miércoles, 16 de enero de 2019

El sermón.

El nombre de mi vieja es Angélica. En el hospital donde era jefa de enfermeras le decían "Angelita". Les aseguro que ese apodo tan dulce sólo era apropiado cuando ella trataba a los pacientes. "Angelita" se transformaba en "la Gringa" cuando tenía que enfrentar a los médicos, a las enfermeras de su equipo, a los familiares de los pacientes y hasta era capaz de darle un portazo al mismo director del hospital y salir colorada de bronca lanzando amenazas muy directas.
Mi vieja laburaba mucho, asi que se aseguraba de sacarle el máximo provecho al poco tiempo que pasaba conmigo. Esa es la sensación exacta. Fue poco tiempo, pero jamás lo percibí como tal.
Leía para mi, revisaba mis tareas escolares y cada tanto, dejaba de ser la mamá para ser la Gringa dándome sermones memorables.
Tengo varios archivados en mi memoria, pero quiero detenerme en uno en especial, que vengo recordando desde hace unos días.
Yo habré tenido unos once o doce años. Jugaba en la calle cerca de casa y tuve una diferencia con los amigos con quienes compartía la tarde. Sinceramente, no recuerdo el motivo de la pelea. Cuando uno es chico el rencor es corto.
Lo que sí recuerdo con mucha claridad es que me di vuelta y mi vieja estaba en la puerta mirándome fijamente y me dijo: "Vení".
No necesitaba mucho más para saber que tenía que ir en ese preciso instante.
A continuación voy a transcribirles, palabra más, palabra menos, el contenido de ese sermón:

"Cuando yo era chica muchas veces resigné mi libertad. Siempre pude elegir. Siempre a pesar de la pobreza, de las privaciones. Y a pesar de eso muchas veces me dejé llevar por otras personas para terminar haciendo lo que otros querían. ¡No pude ser yo misma tantas veces! No quiero que jamás, jamás dejes de hacer uso de tu libertad. Por nadie. Ni siquiera por mi. Que nadie te quite tu libertad. Libertad y responsabilidad van de la mano. Adonde va una, va la otra. La libertad es tu derecho. Y también tu deber. Aprendelo ya porque después va a ser tarde."

Esas palabras retumban hasta el día de hoy. Pero a pesar de ese sabio consejo, debo admitir que no lo seguí siempre. Hubo ocasiones en las que lamentablemente sí permití que me arrebataran mi libertad. Y mi verdadero yo empezó una lenta agonía.
Yo elegí.
Todo eso me llevó a preguntarme, ¿cuándo me siento libre? ¿cuándo soy yo mismo? Durante el día ejerzo diferentes roles. ¿En alguno de esos roles puedo ser yo mismo? ¿Necesariamente tengo que estar solo para ser yo mismo, al natural? Todas estas preguntas surgieron en una charla reciente. La respuesta que encontré es que sí puedo ser yo mismo en diferentes roles. Cambia mi comportamiento, lo que no significa que esté simulando ser alguien que no soy.
Sé que soy yo mismo cuando escribo, cuando cocino. Cuando estoy con las personas que amo, también aprendí a ser yo mismo. Esas personas son las que deben estar. Y punto. En todos esos momentos me siento libre.
Cuando estoy solo está más claro por supuesto. Cuando me fugo para respirar ... ese silencio es super necesario para mi.
Sigo creyendo que uno puede además tener una relación y no perder la libertad. Pasa por respetar la individualidad del otro. Nadie puede poseer al otro. Nadie. Y el otro no debe permitirlo. Nada más lindo que dos individualidades que se eligen todos los días.

¿Y vos? ¿Cuándo sentís que sos vos mismo? ¿Aún sos dueño de tu libertad?

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