bien las medidas."
Así fue como sumé un apodo más: "Buzo pequeño."
Gracias a vos Chicha. Gracias totales.
Ésto va derecho a la terapia.

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