miércoles, 15 de marzo de 2017

Mi Buenos Aires querido.

Dios está en todos lados, pero atiende en Buenos Aires. Es tan cierto como que vos me estás leyendo. Fui dos veces a Buenos Aires. La primera yo tenía doce años y viajé con mi vieja y un grupo de ex compañeros del sanatorio ADOS a hacerle quilombo a Menem en un acto de un 25 de Mayo. Mi misión era proteger a mi vieja.
Viajamos en un bondi que se desarmaba y demoramos un día y medio en llegar.
Una vez llegados cada quien se alojaba donde podía. Nosotros por fortuna teníamos amigos que vivían en Lanus y ahí llegamos, cagados del hambre.
Los amigos porteños, para agasajar nuestro espíritu norteño nos cocinaron empanadas. Con la salvedad de que tenían mortadela adentro. MORTADELA ¿entendés? En tu cara Pachamama.
La cuestión es que estábamos tan hambrientos que nos bajamos una docena con mi vieja. Perdón Atahualpa Yupanqui, no lo haremos nunca más.
Al otro día mientras mi vieja hacía bardo en la plaza de mayo yo estaba en una salita de video juegos, onda Sacoa, ¿se acuerdan de Sacoa? ¿No? Mientan y digan que sí así no me siento tan viejo.
Me acomodé en un juego que se llamaba Final Fight que era de luchas callejeras. De repente se me juntó mucha porteñada alrededor mio. Era mi momento, el momento del cabecita mostrándole a los porteños cómo se juega al final fight. Me hicieron re cagar en la segunda pantalla. Se acabó la canchereada y volví con mi vieja a mi querido Tucumán.
La segunda vez que visité Buenos Aires fue ya de zonzo grande y por motivos laborales. La empresa a la que había ingresado me enviaba a la capital para que asista a un curso para aprender a manejar un sistema. Una semana tenía que quedarme.
Partí de la terminal nueva (acá en Tucumán le decimos terminal nueva a la que se inauguró el 1992, somos relocos) y después de 18 horas de viaje llegué a Retiro.
El horario de llegada fue a las 8 en punto. El curso empezaba a las 9. Llego a la fila de espera de taxis ... eterna, parecía que repartían planes. Agarro la valijita y me mando a la vereda. Veo una estación de servicio y cazo un taxi. Llegué al hotel, me bañé (ese día me tocaba), me cambié y me subí a otro taxi para llegar justo en horario. Aclaro, para pagar un taxi en Buenos Aires tenés que vender un riñón.
Este ser humano estaba en ayunas, no había tenido tiempo de desayunar; asi que el horario de almuerzo fue una verdadera bendición para mi estómago.
Como eran gastos a rendir, tenía que conseguir un comprobante. No conocía nada. Era el único del interior en ese curso y enfilé por la calle Rodríguez Peña un par de cuadras y encontré un super chino.
En la puerta había un oriental sosteniendo una escoba.
Medio desconfiado lo encaro:
Fer: "Capo, ¿tenés factura para darme?" (Capo, sí)
Chino: "Fatulaaaaa ... sí, fatula sí"
Me fui directo al sector de verdulería y agarré dos manzanas. (era la versión frutal de la célebre frase "dos empanadas")
Fer: "¿Seguro maestro? Mire que tengo que rendir el gasto."
Chino: "No, no, no, no, fatula no, fatula con compla mayol a 100 pesos."
Fer: "Pará, si compro más de $10 tenés que darme factura."
Chino: "No, no, no, no, nada de fatula."
Fer: "Yo voy y pago ¿eh? Y me tenés que dar factura."
En ese instante me pegó el primer escobazo. Cinco escobazos en total recibí. Y así me sacó del negocio.
Volvi al curso sin almorzar.
El curso terminó bastante tarde por cierto y cuando llegué al hotel en el coqueto barrio de Recoleta la cocina ya estaba cerrada.
No me animé a salir a deambular de noche, ¿Y si aparecía una porteña y me violaba?
Así que miré al frente y ¿qué había? Otro chino.
Respiré hondo y entré. No tenía ganas de comer pesado, quería dormir, estaba cansado pero necesitaba alimentarme con algo liviano al menos. Me fui a la góndola de los yogures. Todas las marcas desconocidas. Eran frascos de vidrio con letras chinas y unas calcos minúsculas con su traducción al castellano. Me aseguré bien que sean yogures y no muestras de algo. Levanté un paquete de cereales y me fui a a hacer la fila para pagar, pensando en pedirle a la cajera (china lógicamente) una cucharita.
El flaco que estaba adelante estaba comprando dos gaseosas y le pidió a la china una bolsa.
China: "Bolsa no, bolsa tlael usted de casa, si viene a complal tiene que tlael bolsa, acá no se legala nada"
En fin, saben qué sabroso se siente comer el yogur con los dedos ... es un manjar.
Ni en pedo le pedía cuchara.

PD: no volví nunca más a los chinos, ni en Buenos Aires, ni en Tucumán.

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