jueves, 13 de diciembre de 2018

La lluvia.

Eran casi las 20 horas de un día miércoles de primavera. Yo estaba apurado. Corría contra el reloj y contra la tormenta que se avecinaba.
Las 20 horas estaban señaladas con una alarma en mi celular. Tenía tres alarmas en realidad, a las 19:45, a las 19:55 y a las 20:00 de lunes a viernes. Siempre el tiempo fue importante para mi. Metódicamente repartía mis actividades con la mayor precisión posible. Lógicamente, quedaba margen para los imprevistos. Y ese día estuvo lleno de imprevistos.
Ya había sonado la primer alarma cuando corrí hasta el taxi que estaba estacionado y me subí de prepo.

Fer: "Señor, me lleva hasta Congreso y Uttinger por favor"

El chofer miró las nubes negras y los flashes que se disparaban amenazantes, iluminando la ciudad y sintió el viento, ese típico viento que notifica de manera fehaciente que la lluvia está próxima a llegar. Él debio haber notado mi preocupación.

Chofer: "Bueno, vamos."

Al minuto la tormenta desplegó su show. Una lluvia intensa junto al viento que acompañaba la sinfonía celestial. Llegamos al filo de la segunda alarma. Le pedí al taxi que me espere. Abrí el paraguas y lo apunté hacia el sur; desde ahí venía la tormenta. Crucé la calle y me dirigí hacia la puerta del jardín maternal donde estaba mi hija.

Fer: "Hola, vengo a buscar a Lucía."

Ella vino tomada de la mano de una seño. No recuerdo el nombre de la seño, no soy bueno para eso. Tampoco tenía ojos para otra persona en ese momento. La alcé en mis brazos y la cubrí por completo con el paraguas.
Crucé nuevamente la calle y con mucho cuidado la senté dentro, evitando que se moje. Cerré el paraguas y ya empapado, me senté a su lado.
Le indiqué el camino a casa al chofer y partimos hacia allí.

Lucía: "Papi tengo miedo"
Fer: "Está bien tener miedo. Contame qué te asusta."
Lucía: "Los truenos, los truenos me dan mucho miedo"

Dijo eso, me abrazó y hundió su cabecita en mi pecho intentando silenciar al mundo.
Llegamos a casa. La calle era un río. Desafiar al viento con el paraguas era poco menos que una utopía. Pero había que intentarlo. No iba a dejar que mi hija se moje.

Fer: "Enana, agarrate fuerte"

Me despedí del chofer, agradeciéndole. Abrí el paraguas y la cubrí por completo. Nos dirigimos hacia el acceso bajo los efectos especiales de la naturaleza y en el preciso instante en que cruzábamos el portón se enganchó mi paraguas con el marco, haciendo que un chorro inmenso de agua caiga sobre mi hija.

Lucía: "¿Estoy mojada papi? ¿Por qué no me tapaste bien papá?"

En más de una ocasión sentí que fallaba en mi rol de padre, pero ese descuido fue fatal para el rincón de mi cerebro que administra la memoria.
Entramos a la casa, le preparé una ducha caliente y la abrigué. Le preparé la cena y la hice dormir mientras escuchábamos una canción de Vicentico.
Ella ya se había olvidado de que se mojó pero me fui a dormir con ese descuido retumbando en mi mente.

Actualmente, ese descuido se transformó en una alarma para mi. De esas alarmas que no hace falta grabarlas en un celular. Se convirtió en una alerta, en un "¿estás haciéndolo del mejor modo posible?"
Actualmente, ella le sigue teniendo miedo a los truenos.
Y actualmente, ella sigue hundiendo su carita en mi pecho.

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