jueves, 25 de enero de 2018

El sueño en el tiempo.

De niño dormir era una de mis actividades favoritas. No disfrutaba particularmente de ir a dormir. Pero una vez convencido (obligado) a hacerlo, si al otro día no tenía que ir a la escuela, disfrutaba enormemente de dormir hasta el mediodía. Pero lo que más me gustaba era hacerme el muerto cuando mi abuela iba a buscarme.
Había descubierto que podía contener la respiración por mucho tiempo y mi actuación como cadáver iba perfeccionándose al punto de que empezaba a reir a carcajadas recién cuando mi abuela estaba al borde del colapso. No se escandalicen tanto. Su talento era administrar con eficacia las varillas del árbol de siempre verde que estaba en la vereda de casa.
Sin embargo nunca tuve problemas para despertarme temprano para ir al colegio. Y hasta el día de hoy no me cuesta en absoluto despertarme temprano para ir a trabajar. Salir de la cama es otro cantar, ¿ok? Remolonear en la cama es un plus. Más aún cuando hay buena compañía. Pero no nos vayamos del tema, ya saben que tengo un gran talento para irme por las ramas. Chocolate en rama. Qué bueno sería comer una pieza en este instante.
En fin, fui creciendo y de adolescente y también en mi juventud podía pasarme un fin de semana completo sin dormir como si nada. En más de una ocasión fui a la facultad o a trabajar sin haber dormido absolutamente nada. Y era feliz así.
Hoy, en mi adultez (adultez dije, no madurez, admito mi derrota en ese caso) ... hoy la situación cambió radicalmente.
Uno de los dramas más enormes de mi vida ocurre cuando al poner la alarma el celular me dice que faltan dos horas y treinta minutos para que suene.
En ese preciso instante se me cruzan por la cabeza diferentes opciones: morirme, llamar al trabajo y decir que "estoy enfermo" o ver a qué familiar lejano puedo hacer morir.
Por favor no se hagan los inocentes, casi todos la hicieron al menos enfermar gravemente a la abuelita.
Pobre abuela ... primero me hacía yo el muerto y después la hacía morir.
Todo lo que disfruté antes de acostarme se transforma en puro cuestionamiento. Empiezo insultándome a mi mismo para terminar calculando cuánto tiempo más podré dormir si salgo sin desayunar. O eligiendo ropa fácil de planchar. ¿Por qué no planché la ropa anoche? Todos los minutos suman. Y así llegamos a que me quedan tres horas de sueño. Nada. Me haría feliz al menos contar con seis horas. No una media hora miserable más.
La vida continúa dirían los de salida fácil pero no, no es fácil continuar la vida. Mi cerebro queda en piloto automático, mis ojeras se hacen notar con mucha insistencia y no entiendo absolutamente nada de lo que la gente me dice. Achino los ojos como para simular atención y muevo la cabeza como esos perritos que ponen en las lunetas de los autos diciendo "mmm ... todo un tema".
Me maldigo por haberme desvelado y me juro no volver a hacerlo.
Me engaño a mi mismo en realidad, como lo hago con más de un tema. Tengo tantos "no lo vuelvo a hacer" que si me hubiesen pagado por ello no compraría un telekino cada viernes.
Aunque a algunos de esos "no lo vuelvo a hacer" juro que no los estoy haciendo nuevamente. Pero, otra vez estoy yéndome por las ramas.
¿Alguno de ustedes tiene chocolate en rama? Yo llevo el café.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Manual para matar.

¿Cómo matar a un no muerto? Lo sé, parece una pregunta estúpida, y quizás lo sea. Jamás me agradaron los dueños de verdades y no pretendo tr...