jueves, 2 de marzo de 2017

Lucía.

Lucía: "Pa, qué haces con la compu."
Fer: "Escribo, amor."
Lucía: "¿Qué escribís?"
Fer: "Y ... el papá a veces se pone a escribir ... a veces sobre cosas que me pasan, o que me pasaron. A veces escribo cuentos para grandes. Y a veces escribo sobre otras personas. Escribí algunas cosas sobre vos."
Lucía: "¿Puedo leer?"

Casi nueve años atrás una doctora dijo que el embarazo no era tal. Que era un embarazo anembrionado. Un embarazo sin bebé. Me fui al fondo de la casa y lloré. Lloré mucho y le pedí a la Virgen que por favor Lucía sí esté en camino.
Una semana después un médico dijo que Lucía venía efectivamente en camino, asi que había que esperarla. Yo la esperaba de toda la vida. Cosas de Dios, misterios de la vida, yo como siempre, elijo creer lo primero.

Yo elegí su nombre. Es mi niña.
Salía de trabajar a las 18 horas, iba a toda velocidad para rescatarla de la niñera, bañarla, sacarla a pasear un ratito, cocinar la cena y el almuerzo del día siguiente, alimentar a los perros y sacar la basura.
La cocina, ese lugar donde replico ritos de mi infancia, fue donde nació la complicidad. Primero ella en el coche miraba y escuchaba cómo el papá iba cocinando. Después desde el corralito ya fue probando algunos ingredientes. Y después parada en un banquito iba mezclando o cortando con cuidado algunas cosas. Ahí sufrió sus primeras heridas de batalla, un corte en un dedo y una ampolla en otro.

Lucía: "¿Verdad papá que cuando yo era bebé vos me bañabas?"
Fer: "Sí mi vida."
Lucía: "Y que me cocinabas, y me hacías dormir en tus brazos?"
Fer: "Si mi amor."
Lucía: "Papá, ¿me podés volver a alzar como bebé? ¿Un ratito por favor?"
Fer: "Sí enana, pero un ratito eh?"

Me fui de la casa un sábado a la noche, cargué mis cosas en bolsas de consorcio mientras los chicos dormían. Me subí a un taxi y al otro día volví a la mañana a hablar con ellos. Y a devolver las bolsas de consorcio. ¿Por qué? Porque tengo un master en ser zonzo.
Lautaro era un bebé. No entendía lo que estaba sucediendo. Pero Lucía sí. Y no al mismo tiempo.
Fue una charla de a dos. Lucía y yo, los dos solos. No, no voy a transcribir el diálogo. Basta con que sepan que no habrá charla más dura en mi vida. ¿Un jefe brusco? ¿Un familiar mala leche? ¿Un compañero garca? Juego de niños comparado con una niña a la que le tuve que decir no cuando me rogaba que por favor la lleve conmigo. Le rompí el corazón, lo sé. Se lo rompí en mil pedazos. Un corazón roto tiene forma de rostro transformado por el dolor, lagrimones grandes como uvitas y voz quebrada. Tiene forma de manitos que se aferran a tu camisa.
Lucía: "Papá toma llevate esta radio, yo me quedo con esta otra, y cuando yo te extrañe por la noche te llamo y vos me cantás hasta que yo me vuelva a dormir"
Eran dos radios de juguete. Ella se quedó con una.
Unas noches atrás tuve finalmente, después de mucho tiempo, el amor propio suficiente para decir "no te amo más". Y ahora ahí estaba. Solo en un dormitorio con la radio que me había dado Lucía sobre la mesa de luz. Ese llanto me arrebató muchas madrugadas.
Ahí estaba Fer sin cable a tierra hasta que una de mis amigas me rescató con las clases de salsa y bachata. En el post "Azuca" escribí sobre esos locos que fueron mi red de contención en ese momento.


Lucía: "Papá, ¿yo también puedo escribir?"
Fer: "Por supuesto amor".

Había visto un anotador en un local comercial para Lucía antes de que ocurra el diálogo del principio de este relato. Es como si hubiese tenido un deja vu.

Lucía empezó a lanzar sus primeras líneas la semana pasada con unos cuantos errores de ortografía que iremos corrigiendo antes de que el diccionario se suicide.

Un poco más de ocho años atrás había una enfermera que estaba a los gritos: ¡Pérez! repetía una y otra vez.
Finalmente descifré los pasillos y me la entregaron. Chiquitita. Amagó con llorar. Te amo fue lo primero que le dije y se calmó. Se puede amar a alguien hasta más allá de lo imperdonable. Doy fe.

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