lunes, 27 de noviembre de 2017

Que te mejores.

Resulta que estoy con tos desde hace unos días. Al margen de los medicamentos que ya me hizo comprar el neumonólogo, o los que me hace comprar cada médico cuando recurro a ellos, siempre complemento la medicación con los populares remedios caseros.
En este caso puntual no pueden faltar la miel con limón o la limonada caliente. A todos éstos remedios los aprendí de mi abuela, la Maga, que se atribuía mis recuperaciones de mis numerosas enfermedades a sus dones de cuasi chamana.
Ella era bastante brava, pero cuando yo caía en cama se transformaba y era una mujer muy dulce.
La Maga fue la responsable de completar el tratamiento cada vez que me subían los piojos en mi infancia (algo les había contado en "Te va a picar la cabeza") Empezaba mi vieja sacándome cada bicho con paciencia china para hacerlos trinar con un pellizcón y luego me echaba algún producto que los mataba a todos. Esos productos no eran como los de ahora, aptos para niños sensibles, que no generan ardor, comezón ni mucho menos hacen llorar y todos los niños rien en las publicidades. Esos líquidos especiales parecían lava literalmente y el niño Fer lloraba a gritos. Ahí no se terminaba la tortura. Para darle un broche de oro, venía la Maga y embebía mis cabellos infantiles en vinagre de alcohol para luego envolver mi pequeña gran cabeza con un cancán. Señor, ¿dónde estabas cuando te necesitaba?
Así pasaba toda la noche, sientiendo cómo a mi cabeza le faltaba un toque de oliva para ser una ensalada y preguntándome qué sería de mi.
Al amanecer sólo se me permitía sacarme la media y nada de lavarme la cabeza. Ese hedor me acompañaba durante el viaje en micro y durante toda la mañana en el colegio:

Compañero: "Chango, ¿que tenés piojos?"
Fer: "No, ¿por?" (con cara de sorpresa, obviamente)
Compañero: "Tenés una baranda a vinagre ... vos estás con piojos ... ¡eh chicos, no se junten con él que tiene piojos, los va a contagiar!"

Qué tipo basura. En fin, crueldades de los chicos.

A mis 5 años caí enfermo de hepatitis. Me pasé 40 días en cama. En realidad, iba de la cama al sofá y del sofá a la cama, con breves escalas en el baño. Sí, seguí al pie de la letra el reposo y tomaba cada pastilla pero aparecía la Maga para alimentarme con la dieta salvadora, la cual consistía en albóndigas con todo el ajo que traia el verdulero en su carro. Eran ajo con carne cada uno de mis cuarenta días. Quizás desarrollé con el ajo el síndrome de estocolmo y por eso aún me gusta mucho.

En otras ocasiones ante el menor moco o a la primer tos que escuchaba aparecía la Maga con su tratamiento, el cual consistía en:
a) Acostarme.
b) Tomar una cucharada de miel con limón.
c) Beber una limonada caliente sin nada que la endulce. Caliente nivel volcán. Literalmente podía sentir como se me desprendía la piel del paladar.
d) Taparme con una colcha. Imaginate esa escena en el verano tucumano.
e) Acercarme una olla llena de agua hirviendo con sal y hojas de eucalpito, taparme la cabeza con una toalla y aspirar el humo. Amigos de la CIA, si no saben cómo sacarle un dato a alguien del ISIS, pueden hablar conmigo. Mis ojos ardían, mis fosas nasales se derretían y mi cara se transformaba lentamente en un cuadro de Picasso.
Y aunque no lo crean acá estoy. Sobreviví.

Sigo con tos y acá estoy, buscando el frasco de miel trayendo a la Maga de regreso a mi vida. Hasta puedo escucharla decir "andá a la cama chango ... que te mejores hijo".

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