domingo, 5 de febrero de 2017

Pasiones.

Cuando era chico en casa siempre había olor a comida. El almuerzo de turno que estaba marchando y la bendita sopa. El primer aroma que golpeaba mi nariz cuando volvía del colegio me anunciaba ya qué iba a comer. Y si el aroma no era muy simpático ya empezaba a entretejer alguna excusa para no comer. De todos modos con el tiempo aprendí a comer de todo. Así nació una de mis pasiones, viendo cocinar a mi abuela. No soy chef profesional ni por asomo, pero amo cocinar, para mi es un cable a tierra único.
Lo primero que cociné fueron unas milanesas a mis doce años. Después de eso rara vez toqué la cocina, pero me gustaba mucho leer libros con recetas. Una vez que me fui de casa me di el gusto de cocinar todo a mi modo. En la casa de Bernarda Alba era muy difícil tomar el control de la cocina.
Hoy Lucía va queriendo seguir mis pasos. Era inevitable. Cuando ella era bebé y a mi regreso del laburo la sentaba en el cochecito y le iba contando qué cocinaba y cómo. Cuando tenía dos años la dejaba que me ayude mezclando cosas e iba probando. Por suerte hoy Lucía come de todo creo que gracias a eso. Y hoy también prefiere ver un programa de cocina antes que el dibujito de moda. Cocinar con ella es mágico. Todo tiene sentido.

Con la lectura tuve una conexión temprana. Desde los dos años aproximadamente que mi vieja me leía todos los días un cuento de un libro bien gordo con tapa verde y que tenía 365 historias. A los cuatro años ya me sabía de memoria todos los cuentos así que podía advertir cuando mi vieja se salteaba un párrafo para acelerar el trámite porque estaba cansada. Mi vieja evidentemente me tuvo una paciencia enorme porque a pesar de que estaba agotada se tomaba el tiempo para terminar el cuento.
Harto de no tener a alguien que me lea todo el tiempo (yo era muy rompe bolas evidentemente) aprendí a leer solito a los cuatro años. Lo primero que leí fue una historieta del diario. Y no paré más. Todas las semanas renovaba el stock de historietas en las casas de canje de revistas. Me leía un atlas, una enciclopedia, una historieta o un diario. Y nada era suficiente. El resultado fue que en jardín de infantes me aburrí tremendamente. Ya sabía contar hasta mil y leer de corrido lo que me pongan en frente.
Seguramente de tanto que leí fue que empecé a escribir. Lo primero que escribí fue un cuento sobre mi perro Batuque. Vaya uno a saber dónde habrá quedado ese valioso manuscrito. Me gustó pero no tomé el hábito de escribir porque me sentía raro haciendo eso. Fue de grande que retomé la escritura. Empecé con un blog del cual me aburrí a la semana. Un año después abrí otro blog donde escribía cualquier cosa que se me venía a la cabeza. Tuvo cierto éxito pero a los tres años también me aburrí. Luego seguí escribiendo en privado y cada tanto compartía algo en las redes sociales.
Para escribir hay que tener cierta dosis de creatividad, por más que lo que redactes sea completamente cierto. Lautaro tiene ese don pero potenciado por mil. Lautaro es un capo, cuando jugamos a inventar cuentos, los mejores son los de él por lejos. Con mucha simpleza crea mundos imposibles. Imaginar historias con él es de lo más lindo que puede existir.

Mis pasiones, las que no me hacen llegar a fin de mes, pero que son las que me hacen sentir vivo.
Ojalá nunca me falte para quién cocinar y alguien a quien dedicarle algunas líneas.

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