jueves, 17 de agosto de 2017

Despache.

En "Andá a laburar" hice un detalle de todo mi raid como laburante. El tema es que cuando lo publiqué me di cuenta de que omití un dato no menor: mi vida como almacenero.
Así es, quien les escribe sabe cortarte el queso y el fiambre en fetas, calcular cuánto cuartirolo necesitás para la pizza, elegir el pan y las tortillas como te gustan a vos, pesarte el dulce de batata, decirte cuál es el fideo que te conviente, buscar la cerveza con el frío a punto, hacer esperar al preventista, poner cara de traste cuando venís a que te fíe, cobrarte lo que debés, entre otros escasos talentos.
Sin embargo no voy a cargarme al hombro el mérito de esta función. La realidad es que lo hacía de muy mala gana. La almacenera posta era la Consuelo, una de las integrantes de la casa de Bernarda Alba. Yo la cubría cuando ella almorzaba, descansaba, salía de vacaciones, iba de compras o simplemente cuando tenía ganas de asesinar a algún vecino, que no eran pocas.
Consuelo es la hermana menor de mi vieja. Cuando la bautizaron con ese nombre, ya le marcaron sufrimiento de por vida. La culpa es de mi abuela porque le encantaban esos nombres abstractos.
Por supuesto, ella también padeció tener que ser arrancada de esa casa hipotecada en el interior de Burruyacú y tener que migrar forzosamente acarreando unas pocas cosas en dos carros hasta El Colmenar, cerca de San Miguel de Tucumán.
Allí se dieron con que Dios aprieta pero no ahorca. Conocieron a Hugo, un señor que se iba a vivir a Buenos Aires y necesitaba dejar a alguien de casero.
Desde ahí Consuelo terminó la secundaria siendo la abanderada de la escuela. Sus ganas de ser contadora chocaron sin embargo con la dura realidad de la pobreza de la familia.
Laburó como empleada doméstica un buen tiempo hasta que consiguió empleo como administrativa en una fábrica de una marca nacional.
Allí creció hasta que llegó a un puesto semijerárquico. Desde ese lugar descubrió que había una cadena de empleados, desde gerentes hasta soldados rasos, todos metidos en un hermoso fraude contra la empresa. Hizo un informe detallado, lo envió a Buenos Aires y presentó su renuncia.
Hacela entender a la tipa. Dura como ella sola.
Nombre sufrido les dije ... no tuvo suerte con el amor. Recuerdo que a su último novio yo (en mi versión niño) no lo dejaba en paz hasta que me hacía dar una vuelta en su auto. Recién ahí los dejaba chapar tranquilos. No me acuerdo de su nombre. Sí que le metió los cuernos con una amiga de ella y que la escuché decir, llorando a mares, que nunca más iba a enamorarse. Se deprimió y mi vieja la llevó de vacaciones a Mendoza.
Cuando regresó, consiguió otro trabajo y luego otro, siempre en el comercio. Llegaba después del mediodía y me traia un alto de libros y revistas que canjeaba en "El Loro Viudo" o en "Los Primos", dos históricas de librerías en las que aún se puede canjear ejemplares.
Yo la esperaba y la recibía con una pregunta: "¿Qué me has traido?"
No esperaba caramelos. Quería libros, revistas, historietas, todo eso para desparramarme en el piso del living de nuestra casa de barrio y devorar todo, para que cuando se despierte de la siesta se lleve lo que trajo al mediodía y los cambie por otros regalos al día siguiente.
Vivía a las corridas. Eso de andar apurada hizo que una siesta, por maquillarse a oscuras, se puso labial en lugar de perfume en el cuello. Hasta las orejas se pintó. Se dio cuenta recién cuando un kiosquero le preguntó: "Señora, ¿usted por qué se pinta las orejas?"
Llegó un momento en que la suerte laboral dejó de acompañarla y tuvo que arreglárseas por su cuenta. Ahí fue que abrió el almacén, y por ese motivo la casa tiene una construcción al frente, que el resto de las casas no tiene.
La Consuelo siempre fue una linda mujer, así que era normal que vengan los maridos de las vecinas del barrio a hacer las compras, sólo para verle las tetas o espiar disimuladamente mientras se agachaba a buscar las gaseosas en el freezer.
Bueno, lo que tiene de linda lo tiene de brava. No tiene grises, o te contesta bien, o te manda a la mierda. Pero bien a la mierda, eh. De ésto puede dar fe uno de sus ex pretendientes en el almacén:
Víctima: "Mire Consuelo, cómo es la gente, que deben saber que yo vengo acá todos los días, que alguien dejó este poema para usted en mi casa."
Yo escuchaba del otro lado de la ventana mientras estudiaba. No me acuerdo bien del contenido del poema. Sí de la respuesta de la Consu:
Consuelo: "Lo único que puedo decirle es que cómo será de cagón el que escribió eso que no tiene bolas para venir acá, a decirme en mi cara, lo que siente por mi."
El tipo no apareció más.
El almacén cerró cuando consiguió jubilarse, gracias a Dios, porque los (malos) vecinos fiadores nos estaban matando.
Brava ella, bravo quien les escribe, más de una vez nos mandamos a la mierda, para un rato después abrazarnos llorando y pedirnos perdón mutuamente.
Consuelo, la del nombre abstracto, la de vida sufrida, la del sueño de contadora truncado, la sin suerte en el amor, la luchadora, la que me hizo uno de los regalos más lindos de la vida: amar la lectura. A ella, todas las líneas que pueda escribirle se quedan cortas.

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