jueves, 23 de marzo de 2017

Cuando un amigo se va.

Walter: "Hola, soy Walter Haro, el coach de la empresa, ¿vos sos Fernando, no?"
Así lo conocí, me encaró con esa voz de locutor.
Yo era el jefe de auditoría y nos caímos bien de entrada. Esa manía de hablar a calzón quitado, sin pelos en la lengua y con honestidad brutal, y esa forma de laburar tirando para adelante, intentando modificar estructuras oxidadas, eran parte de un ADN compartido.
Un coach vendría a ser, hablando en tucumano, un psicólogo piola en el laburo. Es el que te ayuda a encontrarle la vuelta a tus problemas cuando sentís que no estás rindiendo bien.
Y Walter era Messi haciendo lo suyo.
Nos bancábamos en las malas y celebrábamos los aciertos. Nos hicimos amigos ese mismo día que nos conocimos.
Walter fue la única persona que conocía todo de mi. Esa confianza me inspiró. Un tipo transparente, sin maldad.
El ritual diario era fundirnos en un abrazo y contarnos los planes de laburo. Y los de la vida también.
Era un mes de octubre y nos tocó compartir un viaje de trabajo a Salta. Al margen del laburo, que nos complementamos de memoria, lo mejor estuvo esa noche en la Balcarce. Una picada, un fernet, mucha risa. Mucha risa.
Compartimos luego un viaje a Santiago y lo mismo. Contarnos todo, ponernos el hombro y matarnos de risa. Y el fernet.
La última actividad que hicimos juntos fue una jornada con mi equipo, tratando de motivarlos.
Se hizo hábito juntarnos a tomar algo. Ese algo era un fernetcito siempre. Sentía por él un amor de hermano que no había sentido jamás.
Fue en marzo de hace cinco años que vino a contarme lo peor:
Walter: "Fer, tengo cáncer de estómago".
Walter vivía con una supuesta acidez. Cuando finalmente decidió ir al médico, en los estudios apareció esa enfermedad de mierda. Y estaba muy avanzada. De todos modos, inició el tratamiento de quimioterapia. Eran nueve sesiones, y luego de eso, iban a quitarle el estómago y adaptarle sus órganos para que pueda seguir alimentándose.
Empezó a perder peso, cabello. Pero nunca perdió esa alegría contagiosa.
Quedamos una tarde en encontrarnos en un bar. Llegó solo, con un barbijo. Se lo bajó, sonrió y nos dimos un abrazo eterno.
Nos sentamos a compartir una merienda. El fernet estaba suspendido hasta nuevo aviso. Nos contamos esa tarde todo lo que jamás habíamos compartido. Supe del bebé que perdió casi a término una ex novia diecinueve años atrás. Él supo cuán triste yo me sentía conmigo mismo. Supe de ese amor con el cual siempre andaba cruzado. Ella, ya con cinco hijos y dos relaciones a cuesta. Él, soltero le dijo días atrás por teléfono:
Walter: "Quiero que sepas que vos sos el gran amor de mi vida."
Ella: "Vos también."
Fue una de las mejores charlas que tuve en mi vida.
Fer: "Walter, escribamos un libro."
Walter: "Hermano, qué buena idea."
Ya era hora de que Walter vuelva con su familia, que lo estaba esperando para seguir mimándolo y yo tenía que volver a mi casa.
Conversamos por teléfono y me dijo que estaba muy entusiasmado con la idea del libro, que eso era su gran motivación para seguir vivo.
Lamentablemente, una mañana sonó el interno de mi oficina y me informaron que Walter no había resistido una sesión de quimio.
Se murió peleando por respirar.
Salí al patio a llorar por ese amigo que me llenó el alma, al que acababa de perder.
Asistí dos veces a su velatorio. Y en ambas me quebré. Lloré como niña. Fui un mar de lágrimas. La sala estaba llena, con gente de diversas edades. Es que Walter atravesó generaciones. Era un tipo bárbaro, único e irrepetible.
Un año después yo estaba en una camilla de hospital muriendo. Ya lo saben quienes leyeron los posts "Lo que recuerdo del día que fallecí" en sus tres capítulos. Yo moría y me sentía en paz con eso. Pero de repente escuché con tanta claridad su voz.
Walter: "Fer, ya vamos a salir a tomar un fernet, pero esta noche no."
En ese instante volví a la vida y empecé a pelearla hasta que finalmente me dieron el alta.

Wal, te extraño un montón. Y sí, ya vamos a tomar un fernet, no va a faltar oportundad. Fijate que sirvan Branca arriba, sino avisame para que lleve una caja.
Este blog está dedicado a vos, espero que le haga honor a ese libro que soñamos juntos y del cual quedó escrito el capítulo I. Te amo hasta el cielo loco de mierda. Guardame un lugar hermano.
Espero haberte sacado una sonrisa y si se te escapó una lágrima, tenés que saber que a mi también. Unas cuantas.

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