martes, 9 de mayo de 2017

Adrenalina.

Jugar a la pelota era el placer de los dioses en mi infancia.
Jugar en el campito de la Torasso tenía una carga de adrenalina. Era un terreno privado así que de cuando en cuando enviaban a la policía a corrernos. En cuanto escuchábamos el grito "¡la cana!" el que llevaba la pelota la agarraba y todos salíamos corriendo en diferentes direcciones. Algunos hacia el arroyo, otros hacia la calle, trepando el alambrado o pasando como lagartijas por el agujero que le habíamos hecho a la tela.
Jugar en la calle de la cuadra también tenía su dosis de adrenalina, porque la pelota podía caer en la casa de Don Caro. El viejo Caro, para nosotros. Cuando la pelota daba en el borde del portón y volvía a la vereda, todos sentíamos un alivio y se escuchaba un "chango tené 'cuidao'".
Pero a veces inevitablemente la pelota caía en el jardín del viejo Caro y había que ir a pedírsela. A veces la devolvía. Y a veces no.
Cuando no la devolvía era la hora de la venganza. Me armé una honda con alambre y los balines eran pedacitos de cable. Me trepaba al techo de casa y me ponía cuerpo a tierra esperando pacientemente a que el viejo Caro salga al jardín. Ese era el instante preciso en que mi puntería no podía fallarme. Directo a la pelada. Lo hacía durante la siesta porque a esa hora no podía salir de la casa y en el techo, técnicamente estaba en la casa.
La adrenalina estaba a flor de piel cuando jugábamos al ring raje. Tocar el timbre de la casa de la vieja Antonia (todos los malvados de la cuadra eran viejos) y salir disparando para esconderse y escucharla putear era música para nuestros infantiles oídos.
La adrenalina corría a toda velocidad por las venas cuando a la maestra se le ocurría tomar lección en orden aleatorio en lugar de seguir el tranquilísimo orden alfabético. Debería estar prohibido hacerlo, es la versión escolar de la ruleta rusa.
Pero cuando realmente la adrenalina llegaba a punto de ebullición en las venas era cuando había que llamar por teléfono a la casa de la chica que te gustaba. Eso era un señor cagazo.
Y siempre, siempre maldita sea atendía otra persona.
Fer: "¿Está fulanita?" (No voy a dar nombres para no afectar la reputación de nadie)
Padre de la fulanita: "Sí, ¿quién habla?"
Fer: "Fernando."
Padre de la fulanita: "¿Y vos quién sos?"
Fer: "Un amigo."
Padre de la fulanita: "¿De dónde la conocés a MI HIJA?"
Fer: "Eeehhh del colegio señor."
Padre de la fulanita: " ... " (instinto asesino a flor de piel)
Fer: " ... " (respiración contenida)
Padre de la fulanita: "Fulanitaaaaaaaa, te llama un tal Fernando que dice que es un amigo tuyo que te conoce del colegioooooooo."
Padre de la fulania: "Ojo vos eh, ahí te paso con mi hija."
Ustedes pendejos la tiene tan fácil con el whatsapp.


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