viernes, 17 de agosto de 2018

La pelota de goma.

En medio del karting en forma de coche antiguo, de mi muñeco de Mazinger Z, de mis figuritas dibujadas a mano, de mis transformers construidos por mi con cartón, de mis autitos, soldaditos y bolillas, estaba ella, la pelota de goma.
Era casi un arma letal cuando se mojaba. Seca era una bala de cañón. Mojada era una bomba atómica norcoreana.
Cada vez que surgía el encuentro con mis amigos de la cuadra estaba ella presente para que se arme el partido en plena calle. Armábamos los arcos con un par de piedras y listo.
El partido terminaba entrada la noche o cuando la pelota caía en la casa del viejo Caro, lo primero que acontecía.
El viejo Caro supo quedarse con un par de pelotas. Y yo me desquitaba trepándome al techo de mi casa, me deslizaba cuerpo a tierra y desde el borde le lanzaba tuercas con una honda cuando lo veia sentado en su jardín. Jamás supo quién era el que lo obligaba a levantarse de su reposera a buscar refugio.
Si él estuviese leyendo esto ahora, se estaría enterando.
Pero no, el viejo Caro ya se murió. Volvamos al tema de mi pelota de goma.
Ella, en diferentes versiones, me acompañó hasta el fin de mi infancia. La física, la espiritual aún no termina.
Ya siendo papá luchón y recorriendo un super con mis bendiciones, mi hijo me pidió una vez que le compre una pelota de goma.
Me vino toda la nostalgia junta, los goles en la calle, las rodillas peladas, las peleas, los abrazos, las tuercas en la humanidad del viejo Caro, todo. Fue imposible no comprar una para el enano.
La llevamos a casa y empezó a disfrutarla con sus amigos en la misma calle donde yo jugaba.
En determinado momento mi hijo me pidió que me sume al partido, porque según él "yo soy mejor que Messi". Tomá pulga, tomá.
Como tengo el sí fácil, me sumergí en medio de las gambetas con los pibes de la cuadra, con esa pelota de goma que adoraba.
Me sentí de nuevo niño. Físicamente, lo aclaro de nuevo. Metí tres goles y los grité con el alma. Porque además de tener una cuota de niñez muy importante, también soy super competitivo.
Ahora la pelota de goma cobra vida fin de semana de por medio, cuando empieza a rodar una vez más, para darle forma a nuevas sociedades entre mi hijo y sus amigos.
Porque la vida es así, da vueltas. Como la pelota de goma.

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