martes, 24 de enero de 2017

No te atrevas.

Ya les conté (y les mostré un pequeño ejemplo) de que a veces escribo sobre algo diferente a lo que me pasa o me pasó.
Puede ser un poema o quizás un cuento. Y a veces escribo para alguien más. Este cuento lo escribí hace algunos años pensando en una amiga. Pude volcar toda la impotencia que sentía contra su testarudez o su debilidad (quizás)

A los amigos a veces dan ganas de matarlos porque por más consejo que uno le brinde la cosa no cambia. Puedo decirlo porque estuve de ambos lados del mostrador. Pero los amigos de verdad siempre están. Esperan pacientes a que finalmente "la cosa cambie".

Este cuento se llama:

No te atrevas a olvidarme.

Ella apoyó sus delicadas facciones sobre el pecho desnudo de él. Siempre le agradó sentir los resabios de los latidos acelerados de la pasión. Cruzó su pierna por sobre las de él, como mezquinándolo a la vida.
Sus encuentros eran cada vez más fugaces y distantes. Él prometía cíclicamente dejar todo para abandonarse a ella, pero sabía muy bien que nunca iba a hacerlo. Disfrazó su egoísmo mientras pudo, pero cada vez tenía menos margen para finalmente desnudar su verdad. Su conciencia, el temor a generar más dolor, la cobardía, se hicieron uno y lo empujaron a actuar impunemente.
Ella le lanzó un “te amo” repleto de “te necesito”; él apenas le sostuvo la mirada, la abrazó fuerte y dejó escapar media sonrisa.
- “Antes tu sonrisa era completa”, suspiró ella.
Tampoco tuvo palabras. Se levantó y empezó a vestirse lentamente, como si de su última voluntad se tratase.
-“¿Cuándo nos vemos?”, alcanzó a decir ella.
-“Yo te mando un mensaje”, le respondió él, reduciéndola a la más servil expresión humana.
Ella se incorporó rápidamente, corrió los pocos pasos que la separaban de la puerta, se colgó del cuello, lo besó intensamente y al oído le dijo: -“No te atrevas a olvidarme”.
Él le dio la otra media sonrisa, la miró con ojos de última vez, abrió la puerta y abandonó la habitación, dejándola sola con sus fantasmas y miserias.
-“No te atrevas a olvidarme”, repitió, casi como un ruego al mundo, mordiéndose los labios, esta vez para sí misma y de un modo poco audible.
-“No te atrevas a olvidarme”, insistió, mientras las lágrimas de quien se sabe ya olvidado se empujaron para regar su rostro.

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