miércoles, 2 de agosto de 2017

Fuego.

Desde muy púber asumí que lo de ser fachero no iba conmigo. Si a eso le sumábamos que era muy poco despierto, la cuestión se complicaba.
No me quedaba otra que ser gracioso.
Tampoco era una virtud innata en mi. La fui desarrollando de a poco.
A pesar de todas mis ineptitudes, tuve mis triunfos con el género femenino, los cuales hasta el día de hoy solamente puedo justificarlos explicando que mis congéneres eran más tarados que yo. Y quizás más feos también.
Yo era probablemente el mal menor.
Mi virtud no era contar chistes, pero sí sabía contar historias de un modo gracioso, "talento" que permanece (creo) en mi hasta el día de hoy.
A eso le sumé que aprendí a cocinar muy bien.
Dos puntos a mi favor.
Y paremos de contar, no se emocionen público.
Ahora viajemos en el tiempo hasta mis no tan tiernos 16 años. Entre historia e historia una señorita me invitó a su pileta. Solos.
Imaginate, 16 años, varón, me llamó a mi casa para invitarme, siendo Fernando ... caminaba por las paredes el tipo.
La cita iba bárbaro, yo me lucía hablando, realmente me sentía un ganador.
Hasta que decidí volver a ser yo:
Ella: "Ay, creo que me entró agua en el oído."
Fer: "Dejá, yo tengo la solución, ¿tenés papel de diario y un encendedor?"
Ella: "Creo que sí, pasá y fijate en la mesita del tele y al encendedor buscalo en la cocina."
Fui, armé un cono con dos hojas del diario, creo que elegí los obituarios. Si hay una parte del diario que merece ser incinerada, es esa.
Fer: "Voy a poner el cono en tu oído y le voy a prender fuego, quedate tranquila que no va a pasar nada, es para que salga el agua."
Ella: "Bueno, confío en vos."
Todo perfecto. El tema es que en vez de girar su cabeza poniendo la apertura del cono hacia arriba lo hice al revés. La apertura quedó hacia abajo y el fuego subió ... hasta sus cabellos. La agarré de la cabeza con fuerza y la sumergí en la pileta.
Treinta segundos después, cuando vi que manoteaba la saqué del agua.
Creo que me trató de pelotudo como cuarenta veces seguidas.
Y así terminó mi gran cita, sin el final que yo esperaba.
Pa' que vean, una muestra de que mi adolescencia fue una película extendida de "los tres chiflados" pero subsumidos en una sola persona.

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