Lauti: “Papá, contemos historias
de miedo.”
Fer: “Bueno enano, pero empezá
vos.”
Lauti: “Había una vez, una añaña,
que tenía, muchos hijitos añaña, y había dos hermanitos, que estaban dormidos,
y las añañas se acercaban, despacito, despacito, despacito … y de yepente,
AAAAHHHH!”
Lautaro tiene cuatro años y
medio. Tenía uno y medio cuando me fui de casa. Prácticamente se crió de ese
modo. Antes de separarse, cuando hay hijos de por medio, uno se plantea fechas
que parecen sensatas pero no lo son. Cuando sean más grandes, cuando tengan
doce años, cuando terminen la secundaria, cuando se casen, cuando … cuándo
carajo pensabas ser feliz.
Lautaro: “Papá, ¿tiene cebolla la
comida?”
Fer: “No mi amor, no tiene nada
de cebolla.”
Lautaro: “Y eso qué es papá”
Fer: “Es carnecita pero se quedó
así transparente porque se cocinó mucho.”
Me voy a ir al infierno.
El enano no se crió como Lucía,
probando todo lo que yo cocinaba. Se engancha cuando hay que preparar algo,
pero no tiene un universo de sabores en su paladar. Con él hay que hacer un
laburo fino.
Lautaro es delgado pero fibroso, tiene
ojitos chinos cuando ríe, habla fuerte y abraza más fuerte aún. Ah, y cuando
besa, él besa, no pone el cachete. Él tiene que besarte. Es tímido, a veces muy
tímido. Lautaro llena la casa cuando está. Y cuando se va, a contramarcha de lo
que afirma Bruno Sotos en su canción, da bastante rabia saber que corro por sus venas y
no poder abrazarlo.
Lautaro: “Zintia, ¿me enseñas a
pintar?”
Lautaro la conoció al mismo
tiempo que Lucía. No se entregó así nomás, pero el recelo le duró menos de un
mes. La petisa no necesitó comprarle nada. Simplemente estuvo. Cuando el enano
llega a casa, la primer pregunta que hace es: “¿Y Zintia?”
Lautaro: “Zintia, yo soy tu bebé.
El papá no, el papá ya es gande.”
También me vuelve loco. Una vez
que pierde la timidez es capaz de subirse a un avión si me descuidé. Sus juegos
favoritos son “el almohadón incómodo”, “el hulk pequeño” y “el señor que se
roba el bebé”. Son todos juegos inventados por nosotros. Si fuera por él
comería empanadas toda su vida. Las ama tanto como yo lo amo a él.
Lautaro: “Yo primero fui bebote,
después fui bebé y ahora soy niño.”
El chango la tiene clara. Es reservado
y perseverante. No tira la toalla, el enano insiste hasta que le encuentra la
vuelta. Se puede quedar horas pintando o escuchando cuentos.
Lautaro tiene una mirada tierna. Me
mira y siento que los latidos de mi corazón quedan suspendidos.
La risa de Lautaro explota. Es imposible
pedirle que hable en secreto. ¿Les dije que abraza fuerte? Cuando te abraza
sentís su amor. De verdad, no me van a dejar mentir los que tuvieron el placer
de recibir esos bracitos. Lautaro te abraza y te regala un mundo.
Lautaro: “Papá, quiero que
juguemos, pero primero me alzas en los hombros, pero antes comprame un caramelo,
pero antes haceme dar vueltas.”
El enano hizo que mi paciencia se
haga elástica. Tensa la soga, todo el tiempo me pone a prueba para conocer sus
límites.
Todos los planes que hago, todos
se quedan cortos con él. Todo es poco, todo es una vuelta más, un ratito más,
uno más. La vida no me alcanza.
Lautaro: “Papi, te quielo decir
una cosa, te quielo mucho.”
Fer: “Yo también enano hermoso.”
Lautaro se despierta con una
sonrisa y se duerme con otra. Y cuando lo veo despertarse también sonrío, y
cuando lo veo dormido y en paz, me saca otra. Con esas sonrisas me paga el día
y quedo debiéndole el vuelto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario