viernes, 24 de febrero de 2017

Cocine maestro.

En el post "Pasiones" les conté cómo nació mi amor por la cocina. Un poco comprimido pero suficientemente explicado. La historia es bastante típica, una abuela que empezaba a cocinar desde que se despertaba practicamente.
Al volver del colegio estaba todo casi listo. Las primeras comidas que vienen a mi memoria son de cuando tenía cinco años. En ese entonces enfermé de hepatitis y mi abuela era la encargada de la dieta. Tengo muy presentes unas albóndigas bien sabrosas, con un aroma a ajo, lo suficiente para convertirlas en un manjar y para que yo no esté en condiciones de chapar a nadie.
Los guisos de arroz y de fideos, que no me simpatizaban mucho pero que ahora los preparo con muchas ganas, los pucheros, mazamorra, dulce de leche casero, arrope de tunas, unos bifes bien jugosos (mi abuela me llamaba para que pase el pancito por la plancha, donde había quedado el jugo de la cocción), batatas y zapallos al horno, quinotos en almíbar, tortilla de papas española, zapallitos rellenos, y algunas picadas bien típicas de ella como choclo asado, queso a las brasas y el siempre bien recibido pan con picadillo. Sí, la abuela me enseñó que la felicidad también tiene cara de pan con picadillo. Pero como la felicidad no puede ser completa, siempre había sopa. Hoy amo las sopas que preparo (sepan disculpar mi amor propio) pero en la infancia la sopa era motivo de depresión instantánea.
Nunca faltaban frutas ni verduras afortunadamente, lo que me permitió aprender a comer prácticamente de todo.
Si bien observando podía ver cómo se preparaba todo, recién a los doce pude preparar unas milanesas y fue por una emergencia. Estábamos solos en casa una tía y yo. El resto de las integrantes de la casa de Bernarda Alba había viajado y mi abuela le había pedido a su cuñada que venga a cocinarnos. Empezamos a desconfiar de sus aptitudes cuando la tipa puso a hervir la pava ... vacía. En ese momento tomamos la posta con la Consuelo. Yo hacía las milanesas y ella la ensalada rusa. Las milanesas salieron bastante bien. La Consu tuvo dificultades técnicas con la ensalada. Puso a hervir una docena de huevos. ERAMOS TRES PERSONAS.
Cuando me fui de casa recién pude abrazar la cocina a diario. Lo disfrutaba y hoy lo disfruto aún más. El tupper con mi almuerzo en el trabajo generalmente era motivo de tentación ajena, la cual yo ignoraba olímpicamente por supuesto.
Lucía aprendió a comer de todo mirando desde muy chiquita como yo cocinaba. Sin darme cuenta, estaba replicando el ritual de mi abuela con ella. La enana come también de todo. Y si algo no le gusta es con fundamento porque lo probó.
Ese universo que me regaló mi abuela lo maximicé. Leí, observé, escuché, me gusta aprender técnicas nuevas todo el tiempo. No le tengo temor a ingredientes o recetas nuevas.
Todo tiene que salir perfecto. Un puchero no es simplemente poner a hervir cosas, por amor de Dios, no le falten así el respeto. Cada ingrediente tiene su punto adecuado de cocción y todo tiene que salir al mismo tiempo. Todo alimento que preparo está hecho con mucho amor. Así que cuando comen algo que hice, me están comiendo a mi. No, esperen,estoy exagerando obviamente, pero les estoy dando algo muy importante.
Así que llegado el caso más les vale que digan que está rico. O mueran.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Manual para matar.

¿Cómo matar a un no muerto? Lo sé, parece una pregunta estúpida, y quizás lo sea. Jamás me agradaron los dueños de verdades y no pretendo tr...