jueves, 11 de mayo de 2017

Lo que perdí (y lo que gané)

Lucía: "Papi, cantemos algo antes de que me duerma."
Así se iba terminando la noche cuando vivía con mis hijos. La canción que cantamos una y otra vez reproduciendo el video desde mi celular era "Chau" de NTVG. Toda una premonición.
Antes de llegar a ese punto mi peregrinación era partir rapidito del trabajo, reemplazar a la niñera, bañar a mis hijos, preparar la cena y el almuerzo del día siguiente, alimentar a los perros, cambiarles el agua, darles de comer a mis hijos, jugar con ellos, sacar la basura, cenar, acompañarlos a la cama y finalmente, darme un baño para luego ir a la cama.
Una gira muy importante, pero como la que hace cualquier papá o mamá, nada del otro mundo.
La idea de separarme empezó a madurar incluso antes de que nazca Lautaro. Cómo serán las idas y vueltas de uno que hasta tuve un hijo en medio de una relación que ya tenía el certificado de defunción escrito.
¿Voy a lastimar mucho a mis hijos? ¿A qué edad de ellos será mejor hacerlo? ¿Cuando terminen la primaria, la secundaria o cuando se reciban de algo? ¿Cuando se casen? No eran pensamientos racionales en absoluto, pero uno en esa situación prácticamente no razona.
Y en materia de relaciones, nada es tan matemático, no hay tan solo blancos y negros. Todo pesa y todo influye. Los hijos, sobre todo. Todas esas variables demoran (y muchas veces suprimen) nuestras decisiones al respecto.
Pueden decirnos que somos en mayor parte agua, o que estamos compuestos por carne, huesos, nervios y órganos pero la verdad es que estamos hechos de decisiones. Y también de la falta de ellas. O, como me dijo hoy una amiga, de la falta de pelotas para tomarlas.
A veces se tarda, por miedo y el miedo distorsiona la realidad. Sin embargo hay algo concreto. Al separarte vas a sufrir. Y tus hijos también. Eso es muy real. Y es inevitable.
Cuando les escribí sobre Lucía se los comenté. A ella especialmente le rompí el corazón al irme de casa.
Y no tenerlos conmigo a diario es una cruz que pesa tanto. Son al mismo tiempo mi debilidad y mi mayor fortaleza. Es un sentimiento que solo vas a entender si tenés hijos. De otro modo, es muy difícil.
Sin embargo, consciente del dolor que causaba, tanto en mi como en ellos, necesitaba cortar esa relación. Estaba en medio de una tormenta y cuando se está en esa situación es mejor correrse. Aunque más no sea para caer en una tormenta nueva.
No creo en eso de no arrepentirse de nada. Sí me arrepiento de mis acciones u omisiones que lastimaron a alguien. Y también de aquellas en las que me lastimé solo.
Decisiones. Estamos hechos de ellas. Y de la ausencia de ellas.
No hay tiempos universales. Cada persona tiene sus tiempos, a cada uno le cae la ficha en diferentes momentos. Y dicen que nunca es tarde, pero eso no es cierto. A veces, puede ser muy tarde.
También ya saben aquellos que leyeron los posts "Lo que recuerdo del día que fallecí (I, II y III)" que creo firmemente que estamos acá para ser felices. Todo lo demás es perder el tiempo.
Hoy me encuentro nuevamente pasando la misma tormenta, con la esperanza de encontrar al menos otra tormenta. Pero quien dice, en una de esas sale el sol.
Y si ese sol viene con un par de estrellitas mucho mejor.
Perdí muchos momentos importantes con mis hijos. Ayer se dormían en mis brazos y hoy están enormes. Perdí paz. Pero gané en madurez y aprendí a que no voy a pasar por lo mismo otra vez.
Salud por las decisiones, y por la eterna búsqueda de la felicidad. Pero a esa felicidad la voy a buscar con mis pequeños, porque yo, yo soy con ellos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Manual para matar.

¿Cómo matar a un no muerto? Lo sé, parece una pregunta estúpida, y quizás lo sea. Jamás me agradaron los dueños de verdades y no pretendo tr...