jueves, 23 de agosto de 2018

Brújula.

Me gusta la sensación de tener todo bajo control.
Desde la hora en que me levanto, calculo cuánto tiempo tengo para ir a lavarme, cuánto para desayunar, cuánto para cambiarme y cuánto para leer las primeras noticias del día.
Sé en qué momento va a pasar el ómnibus que me va a llevar al trabajo. Y sé también en qué horario pasa el anterior y el siguiente.
Sé que cuando llegue a la parada estará el portero de la empresa de transporte vecina en el portón de acceso.
Sé a qué hora empiezan a activarse los grupos de whatsapp, de los cuales no soy muy fan que digamos.

Sé a qué hora voy a llegar a la parada de destino. Sé qué empleado va a estar en la panadería de la cuadra donde me bajo.
Sé con quiénes me voy a cruzar en el bondi.
Sé qué empleados van a estar reunidos con el gerente del banco con el que trabajamos cuando pase por ahí, antes de abrir la empresa.
Sé qué negocios están abiertos y cuáles no a esa hora.
Sé que el dueño de la florería de esa esquina va a estar acomodando su mercadería cuando pase al lado de él.
Sé que el portero del edificio donde trabajo a esa hora estará sentado detrás del mostrador.
Sé que seré el primero en llegar y por lo general el último en irme.
Sé a qué hora mi jefe estará denso. Y a qué hora se va a relajar.
Sé a cuánto está el dolar y más o menos a cuánto va a estar mañana.
Sé a cuánto cotizan cada una de las inversiones de la empresa donde trabajo.
Sé cuánto puedo gastar en el mes en cada ítem que se les ocurra.
Sé cuando alguien me está chamuyando.
Sé qué voy a cenar y qué voy a almorzar al día siguiente.
Sé qué haré en casa al regresar y a qué hora voy a dormirme.
Sé qué serie veré en Netflix mientras tanto.
Lo que nunca sé muy bien es cómo ser papá. Mis hijos suelen (y esto calculo que ya es a propósito) desorientarme con sus preguntas.
Como no tuve una figura paterna hecha y derecha (ustedes ya saben, mi familia no es la familia tipo) no tengo un referente al cual recurrir para saber si estoy en lo cierto o no.
Mis bendiciones vendrían a ser mis sparrings de la vida. Pobres ellos.
Suelo cuestionarme una y otra vez si estoy haciendo bien las cosas, sobre todo cuando disparan algún cuestionamiento hacia mi o cuando lanzan esas preguntas, tan propias de ellos, a veces adultos en cuerpos de niños.

Fer: "Lu, yo no sé si hago todo bien todo el tiempo con ustedes, pero te juro que lo intento. Lo intento de verdad, para mi ustedes están primero, segundo y tercero. De hecho, sé que me equivoqué y me arrepiento de todo, pero te juro que espero no faltarles nunca. No sé si vos pensás que soy un buen papá o no, pero creeme hija que los amo y que todo lo que hago por ustedes lo hago pensando que es lo mejor."
Lucía estaba sentada a mi lado, en su cama. Hizo una pausa, cruzó sus piernas y apoyó su cabeza en mi brazo.
Lu: "Papi, vos sos lo mejor que tengo en mi vida. Y siempre lo vas a ser. Para mi, vos sos el mejor papá del mundo. Te quiero mucho."

Por un ratito recuperé el control de la brújula. Hasta la próxima pregunta brava.

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