El desenlace:
El
celular vibraba con insistencia. Ella solía dejarlo en silencio cada vez que
estaba con un cliente. Finalmente abandonó el submundo en el que estaba absorta
y su mente reaccionó, para atender la llamada:
Rita:
“Hola … no corazón, hoy estoy trabajando con clientes a domicilio, fijate que
seguro dejé un cartelito en la puerta de la peluquería … claro amor, mañana a
las 10 de la mañana ya estoy abriendo … dale, te espero mañana entonces …
bárbaro, nos vemos, chaucito.”
Dejó el
celular sobre la mesa del comedor, teñido de sangre, para volver a quedar
atrapada mentalmente por lo que acababa de suceder.
…
Génesis:
Magalí
y Rita son amigas desde que tienen memoria. Sus familias se mudaron al barrio
de Las Flores el mismo año, cuando ellas aún eran bebés.
Si
tuviesen que hacer un recuento de momentos compartidos, deberían recurrir a
oyentes muy pacientes. Había otros niños en el barrio, claro. Pero la amistad
entre ellas jamás se quebró. Ellas están unidas por los primeros juegos de la
infancia, por árboles trepados, por robarle nísperos a la vecina de al lado de
la casa de Rita, por timbres tocados y corridas alocadas, por pijamadas, por
cumpleaños, navidades, comuniones, confidencias de primeros besos y de primeras
veces, salidas a comprar ropa y préstamos infinitos de prendas y libros, salidas
a boliches y regresos en taxi, vacaciones a la montaña y a la playa también.
Conformaron una sociedad irrompible, lo que una no lograba hacer, la otra lo
hacía por ambas. Una simbiosis potente donde Rita era la fuerte del dúo.
No fue de
extrañar entonces que Rita sea la madrina de honor en el casamiento de Magalí y
Raúl.
Raúl
nunca le agradó a Rita. Y el sentimiento era notoriamente mutuo. Algo no le
cerraba con ese grandote buenazo, siempre predispuesto para ayudar a todos, con
la sonrisa siempre a flor de boca … tan atento … tan … tan excesivamente tanto.
Rita no
sabía querer a medias. Así que cuando tenía que exprimir sus verdades no tenía
límites. La primer catarata de verdades contenidas fue lanzada cuando vio el
primer moretón:
Rita:
“Amiga, ¿qué te pasó en el brazo?”
Magalí:
“¿Dónde?”
Rita:
(tomándole el brazo) “Acá amiga, tenés flor de moretón, ¿qué te hicieron?”
Magalí:
(sacudiendo el brazo hacia atrás) “Nada Rita, choqué con la puerta de mi
dormitorio.”
Rita:
“A ver amiga, te conozco de toda la vida, me podés decir qué te hizo. No lo
permitas, ¿acaso no te querés?”
Magalí:
(con cara de fastidio): “Me enferma cuando te ponés así de intensa, me di un
golpe con la puerta, soy una tarada … estaba sin los lentes … no me jodas.”
Rita: “Voy
yo a pegarle dos gritos.”
Magalí:
“¡No! No te metas … ¡qué mala costumbre que tenés che!”
Magalí
empezó gradualmente a modificar su vestimenta. Se cuidaba de cubrir sus
piernas, sus brazos y sus ojos verdes con amplios lentes de sol que usaba
aunque las nubes inunden el cielo. Una oportuna conjuntivitis los explicaba
siempre.
La
transformación de Magalí incluyó a sus habituales salidas, las que quedaron
reducidas a sus clases de pilates, único desahogo permitido. Los encuentros
entre las amigas se distanciaron. Magalí ya no iba a tomar mates a la
peluquería de Rita.
Vecina:
“Che Rita, ¿y tu amiga Magalí? Hace mucho que no se la ve por acá.”
Todos
sabemos que las peluquerías son el punto neurálgico de las habladurías. Allí es
donde los chismes nacen o se multiplican. Pero jamás mueren.
Rita:
“Maga anda ocupada con sus clases de pilates.”
Vecina:
“Bueno, pero no tiene clases todos los días … y ella es ama de casa y no tiene
hijos aún … para mi el problema es el marido ... algo pasa.”
Rita:
“¿Te gustan con cedrón los mates querida?”
Rita
sabía que nada bueno pasaba en casa de Magalí. Claro, quién más que ella podía
saber que el problema se llamaba Raúl. Pero jamás incluiría a su amiga de toda
la vida en los radiopasillos del barrio de Las Flores.
El
trato entre ellas, si bien había disminuido, no desaparecía del todo. Rita iba
una vez cada dos meses para cortarle el pelo y regularmente intercambiaban
mensajes por whatsapp.
Magalí
ya no era la chica con chispa que Rita había conocido. Pudo ver como su amiga
empezó a lucir como una estrella apagándose lentamente. Una zombie sin saberlo.
Ya no escuchaba sus carcajadas estruendosas ni su voz alocada contando sus
ocurrencias. Magalí vivía para su casa y para Raúl. O mejor dicho, para Raúl y
para su casa. En este caso, el orden de los factores sí altera el producto.
En el
fondo Rita no podía esconder su molestia con Magalí. Por qué no se dejaba ayudar,
por qué no abría los ojos … se llenaba cuestionamientos hacia su amiga. Esa
molestia empezaba a transformarse en rencor hacia ese hombre que estaba matando
en vida a su amiga.
Y Rita
sabía que Magalí era incapaz de cortar con Raúl. Magalí era la presa
predilecta, esclava perpetua de un hombre que no iba a cambiar jamás. Rita tomó
el toro por las astas, decidió hacer cumplir y respetar la ley que la hermanaba
con Magalí: lo que una no lograba hacer, la otra lo hacía por ambas. Había un
solo modo de salvar a Magalí.
Rita: “Amiga,
vos sabés que contás conmigo, ¿cierto?”
Magalí:
“Sí amiga, lo sé.”
Rita
fue ese martes por la tarde a la casa de su amiga cargando su bolso con los
materiales de peluquería. Después de tocar el timbre vino a su mente el
recuerdo de ellas corriendo con todas sus fuerzas después de molestar a Doña
Mecha, la vecina gruñona que las corría del frente de su casa con la escoba.
Fue Raúl quien le abrió la puerta. Rita no pudo disimular su fastidio. Ella no
sabía odiar a medias.
Raúl:
“Rita … ¿qué querés?”
Rita:
“Vengo a cortarle el pelo a mi amiga Raúl.”
Raúl:
“Rita no volvió de su clase de pilates, le quedará una media hora.”
Rita:
“¿Puedo esperarla adentro por favor? Está muy fuerte el sol.”
Raúl
hizo una mueca de desagrado pero le cedió el paso. En la casa la luz estaba
ausente. Era como entrar a un centro gris de energía negativa. Rita sintió un
escalofrío.
Rita:
“Raúl, ¿querés que te corte el pelo a vos hasta que llegue Magalí?”
Raúl:
“Bueno, por qué no … de paso me ahorro tener que ir al peluquero … porque no me
vas a cobrar, ¿verdad?”
Rita:
“Ay Raúl, cómo se te ocurre, vení, sentate, ya preparo todo.”
Raúl se
sentó y Rita le colocó el plástico para cubrirlo y proteger la ropa de los
cabellos cortados. Lo peinó. Raúl tocó la pierna derecha de Rita y empezó a
subir su mano despacio hasta detenerse en el muslo.
Rita:
“Raúl, sacá ya tu mano de ahí.”
Raúl:
“Qué pasa … ¿acaso no querías esto? … todas quieren lo mismo … son todas
iguales … son todas putas …”
Raúl no
pudo seguir hablando. Las tijeras de Rita se incrustaron en su yugular. La
sangre oxigenada ya no podía llegar a su corazón. Intentó pararse, se dio medio
vuelta, abrió grande sus ojos mientras sostenía las tijeras, para ver espantado
como su sangre regaba el comedor. Vio venir a la muerte, vestida de mujer.
Finalmente cayó desparramando su metro noventa en el piso de parquet.
Raúl
murió con su sangre corriendo como único testigo.
Si bien
era la primera vez que Rita mataba a alguien, descubrió que tampoco era buena
para matar a medias.
Se
sentó donde estaba Raúl hasta hace unos instantes, cerró sus ojos y respiró
profundo.
En ese
instante Magalí cruzó la puerta de casa, donde estuvo esperando todo el tiempo
hasta que Rita haya terminado lo que fue a hacer. Se paró frente a Raúl, que
seguía abriendo grandes los ojos y boqueaba intentando respirar, cada vez con
menos éxito.
Magalí:
“Feliz martes hijo de puta”.
De
repente, el celular de Rita empezó a vibrar.
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