martes, 14 de marzo de 2017

Yo quiero a mi bandera.

En la primaria había logrado desprenderme de mi querida señorita Teresita y había sobrevivido a la terrible señorita Elvira. Este proyecto de ser humano se encontraba ahora frente a la señorita Senda. Sí, como el auto. ¿Chocado? Quizás.
Cuarto y quinto grado pasaron sin mucha pena y sin tanta gloria. Buenas notas, el quilombero de siempre, las peleas de cada semana y no mucho más. Algunas diferencias conceptuales respecto del método de enseñanza de la señorita Senda para ponerle un poco de pimienta.
En los dos últimos años llegaron las ganas de ser el abanderado del colegio. No era fácil la competencia. Estaban Pablo, Roque, Romina, Indiana (No Jones) y Ana, la de los ojos celestes. A favor tenía que yo aprendía todo más rápido que los demás. En contra, que no me gustaba estudiar aquello sobre lo cual no le encontraba sentido alguno. Es decir, todo lo que no sea estrictamente sumar, restar, multiplicar y dividir.
Yo, soy rebelde porque el mundo me hizo así ... así dice la canción y yo aspecto de rebelde no tenía. Lo más audaz en mi fachada era un rulo violento que me caía sobre la frente. Le dedicaba diez minutos para ubicarlo de manera precisa sobre mi amplia frente. ¡Qué chango fachero! pensaba el niño Fer. Hoy veo esas fotos y me pregunto cómo fue que mi vieja me dejó salir de casa así.
La cuestión es que no podía pasar de escolta. Escolta una vez, escolta otra vez, era versión alumno de la selección argentina. Siempre me quedaba en la final.
Hasta que una vez se alinearon los astros, justo para el acto del día de la bandera. Por escaso margen, me hice finalmente del puesto de abanderado. E iba a ser la única vez en mi vida que iba a serlo.
Me fui a la dirección del colegio, me dieron la bandera y me pidieron que esperara un momento. Me quedé solo por unos minutos con ese paño tan lindo. La tenía en mis manos. Y bueno, ya que estamos me dije, veamos cómo es para subirla y ponerla en el agujerito (con el perdón de la expresión) Tenía que practicar para no pasar papelones.
La levanté y sentía como que daba con algún tope arriba. No miré en esa dirección, simplemente me dediqué obstinadamente a forzar la situación hasta que logré meterla (nuevamente, sepan disculpar la expresión)
Soy hombre, soy básico, elemental, y por sobre todas las cosas, zonzo.
Decidí finalmente mirar hacia arriba. Había arruinado el techo de la dirección. Un hermoso cielorraso destrozado por el abanderado. Había rastros de cielorraso alrededor mio, sobre mi cabeza y sobre el espantoso blazer bordeaux del uniforme.
Hice desaparecer los rastros del crimen debajo del escritorio de la señorita directora de manera cronometrada. Justo apareció la directora para buscarme cuando yo ya estaba hecho un señor.
Sepan entenderme, no podía permitir que ese crimen me quite la tan anhelada bandera. Era una cuenta pendiente del jardín de infantes. En tu cara señorita del jardín.
Impune, me fui al salón de actos y ahí estaba todo el colegio y me paré frente a los alumnos que tenían que hacer la promesa a la bandera. Me temblaban las manos, un poco por la estupidez que había cometido minutos atrás y otro tanto por la emoción que sentía.
Estaba mi vieja, la señorita Teresita, las hijas de Satanás (Elvira y Senda), estaban mis escoltas, Roque y Ana (la de los ojos celestes), levanté la bandera y finalmente, sueño cumplido, en el momento más lindo para ser abanderado, ahí estaba yo, la tenía en mis manos.
Como dije antes, nunca más tuve esa oportunidad. En lo que quedaba de primaria sentí que ya estaba hecho, y en la secundaria ... ya les contaré sobre la secundaria.
No hay bandera más linda que la nuestra amigos, y la manera más linda de izarla a diario es ... hacer bien las cosas, nada más.

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