lunes, 6 de febrero de 2017

Todos nacemos sapos.



A la primera persona que le dije esa frase fue a mi papá. Fue en la última charla que tuvimos. La conversación de las confesiones y de los perdones que ya supe compartir con ustedes.
No creo ser el dueño de la verdad y cambio de opinión con cierta facilidad. Pero hasta el día de hoy sostengo eso: todos nacemos sapos. Varones y mujeres. Nadie nace príncipe azul ni princesa soñada.
Personalmente tuve mis momentos en que llegué a ser el príncipe azul para alguien, pero también otros donde retrocedí hasta renacuajo. Y a veces fui el príncipe azul para la persona equivocada y también el renacuajo con quien no lo merecía.
Fue afectuoso, atento, caballero, romántico, pervertido pero también desatento, frío, hiriente e infiel. De repente dejé de ser un niño pero a veces me seguí comportando como tal y no en el buen sentido.
Pero también vi las dos caras de la moneda en mis parejas.
No me privé en mis relaciones, me casé con mi novia número trece. Sí, justo. Tuvimos una primera mitad muy buena pero todo se fue al carajo en algún momento. Nadie vive del amor pero si el amor se va, no queda nada. Me quedaron dos hijos hermosos que me quitan el aliento tan solo por pensar en ellos. Separarse de la pareja no es duro. Duro es dejar a tus hijos cuando vivías para ellos. Para mí ya no existen las charlas difíciles después de haberle contado a Lucía que su papá se iba y haber tenido que soportar, solo, sus ruegos y ver correr los lagrimones más grandes que vi en mi vida. Todo lo que sigue es un juego de niños.
Me fui de la casa que construí pero que dejó de ser mía una medianoche cargando mi ropa y calzado en unas cuantas bolsas de consorcio.
Fer: “Ma, me separé, llego en veinte minutos.” Y hasta luego.
Uno pierde el norte. Hace menos de un año salía de una enfermedad que casi me arranca de este mundo y ahora estaba separado de mis hijos, de lo único que me motivaba a salir de esa cama en el hospital. Y no era fácil, había un llanto agazapado al caer la noche que terminaba por arrebatarme las madrugadas.
Tomé clases de baile, sí, de salsa y bachata para ser más preciso, pero eso merece post aparte. ¿Quién ser, qué ser? Mi mente era la tormenta perfecta.
En medio de esa tormenta me enamoré. Cómo empecé esa relación también merece post aparte. Esa relación, por la que nadie hubiese dado dos pesos aguanta, vive y resiste todas las tormentas que llegaron. Tormentas ajenas y propias. Que esa mujer sacó lo mejor de mi no tengo dudas. Que si estaremos juntos toda la vida no lo sé. Pero me sigue poniendo intranquilo cuando no me manda un mensaje para saber si llegó bien y eso, creo, significa mucho.
Ayer escribía que ojalá nunca me falte alguien a quien dedicarle algunas líneas. Dios quiera me broten mejores palabras que estas que le escribí una noche de luna llena en Cafayate:

Historia.

Esta es una historia que se escribe a dos manos,
una tuya y una mía.
En esta historia yo descubro,
y vos sos gema escondida.
Descubro que el sol y tu piel
hablan el mismo idioma;
que tus caricias reparan cicatrices,
y que tus labios esculpen brasas de un fuego eterno.
En esta historia yo te descubro cada amanecer,
y vos conseguís resucitarme cada día.

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