sábado, 11 de julio de 2020

Fue él


A Claudia siempre le agradaron sus cabellos, ya sea que estén largos o cortos. Su pelo suave, fino, con leves ondas, cada vez que caminaba hacía sentir a quienes la miraban como si estuviesen dentro de una publicidad de shampoo. El movimiento de sus caderas ayudaba y mucho a lograr esa percepción.
Cada vez que iba a la peluquería, la misma de toda su vida, tenía mucha seguridad sobre qué es lo que quería. Todo le quedaba bien. Su rostro fino, su mirada intensa, complementaban un bello cuadro para cualquiera que se la cruce.
Podría decirse sin lugar a dudas, que las únicas decisiones acertadas que Claudia Telerman tomó en su vida, fueron las relacionadas con sus cabellos.
Ella siempre tuvo un sexto sentido que le advertía sobre lo equivocado de sus decisiones, pero sistemáticamente ignoraba esa señales internas con la falsa esperanza de simplemente demostrarle a su yo interior que no podía tener la razón toda la vida.
Esa alarma personal le suplicó no quedarse a trabajar después de hora, pero era imposible detener el ímpetu de Claudia por demostrar que era una empleada ejemplar, la más domesticada entre todos los del edificio de Amberes y Compañía, la gigantesca firma de arquitectura, dentro de la cual ella aspiraba a ser la próxima gerente de proyectos industriales.
Es por eso que pensó que sería bueno para sus pretensiones quedarse un par de horas hasta terminar la exposición que debía realizar una semana después.
Una semana de anticipación. Ese era el sello personal de Claudia Telerman. La planificación extrema, hasta el más mínimo detalle.
A esta altura de la noche, la luz de su cubo era la única señal de vida en el séptimo piso. Cuando finalmente quedó satisfecha con el producto final, sonrió, apagó su computadora no sin antes enviarse a si misma el archivo para repasarlo en su departamento.
Le escribió un mensaje a Mauricio, su novio desde hace seis años, para que pase a buscarla por la esquina de Arrecifes y Cambaceres, ya que de ese modo evitaba dar tanta vuelta con el auto y el viaje de regreso a casa sería más directo. No podía ser menos considerada con Mauricio. Él siempre es tan atento, tan caballero, tan recto.
Se puso de pie, se acomodó la falda y su chaqueta. Apagó la luz y alumbrándose con su celular caminó hasta el pasillo del ascensor. Solo el eco de su taconeo ambientaba el piso. Bajó sin compañía hasta la PB, donde la despidió Ramón, ese portero que parecía formar parte del edificio por la antigüedad en su puesto.
-              Otra vez quedándose hasta tarde señorita Claudia, qué costumbre la suya. Encima con este frío que hace y lo temprano que oscurece.
Claudia le devolvió una sonrisa de película.
-              Gracias Ramoncito querido por preocuparte, pero ya viene Mauricio y me busca una cuadra y media más alla´, por Arrecifes y Cambaceres.
-              Camine ligero señorita Claudia, a esta hora no hay nadie en las calles.
-              Si no hay nadie, entonces no hay de qué preocuparse, ¿no te parece?
Claudia le envió un beso a la distancia y ni bien cruzó la puerta del edificio sintió como si el viento frío clavese agujas en sus huesos.
-              Debí haber cargado otra campera.
Pero ocurre que esa campera más abrigada no combinaba con la pollera que quería usar ese día.
-              Solo a mi se me ocurre usar pollera un día tan frío.
Claudia cerró las solapas de la chaqueta y masculló renegando por sus pésimas decisiones.
Las luces de la calle Arrecifes estaban apagadas desde hace una semana por un desperfecto lumínico en la zona que aún no era reparado por el municipio. Ella personalmente había hecho el reclamo pero la burocracia tiene siempre demasiados peros.
Sin embargo, ella no se inquietó por la oscuridad ni por la aparente soledad en la que caminaba. Estaba inmersa en sus pensamientos, ya diseñando mentalmente cambios al archivo que se había enviado a si misma minutos antes.
Se detuvo en la esquina de Arrecifes y Las Piedras para leer un mensaje de Mauricio en el que le avisaba que iba a llegar quince minutos más tarde. Nuevamente Claudia se maldijo por no avisarle a su novio con anticipación. No obstante no quiso preocuparlo y le respondió que no se apure, que todo estaba más que bien.
Apretó un poco más su chaqueta, se abrazó a si misma y se dispuso a cruzar la calle para transitar la última cuadra hasta el punto de encuentro con su novio, tratando de no pensar en el frío.
En ese instante levantó la vista y lo vio parado en la esquina del frente. Un muchacho alto, fornido y con un gorro negro. Fumaba. El humo del cigarrillo era casi un fantasma en esa noche oscura. Es todo lo que Claudia vio ya que si bien sintió temor, le pareció incómodo hacer contacto visual con alguien que notoriamente la observaba fijamente. Ella trató de disimular su desconfianza, intentando por todos los medios no transmitir temor en su forma de caminar. Prácticamente contenía la respiración. Cuando terminó de cruzar la calle y pasó cerca de ese muchacho alto, fornido y de gorro negro, él le habló:
-              ¿Tenés hora?
Claudia dudó un segundo, pero sacó su celular y siempre evitando la mirada le respondió.
-              20:15
Ella guardó rápidamente el celular en un bolsillo de su chaqueta, tosió una vez por el malestar que le generó el olor a tabaco barato e instintivamente apretó el paso mientras por el rabillo pudo ver que ese muchacho ya no estaba en la misma esquina, sino que caminaba lentamente en la misma dirección que ella.
Dudó. Se preguntó si era conveniente correr pero pensó que no iba a llegar tan lejos con esos tacos que portaba, que le quedaban pintados pero eran poco prácticos para una fuga. Una vez más se encontró recriminándose por sus decisiones de vestuario. Se inclinó por caminar rápido y esto funcionó ya que perdió de vista a ese muchacho alto, fornido y de gorro negro.
Pasó al lado de una obra abandonada, esa obra por cuya vereda caminó tantas veces y que jamás le inspiró temor. Pero esa noche, ese predio despojado de humanidad llenó sus entrañas de terror.
Finalmente llegó a la esquina de Arrecifes y Cambaceres, que estaba a tono con esa noche otoñal, con escaso tránsito, y con ese vientito cuyos embates parecían puñaladas. Sintió la necesidad de mirar hacia atrás. Había caminado, prácticamente corrido, los últimos cincuenta metros y quería saber a qué distancia estaba ese muchacho que tanto le inquietaba. Estuvo a punto de girar su cabeza pero justo sonó un mensaje en su celular. Alcanzó a tomarlo con su mano derecha y en ese instante sintió el primer golpe en su parietal derecho, que la derrumbó por completo por la brutalidad del impacto. Claudia sintió como si un cristal estallase en decenas de fragmentos. Ese era el sonido de los huesos de su cráneo fracturándose. Fue el golpe que solo un perfecto hijo de puta podía propinar. Pero fue solo el primero.
Ese muchacho alto, fornido y de gorro negro se sentó encima de ella, la sujetó por sus orejas y estampó su cabeza tres veces en la vereda, para luego asestarle tantas trompadas como consideró necesarias para que su presa estuviese totalmente indefensa.
Claudia no tenía ni un hilo de voz para pedir ayuda. El chacal se incorporó, la tomó de sus cabellos, esos cabellos suaves, finos, con leves ondas y la arrastró hasta la obra abandonada. Dentro de ella la violó cuantas veces quiso. Cuando sintió que su fechoría estaba completa, la empujó a patadas un par de metros y se fue, esperando a que el frío termine su trabajo.
Claudia resistió y fue hallada unas cuatro horas después, desnuda, ensangrentada y con hipotermia. Le costaba mucho respirar. Tenía múltiples fracturas en su cráneo, su tabique destrozado, sus pómulos destruidos, un tímpano herido, sus ojos comprometidos, cuatro costillas fisuradas y sus partes íntimas muy lastimadas.
Mauricio acompaño la lenta recuperación física de su novia. Ella pudo salvar su vista pero perdió la audición de un oído. Sin embargo esa pérdida fue la menos penosa de todas. Cuando les dijeron que Claudia no iba a poder quedar embarazada, sintieron que ese mucho alto, fornido y de gorro negro, les había arrebatado demasiado.
En cuanto al perpetrador, la noche se lo devoró y nada se supo de él. Estaba ahí afuera, libre, impune, listo para atacar de nuevo, si es que ya no lo había hecho.
La recuperación física de Claudia demandó cuatro meses de internación, pero recuperar su mente y su espíritu, si es que acaso no son la misma cosa, le iba a llevar más tiempo.
Casi no hay rastros de la antigua Claudia Telerman. No hay vida en sus ojos, no hay fuego en sus palabras. Sus manos, que antes buscaban ansiosas las manos de Mauricio, ya no lo hacían. Todo el daño recibido y la impunidad de su atacante lograron extinguir los gestos de su personalidad. Escuchar que diga una palabra era todo un evento.
Los médicos le decían que debía tener paciencia, pero la paciencia no es la socia ideal para el odio.
No tenía ganas de recibir visitas, ni de familiares ni de amigos. Qué iba a decirles. Y tampoco tenía ganas de que se compadezcan de ella, de lo que le hicieron y de lo que le quitaron.
Mauricio la lleva tres veces por semana a rehabilitación y a una visita semanal al psiquiatra. Los avances, si es que los hay, son muy lentos. Aún le cuesta mucho caminar. Llora. Estalla de indignación. Algunos días duerme demasiado. Y otros prácticamente no pega un ojo.
Ella está vacía por dentro.
Él lleva dentro suyo de a ratos impotencia y de a ratos un odio mayúsculo.
Era un martes por la tarde. Les tocaba rehabilitación y luego visita al psiquiatra. Todo se cumplió de manera puntual. Mauricio la ayudó a subir al auto.
Arrancó el vehículo bajo una llovizna persistente. Estaba oscuro y bajó la temperatura, como si se tratase de una broma de mal gusto del destino. Mauricio intentó conversar sobre nimiedades que distraigan a Claudia pero la llovizna, el frío y el escaso tránsito la inquieta.
Se detienen en un semáforo antes de doblar hacia la derecha mientras al lado de ellos se detiene un muchacho en moto. Un muchacho alto, fornido y de gorro negro.
Claudia prácticamente no respira. Tan solo atina a tomar la mano de Mauricio y la aprieta fuerte. Su voz brota como una cascada que estuvo contenida.
-       Fue él.
-       ¿Cómo decís?
-       ¡Fue él!
-       ¿Quién?
-       ¡El de la moto de al lado, fue él!
-       ¿Estás segura Claudia?
-       ¡Fue él, te digo que fue él!
La moto arrancó y giró en el mismo sentido que el auto de Claudia y Mauricio. Él apagó las luces del auto y lo siguió por cinco cuadras. Cinco cuadras. Las suficientes para que el conductor de la moto se detuviese a orinar frente a, como si fuese un guiño de la venganza, una obra abandonada. Detuvieron el auto.
-       Quedate callada, ya vuelvo.
Mauricio bajó tratando de ser lo más silencioso posible y se deslizó agachado, en sumo silencio pegado al muro de la obra, ansioso por satisfacer sus deseos de venganza. De repente, lo tuvo a tan solo un metro delante suyo. Finalmente, lo tenía en sus manos. Tantas veces había soñado con ese instante. Tantas veces había hecho justicia por mano propia en su mente de tantos modos diferentes y acá lo tenía, al alcance de su mano mientras su corazón latía velozmente. Mauricio levantó un pedazo de escombro y antes de que ese muchacho alto, fornido y de gorro negro advierta su presencia, ya había lanzado el primer golpe, lo suficientemente potente para derrumbarlo. Una vez en el piso, Mauricio siguió descargando su furia,, lo insultó a viva voz mientras lloraba sin importarle que la sangre ajena salpique su vestimenta. Solo cuando vio destrozada la cabeza de ese muchacho se detuvo. Se arrodilló, Sintió como si estuviese por desvanecerse. Le dieron náuseas al advertir que había arrebatado una vida con sus propias manos. Vio los sesos desparramados por el piso, vomitó y cuando pudo incorporarse, salió tropezándose de la obra abandonada, dejando atrás la venganza consumada.
Regresó al auto en shock, se sentó y Claudia le sonrió. Por primera vez después de lo ocurrido, Mauricio veía algo de brillo en la mirada de su amada. Sintió que ahora, a pesar de tanto daño, todo debía mejorar. Quizás lo que acababa de hacer, dominado por sus impulsos, tan terrible hecho, sí valía la pena.
Mauricio arrancó el vehículo buscando el camino para volver a su departamento. Necesitaba limpiarse y no solo de la sangre ajena.
Un semáforo los obligó a detenerse unas cuadras más adelante.
En ese momento, un muchacho solitario que estaba sentado en la platabanda se puso de pie y avanzó hacia los vehículos pidiendo limosna.
El muchacho se acercó al auto de Claudia y Mauricio. Era sin lugar a dudas, un muchacho alto, fornido y de gorro negro. Al verlo, Claudia se congeló, tomó con fuerza la mano de Mauricio y solo atinó a decir:
-       Fue él.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Manual para matar.

¿Cómo matar a un no muerto? Lo sé, parece una pregunta estúpida, y quizás lo sea. Jamás me agradaron los dueños de verdades y no pretendo tr...