lunes, 4 de septiembre de 2017

La canción.

Mi vida, mi parodia de vida, consistía en seguir regularmente las pautas de una rutina que sabía a ceniza. Trabajar en una empresa, llegar a casa, ocuparme de todo (y cuando digo todo, no queda resquicio a alguna alternativa), seguir trabajando con mis clientes particulares, seguir con las tareas hogareñas y finalmente, apagarme cerca de la una de la madrugada.
Estaba inmerso en ese simulacro de felicidad cuando, al hacer una pausa en mi labor particular, encontré un blog muy divertido en el cual compartían el video de una canción que se llama "Ya no sé qué hacer conmigo" de El Cuarteto de Nos.

"Y oigo una voz que dice sin razón,
vos siempre cambiando, ya no cambiás más,
 y yo estoy cada vez más igual,
ya no sé qué hacer conmigo."

Ahí estaba, ese rapero del rock, golpeándome con sus letras. ¿Adónde quedó ese muchacho divertido, que le gustaba conocer gente, escribir, leer? ¿En qué momento permití ser una versión servil y reducida de todo lo que pude ser? ¿Por qué no supe decir no en el instante preciso? ¿Por qué toleré situaciones que provocarían que cualquier mortal revolee un juego completo de vajilla sin dudarlo?
Empecé a escuchar más a esa banda que no conocía hasta entonces.

"Mi personalidad no va a cambiar,
porque alguien diga como tengo que actuar,
pero yo no permito que a mi nadie me mande."

Escuchaba esos versos de "El hijo de Hernández" y me avergonzaba de mi mismo. Hasta ganas de esconderme en un pozo me daban.

"Y nada me asombra,
y estoy tan tranquilo como una bomba,
la vida me dio una boca dejando,
siempre fui el último orejón del tarro,
y no doy más una mano,
este mundo no está sano,
y no aguanto ni un minuto más."

"Miguel gritar" agitaba mis conflictos internos. Tan tranquilo como una bomba. Ese era mi estado natural.

"¿Cuántas veces dije no queriendo decir sí?,
 ¿Cuántas veces presentí el principio del fin?.
¿Cuántas veces dije sí queriendo decir no?
¡Es así! Como te digo una cosa te digo la otra,
Qué horror, hasta mis debilidades son más fuertes que yo.
¡Ya está! ¡Cuánta amgiüedad!
Esta vida me va a matar.
Mi corazón vacío no aguanta una ausencia más.
Y sé que dijo una vez el nobel de la paz asesinado al caer,
Es lo malo de ser bueno en este mundo cruel."

"Lo malo de ser bueno" me hacía revolcar en mis miserias. Así como todos esperan el mensaje de acreditación del sueldo, yo añoraba que mi vida sea arrebatada producto de los dados lanzados por el Señor una noche cualquiera.

Después de tanta guerra interna llegó lo ya contado en "Lo que recuerdo del día que fallecí (I, II y III)"
Después siguió mi partida de esa casa, esa casa que construí pero que ya no es mía.
Es curioso como unas cuantas canciones pueden llegar a motivar cambios en uno. Quizás la palabra es mucho más poderosa de lo que uno imagina. Quizás sea cierto que las palabras pueden ser todo, excepto inocentes.
Y finalmente el viernes pasado estuve ahí, escuchando en vivo a esta banda uruguaya que sin que ellos lo sepan, forma parte de mi novedoso Adn.
Lloré por razones más maduras de lo que puede hacerlo un fan cualquiera. Canté, grité  y finalmente fui poseído por el Dios del Rock haciendo una suerte de baile del muchacho casi desnudo, para terminar desvirtuando todo lo que previamente parecía muy serio de mi parte. Era yo mismo. Yo, con toda mi identidad a cuestas.
Hoy esas letras no me motivan a huir; pero me recuerdan siempre adónde no quiero volver. Y adónde pertenezco.

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