martes, 2 de octubre de 2018

Mateo.

Yo tenía doce años. Como todos los días al salir del colegio bajaba por calle Santiago y me quedaba a esperar el 3, que me iba a llevar a casa.
En esa esquina de Santiago y Avenida Avellaneda había un almacén, de una familia de apellido Otermin en la cual vendían unos sanguches de mortadela memorables.
Pero esa no es la historia que quiero compartir con ustedes.
En esa parada era el único de mi grado que iba a tomar el bondi. Pero no estaba solo. Ese último año de la primaria iba por supuesto más gente, era una parada concurrida. Pero especialmente estaba Mateo. Mateo tenía mi edad, pero tenía un leve retraso madurativo. Él salía de una escuela especial y un día, de la nada se me acercó y se puso a conversar conmigo.
Mostraba cierta dificultad para hablar, pero se hacía entender.
Mateo nunca me llamó por mi nombre a pesar de que se lo dije un montón de veces. Para él yo era simplemente "el amigo".
Subíamos al bondi y nos sentábamos al final, donde prácticamente asistía a un monólogo de Mateo. Él hablaba y hablaba sin parar. Uno de sus temas favoritos eran las fiestas de cumpleaños. Cada tanto me contaba fascinado sobre algún cumple al que había sido invitado.
Y soñaba por supuesto con el suyo, al que prometía invitarme.
En ese bondi al que subíamos, una parada más adelante subían un grupito de chicos de otra escuela. No eran buenos pibes, solían hacer comentarios despectivos hacia Mateo, lo que me molestaba pero jamás me atreví a decirles nada, ya que eran más grandes y sinceramente, yo les tenía miedo.
Intentaba por todos los medios instalar un tema de conversación para que Mateo no se sienta mal.
Así transcurrió gran parte del año. Mateo y yo charlando al final del bondi y estos chicos burlándose, situación que a él, parecía no importarle absolutamente nada.
Pero, muchas situaciones tienen un pero.
Un día cualquiera, que parecía no tener nada de especial, los chicos que se reían de Mateo se disponían a bajar del bondi. Lanzaron un comentario hiriente y de repente, cuando el bondi se detuvo Mateo hizo algo inesperado; levantó su pie ubicándolo entre las piernas del último pibe que iba a bajar y provocó una avalancha humana.
En ese momento los vi a estos pibes apilados uno arriba del otro sobre el césped de la vereda, mirando con furia mientras algunos pasajeros reían y el bondi arrancaba.
Mateo simplemente sonrió y me dijo:
"Amigo, mañana subimos al bondi en otro horario."
Mateo era sin duda, más valiente y más pícaro que yo. Me dio un par de lecciones en un segundo.
Terminó el año lectivo y las integrantes de la casa de Bernarda Alba me cambiaron de colegio. No volví a saber de Mateo nunca más. Y por suerte, tampoco de los pibes que lo molestaban.

A vos Mateo, a vos te dedico estas líneas.
De corazón, tu amigo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Manual para matar.

¿Cómo matar a un no muerto? Lo sé, parece una pregunta estúpida, y quizás lo sea. Jamás me agradaron los dueños de verdades y no pretendo tr...