A la primera persona que le dije
esa frase fue a mi papá. Fue en la última charla que tuvimos. La conversación
de las confesiones y de los perdones que ya supe compartir con ustedes.
No creo ser el dueño de la verdad
y cambio de opinión con cierta facilidad. Pero hasta el día de hoy sostengo
eso: todos nacemos sapos. Varones y mujeres. Nadie nace príncipe azul ni
princesa soñada.
Personalmente tuve mis momentos
en que llegué a ser el príncipe azul para alguien, pero también otros donde
retrocedí hasta renacuajo. Y a veces fui el príncipe azul para la persona
equivocada y también el renacuajo con quien no lo merecía.
Fue afectuoso, atento, caballero,
romántico, pervertido pero también desatento, frío, hiriente e infiel. De repente
dejé de ser un niño pero a veces me seguí comportando como tal y no en el buen
sentido.
Pero también vi las dos caras de la
moneda en mis parejas.
No me privé en mis relaciones, me
casé con mi novia número trece. Sí, justo. Tuvimos una primera mitad muy buena
pero todo se fue al carajo en algún momento. Nadie vive del amor pero si el
amor se va, no queda nada. Me quedaron dos hijos hermosos que me quitan el
aliento tan solo por pensar en ellos. Separarse de la pareja no es duro. Duro
es dejar a tus hijos cuando vivías para ellos. Para mí ya no existen las
charlas difíciles después de haberle contado a Lucía que su papá se iba y haber
tenido que soportar, solo, sus ruegos y ver correr los lagrimones más grandes
que vi en mi vida. Todo lo que sigue es un juego de niños.
Me fui de la casa que construí
pero que dejó de ser mía una medianoche cargando mi ropa y calzado en unas cuantas
bolsas de consorcio.
Fer: “Ma, me separé, llego en
veinte minutos.” Y hasta luego.
Uno pierde el norte. Hace menos
de un año salía de una enfermedad que casi me arranca de este mundo y ahora
estaba separado de mis hijos, de lo único que me motivaba a salir de esa cama
en el hospital. Y no era fácil, había un llanto agazapado al caer la noche que
terminaba por arrebatarme las madrugadas.
Tomé clases de baile, sí, de salsa
y bachata para ser más preciso, pero eso merece post aparte. ¿Quién ser, qué
ser? Mi mente era la tormenta perfecta.
En medio de esa tormenta me
enamoré. Cómo empecé esa relación también merece post aparte. Esa relación, por
la que nadie hubiese dado dos pesos aguanta, vive y resiste todas las tormentas
que llegaron. Tormentas ajenas y propias. Que esa mujer sacó lo mejor de mi no
tengo dudas. Que si estaremos juntos toda la vida no lo sé. Pero me sigue
poniendo intranquilo cuando no me manda un mensaje para saber si llegó bien y
eso, creo, significa mucho.
Ayer escribía que ojalá nunca me
falte alguien a quien dedicarle algunas líneas. Dios quiera me broten mejores
palabras que estas que le escribí una noche de luna llena en Cafayate:
Historia.
Esta es una historia que se
escribe a dos manos,
una tuya y una mía.
En esta historia yo descubro,
y vos sos gema escondida.
Descubro que el sol y tu piel
hablan el mismo idioma;
que tus caricias reparan
cicatrices,
y que tus labios esculpen brasas de
un fuego eterno.
En esta historia yo te descubro
cada amanecer,
y vos conseguís resucitarme cada día.
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