jueves, 20 de diciembre de 2018

Las Navidades pasadas

Lo primero que viene a mi mente cuando busco el recuerdo navideño más lejano, es mi ansiedad por armar el arbolito. En la casa de Bernarda Alba ese arbolito estuvo por 38 años. Era de color verde, mediano y lo llenábamos de adornos y luces.
Una vez terminado ... el momento cumbre: encender las luces. Y contemplar en silencio. Silencio solamente interrumpido por un "qué bonito" de algunas de las mujeres. Yo lo miraba embelesado e imaginaba los regalos.
Si bien siempre en casa había olor a comida, ese día los aromas se acentuaban. Desde temprano el horno estaba funcionando. El olor a pollo o a cerdo de repente perfumaba cada ambiente del hogar y hacía que cada persona que pase por la vereda de casa inevitablemente respire profundo.
Si me preguntan a qué huele un hogar, para mi un hogar huele a hornallas encendidas. Cada perfume que nace en el corazón de la casa, en la cocina, hace que esa casa se transforme en hogar.
De repente empezaban a salir los sanguchitos de miga, tapados con un repasador (para que no se sequen según la matriarca, pero seguramente también para evitar que vaya a robar alguno antes de tiempo)
Después empezaban los turnos para bañarnos y ponernos lindos.

Fer: "Ma, ¿puedo salir a jugar hasta que esté la comida?"
La Gringa: "Bueno, pero ojito con ensuciarte eh, mirá que ya estás bañado"

Perdón ma, perdón por todas las veces que volví con las rodillas negras esas nochebuenas.
Me juntaba con los amigos de la cuadra para tirar cohetes (en esa época no teníamos conciencia de lo mal que les hacía a los perros o a otros niños), para charlar sobre los regalos que esperábamos y esperando las voces de las madres llamándonos para cenar.
Y sí, llegaba el momento de sentarnos en la mesa a compartir la comida. Fuimos bendecidos, siempre pudimos compartir una mesa navideña en paz.
En medio de la cena de repente aparecían los regalos alrededor del arbolito. Yo comía apurado, como si acelerando la cena las doce iban a llegar antes.
Finalmente llegaban las doce, las mujeres de casa se abrazaban y besaban y brindaban con sidra o ananá fizz. Yo las besaba rapidito y me iba como flecha hacia los regalos, para destriparlos.
Le apuntaba al envoltorio más grande primero, seguro era un juguete. Cuando era niño, no existía la variedad de juguetes que hay ahora, pero siempre fueron buenos regalos. Nada de lujo, pero siempre me dibujaron una sonrisa.
Y luego estaba el envoltorio blandito, seguro eran los slips o las medias que mandaba la tía Mecha.
Una desazón ... en fin.
Después de eso salía a la calle, a compartir los juguetes nuevos con mis amigos, a tirar más cohetes y ya las rodillas estaban más negras y mi cuerpo transpirado a más no poder.
Cuando ya la madrugada nos abrazaba algún vecino sacaba los parlantes a la vereda, y toda la cuadra era una sola casa. Los vecinos llegaban a casa a compartir clericó, alguna sidra, más sanguchitos.
Llegaba el momento de regresar a casa. Empezamos a sentir los gritos de las madres invocándonos. Les pedíamos una tregua para buscar cohetes que no hayan explotado, así juntábamos la pólvora y hacíamos una fogata fugaz.
Así, con esa luz repentina, se apagaba la Nochebuena y nos íbamos a ... bañarnos y a la cama.
De ese modo pasaron muchas Navidades. De adolescente no cambió mucho. Faltaban los juguetes, pero los slips de la tía Mecha estaban ahí. Las juntadas con los amigos eran con sidra. Pero yo seguía buscando cohetes que no habían explotado. Me costaba soltar esa parte de mi infancia.
Les decía que el arbolito estuvo 38 años en la casa de Bernarda Alba. El pobre estaba en las últimas, asi que el año pasado le regalé a mi vieja un árbol nuevo. Es blanco, es mediano, tiene adornos rojos y azules y luces que titilan.
Y ahora tiene las cartas de mis hijos.

Lau: "Papá, tachame el Bumblebee, ya no lo quiero, quiero el Iron Man con armadura"
Lu: "Papi, ya dejé la carta, quiero un vestido de princesa"
Lucía siempre tiene un as bajo la manga para sacudirme.
Lu: "Y también quiero que nunca nos faltes."
La vida nos pone en diferentes roles. Somos tan solo actores que pretendemos estar a cargo de la obra. Pero no. El papel de director nos resulta ajeno. Ahora, con cada Nochebuena que paso con mis hijos, soy yo el que coordina los tiempos de los baños y de la cena.
Ellos reciben sus juguetes ... y un paquetito con ropa interior que manda alguna tía.

Salen a tirar fuegos artificiales (sólo con luces, nada que explote), a jugar con sus amigos (los hijos de mis amigos) hasta que sea la hora de invocarlos para que se bañen nuevamente y vayan a la cama.

La vida nos pone en diferentes roles. Sí, siento nostalgia por el anterior papel pero a este, a este no lo cambio por nada en el mundo. No tengo mejor plan que ver felices a las personas que amo.

Salud por las Navidades pasadas. Y por las futuras. Que serán tantas como la vida lo decida.

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