sábado, 21 de marzo de 2020

El pibe más limpio del mundo.

Año 1992. La tele estaba gran parte del día congelada en MTV. Sonaban Radiohead, Roxette, Ace of Base, Bon Jovi, Nirvana y Whitney Houston con su eeend aaaaaiiaaaaiiii uil ooolueeeiiis loooviuuuuuuuuuuuuuu.
Y yo tenía un walkman, un tesoro de la tecnología de entonces. No es momento de develar qué escuchaba en ese aparatejo. Hasta que llegué el momento oportuno, le doy tiempo a las nuevas generaciones para que busquen respuestas en Google.
Mi vieja no entendía bien qué me ocurría. No había en esos años un audio de WhatsApp con todas las respuestas. De repente, me gustaba bañarme. Mucho. Atrás había quedado el niño dulce, nerd y reacio a bañarse. Ahora era un adolescente de 13 años nerd, prolijo y amargo.
Eran años donde MTV solo reproducía videos musicales. Y había algunos que a los chicos de esa edad nos permitían que aflore la imaginación erótica. No voy a nombrar esos videos, calma. Sólo diré que una cosa llevaba a la otra y:
-¡Ma, entro a bañarme!
-¿Otra vez? ¿Te sentís bien? (atravesada en el pasillo que llevaba al baño)
-Si ma, permiso (intentando retener mentalmente las imágenes del video)
-¿Querés que te prepare una merienda?
-Bueno, dame permiso
-¿Qué te parece un licuado de banana con leche?
-Me parece re oportuno
Actualmente prefiero el de durazno. Con leche, claro está.
Pero si bien los videos de MTV eran una fuente de inspiración aceptable, había otras alternativas. Pero como todo en este mundo, a mayor beneficio, mayor riesgo.
La siguiente fuente era el video club del barrio. No, no podía alquilar una película condicionada. Y además, el video club (paren la pelota jovencitos, vuelvan a googlear) era uno de barrio, cero glamour. No había secciones separadas, no señor. Esas películas tan añorada estaban en un rincón, entrando, a mano izquierda hacia el final, pegado al mostrador. Memoria emotiva.
Tampoco podía levantar una película a mirotear alevosamente la carátula. No, tenía que disimular que estaba interesado en los clásicos del cine mundial y, disimuladamente, espiaba las imágenes de las tapas mientras el dueño estaba mirando a otro lado. Ese proceso tan estresante de fijación mental llevaba su tiempo. Luego de eso, tenía que alquilar algo, lo que sea, lo importante era tener una salida limpia y rápida. Nunca pasó eso. Siempre el tipo demoraba en desocuparse. Siempre. Por gente como él existe Netflix.
Luego, tenía que unir rápidamente las cuatro cuadras que separaban el vídeo club de mi hogar, rogando que nadie quiera conversar conmigo en el camino porque ya saben, la fijación mental. Pero el destino siempre tenía algo preparado. De repente me cruzaba a Rosarito, la señora vecina que todo sabía ya que siempre estaba frente a su casa, pendiente de todos los sucesos del barrio. He cambiado el nombre de la señora para proteger su identidad pero los vecinos que me leen ya saben de quien hablo.
-Hola, ¿cómo estás? ¿Qué andas haciendo?
-Hola señora, voy apurado, llevo una película
-Ah qué lindo, qué llevas... Parece linda che, ¿cómo está tu mamá?
-Bien por suerte
-Me alegro... ¿Vas a ver la película con ella?
- Si
-Bueno, cuídate, comé, te veo muy flaco, metele una buena merienda
-Seguro
-Un buen licuado de banana con leche, qué cosa rica. Y nutritiva.
-Riquísimo. Permiso
Y después de toda esa odisea:
-Ma, entro a bañarme
-Espera, merendar antes
¿Es necesario que les diga en qué consistía la merienda?
Aproximadamente tres eternidades después, ese baño ya no tenía sentido.
Bien, la tercer y última fuente de inspiración eran las revistas porno. Era lo más directo, pero tenía sus contras. Primero, había que tener dinero y segundo, había que animarse a ir hasta el kiosquero y pedirle que te venda una porno. Porque todos, además de ser unos pajeros, eramos bastante pelotudos.
Por lo general, dentro del grupo, el que sacrificaba el dinero mensual era yo. Porque héroe se nace. Entonces elegía un kiosco de una zona que yo no transite habitualmente, lo merodeaba, lo acechaba, lo medía y luego de unos minutos, con voz aflautada le decía:
-Señor, me vende esa revista por favor
-¿Cuál? (a los gritos, porque hijo de puta se nace)
-Esa (señalando sin mirar)
-¿La porno? ¿Cuál de todas las porno?
-No señor, deme la Billiken (vuelvan a googlear)
Me iba derrotado.
Pero había kiosqueros que no disfrutaban viendo padecer a un mocoso y nos vendían lo que para entonces en el grupo representaba un verdadero tesoro, una puerta al conocimiento sexual ilimitado.
Como yo era el que compraba, era el primero en verla. De más está decir que yo estaba más limpio que nunca en esos días.
Luego, la revista pasaba de mano en mano. No voy a hacer mención al estado de la revista al final de la gira. Pasemos por alto ese tema. Digamos simplemente que en esos días, mientras la revista gozaba de buena salud, todos los muchachos brillábamos de limpios.
Por algo esa generación es tan memoriosa. Y pulcra.
El intervalo entre cada suceso narrado consistía, entre otras actividades, en escuchar una y otra vez el cassette de Jazzy Mel en mi walkman (nuevamente vayan a googlear y luego escuchen Fue Amor y Conociéndote feat César Banana Pueyrredón) Si, banana, otra vez. A esta altura luce como una obsesión fálica y frutal, pero les juro que no.

  • En fin, debo abandonarlos, necesito darme un baño. 

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