-Usted
conoció a tres mujeres en su vida. Y las tres son la misma persona. Una de
ellas fue su novia. La siguiente, cuando su novia se transformó en su esposa. Y
finalmente, la tercera, es su ex esposa.
Admito
que me asusté al verlo. El hombrecito, un anciano, estaba sentado sobre el
inodoro de mi baño. Eran las 6:00 am del jueves 1 de Julio de 2021. Yo iba como
todos los días hábiles, a lavarme la cara y hacer mis necesidades para luego ir
a trabajar, pero ahí estaba él, hablándome mientras limpiaba sus gafas en su
saco. Su aparición me sobresaltó, más a esa hora, ¿Quién espera hallar a un
desconocido en el interior de su casa, hablándole a uno con total parsimonia
como si fuese algo normal? Yo no iba armado al baño. Tampoco tenía armas en mi
departamento. Tan solo llevaba mi celular para entretenerme mientras estaba
sentado haciendo … bueno, lo que hacen todos ustedes cuando van al baño. Y no
iba a arrojarle mi celular a un anciano, ¿qué podía hacerme una persona de
avanzada edad? Además, mi celular era nuevo, no tenía ganas de comprar otro.
-
No se inquiete Carlos, tengo tan solo diez
minutos para hablar con usted. Luego, debo retornar a mi tiempo.
-
¿Cómo sabe mi nombre? ¿De qué tiempo me
habla? ¿Quién es usted? ¿Cómo entró a mi departamento?
El
anciano se incorporó con dificultad. Me dio pena y casi que le ayudo a pararse.
-
Carlos, usted y yo somos la misma persona. Yo
soy su versión de 85 años.
-
Imposible. Usted evidentemente necesita ayuda
y yo no soy la persona indicada. Acompáñeme por favor, vamos a buscar al portero
y él seguramente sabrá a quién llamar. Alguien debe estar muy preocupado por
usted, lo deben estar buscando.
-
Carlos, este es mi tercer y último intento
para hacer bien las cosas. Cada interrupción suya, me quita tiempo para
explicarle a qué vine.
-
Señor, no quiero usar la fuerza para sacarlo
de mi departamento, pero si no me deja opción, tendré que hacerlo.
-
Lo sé, Carlos, la primera vez que vine, hace
cuarenta años, usted me echó a empujones y tuve que explicarle todo desde detrás
de la puerta. Para entonces mi versión del futuro tenía 55 años. Claro, lo
asusté y usted con razón me corrió.
-
Le aseguro que no quiero hacerle daño, solo
necesito que se retire de mi departamento.
-
Inevitablemente dentro de poco menos de nueve
minutos me habré ido frente a sus ojos. Le pido por favor que me escuche en lo
que resta de tiempo. Ocho minutos y medio pueden ser la mejor inversión de
nuestra vida.
-
Mire señor, una vez que se acabe ese tiempo,
usted deberá retirarse sin más excusas, ¿de acuerdo?
-
Así será Carlos, lo quiera yo o no, así será.
No lo tuteo porque cuando uno se hace grande deja de tratar de vos a las
personas. No sé si ocurrirá con todos, pero al menos con nosotros eso pasará.
Pero no quiero irme por las ramas. Como le dije, yo soy usted a los 85 años de
edad. Hoy es el jueves 1 de Julio de 2021 y son las 6:02 a.m. A las 7:15 a.m.
del día de hoy usted enfrentará una situación que lo llevará a tomar una
determinación que perjudicará nuestra vida. No puedo decirle de qué se trata
concretamente debido a que hay reglas para los viajes en el tiempo. Primero le
informo que no cualquiera accede al beneficio de viajar hacia atrás para
intentar corregir el curso de su vida. Hay que tener ciertos contactos y me
costó mucho lograrlos. Segundo, no se pueden hacer todos los viajes que uno
desee. Se tienen tres oportunidades. Esta es la tercera y última. Las dos
anteriores no sirvieron para nada. Indefectiblemente usted volvía a hacer lo
que hice yo, como si el tiempo fuese un monstruo invencible. Luego, entre cada
intento deben pasar al menos quince años. La primera vez fue la que le conté
hace un instante, a nuestros 55 años. La segunda fue a los 70 años y todo
terminó peor que la primera vez, con usted accidentado por el susto de verme.
Se cayó y se golpeó la frente con el lavamanos y se abrió la piel. Corrió mucho
sangre. ¿Ve esta marca sobre mi ceja derecha? Bueno, es un regalo de nuestro
segundo encuentro. Finalmente a nuestros 85 años llegó el tercer y último
intento. Tampoco está permitido aparecer durante el transcurso del evento en
sí, solo se puede hacerlo unos minutos antes. Como le dije antes, no puedo
decirle exactamente de qué se trata ese evento que cambiará nuestras vidas para
mal y para siempre. Es una regla que no puedo ni debo romper aunque me muera de
ganas de gritarle que haga o no haga eso. Y aún si se lo dijera, temo que todo
le sabría a cenizas y no quiero eso. Me queda poco tiempo, Carlos. Le dije que
usted conoció a tres mujeres en su vida. Piense en eso, no lo pase por alto.
Pero le aclaro que ella también conoció a tres hombres en su vida y son todos
la misma persona, nosotros. Ahora a usted le queda poco tiempo hasta la llegada
de ese hecho que definirá, ahora sí, de una vez por todas, de manera
irremediable nuestro destino. Somos tiempo que se marcha. El presente es un
fantasma que cuando intentamos verlo, ya se fue, nadie puede capturarlo.
Quisiera darle un abrazo, pero no está permitido el contacto físico en los
viajes por el tiempo. Lamento no poder hacerlo. Y lamento todo lo que ocurrió,
todo fue mi culpa, nuestra culpa. De haber hecho lo correcto, yo no tendría la
necesidad de estar rogándome a mi mismo que reconsidere algo que no sabe qué
es. Cuando yo no esté, exactamente a las 7:15 a.m., por esa puerta de entrada
ingresará una persona y a partir de entonces todo se desarrollará como siempre.
O como nunca. Ya no está en mis manos. Le deseo la mayor de las suertes. La
vamos a necesitar.
El
anciano terminó de decir eso y se esfumó frente a mis ojos y dejó en el ambiente
un perfume rancio y un ambiente enrarecido. Mi cerebro estaba a punto de
estallar. Todo lo que acababa de ocurrir era impensado. Y no sabía muy bien
cómo procesar tanta información. ¿De verdad esto estaba ocurriendo? ¿No habrá
sido todo una pesadilla producto de comer pesado tan tarde o por esas flores
que fumé? ¿Cómo ese anciano puedo ser yo? ¿Así me veré a los 85 años, tan
arruinado? ¿O será que llegaré de ese modo por lo que debo o no debo hacer a
las 7:15 a.m.? ¿Y qué será eso, de qué se trata todo esto y quién llegará a esa
hora a mi departamento? ¿A hacerme o decirme qué? ¿Y qué carajo debo hacer o
decir?
Hice
el mayor esfuerzo para repasar cada palabra pronunciada por el supuesto viajero
del tiempo pero no lograba reunir una frase coherente. Las imágenes estaban
frescas. Recién ahora pude notar los agujeros producidos por polillas en el
saco que portaba el anciano. Su calzado no era mejor. Habían sido negros y
brillosos alguna vez sin duda, pero ahora estaban grises de tan gastados.
¿Quizás eso era la mejor parábola de mi destino?
Me
senté en el borde de la cama. Me sentía mareado, casi borracho. Mi mente estaba
agitada. Me tiré hacia atrás y todo daba vueltas a mi alrededor. Fui a los
tumbos al baño rogando no encontrar a nadie más y me abracé al inodoro y vomité
la cena. Cuando pude reincorporarme, me di una ducha, me vestí y me senté
nuevamente al borde de la cama. Eran las 7:00 a.m.
Intenté
distraerme leyendo las noticias, pero nada podía arrebatarme la atención. Todo
el foco estaba puesto en ese bendito horario que determinaría mi suerte para el
resto de mi vida. ¿Por qué demonios le creo a ese anciano? ¿No será todo un
truco? Pero, ¿y si no lo fuera? ¿Y si de verdad estoy condenado
irremediablemente? ¿Y si lo que haga o no haga ahora, evita que me convierta en
ese despojo de humanidad? Quiero envejecer, pero en mejores condiciones. Son
las 7:05 a.m. Parece que pasaron tres horas, pero es como si las agujas del
reloj se burlasen de mi. Empecé a reconstruir las palabras del anciano. Las
repasé y sopesé una por una. ¿Qué tendrá que ver mi ex mujer en todo esto? Es
cierto que nuestra relación terminó mal, que ella es ahora una bruja. Digamos
que de repente, cuando nos casamos, sentí que se quitó una máscara y salió un
dragón escupiendo fuego. De dragón a bruja no hay mucha distancia quizás. Y qué
mierda es eso de querer aleccionarme, diciéndome que yo también cambié, si yo
siempre fui el mismo, cómo puede decirme eso. Son las 7:10 a.m. El aire se
siente pesado. Me cuesta respirar. Cierro los ojos y todo es insoportable. Hay
demasiado ruido dentro mio. Los abro. Son las 7:13 a.m. ¿Y si esa persona que
llegará a mi puerta viene a lastimarme? Debería protegerme por las dudas, pero
como les dije antes, no tengo armas. Pero sí tengo un buen cuchillo en la cocina,
quizás lo único que compré a gusto en ese bazar al que siempre iba contra mi
voluntad con mi ex esposa. Me levanté a los tropezones y fui corriendo, abrí el
primer cajón de la bajo mesada y volví a sentarme al borde de la cama con el
cuchillo escondido debajo del pijama. Son las 7:14 a.m. Las cartas están
echadas. Miro al reloj de pared como si estuviésemos hipnotizándonos
mutuamente, en un vano intento por controlar al tiempo mientras el tiempo se burlaba
de mi. Son las 7:15 a.m. Golpean a la puerta. No siento las piernas. Mi corazón
late velozmente, camino como si flotase. De repente, estoy frente a la mirilla. Del
otro lado está Pedro, el portero del edificio. Mi mano derecha está sobre el
picaporte, pero no me decido a abrir. Pedro toca el timbre. Finalmente, abro:
-
Buen día, Don Carlos, lamento molestarlo a
esta hora pero vino la señora y estuvo dele y dele con que era importante que
usted la reciba y como usted ya sabe que el portero eléctrico no funciona, pues
acá estoy. Sepa usted disculparme lo inoportuno que pueda ser
Pedro
hablaba sin pausas, como si no necesitase respirar. Mientras me decía eso
miraba hacia dentro de mi departamento, temeroso de que justo me encuentre con
alguna dama. Detrás de él estaba Luciana, mi ex esposa, quien me miraba
fijamente y yo apenas pude sostener su mirada. Estaba impecable, con un traje
que no había visto antes y le quedaba perfecto. Se puso los tacos más altos que
tenía. Seguramente quería mirarme desde arriba, qué mina altanera.
-
No hay problema Pedrito, ella es bienvenida
–le dije cargado de ironía.
-
La hipocresía no es necesaria Carlos –dijo
ella mientras entraba a mi departamento con un gesto desagradable, tan propio
de ella.
Despedí
a Pedro y cerré la puerta. Eran las 7:18 a.m. Lo que debía suceder, estaba
ocurriendo y todo estaba en mis manos.
-
Qué olor a perfume barato, Carlos, qué carajo
estás usando. Mirate esa pinta, ¿no tenés que ir a trabajar dentro de un rato?
Esperaba encontrarte más presentable. De todos modos lo que vine a decirte es
breve, pero necesito que nos sentemos. Asi que vení, vamos a la mesa por favor.
Luciana
siempre pedía por favor, pero todo era una orden. De todos modos, no quería
discutir, al menos no ya, asi que la seguí hasta la mesa y me senté frente a
ella. Luciana no dejaba de mirarme a los ojos. Había un fuego diferente en su
mirada.
-
Lo sé todo Carlos. Lo sé absolutamente todo.
Y lo sé desde hace mucho tiempo.
-
No entiendo a qué te referís, Luciana, y como
dijiste, en un rato tengo que salir a trabajar y no me cambié aún.
-
Sé que me cagaste con mi hermana. Que se
burlaban de mi en mis narices. Sé cuándo empezó y cómo, no vengo a preguntarte
nada ni a pedirte explicaciones. Quizás ahora entiendas varios porqués. Acá
tenés el porqué te quité todo, hasta la última propiedad, te vacié hasta la
última cuenta bancaria, pero ahora Carlitos, vas a ver lo que es bueno. Ahora
vas a tener que rogar ver a tus hijos. Porque no estoy conforme con lo que te
arranqué, quiero verte arruinado, quiero que des lástima, quiero ver cómo te
hundís en la mierda.
-
Luciana, no sé quién te anduvo con cuentos,
pero te estás extralimitando. Los chicos no tienen porqué quedar en medio de
esto. Las cosas de grandes son cosas de grandes.
-
Yo te quedé grande hijo de puta, yo te quedé
grande –lo dijo mientras le dio un puñetazo a la mesa que casi derriba el
florero que hacía las veces de centro de mesa. Nunca supiste qué hacer con
tanta mujer, por eso fuiste a ocuparte de la zorra de mi hermana. Esa puta
también tendrá su merecido, ya le llegará su turno. Pero ahora vengo a decirte
esto, mirándote a los ojos, basura, a tus hijos, no los vas a ver más en tu
puta vida, perro –descargó su odio en mi y sus ojos estaban a punto de romper
en llanto.
En
ese instante, el cuchillo parecía gritar mi nombre. ¡Cómo se va a meter con mis
hijos! Bueno, quizás sí estuve con su hermana, pero ella me buscó y Luciana
había cambiado, no me prestaba la suficiente atención y yo necesitaba
comprensión, contención. Y Carina supo estar para mi. Yo no busqué esto, una
cosa fue llevando a la otra y acá estamos. Quizás me merezca un castigo, pero
los problemas de pareja son de a dos, ¿verdad? Si yo llegué a eso fue por algo.
Si Luciana no hubiese estado tan distante conmigo, quizás yo no hubiese cedido
a la buscona de Carina.
Par
de perras al final. Las dos son iguales. Ambas me arruinaron la vida y encima
ahora Luciana pretendía quitarme a mis hijos. Está desquiciada. El corazón
parece querer salirme por la boca. Quiero gritar. Quiero llorar. Quiero explotar.
Quiero matarla. Definitivamente quiero matarla. Mi mano derecha busca al
cuchillo que está atrapado en la parte posterior del pantalón del pijama y de
repente, se siente casi como una extensión de mi humanidad, como si ese
cuchillo encontrase finalmente su destino. Quizás ese cuchillo fue fabricado
con ese fin, para librarme de este dragón bruja perra. Luciana sigue gritando.
Hace rato que no la escucho. En mis oídos hay un silbido como el de una pava
hirviendo que se apaga abruptamente cuando incrusto la primer puñalada en su
cuello. Luciana no tuvo tiempo a nada. No sé cuántas veces la herí. Las
suficientes para que deje de gritarme. Las necesarias para condenarme.
…
Soy
Carlos Torres. Tengo 85 años. Fui condenado por homicidio producto de un estado
de emoción violenta a 20 años de prisión. A los 15 años me concedieron la
libertad por buena conducta. Mientras estuve preso, trabé amistad con el
director del penal. Le caí en gracia. Siempre le caí bien a la gente.
Prácticamente me adoptó. Dijo que entendía mis razones. Y él tenía sus
amistades. Se apiadó de mi y me permitió a los
55 años hacer el primer intento de corregir todo. Ese intento no terminó
bien. Logré, siempre bajo su tutela, acceder a una segunda oportunidad a los 70
que penosamente tampoco terminó bien. Finalmente, la tercera y última
oportunidad me encuentra en el mismo lugar, en esta ratonera que me prestan
para vivir. No sé nada de mis hijos desde hace 45 años. Nunca quisieron verme.
Jamás respondieron una sola de las cartas que les envié.
Estoy
sentado al borde de la cama. El aire está pesado. Una carga más pesada que la
de mi conciencia oprime mi pecho. Cierro mis ojos. Cada vez me cuesta más
respirar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario