martes, 24 de enero de 2017

El Chevy.

Primero la casa. Después el auto. Esa ley cumplieron religiosamente en la casa de Bernarda Alba. Mis viejas terminaron de pagar la casa y compraron un usado, un Chevy modelo 76 de color amarillo. Bien disimulado. Autazo era, un motor de la puta madre. El tema era que aprendan a manejar. Las tres candidatas eran mi vieja y sus dos hermanas. Pasaron tres instructores y los tres renunciaron. Creo que el tercero ni cobrar quiso. Era más peligroso enseñarles a manejar a ellas que caminar contando billetes por el conurbano bonaerense.
El auto más que nada lo usábamos una vez al mes para ir a la casa del campo. Las veces que habré pisado el freno imaginario en el asiento de atrás. Al tiempo quien empezó a hacer de chofer fue mi padrino, hasta que nos lo compró. De ese modo el auto dejó de ser un arma mortal y pasó a manos seguras.
Peeeeeero hasta eso quien tomó la posta era mi vieja.
La cosa era que a la salida del colegio (cuando iba a la primaria) quien iba a buscarme era mi abuela. Ella conversaba con todo el mundo porque llegaba media hora antes y ni bien salía nos íbamos tranquilos y seguros a tomar el 3 frente a la Parroquia San Roque.
Un día mi abuela no estaba. Salgo y veo el Chevy en la vereda. Y mi vieja parada al lado. Normalmente los chicos van corriendo al auto de sus padres. Yo también quería correr. Pero en sentido contrario. Pero no quedaba otra, había que subir, asi que fui caminando mientras creí escuchar "dead man walking".
Me subí y me envolví con el cinturón de seguridad cual matambre arrollado, me encomendé a todos los santos y respiré hondo.
Mi vieja pisó el acelerador y rápidamente llegamos a 80 km/h. Llegamos al primer semáforo, que estaba en rojo. Como mi vieja tenía problemas para ver el semáforo y manejar al mismo tiempo ella hizo de cuenta que no había semáforo, simplemente se fijaba si venía alguien. Adios señor semáforo.
Llegamos adonde estaba la antigua terminal de ómnibus. Había un agente de tránsito indicando el paso. El tipo estaba paradito sobre la avenida Avellaneda. Levantó la mano indicando que nos teníamos que detener. Mi vieja venía justo por su carril y eramos el primer vehículo. Adivinen. Mi vieja pisó el acelerador y la agujita llegó a 100. El hombrecito se tiró sobre la platabanda.

Fer: "Mamá, creo que el señor quería que te pares."
Mamá: "¿Cuál señor? ¿Había un señor?"
Fer: "Sí ma, había un señor que casi lo chocaste, está en el piso ahora."

Para qué le dije eso. Mi vieja giró la cabeza y al mismo tiempo giró el volante. No era joda. Había serios problemas de coordinación. A ver, la tipa ya tenía antecedentes de manejar un sulky y haberlo chocado contra una tranquera haciendo volar a sus ocupantes hacia unas pencas. Un auto era cosa seria. El tema es que le dimos a la platabanda, rebotamos y casi generamos un choque en cadena.
Después de eso llegamos a casa, sin detenernos nunca. El resto de los semáforos estaban pintados. En el camino sólo escuché bocinazos y puteadas. Yo simplemente apoyé mi cabeza en el vidrio de la ventana y me quedé mirando sin ver, como quien espera resignado el final.
Gracias a Dios el viaje se terminó. Como para no desentonar terminamos subidos a la vereda y le dimos un toque al canasto de la basura del vecino.

Mamá: "Mejor mañana que vaya la abuela a buscarte."

No pudo tener una reflexión más sensata. Te amo ma, gracias por no volver a manejar.

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