viernes, 25 de agosto de 2017

Manualidades.

La primaria fue una época de contrastes para mi.
Buenos compañeros, amistades, compañeros no tan buenos, un uniforme horrible, que cada año se esmeraban por hacerlo más feo hasta acabar en ese desmadre de un pantalón gris, camisa blanca, corbata bordeau y ... delantal celeste. Y si hacía frío, un cardigan bordeau. Claro, cómo quieren que sepa vestirme bien solo ahora, de grande, si durante siete años fundamentales me disfrazaron, ¿ah?
No puedo dejar de nombrar a mi adorada señorita Teresita, mi maestra durante primer y segundo grado (a quien le perdono una gran traición, la cual ya contaré más adelante) mis no tan adoradas señoritas Senda, Elvira y la peor de todas: la maestra de actividades prácticas, la señorita Robles.
Desde ya, las tres tienen nombres de villanas: Senda, qué sos, ¿la hermana malvada de un auto?
Elvira ... perdón a mi amiga Elvira (a quien aprecio mucho) por caer en la misma bolsa, pero Elvira suena a personaje malo, muy, muy malo de una obra infantil, algo así como la bruja Elvira.
La señorita Robles es la protagonista de esta historia. Flaca, alta, siempre con la permanente y teñida de castaño claro, ojos hundidos y una inexistente sonrisa.
Ella era una de las mejores amigas de una de las integrantes de la casa de Bernarda Alba, la Chicha (la taurina) y justo con ella tuve mis más grandes enfrentamientos filosóficos.
El problema principal es que yo me negaba absolutamente a realizar todas las tareas que la señorita Robles me proponía. Todo terminaba siempre igual, una tremenda nota en el cuaderno de comunicaciones, tirón de orejas de la Chicha, sermón de la Gringa y haciendo todo de mala gana al final.

Señorita Robles: "Niño, ¿por qué no está haciendo la tarea?"
Niño Fer: "Señorita, ¿de qué me va a servir cuando sea grande pegarle un pedazo de tela al plato? ¿Sólo para que a alguien le parezca bonito? Para mi, es un plato menos para comer."
Ocho años tenía.

Señorita Robles: "Niño, ¿que no sabe enhebrar la aguja?
Niño Fer: "Señorita, ésto de pegar botones es para mujeres, yo soy hombre."
Sepan disculpar mi machismo tempranero. Les aseguro que hoy pego mis propios botones. Mal, pero lo hago.

Señorita Robles: "Niño, ¿qué hace? Todo hace mal, ¿siempre voy a renegar con usted?"
Niño Fer: "Señooooo ... me está haciendo armar muebles de juguete con broches de la ropa ... ¿para qué? Yo juego con autitos."

Una y otra vez, la novela se repetía con palitos de escoba, brillantina, tela, lana, arroz, fideos, polenta, plasticola, repujado, porta macetas hechas de soga, y cuanta macana haya dando vueltas. Era como estar atrapado en un reality de Utilisima por siete años.
Finalmente la Gringa y la Chicha me amenazaron fuerte y tuve que dimitir, resignarme a cumplir con la clase de actividades prácticas. La señorita Robles había ganado. Todo un golpe para mi enorme ego infantil. Les juré a las mujeres de la casa que iba a cumplir con todo.
Pero, como cada vez que prometo algo, la vida me pone a prueba ...

Señorita Robles: "Niños, hoy vamos a hacer pescaditos con papel glasé."

Señor, por qué eres tan duro conmigo.

Tuve que hacer los putos pescaditos. Me quedaron divinos. Hasta el día de hoy sé cómo hacerlos.
Y karma, bendito karma, hoy me toca infundir ánimo a mis hijos para que hagan sus tareas de manualidades.
Señorita Robles, a pesar de nuestra manifiesta rivalidad, que en paz descanse ... esperen por favor, ¿cómo dicen? ¿que la señorita Robles sigue viva? Bueno, seño Robles, esté donde esté, Ud. ganó la guerra.

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