sábado, 11 de julio de 2020

El viajero


-Usted conoció a tres mujeres en su vida. Y las tres son la misma persona. Una de ellas fue su novia. La siguiente, cuando su novia se transformó en su esposa. Y finalmente, la tercera, es su ex esposa.
Admito que me asusté al verlo. El hombrecito, un anciano, estaba sentado sobre el inodoro de mi baño. Eran las 6:00 am del jueves 1 de Julio de 2021. Yo iba como todos los días hábiles, a lavarme la cara y hacer mis necesidades para luego ir a trabajar, pero ahí estaba él, hablándome mientras limpiaba sus gafas en su saco. Su aparición me sobresaltó, más a esa hora, ¿Quién espera hallar a un desconocido en el interior de su casa, hablándole a uno con total parsimonia como si fuese algo normal? Yo no iba armado al baño. Tampoco tenía armas en mi departamento. Tan solo llevaba mi celular para entretenerme mientras estaba sentado haciendo … bueno, lo que hacen todos ustedes cuando van al baño. Y no iba a arrojarle mi celular a un anciano, ¿qué podía hacerme una persona de avanzada edad? Además, mi celular era nuevo, no tenía ganas de comprar otro.
-         No se inquiete Carlos, tengo tan solo diez minutos para hablar con usted. Luego, debo retornar a mi tiempo.
-         ¿Cómo sabe mi nombre? ¿De qué tiempo me habla? ¿Quién es usted? ¿Cómo entró a mi departamento?
El anciano se incorporó con dificultad. Me dio pena y casi que le ayudo a pararse.
-         Carlos, usted y yo somos la misma persona. Yo soy su versión de 85 años.
-         Imposible. Usted evidentemente necesita ayuda y yo no soy la persona indicada. Acompáñeme por favor, vamos a buscar al portero y él seguramente sabrá a quién llamar. Alguien debe estar muy preocupado por usted, lo deben estar buscando.
-         Carlos, este es mi tercer y último intento para hacer bien las cosas. Cada interrupción suya, me quita tiempo para explicarle a qué vine.
-         Señor, no quiero usar la fuerza para sacarlo de mi departamento, pero si no me deja opción, tendré que hacerlo.
-         Lo sé, Carlos, la primera vez que vine, hace cuarenta años, usted me echó a empujones y tuve que explicarle todo desde detrás de la puerta. Para entonces mi versión del futuro tenía 55 años. Claro, lo asusté y usted con razón me corrió.
-         Le aseguro que no quiero hacerle daño, solo necesito que se retire de mi departamento.
-         Inevitablemente dentro de poco menos de nueve minutos me habré ido frente a sus ojos. Le pido por favor que me escuche en lo que resta de tiempo. Ocho minutos y medio pueden ser la mejor inversión de nuestra vida.
-         Mire señor, una vez que se acabe ese tiempo, usted deberá retirarse sin más excusas, ¿de acuerdo?
-         Así será Carlos, lo quiera yo o no, así será. No lo tuteo porque cuando uno se hace grande deja de tratar de vos a las personas. No sé si ocurrirá con todos, pero al menos con nosotros eso pasará. Pero no quiero irme por las ramas. Como le dije, yo soy usted a los 85 años de edad. Hoy es el jueves 1 de Julio de 2021 y son las 6:02 a.m. A las 7:15 a.m. del día de hoy usted enfrentará una situación que lo llevará a tomar una determinación que perjudicará nuestra vida. No puedo decirle de qué se trata concretamente debido a que hay reglas para los viajes en el tiempo. Primero le informo que no cualquiera accede al beneficio de viajar hacia atrás para intentar corregir el curso de su vida. Hay que tener ciertos contactos y me costó mucho lograrlos. Segundo, no se pueden hacer todos los viajes que uno desee. Se tienen tres oportunidades. Esta es la tercera y última. Las dos anteriores no sirvieron para nada. Indefectiblemente usted volvía a hacer lo que hice yo, como si el tiempo fuese un monstruo invencible. Luego, entre cada intento deben pasar al menos quince años. La primera vez fue la que le conté hace un instante, a nuestros 55 años. La segunda fue a los 70 años y todo terminó peor que la primera vez, con usted accidentado por el susto de verme. Se cayó y se golpeó la frente con el lavamanos y se abrió la piel. Corrió mucho sangre. ¿Ve esta marca sobre mi ceja derecha? Bueno, es un regalo de nuestro segundo encuentro. Finalmente a nuestros 85 años llegó el tercer y último intento. Tampoco está permitido aparecer durante el transcurso del evento en sí, solo se puede hacerlo unos minutos antes. Como le dije antes, no puedo decirle exactamente de qué se trata ese evento que cambiará nuestras vidas para mal y para siempre. Es una regla que no puedo ni debo romper aunque me muera de ganas de gritarle que haga o no haga eso. Y aún si se lo dijera, temo que todo le sabría a cenizas y no quiero eso. Me queda poco tiempo, Carlos. Le dije que usted conoció a tres mujeres en su vida. Piense en eso, no lo pase por alto. Pero le aclaro que ella también conoció a tres hombres en su vida y son todos la misma persona, nosotros. Ahora a usted le queda poco tiempo hasta la llegada de ese hecho que definirá, ahora sí, de una vez por todas, de manera irremediable nuestro destino. Somos tiempo que se marcha. El presente es un fantasma que cuando intentamos verlo, ya se fue, nadie puede capturarlo. Quisiera darle un abrazo, pero no está permitido el contacto físico en los viajes por el tiempo. Lamento no poder hacerlo. Y lamento todo lo que ocurrió, todo fue mi culpa, nuestra culpa. De haber hecho lo correcto, yo no tendría la necesidad de estar rogándome a mi mismo que reconsidere algo que no sabe qué es. Cuando yo no esté, exactamente a las 7:15 a.m., por esa puerta de entrada ingresará una persona y a partir de entonces todo se desarrollará como siempre. O como nunca. Ya no está en mis manos. Le deseo la mayor de las suertes. La vamos a necesitar.
El anciano terminó de decir eso y se esfumó frente a mis ojos y dejó en el ambiente un perfume rancio y un ambiente enrarecido. Mi cerebro estaba a punto de estallar. Todo lo que acababa de ocurrir era impensado. Y no sabía muy bien cómo procesar tanta información. ¿De verdad esto estaba ocurriendo? ¿No habrá sido todo una pesadilla producto de comer pesado tan tarde o por esas flores que fumé? ¿Cómo ese anciano puedo ser yo? ¿Así me veré a los 85 años, tan arruinado? ¿O será que llegaré de ese modo por lo que debo o no debo hacer a las 7:15 a.m.? ¿Y qué será eso, de qué se trata todo esto y quién llegará a esa hora a mi departamento? ¿A hacerme o decirme qué? ¿Y qué carajo debo hacer o decir?
Hice el mayor esfuerzo para repasar cada palabra pronunciada por el supuesto viajero del tiempo pero no lograba reunir una frase coherente. Las imágenes estaban frescas. Recién ahora pude notar los agujeros producidos por polillas en el saco que portaba el anciano. Su calzado no era mejor. Habían sido negros y brillosos alguna vez sin duda, pero ahora estaban grises de tan gastados. ¿Quizás eso era la mejor parábola de mi destino?
Me senté en el borde de la cama. Me sentía mareado, casi borracho. Mi mente estaba agitada. Me tiré hacia atrás y todo daba vueltas a mi alrededor. Fui a los tumbos al baño rogando no encontrar a nadie más y me abracé al inodoro y vomité la cena. Cuando pude reincorporarme, me di una ducha, me vestí y me senté nuevamente al borde de la cama. Eran las 7:00 a.m.
Intenté distraerme leyendo las noticias, pero nada podía arrebatarme la atención. Todo el foco estaba puesto en ese bendito horario que determinaría mi suerte para el resto de mi vida. ¿Por qué demonios le creo a ese anciano? ¿No será todo un truco? Pero, ¿y si no lo fuera? ¿Y si de verdad estoy condenado irremediablemente? ¿Y si lo que haga o no haga ahora, evita que me convierta en ese despojo de humanidad? Quiero envejecer, pero en mejores condiciones. Son las 7:05 a.m. Parece que pasaron tres horas, pero es como si las agujas del reloj se burlasen de mi. Empecé a reconstruir las palabras del anciano. Las repasé y sopesé una por una. ¿Qué tendrá que ver mi ex mujer en todo esto? Es cierto que nuestra relación terminó mal, que ella es ahora una bruja. Digamos que de repente, cuando nos casamos, sentí que se quitó una máscara y salió un dragón escupiendo fuego. De dragón a bruja no hay mucha distancia quizás. Y qué mierda es eso de querer aleccionarme, diciéndome que yo también cambié, si yo siempre fui el mismo, cómo puede decirme eso. Son las 7:10 a.m. El aire se siente pesado. Me cuesta respirar. Cierro los ojos y todo es insoportable. Hay demasiado ruido dentro mio. Los abro. Son las 7:13 a.m. ¿Y si esa persona que llegará a mi puerta viene a lastimarme? Debería protegerme por las dudas, pero como les dije antes, no tengo armas. Pero sí tengo un buen cuchillo en la cocina, quizás lo único que compré a gusto en ese bazar al que siempre iba contra mi voluntad con mi ex esposa. Me levanté a los tropezones y fui corriendo, abrí el primer cajón de la bajo mesada y volví a sentarme al borde de la cama con el cuchillo escondido debajo del pijama. Son las 7:14 a.m. Las cartas están echadas. Miro al reloj de pared como si estuviésemos hipnotizándonos mutuamente, en un vano intento por controlar al tiempo mientras el tiempo se burlaba de mi. Son las 7:15 a.m. Golpean a la puerta. No siento las piernas. Mi corazón late velozmente, camino como si flotase.  De repente, estoy frente a la mirilla. Del otro lado está Pedro, el portero del edificio. Mi mano derecha está sobre el picaporte, pero no me decido a abrir. Pedro toca el timbre. Finalmente, abro:
-         Buen día, Don Carlos, lamento molestarlo a esta hora pero vino la señora y estuvo dele y dele con que era importante que usted la reciba y como usted ya sabe que el portero eléctrico no funciona, pues acá estoy. Sepa usted disculparme lo inoportuno que pueda ser
Pedro hablaba sin pausas, como si no necesitase respirar. Mientras me decía eso miraba hacia dentro de mi departamento, temeroso de que justo me encuentre con alguna dama. Detrás de él estaba Luciana, mi ex esposa, quien me miraba fijamente y yo apenas pude sostener su mirada. Estaba impecable, con un traje que no había visto antes y le quedaba perfecto. Se puso los tacos más altos que tenía. Seguramente quería mirarme desde arriba, qué mina altanera.
-         No hay problema Pedrito, ella es bienvenida –le dije cargado de ironía.
-         La hipocresía no es necesaria Carlos –dijo ella mientras entraba a mi departamento con un gesto desagradable, tan propio de ella.
Despedí a Pedro y cerré la puerta. Eran las 7:18 a.m. Lo que debía suceder, estaba ocurriendo y todo estaba en mis manos.
-         Qué olor a perfume barato, Carlos, qué carajo estás usando. Mirate esa pinta, ¿no tenés que ir a trabajar dentro de un rato? Esperaba encontrarte más presentable. De todos modos lo que vine a decirte es breve, pero necesito que nos sentemos. Asi que vení, vamos a la mesa por favor.
Luciana siempre pedía por favor, pero todo era una orden. De todos modos, no quería discutir, al menos no ya, asi que la seguí hasta la mesa y me senté frente a ella. Luciana no dejaba de mirarme a los ojos. Había un fuego diferente en su mirada.
-         Lo sé todo Carlos. Lo sé absolutamente todo. Y lo sé desde hace mucho tiempo.
-         No entiendo a qué te referís, Luciana, y como dijiste, en un rato tengo que salir a trabajar y no me cambié aún.
-         Sé que me cagaste con mi hermana. Que se burlaban de mi en mis narices. Sé cuándo empezó y cómo, no vengo a preguntarte nada ni a pedirte explicaciones. Quizás ahora entiendas varios porqués. Acá tenés el porqué te quité todo, hasta la última propiedad, te vacié hasta la última cuenta bancaria, pero ahora Carlitos, vas a ver lo que es bueno. Ahora vas a tener que rogar ver a tus hijos. Porque no estoy conforme con lo que te arranqué, quiero verte arruinado, quiero que des lástima, quiero ver cómo te hundís en la mierda.
-         Luciana, no sé quién te anduvo con cuentos, pero te estás extralimitando. Los chicos no tienen porqué quedar en medio de esto. Las cosas de grandes son cosas de grandes.
-         Yo te quedé grande hijo de puta, yo te quedé grande –lo dijo mientras le dio un puñetazo a la mesa que casi derriba el florero que hacía las veces de centro de mesa. Nunca supiste qué hacer con tanta mujer, por eso fuiste a ocuparte de la zorra de mi hermana. Esa puta también tendrá su merecido, ya le llegará su turno. Pero ahora vengo a decirte esto, mirándote a los ojos, basura, a tus hijos, no los vas a ver más en tu puta vida, perro –descargó su odio en mi y sus ojos estaban a punto de romper en llanto.
En ese instante, el cuchillo parecía gritar mi nombre. ¡Cómo se va a meter con mis hijos! Bueno, quizás sí estuve con su hermana, pero ella me buscó y Luciana había cambiado, no me prestaba la suficiente atención y yo necesitaba comprensión, contención. Y Carina supo estar para mi. Yo no busqué esto, una cosa fue llevando a la otra y acá estamos. Quizás me merezca un castigo, pero los problemas de pareja son de a dos, ¿verdad? Si yo llegué a eso fue por algo. Si Luciana no hubiese estado tan distante conmigo, quizás yo no hubiese cedido a la buscona de Carina.
Par de perras al final. Las dos son iguales. Ambas me arruinaron la vida y encima ahora Luciana pretendía quitarme a mis hijos. Está desquiciada. El corazón parece querer salirme por la boca. Quiero gritar. Quiero llorar. Quiero explotar. Quiero matarla. Definitivamente quiero matarla. Mi mano derecha busca al cuchillo que está atrapado en la parte posterior del pantalón del pijama y de repente, se siente casi como una extensión de mi humanidad, como si ese cuchillo encontrase finalmente su destino. Quizás ese cuchillo fue fabricado con ese fin, para librarme de este dragón bruja perra. Luciana sigue gritando. Hace rato que no la escucho. En mis oídos hay un silbido como el de una pava hirviendo que se apaga abruptamente cuando incrusto la primer puñalada en su cuello. Luciana no tuvo tiempo a nada. No sé cuántas veces la herí. Las suficientes para que deje de gritarme. Las necesarias para condenarme.
Soy Carlos Torres. Tengo 85 años. Fui condenado por homicidio producto de un estado de emoción violenta a 20 años de prisión. A los 15 años me concedieron la libertad por buena conducta. Mientras estuve preso, trabé amistad con el director del penal. Le caí en gracia. Siempre le caí bien a la gente. Prácticamente me adoptó. Dijo que entendía mis razones. Y él tenía sus amistades. Se apiadó de mi y me permitió a los  55 años hacer el primer intento de corregir todo. Ese intento no terminó bien. Logré, siempre bajo su tutela, acceder a una segunda oportunidad a los 70 que penosamente tampoco terminó bien. Finalmente, la tercera y última oportunidad me encuentra en el mismo lugar, en esta ratonera que me prestan para vivir. No sé nada de mis hijos desde hace 45 años. Nunca quisieron verme. Jamás respondieron una sola de las cartas que les envié.
Estoy sentado al borde de la cama. El aire está pesado. Una carga más pesada que la de mi conciencia oprime mi pecho. Cierro mis ojos. Cada vez me cuesta más respirar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Manual para matar.

¿Cómo matar a un no muerto? Lo sé, parece una pregunta estúpida, y quizás lo sea. Jamás me agradaron los dueños de verdades y no pretendo tr...