sábado, 21 de enero de 2017

Habemus deptus.

El que se casa, casa quiere. Y el que se separa, casa no tiene. Los tres primeros meses posteriores a mi separación me instalé en la casa de mi vieja. Después de ese tiempo encontré un departamento de un dormitorio en barrio norte. Realmente tuve suerte. Un dormitorio amplio, el baño con suficiente espacio, cocina, lavadero, comedor y un balcón que daba a calle Santiago. Ah, no los quiero enamorar pero el departamento tenía lavarropas instalado y wifi. Pequeño pero suficiente para mi, un hombre que en ese momento vivía solo. El hombre de la casa. En realidad seguía haciendo las mismas cosas que antes (cocinar, limpiar, lavar) pero para mi solo. No me idealicen. No lleguen a la conclusión de que sé hacer de todo. Ya saben que no sé andar en bici y que demoro las decisiones importantes. Es hora de que sepan de que no sé arreglar absolutamente nada. Lo más intenso que llego a hacer es cambiar la bombilla de la luz. No me pidan más. Resulta que un buen día en mi flamante departamento el inodoro empezó a perder agua. Yo estaba atravesando una etapa de desempleo en mi vida por lo cual concluí que era un buen momento para ahorrarme unos pesos e intentar arreglar por mi mismo el trono. Lo destapé y saqué el flotante. Lo desarmé. Primer grave error. No memoricé el orden de las piezas. Me conecté a youtube buscando tutoriales sobre armado de flotantes. Encontré a un plomero español muy servicial pero no le entendí absolutamente nada. Mientras tanto, el inodoro empezó a perder cada vez más agua y empezaba a inundarse el comedor. Ustedes dirán, por qué carajo Fer no cortaba la llave de paso. Les contesto: no la encontraba. Seguí buscando la llave por una media hora, ya con el agua a mis pies y finalmente di con ella. Estaba detrás del lavarropas. Facilísimo pensé. Corrí el lavarropas hacia adelante, bien a lo bruto (fiel a mi estilo) y terminé desconectando la manguera. Sin poder creer mi inutilidad me levanté de golpe y le pegué flor de cabezazo al calefón. Lo saqué de su lugar. De repente tenía el inodoro roto, el lavarropas desconectado y el calefón fuera de sitio. Al menos pude cortar el agua. Derrotado llamé al plomero. El tipo llegó, miró el apocalipsis y me preguntó: "¿Cómo has hecho para romper todo?" Fácil, sacando a relucir todo el lado malo de mi genética. PD: también supe dejar sin luz a la mitad del edificio por intentar arreglar un toma. Está claro, a mi me dejan solo en el Amazonas y me comen los tucanes.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Manual para matar.

¿Cómo matar a un no muerto? Lo sé, parece una pregunta estúpida, y quizás lo sea. Jamás me agradaron los dueños de verdades y no pretendo tr...